Hombre de Hielo, Ötzi. |
«En el momento de la sexta extinción, ¿podríamos dejar de retorcernos las manos el tiempo suficiente para sentarnos tranquilamente a los pies de aquellos que han evitado todas las eras de extinción desde los albores de la vida en la tierra?»
Robin Wall Kimmerer, botánica.
¿Musgos en una página de antropología? Los musgos fueron las primeras plantas que colonizaron la tierra, tu planeta. Y no solo eso, además allanaron el camino al resto de criaturas, incluido tú. Si el planeta es como es, es gracias a estas plantas pioneras. ¿Te parece poco? Y por eso, en esta entrada te prometo que no solo aparecen los musgos, sino todo un mundo.
La palabra musgo viene del latín muscus, que significaba musgo, pero también espuma. Una espuma que cubre las zonas húmedas. Esto tiene sentido si entendemos la historia, nada más y nada menos que la de nuestro planeta. ¿Empezamos?
Fue hace unos 370 millones de años cuando los musgos iniciaron un gran experimento de evolución.
Y lo hicieron en una superficie desnuda donde no había ni siquiera una garra de tierra. No tuvieron más remedio que adherirse a la roca desnuda, amontonarse en grietas y depresiones húmedas para evitar secarse bajo el sol que en ese entonces era demasiado intenso. Desarrollaron medios para retener agua y extraer minerales de la roca. Y lo hicieron tan bien, que todavía siguen así, y aquí, y no les va nada mal. No son las plantas más grandes ni las más numerosas, ni son especialmente bellas ni consumen demasiado. Son tan sencillas que con poco se apañan, pero cambiaron el planeta poco a poco
aumentando la vida en él. Quizás deberíamos atenderlos, teniendo en cuenta nuestra historia como especie y hacia donde hemos evolucionado…
Bueno, es que ya no estamos hablando de Historia, sino de relaciones intrincadas tras eones de evolución. Y para sumergirnos en todos estos eones, qué mejor que contarlos a través de una historia nativa indígena, del pueblo cree, una nación amerindia de América del Norte.
Hace mucho tiempo, todo el mundo estaba cubierto de agua. Bueno, en realidad fue culpa del dios Wisakedjak. Él inundó todo el mundo original que hizo el Creador, que lo suyo le costó. Y es que así son este tipo de dioses en la mitología, los dioses embaucadores: irrumpen y corrompen la vida normal, los patrones y convicciones, las normas establecidas, para luego crear de ahí cosas nuevas. Wisakedjak tendría el día juguetón y decidió sumergirlo todo, y luego se percató de los animales que nadaban en el agua… Así que creó una balsa con árboles para salvarlos. Pero se preocupó un poco por ellos, así que envió a una rata para ver cuánto cubría el agua bajo ellos. Este roedor se sumergió… y nunca más volvió. Luego mando al cuervo a buscar tierra, pero después de volar durante un día entero regresó derrotado. Wisakedjak entonces pensó en el rápido y astuto lobo, a quien dio un trozo de musgo que encontró en la balsa de madera construida de árboles. El lobo lo agarró y corrió en círculos alrededor de la balsa con aquella bola de musgo en la boca hasta que la bola empezó a crecer y a crecer, y a formar tierra. Continuó extendiéndose por la balsa y siguió creciendo hasta crear nada más y nada menos que el mundo. Tu mundo.
Así continua la historia, narrada en 1911 y recogida por el etnógrafo y arqueólogo Alanson Skinner:
Cuando Lobo llevaba una semana fuera y aún no había regresado, Wiságatchak dijo a los otros animales: «Bueno, el terreno ahora debe ser lo suficientemente grande para que podamos vivir en él».
Así que volvemos al mundo de estas briofitas, es decir, de las plantas que no tienen ni raíces, ni tallos, ni hojas, pero sí mucha dignidad. En el libro «Reserva de musgo, una historia natural y cultural de los musgos» de la editorial Capitán Swing, Robin Wall Kimmerer nos cuenta que el musgo es «el primer paso en la evolución hacia una existencia terrestre, a medio camino entre algas y plantas vasculares.» Y ahora pueden sobrevivir incluso en un desierto. Pero no pueden crecer ni hacer la fotosíntesis ni reproducirse sin agua. Así recuerdan siempre esos estanques primigenios de dónde vinieron sus ancestros.
