“Si tu felicidad depende de lo que hagan los demás, estarás en aprietos”, dijo Richard Bach, un escritor estadounidense. No andaba desacertado. Sin embargo, lo cierto es que, sin darnos cuenta, solemos depositar nuestra felicidad en cualquier sitio ajeno a nosotros mismos.
Lo hacemos cada vez que la supeditamos a las personas que nos rodean, las circunstancias o incluso a nuestras metas. Cada vez que condicionamos nuestra felicidad a factores que escapan de nuestro control, asumimos inconscientemente que no somos dignos de ser felices aquí y ahora. Nos enviamos un mensaje claro: “mi felicidad no depende de mí, sino de lo que me ocurre y de quienes me rodean”. Obviamente, ese es el camino más directo para sentirse desgraciado.
Pensar que necesitamos la aprobación de los demás para ser felices
Albert Ellis afirmaba que muchos de nuestros problemas emocionales provienen de nuestras creencias irracionales. Una de ellas es la idea de que necesitamos la aprobación de los demás para ser felices. Según Ellis, este pensamiento es una receta para la infelicidad ya que desplaza la gestión emocional a manos ajenas, sobre las cuales no tenemos ningún control.
Por supuesto, es difícil – por no decir casi imposible – deshacerse por completo de la necesidad de aceptación y el deseo de reconocimiento, en especial de las personas más significativas que forman parte de nuestro círculo de confianza.
Somos seres sociales y sociables, por lo que necesitamos el calor y la cercanía de los demás. Sin embargo, existe una línea muy sutil entre las relaciones saludables y la dependencia. Cuando la traspasamos, nuestra felicidad comienza a depender de sentir que encajamos y de ser aceptados, por lo que nos sentiremos mal si nos rechazan, juzgan o critican.
Obviamente, es difícil imaginar que podamos sentirnos felices cuando tenemos un conflicto en curso con nuestra pareja, hijos o padres o si nos rechazan un proyecto laboral en el que hemos trabajado arduamente. De hecho, el objetivo no es aferrarse a la felicidad a toda costa. Cada emoción tiene su momento y su razón.
El objetivo es asumir la plena responsabilidad por nuestra felicidad, en vez de dejarla en manos de los demás o del destino. La felicidad es más una decisión personal que una rara confluencia de factores cósmicos. Epicteto argumentaba que las cosas externas no pueden afectarnos más de lo que se lo permitamos. Según este filósofo, la verdadera felicidad se encuentra en el dominio de uno mismo; o sea, en tomar las riendas de aquello que podemos controlar.
¿Cuál es el camino para ser más felices?
No hay recetas mágicas. Pero hay tres claves que pueden guiarte a lo largo del camino:
- No responsabilices a los demás por tus sentimientos. Una discusión puede hacerte sentir mal, pero tienes el poder de decidir cuánto duran esos sentimientos. Si te aferras a ellos te sentirás miserable durante mucho tiempo. Si los dejas ir, podrás recuperar tu equilibrio y volver a centrarte en las cosas que te hacen feliz.
- Desarrolla la autonomía. Cuanto más te gusten tus decisiones, menos necesitarás que les gusten a los demás. Cuanto más te aceptes, menos pendiente estarás de la aceptación ajena. Cuanto mejor te conozcas y más cómodo te sientas en tu piel, menos pendiente estarás de la aprobación de los otros. Así no supeditarás tu felicidad a lo que hagan o dejen de hacer quienes te rodean.
- Busca la felicidad dentro, no fuera. Suena a cliché, pero lo cierto es que mucha gente ha sido condicionada a creer que solo pueden ser felices si tienen ciertas cosas, lo que también incluye a las personas. Sin embargo, la felicidad es más un estado de conexión, plenitud y paz interior que emana del interior. Si surge del exterior es solo alegría, euforia o satisfacción, pero no felicidad.
Por último, pero no por ello menos importante, un pequeño ejercicio que puede ayudarte a comprender el sinsentido de condicionar la felicidad.
Imagina que la felicidad se encuentra dentro de tu hogar, pero has decidido cederle las llaves a los demás. No podrás disfrutar de ella hasta que esas personas te abran la puerta. ¿Y si un día deciden no hacerlo? No tiene sentido que no tengas las llaves de tu propio hogar/felicidad, aunque puedes compartirlas con quien quieras.
Por tanto, deja de pensar en términos de:
“Si mi pareja fuera más atenta, sería feliz” o “si tuviera pareja, sería feliz”.
“Si mis hijos me escucharan, sería feliz” o “si ganara más dinero, sería feliz”.
Aunque tener una relación de pareja formidable, unos hijos estupendos o un trabajo bien remunerado es gratificante, no son una garantía de felicidad. De hecho, a menudo se convierten en una excusa para desplazar la responsabilidad de nuestro bienestar fuera de nosotros y colocarla en esas personas.
No tienes que sentirte feliz constantemente. Nadie lo pretende. Todas las emociones son válidas, incluso las que tradicionalmente catalogamos como negativas. El objetivo es otro: eliminar del camino los obstáculos que tú mismo estás creando para sabotear tu felicidad.
Se trata de comprender que mereces ser feliz aquí y ahora. Con lo que tienes, mientras persigues lo que quieres. Se trata de ser feliz a tu manera porque, a fin de cuentas, la felicidad no es el cuadro que pintan los demás, sino lo que te hace feliz a ti – de verdad.