Al valenciano Juan Arnau le interesa lo intrincado y lo elegante en el proceso del conocimiento. Eligió ser astrofísico para poder ser filósofo, los parámetros para ser la atracción propia de un mito, y viceversa. Mito como lo son también los esquemas científicos.
Arnau está convencido de esta aproximación frente a la historia del pensamiento como una historia sobre la complejidad. Como especialista en religiones orientales, lo está también sobre la poca relación de estas con la fe, y más con esa emergencia de una complejidad paradójicamente consoladora. Un punto de vista que ha desarrollado en libros interesantes como Budismo esencial, La invención de la libertad, Cosmologías de India, La palabra frente al vacío, además de un trabajo impecable como traductor que incluye a La Bhagavadgītā.
La concepción del universo debe ser una concepción de la ciencia, algo que para Arnau sería imposible sin abordar el problema “mente / cuerpo”. Esto efectivamente ocurre gracias a las neurociencias actuales y antes a la filosofía, pero ha sido discriminado de la física moderna de Occidente. Es por ello que, como filósofo de la ciencia, el navarro buscó ser también un filósofo desde las escuelas del pensamiento de la India, védica, sāṃkhya y budista, tradiciones muy distintas que, no obstante, pueden ser un “mapa de la mente”.
Mientras el pensamiento occidental moderno, con sus antecedentes grecolatinos y semíticos, se ha visto determinado desde su interés por el entorno físico y los objetos percibidos, que excluye a veces preguntas sobre la actividad propia de la conciencia, en el pensamiento de la India, por otra parte, las interrogantes sobre la conciencia preceden a aquellas sobre la materia, modelando por extensión nuestras nociones del espacio, el tiempo y la creación.
Estas interrogantes sobre lo que pasa en el micro y el macro cosmos, en la subjetividad y en cualquier otra extensión real, han sido para los sabios indios una búsqueda de principios “metaempíricos”. Palabras de En la mente del mundo de Arnau:
En la cosmovisión india, la conciencia no es una propiedad de la materia, sino el origen y la raíz de todo fenómeno. La conciencia es el ámbito donde las cosas se dan originariamente. ¿Caemos de nuevo en el subjetivismo? En absoluto. Ya hemos dicho que el paso de la actitud natural a la fenomenológica no implica negar la existencia de las cosas, sino sólo cambiar de perspectiva. Para que algo sea real debe ser antes un fenómeno (en el ámbito de la conciencia). Cualquier cosa del mundo en la que creamos puede ser cierta o falsa, pero lo que resulta indiscutible, lo que está fuera de toda duda, lo que no puede no ser, es la conciencia. Que el mundo esté hecho de mente no quiere decir, por supuesto, que sea una creación de nuestra mente. Vivimos en la mente del mundo, participamos de ella. Por eso somos, al mismo tiempo, mente y mundo. Y cuando abrimos los ojos no podemos elegir lo que vemos.
La consciencia no puede traducirse desde la cuantificación, por lo que las neurociencias han intentado acotar su actividad como algo que ni siquiera puede ser objetual, sino derivado de otras actividades como la electroquímica de las neuronas, un “epifenómeno” del cerebro. No perder complejidad teórica debe suponer no ignorar lo complejo de nuestro caudal emocional, imaginativo y espiritual como seres sintientes y seres humanos.
Desde la perspectiva védica o brahmánica milenaria en la India, la comprensión de lo universal es una “revelación”, un sentido tan primigenio que es más sonoridad, la experiencia plena propia de los poetas y visionarios transmisores de los Vedas eternos. “Vāc” es la inteligibilidad racional, pero además el proceso del universo para ser inteligible.
Vāc no es pura abstracción, sino también los lenguajes de la recreación ritual, del fuego y las oblaciones con las que se honra a los devas. De acuerdo con la interpretación de Arnau, para la India védica las determinaciones del tiempo y el espacio, así como de cualquier otra realidad fenoménica, muestran a la vez su limitación del fundamento de la complejidad, limite que es una exigencia implícita de superación, una nostalgia cósmica del todo por el todo, del “ātman” o sí mismo por el “Brahman” o lo infinito del principio y el final.
La cosmología sāṃkhya es un metafísica dualista que distingue la conciencia de la materia, pero que extrañamente identifica a la mente, no con lo primero, sino con lo segundo. Se basa en dos principios irreductibles, no siendo uno creación del otro: “puruṣa”, un disfrutador múltiple y pasivo o “bhokta”, y “prakṛti”, lo disfrutado en todas sus posibilidades o “bhogya”.
Puruṣa sería un principio inteligente puro o sin atributos analógicos, aunque no un Dios, ya que no es la fuente de lo infinito inanimado, no siendo nunca la consciencia igual a la inconsciencia. Puruṣa ya es absoluto, independiente, libre, imperceptible, incognoscible. No debe ser confundido con nuestros contenidos mentales o sensoriales, no produce ni es producido y es ajeno a cualquier explicación. En cambio, prakṛti incluye a la mente y a la materia. También podría definirse como la fuente única y primordial de todo lo conocido, lo que entendemos como mundo exterior y mundo interior, materia y mente, que son variaciones de prakṛti.
Arnau insiste en que la consciencia, al no ser ni grande ni pequeña, con peso o con medida, tampoco se ve afectada por las condiciones que imponen el espacio y el tiempo. Es tanto lo íntimo en su presencia plena, como lo distante, un trasfondo esquivo, huidizo e inaprensible. Desde un orden de ideas “catafático” o positivo, la conciencia es fenoménicamente cósmica, así como el universo es fenoménicamente mental. O desde un orden “apofático” o negativo, ni la conciencia se reduce a un fenómeno cerebral ni el cosmos a uno físico.
El universo es indisociable de la vida consciente, de la que depende su emergencia, evolución y posible superación, en este caso a través de un acto de complacencia y seducción al que se entregan ambos, materia y espíritu.
Partiendo de la cosmología budista, Arnau recupera otras escalas necesarias como las del karma y el Saṃsāra, es decir, nociones sobre “eco-dependencia” o surgimiento condicionado, “paṭiccasamuppāda”. La vacuidad como un “estado” ni opuesto ni distinto al ser, sino creativo dentro de la propia implicación recíproca de lo que hay en y de lo que es el universo, incluidas las narrativas de las ciencias y las mitologías, así como la realidad distante.
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