Y la historia científica nos dice que, «antes de que el mundo fuera verde, la vida solo existía en el agua. En las bahías, poco profundas, las olas rompían contra una orilla vacía. En el continente achicharrado por el sol no había árboles que dieran un poco de sombra. Esa primera atmósfera carecía de ozono y el sol golpeaba la tierra con toda su intensidad, una lluvia mortal de radiación ultravioleta que dañaba el ADN de toda criatura que se aventurara por la orilla.
Sin embargo, en el mar y en los estanques interiores donde el agua filtraba los rayos ultravioletas, las algas se afanaban en alterar el curso de la historia evolutiva. De los mechones de algas salían burbujas de oxígeno, el gas resultante de la fotosíntesis que, molécula a molécula, se acumulaba en la atmósfera.
El oxígeno, una presencia nueva, reaccionó con la intensa luz solar en la estratosfera para producir la capa de ozono que terminaría por proteger a toda la vida terrestre.
Solo en ese momento las condiciones en la superficie de la tierra permitieron que la vida emergiera del agua.»
Y fue entonces cuando se hizo la mudanza, de la mar a la tierra, ya ahora más segura.
musgos, también fueron oportunistas los helechos y los
líquenes. Capaces de aferrarse a un suelo pobre nutrientes, sus esporas germinan donde otras no pueden. Son capaces de buscar nuevos bienes inmuebles en cualquier paisaje devastado. Saben sacar beneficios donde otros sufren. Pero, al contrario que en el lucrativo negocio de los bienes inmuebles del capitalismo, estas especies pioneras no solo modifican el entorno, también hacen el mundo mucho más habitable para otras vidas, para otras plantas, para otros animales, incluido tú. Porque apuntalan el entorno formando suelos más fértiles, y crean las condiciones en las que otras especies menos adaptables pueden prosperar. De hecho, los musgos facilitan el desarrollo de los árboles. Como si de una gran e imponente nave se tratara, a los troncos caídos y recubiertos de musgo se conocen habitualmente como «troncos nodriza». De ellos, crecen robustos otros árboles.
A Robin Wall Kimmerer le gusta imaginarse cómo se produjo la migración de esa existencia acuática a los rigores de la tierra.
«Tal vez… tal vez los estanques se secaron, dejando las algas varadas en el fondo como peces fuera del agua.
O tal vez las algas colonizaron las grietas en sombra de las orillas rocosas.»
Y así mismo se conocen a los musgos en los idiomas nativos de esa botánica potawatomi. En los idiomas anishinaabe, musgo se dice aasaakamig y aasaakamek, que tienen el significado de «aquellos que cubren la tierra.»
Así que tenemos que los musgos fueron las primeras plantas que colonizaron la tierra. Y no solo eso, además allanaron el camino al resto de criaturas. Wall Kimmerer cuenta en este libro que «Muchos entomólogos consideran que las fases más tempranas de la evolución de los insectos tuvieron lugar en las matas de musgo. La humedad que les ofrecían constituía un entorno de transición entre la vida acuática primitiva y los organismos terrestres más avanzados.»
Por eso, si te fijas bien, son muchos los insectos que rondan por los musgos.
No solo sostiene a muchos insectos. Hay seres que están profundamente imbricados a los musgos, a los que tratan mil veces mejor que nosotros, por cierto. Porque lo hemos hecho los humanos a los osos de agua o tardígrados es un auténtico infierno. A estos microorganismos les hemos hecho sufrir hirviéndolos, en una explosión nuclear, y hasta en el espacio. Todo para ver lo que aguantan. Y sí, claro que aguantaron. Lo llevan haciendo durante toda su existencia con los musgos.
Si la resiliencia del musgo es impresionante, la de los tardígrados no lo es menos. La botánica escribe: «La vida del oso de agua es inseparable de los musgos en los que vive. Por la manera en que se entrometen en el follaje y avanzan torpemente con sus ocho patas robustas, los osos de agua guardan un parecido sorprendente a un oso polar diminuto. De cintura baja, con la cabeza redonda y el cuerpo traslúcido de un tono blanco perla, el oso de agua clava sus largas garras negras en los tallos de musgo. En lugar de una mandíbula llena de dientes, posee piezas bucales absorbentes. Se alimenta agujereando una célula de musgo con un estilete, como una aguja hipodérmica, y sorbiendo su contenido.»
No sé porqué, los seres humanos levantamos los hombros cuando cae la lluvia sobre nosotros.¿Alguien lo sabe? En días de lluvia, nos encogemos, realentizamos nuestras rutinas, caminamos como si lleváramos peso encima de nuestras cabezas y solo queremos llegar a nuestro agujero hobbit. A los musgos y a los osos de agua, les pasa lo contrario: cuando no hay lluvia, se encogen, se secan, realentizan su metabolismo hasta niveles que todavía nos resultan misteriosos.
