Dos hombres se arrojaron al tren en 1972. Sobre los cuerpos de cada uno de ellos había una nota manuscrita que decía: «Los extraterrestres nos llaman»
Un tren pasa por el apeadero de Torrebonica
Con las primeras luces del 20 de junio de 1972, un convoy de RENFE que se desplazaba por la vía férrea Barcelona-Zaragoza descubrió junto a los raíles, el cuerpo sin vida de un hombre. Cuando poco antes de las siete de la mañana los agentes judiciales llegaron al kilómetro 335,950, a escasos metros del apeadero de Torrebonica, en la provincia de Barcelona, comprobaron que no era una, sino dos, las personas fallecidas. «(…) En la cuneta de la vía, hacia la parte sur y a unos tres metros del cadáver descrito, -leemos en las diligencias judiciales- existe otro cadáver en posición de cubito supino, también con la cabeza destrozada. Viste con ropas parecidas al anterior.»
Los cuerpos, a pesar del tremendo impacto que debieron soportar, conservaban una extraña posición ritual y «en posesión de cada uno de los cadáveres ha sido hallada una nota escrita en papel cuadriculado y bolígrafo que dice: ‘Los extraterrestres nos llaman‘ (…) También se les ocupó una tarjeta que dice RASDI & AMIEX, Rastreadores del Infinito, Amigos de Inteligencias Extraterrestres (…) y un dibujo hecho a lápiz» en una de las carteras.
Persecución a los ufólogos
Paradójicamente, la inmolación había tenido lugar horas después de que la televisión española emitiera la película «Hombres de otros mundos». La prensa interpretó el suicidio como una escena más del film y cargó con saña contra quienes se dejaban seducir por estas materias; «La psicosis espacial puede inducir al suicidio», titulaba La Vanguardia de la pluma del prestigioso periodista Enrique Rubio o «Dos amigos influenciados por esta extraña creencia ponen fin a sus vidas», rezaba el Diario de Barcelona. No tan afinada como en la actualidad, la maquinaria mediática de la ya decadente dictadura franquista pretendía cargar el San Benito de este sonado suicidio al emergente interés por los OVNIS. Y es que, animado por un torrente de informaciones en los periódicos, proliferaron en la España de los setenta numerosas «asociaciones de amigos del espacio» que, al parecer, inquietaban más de lo debido al régimen.
Entre las más conocidas se hallaba Eridani, (Agrupación de Estudios Cosmológicos) que impulsó el célebre parapsicólogo José Luis Jordán Peña y a la que estuvo vinculado uno de los suicidas, según comprobamos en documento privado al que tuvimos acceso.
Para colmo, días después de haberse inmolado, tres personas recibían una carta póstuma de los suicidas. Una fue enviada al ufólogo Marius Lleget, a la sazón el rostro visible de la ufología. La otra fue a parar a una asociación de amigos del espacio de Zaragoza y la tercera a la ONU.
En ellas aseguraban que desde hacía algún tiempo tenían contactos directos con seres de otros planetas que habían mutado su personalidad y que había llegado el momento de partir hacia el «centro galáctico» (sic).
Dos personas muy distintas
Pero, ¿Quiénes eran los suicidas? ¿Acreditaron alguna vez experiencia de contacto? Y en tal caso, ¿les aconsejaron sus «guías» desprenderse del cuerpo físico?
Los fallecidos eran José Félix Rodríguez Montero, natural de Aguadulce (Sevilla), casado y de 47 años de edad. Su compañero de «viaje» era el joven Juan Turu Vallés, de tan sólo 21 años. Se conocieron unas semanas antes, a través de un anuncio publicado en una revista.
Del primero se dice que era un hombre agradable. José Rodríguez devoraba con avidez cuantos libros sobre astronomía, platillos volantes y seres de otros mundos caían en sus manos. Tras abandonar el seminario católico ingresó en las filas protestantes, pero su fe se había ido enfriando hasta convertirse en un hombre distinto. Llegó a asistir en algunos trances al vidente del Palmar de Troya, Clemente Domínguez. Mantuvo contactos personales y epistolares con el Padre Enrique López Guerrero, autor del voluminoso libro Mirando a la lejanía del Universo, donde se pronunciaba a favor de que los extraterrestres estaban ya entre nosotros. Y, por si fuera poco, tenía una tremenda personalidad magnética con dotes psíquicas que sorprendían al más escéptico. Así lo confirmó su primo, Emilio Sánchez Montero, cuyo parecido físico con la víctima es escalofriante. «Practicó yoga, meditación y llegó a desarrollar facultades parapsicológicas. Recuerdo que un día, poco antes de su muerte, me presentó a Juan Turu, quien me contó que mi primo no podía ser una persona normal. Le había visto levitar y otras cosas increíbles». Por estas y otras razones le apodaban «el venusino».
