No resulta extraño que en algún momento de nuestras vidas busquemos entrar a lugares desprovistos de deseos no naturales y no necesarios, adjetivos de Epicuro para ese exceso de oportunidades que pueden convertirse en compromisos, distracciones e imposiciones. Hacer una visita a monasterios zen, tarīqas sufíes o cenobios cristianos. Alojarnos temporalmente o incluso entrar para no volver salir. ¿Pero por qué alguien querría entrar a un silencio total? Primero, un infierno de voces demoniacas, que hace audibles terrores psicológicos sobre nuestros peores errores y el dolor que no queríamos notar a nuestro alrededor. Luego, solo silencio, la oscuridad ciega, un alma permanentemente sorda y que quizá descubre, al fin, qué oían los oídos del ser más callado de todos, el autor que dejó su lugar al espacio. Descubre solo a Dios y la inexistencia del paraíso, o un paraíso que es tan igual a Dios que no existe. Este es el camino a la nada o a la ausencia de contradicción entre “un lugar” y “tener cosas” o pensamientos incluso, pensamientos que no sean si no aquellos que crearon el tiempo y el mundo.
El camino que tomaron los primeros eremitas o anacoretas cristianos, imitadores no exactamente de Jesús, quien permaneció solo cuarenta días en el desierto, sino de Elías y Juan el Bautista para ser hijas e hijos de la arena. Esto que es hoy sencillamente locura mortificante, pero que fue un movimiento entusiasta y casi de masas por muchos siglos, exactamente desde finales del tercero de la era común o incluso antes. Las necesidades de los seres humanos contemporáneos animan a una intersección entre el modernismo y las perspectivas culturales antiguas. Por eso mismo, no es tan extraño que aun haya buscadores del desierto, sobre todo bajo la protección de la Iglesia Ortodoxa Copta, una comunidad de creyentes, con excedentes mágicos, que se remonta, de manera legendaria, hasta el evangelista Marcos, habla en partes de su liturgia la lengua de los antiguos egipcios mezclados con sus conquistadores macedonios, prohíbe tomar la comunión a las personas con heridas para evitar sangrar a su Salvador, o que se postra orante con la frente en el suelo, una práctica que imitaría siglo más tarde el Islam.
El padre Lázaro es uno de estos buscadores de silencio y un exprofesor universitario quien, desde la adolescencia y durante cuarenta años, fue ateo. Este australiano que había visto solo hipocresía en la fe católica y protestante acomodada, algo con lo que, sin duda, coincidiría Kierkegaard, abandonó sus clases sobre existencialismo y marxismo tras la muerte de su madre. Algo tan desafortunado como el cáncer le permitió un contacto con su honestidad más profunda: necesitaba un útero protector, hacer las paces con su sufrimiento y regresar a las primeras emociones. Ante un icono de la Virgen María del monasterio ortodoxo serbio de San Sava en su natal Australia, se rebajó para abandonando toda su autoimportancia, para ser postrado en el suelo, desde una sensación fetal, hijo de una segunda madre, sin explicación o de la misma manera en que fue amado y amó a la primera. Después de un largo proceso espiritual y de conocer al papa Shenouda III, adoptaría la religiosidad copta, y su madre lo haría nacer para que conociera al hijo de Dios y su útero infernal, la trasformación en dios en el desierto. Habiendo hechos votos en el monasterio de San Antonio, a unas 200 millas al sureste de El Cairo, se le permitió adoptar la vida de ermitaño en el monte Colzim o Al-Qalzam, cerca del Mar Rojo que cruzaron los hebreros para alejarse del faraón y de los ruidos en las urbes de Egipto. El padre Lázaro ha sido el tema principal de dos documentales, The Last Anchorite y Desert Foreigners, además de ser entrevistado para la serie de la BBC Extreme Pilgrim. Gracias a estos testimonios audiovisuales, puede enseñarnos sobre su espiritualidad:
Hay ciertos tipos de silencio. Hay un silencio que puede significar no hablar. Puedes permanecer en un lugar que es silencioso, algo que es un beneficio. Es bueno ir a un bosque o a un jardín agradable, donde te encuentras lejos del tráfico. Este es un silencio exterior que te ayuda. Puede complacerte respirar despacio, gozar del placer estético, la belleza de la creación. Pero esto es pasajero y no durará. Sin embargo, hay otra clase de silencio y este es el silencio interior. Ahora, esto es mucho más difícil de encontrar, pero es perdurable. Por ejemplo, mis hermanos y yo vivimos en el desierto. Yo estoy viviendo retirado arriba en la montaña. Por periodos largos, largos de tiempo, dos semanas, tres semanas, un mes, no veo a ninguna persona, solo cuando regresó abajo al monasterio. No estoy haciendo nada particularmente mal. No estoy cometiendo acciones pecaminosas a diario. Únicamente me siento calladamente, trabajando y rezando estando solo. Sin embargo, ¿qué hay de mi estado mental? Si carezco de silencio interior, puedo estar tan ocupado en mi mente como si viviera en medio de Nueva York.