Cuando no hay lluvia, en las sequías, los musgos y los osos de agua se preparan de manera espectacular, casi como si estuviesen entre la vida y la muerte:
«En el proceso de la desecación, ni los musgos ni los osos de agua se ven dañados. Se encuentran en un estado de animación suspendida, en el que pueden tolerar cualquier extremo de temperatura u otras presiones ambientales.»
«Las hojas del musgo se enrollan y contorsionan cuando el agua se evapora, quedándose secas y crujientes. Los osos de agua también se encogen al deshidratarse, reduciendo su tamaño a un octavo de lo que era, formando miniaturas de sí mismos en forma de barril, que se conocen como «toneles». El metabolismo se limita casi por completo, de modo que el tonel puede sobrevivir en ese estado durante años. Los vientos secos se llevan a los toneles como motas de polvo, dispersándolos hasta nuevas matas de musgo, mucho más lejos de lo que sus pequeñas patas podrían haberlos llevado.»
«Cuando se secan, todos sus signos vitales desaparecen: no hay movimiento, ni intercambio de gases, ni metabolismo. Entran en un estado conocido como anabiosis, o falta de vida. Sin embargo, en el momento en que el agua regresa, la vida se renueva de inmediato.»
Reviven con una gota de agua.
«Los musgos pueden perder hasta el 98 por ciento de su humedad y sobrevivir. Hay musgos que han revivido con un chapuzón en una placa de Petri tras cuarenta años de deshidratación en un herbario mohoso.»
«El proceso que permite que estas criaturas merodeen en la frontera entre la vida y la muerte sigue siendo un profundo misterio que los musgos no dejan de llevar a cabo bajo nuestros pies.»
Al fin y al cabo, nos recuerda la botánica, fueron las pioneras en salir del agua y vivir en un mundo demasiado hostil, y esto hace pensar que si el planeta vuelve a ser hostil, serán las que sigan aquí, resistiendo.
Sí, sobreviven a explosiones nucleares. Pero ni los osos de agua ni los musgos pueden crecer sin agua, sin su origen.
Por ejemplo, cuenta la científica: «Para que la alquimia de la fotosíntesis se produzca, los musgos deben estar empapados de humedad. Una fina capa de agua sobre la hoja del musgo es la puerta por la que el dióxido de carbono se disuelve y accede a la hoja, comenzando así la transformación de la luz y el aire en azúcares. Al carecer de raíces, no puede acceder a las reservas de agua de la tierra, por lo que su supervivencia depende de la lluvia. Es por eso que los musgos abundan más allí donde hay humedad constante, como las zonas rociadas por el agua de una cascada o los acantilados de los que brotan manantiales.»
Y por eso, forman colonias, para la retención hídrica:
Como una esponja, «las hojas entrelazadas crea una red porosa de hojas y espacios vacíos que guarda el agua. Cuanto más densa sea la red, mayor será su capacidad para retener agua.»
una alfombra más elaborada que cualquier otro tejido sobre la faz de la tierra, hecho de sol y tierra.
También en su reproducción sexual dependen del agua, porque funciona gracias a hilillos de agua entre macho y hembra. Ellos podrían decir que lo que les une, es todo un acueducto.
Robin Wall Kimmerer lo explica de manera simple y bella: «El espermatozoide
tiene que nadar por una película continua de agua para llegar al óvulo. El racimo de hojas puede capturar el agua de la lluvia y del rocío, y los espacios capilares entre las hojas conducirán el agua de una planta a otra, como un acueducto transparente que une al macho y a la hembra. Si esta película de agua se rompe por cualquier motivo, la barrera que impide que el espermatozoide llegue al óvulo resultará infranqueable. Los óvulos solo pueden fecundarse cuando el musgo esté cubierto de agua de lluvia, rocío o la espuma de una cascada para conducir el espermatozoide. En un año seco, lo más probable es que la reproducción fracase.»
Así crecen los esporofitos o esporangios, que si te fijas bien, son esos filamentos altos y alargados que sobresalen de la alfombra de musgo y tienen arriba una pequeña cápsula, como una cofia.
Bueno, pero si esta reproducción por hilillos de agua fracasa, tampoco nos llevemos las manos a la cabeza. Que por algo los musgos todavía continúan alfombrando los bosques.