El joven Juan Turu, por su parte, tenía espíritu curioso y emprendedor. Fundó en Terrassa un grupo de investigación OVNI y formó parte del histórico CEI (Centro de Estudios Interplanetarios). Su formación era más racional, aunque albergaba en su interior la esperanza de establecer «contacto».
Y «algo» debieron tener porque entre el material entregado a la policía por los familiares del joven se hallaban algunas notas en las que podemos leer: «llegados a Júpiter nos reciben varios seres. Nos dan la bienvenida y paseando por una ciudad veo un autotren que va lo mismo por el aire que por la tierra.» la nota fue escrita seis días antes de morir. ¿Se trataba de una experiencia astral?
La mayoría de las cintas con las sesiones de contacto se guardan hoy día en Holanda y podrían en breve arrojar luz sobre la filosofía de los suicidas. Allí vive una parte de la familia, «en ellas –me cuenta Emilio- hay cosas sorprendentes». No lo dudo. Y lo digo con razón de causa.
Durante la investigación, el buen amigo José Antonio Galán que custodiaba el archivo de ADIASA (una coordinadora de estudios OVNI) puso en mis manos una caja de viejas carpetas repletas de papeles. Llevaban años sin abrirse. La humedad había oxidado los clips y el papel amarilleaba. Entre aquel nido de ácaros, sin embargo, hallé una cosa importante, un informe confidencial que más tarde me serviría para arrancar una confesión.
Cosas que no encajan
«Yo todavía no me lo explico –me confiesa Jordi M., compañero de trabajo de Turu- el viernes anterior se había comprometido a construirme un telescopio y, además pidió permiso a la empresa para ausentarse el lunes…» ¿Cómo era posible, entonces, que tres días más tarde apareciera muerto? ¿Por qué pide permiso si no pensaba volver? Su madre que, en todo momento se negó a resolver nuestras dudas lo tenía claro: «A mi hijo lo mataron». ¿Se negaba a admitir la causa de una perdida tan trágica? Tal vez. Pero la investigación policial dejó muchos cabos sueltos. A saber.
Manuel Rodellar, el funcionario que levantó acta del hallazgo de los cuerpos nos proporcionó un dato revelador. La famosa nota manuscrita se hallaba en el pecho, sin alfiler alguno que la sujetara a la ropa, sólo el peso de la mano que descansaba sobre él. Pudimos comprobarlo más tarde cuando, con la autorización del juez, pudimos examinar el sumario 42/72 que recoge las diligencias del caso. Allí con los números 6 y 7 se hallaban las dos notas manuscritas en papel cuadriculado. No habían sido dobladas y ninguna de ellas tenía manchas de sangre. ¿Cómo era posible? ¿A alguien se le ocurre que después de ser arrollados por el tren una nota de papel permanezca en su sitio sin haberse manchado ni arrugado? Eso indica que, al menos, tuvo que haber una tercera persona en el lugar de los hechos.
En la mano derecha de José F. Rodríguez había un trozo de algodón blanco limpio
Mención aparte merece el informe de autopsia realizado por el patólogo Manuel Baselga. En él se admite que en la mano derecha de José F. Rodríguez había un trozo de algodón blanco limpio en el que «no se aprecia olor de sustancia alguna». Pero, ¿es que no podían analizarlo? ¿Y si estuvo impregnado de algún producto adormilante inodoro? La duda ya nunca podrá resolverse.
En la autopsia, además, había otro detalle importante. Mientras Turu hacia menos de dos horas que había tomado alimentos, José Félix había guardado ayuno ¿Se había preparado tal vez para su «viaje» a Júpiter?
No hace falta ser un lince para darse cuenta que hay muchas cosas que no encajan. El agente de la policía judicial que investigó el caso, Ángel Hernández, terminó por reconocer que había presiones «desde arriba» para zanjarlo cuanto antes. Al fin y al cabo, la moraleja era «cuidado con lo que lees o puedes terminar como estos chalados».