La vida monástica temprana en todo el Levante, el desierto de Nitrea, los montes Athos y Sinaí, fue una oferta comunitaria, con reglas y acceso a la compañía, como corrección y auxilio para muchos de estos eremitas que terminaban perdidos en el exceso de soledad. Pocos santos hubo, y muchos psicóticos. Pero no se prohibió nunca para unos pocos con vocación probada el camino al silencio sin retorno, al punto de que este no se ha cerrado al día de hoy. Autor de libros como A troubadour’s testament y Letters from a wild state, el escritor y también australiano James Cowan nos explica:
El ascetismo cristiano primitivo era tanto un gesto político como espiritual. Antonio había encontrado una manera de regresar a sus orígenes escapando por completo de la red. Al erigirse como un solitario bastión de carne en el desierto, dio a conocer cómo se gobernaría su cuerpo en el futuro. Se necesitaría un genio espiritual para crear una vida alternativa. Se necesitaría un artista para reconocer el desierto como la representación perfecta de su propia pérdida de sí mismo. Ningún hombre antes que él había elegido tan deliberadamente convertir la aridez en un valor positivo. El desierto se convirtió en su metáfora del ser, su encuentro eterno con la falta de vida como principio de rectitud. No es de extrañar que fuera una amenaza tan grande para Roma. Este hombre solitario que vivía en el desierto impuso una nueva valoración del quehacer humano: que las personas tenían derecho a una vida interior por encima de sus responsabilidades como seres sociales. Semejante premisa iba mucho más allá de cualquier propuesta de Sócrates, incluso en el momento de su muerte. Una nueva fuerza había entrado en el mundo. Con su retiro al desierto, Antonio abrió el camino para que otros dieran el primer paso en el camino hacia el altruismo.
¿Quién ese ese Antonio? Llamado el Grande, fue uno de estos padres del desierto y el primer modelo general para la vida de retiro cristiana, ya desde el lejano siglo IV. A diferencia de los padres latinos y griegos de la Iglesia, no escribió libros, logrando, básicamente con su ejemplo, establecer un sistema de conducta para acceder a la quietud interior. Al igual que el padre Lázaro, reconocía la dificultad de pedir desde el sitio más abandonado del mundo: Señor, que este sea el primer día del resto de mi vida. Se trata de un largo proceso para permanecer para siempre donde no hay nada:
Así como los peces mueren si permanecen demasiado tiempo fuera del agua, los monjes que merodean fuera de sus celdas o pasan su tiempo con los hombres del mundo pierden la intensidad de la paz interior. Así, como un pez que se dirige hacia el mar, debemos apresurarnos a llegar a nuestra celda, por miedo a que, si nos demoramos fuera, perdamos la vigilancia interior.
La permanencia curiosamente podría implicar que deshagamos la creación. Esto puede ser propio de la antigua mística del desierto, pero es también algo muy moderno: una respuesta diferente no dependienta del pasado, un desencanto con las certezas fuertes, un pensamiento líquido que arda. Como dijo el mismísimo Antonio Abad, quien dio nombre a una estación de metro muy lejos de Egipto, en la Ciudad de México, ambos lugares conectados a las personas y a lo inesperado:
Viene el tiempo en que los hombres se volverán locos, y cuando vean a alguien que no está loco, lo atacarán diciéndole: “Estás loco, no eres como nosotros”.
Imagen: el padre Antonio recibe la bendición de Jesucristo, KIROLLOS KILADA.
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