Pero, Hernández nunca cerró el caso en lo personal y siguió reuniendo notas que le condujeron a una conclusión diametralmente opuesta a la que firmó en las diligencias del año 72. Es decir, que pudo haber otras personas implicadas.
Un grupo Kósmico
Algo que debió estar meridianamente claro para el corresponsal de Adiasa, Enrique Campos. En una carta dirigida a uno de los receptores de las cartas póstumas, Amadeo Romanos, de Zaragoza, le pide ayuda para conocer la identidad de alguno de «los 24 ‘alumnos’ que recibieron el legado de la doctrina cósmica» de José Félix Rodríguez.
Se imponía un viaje a Zaragoza, pero el responsable de la SEPIC (Sociedad Española Para la Investigación del Cosmos) no estaba por la labor de ayudar. Negaba cualquier vínculo o comunicación con los suicidas al margen de la recepción de la carta póstuma.
Hasta que eché mano del amarillento dossier al que antes aludí. Al ver el carné de socio de la SEPIC de uno de los suicidas se vino abajo y admitió que no sólo mantenían contacto epistolar, sino que se habían visto algunas veces. Pero lo sorprendente es que algunos miembros de su grupo también habían intentado el suicido ¿casualidad? ¿En qué andaban metidos para que a todos les diera por prescindir de su cuerpo?
La inquietante carta dirigida al ufólogo Marius Lleget puede aportarnos algún dato: «hace ya algún tiempo tenemos contactos directos con estos seres (…) nos han ido mutando lentamente (…) pero ahora entienden, como nosotros, que somos unos extraños en este planeta. De ahí que nos llaman y nosotros, identificados hace tiempo como amigos suyos, partamos con la alegría más inmensa que jamás sonáramos. Nos dirigimos al centro galáctico». Firmaba la misiva WKTS, las mismas siglas que aparecían en el papel manuscrito de los cadáveres. ¿Tal vez un nombre cósmico? Es otra de las cuestiones todavía por resolver.
Las repercusiones
La muerte de los suicidas, en cualquier caso, tuvo un efecto demoledor sobre la psicología de Lleget quien, creyéndose responsable en parte (quince días antes habían estado en una de sus conferencias en Sabadell) tuvo dos tentativas de suicidio y estuvo un año en una institución psiquiátrica. Eso al menos reza en un escrito de Antonio Ribera –íntimo amigo del ufólogo- dirigido al prestigioso investigador galo Aimé Michel. Lleget, a partir de entonces, cambió su postura respecto a la visita de seres extraterrestres y se conviertió en un negacionista. Buena parte de los ufólogos –los que creían en el contacto- entienden que los suicidas habían sido eliminados por los míticos hombres de negro y evitaron investigar a fondo el caso. Finalmente estaban los que mantuvieron estrecho contacto con ellos y que, por miedo a verse implicados en pleitos, se escondieron en la retaguardia. ¿Qué nos queda?
Un caso criminalísticamente no resuelto, un «contacto» no probado y una utilización mediática del suceso para asestar un golpe de gracia a la moral de quienes se interesaran por estos temas.
Nada sabemos del resto de miembros de Rasdi & Amiex que continuaron con la labor de «mutación» iniciada por los ufólogos suicidas ni si ésta consiguió nuevos acólitos. Tampoco mucho acerca de las creencias que llevaron a Rodríguez y a Turu a pensar en las vías del tren como forma de «trascender». Pero no cabe duda de que lo premeditó, al menos José Felix quien le dejaba escrita a su esposa estas frases que ven por primera vez la luz:
«Hace dos años que intervinieron en un contacto directo conmigo. Tú sabes más o menos algo de ello, pues bien, ha llegado el momento que me exigen marchar a su estado y dimensión por razones cósmicas que ni puedo explicarte ni entenderías. Hoy es el día maravilloso y tan anhelado por mí, la hora la ignoro totalmente. Creo que está demás declararte que paso a una vida mucho más maravillosa que la terrícola (…) Es mi voluntad que ya no eches ni una lágrima por mi cuerpo. Cuando mi cuerpo esté partido yo ya no estaré en él. Mi deseo es que pongas en honor a esa ida eterna donde ingreso el mino a la Alegría, que ello te demuestre que mi alegría es eterna».
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