Tienen más estrategias. Por un lado, tienen de aliados involuntarios, como los lobos, de los que he hablado antes, que los dispersa más lejos. O como la comunidad invertebrada. O incluso tus pies cuando caminas por la ciudad. Para los musgos, nuestro paisaje urbano se asemeja a grandes acantilados.
«El sexo no es su única manera de propagarse. Mucho antes del advenimiento de la biotecnología, los musgos ya podían fabricar clones, llenando el entorno de copias genéticamente idénticas de sí mismos. De hecho, la mayoría de las especies de musgo pueden regenerarse por completo a partir de un fragmento pequeño. Una única hoja, rota por accidente, que cayera sobre un suelo húmedo, podría producir una nueva planta».
Y tiene más estrategias, como por ejemplo, evitar la competición. «Las diversas especies pueden coexistir cuando crecen en hábitats propios, no compartidos con las especies hermanas. Es el equivalente briofítico de «Una habitación propia».»
Cómo llegan a su habitación propia, a su hábitat propio, es todo un misterio. Tal y como cuenta Wall Kimmerer:
A lomos de la corriente de aire viajan semillas y esporas, el mismo plancton aéreo en todos los lugares del mundo. «Lo extraordinario no es la biodiversidad, o la riqueza de criaturas que pueblan la Tierra, sino que esta no sea idéntica en todas partes.»
«De algún modo, cada espora errante encuentra la forma de llegar a casa.»
Este plancton aéreo viaja por todo el mundo sin pasaporte, y en cada lugar del mundo los humanos entendemos a los musgos de diferente manera. Yo estuve buscando sobre la manera en que se dice «musgo» en diferentes idiomas, y me topé con un artículo de una historiadora llamada Nikita Azad, del Punjab, India. Ella cuenta que la palabra para musgo es «kai», pero no solo para musgo y no para todos los musgos. Kai es la palabra en hindi, en la India, para todas plantas que crecen cerca del suelo y resbaladizas: liquen, musgo, mohos, verdín…
Y en cada lugar del mundo, también ha sido diferente el uso el musgo, pero siempre como aislante. Lo raro es lo nuestro, que solo lo pensamos en los belenes y en cestitas de plástico de colores.
También se utilizaron los musgos para pañales de un solo uso, toallitas antisépticas, compresas, como relleno en el interior del portabebés, envolviendo a los niños en un nido mullido. Hay musgos que pueden absorber entre veinte y cuarenta veces su peso en agua.«Una absorción semejante a la de los Dodot del supermercado, que hizo de esos musgos los primeros pañales de usar y tirar.» Algo imprescindible para poder transportar a los bebés a la espalda.
Incluso se usó musgo para limpiar pescado, para quitar toxinas evitando que se reseque.
Y ya que he comenzado con una historia nativa americana, vuelvo con lo que nos recomienda la sabiduría indígena. Wall kimmerer nos advierte que objetos como los prismáticos, las lupas, los microscopios o los telescopios son una maravillosa ayuda, pero nada comparados con la atención, con el tiempo y la paciencia. El ojo solo ve lo que la mente conoce. Wall Kimmerer escribe:
«Nuestra agudeza a escala intermedia es vulgar, pero no tanto por los defectos de los ojos como por la inclinaciones de la mente. ¿Acaso la potencia de nuestras invenciones nos ha llevado a desconfiar del ojo humano? ¿O hemos llegado a menospreciar aquello cuya percepción no requiere el empleo de tecnología, sino tiempo y paciencia? Por sí sola, la atención puede competir con la lente de aumento más potente.»
Sabemos cómo funciona el buscador de Google, pero no el buscador de la mente: solo cuando se repite un patrón, el cerebro lo interpreta y recibimos su significado de la mente consciente, y entonces sabemos sabemos lo que estamos viendo.
Pero «las secuencias neuronales que permiten procesar lo que vemos han de entrenarse mediante la experiencia. Las sinapsis se activan y las estrellas aparecen. Lo invisible resulta inmediatamente evidente. Si nos situamos al nivel del musgo, la perspectiva de un humano de metro ochenta caminando por un bosque no es muy distinta a la que se tiene en un vuelo a diez mil metros sobre el continente. Todo un reino natural pasa desapercibido cuando estamos a tanta distancia del suelo, cada día, sin verlo. Los musgos y otros seres vivos de menor tamaño nos invitan a instalarnos durante un tiempo en los límites de la percepción ordinaria. Lo único que nos piden es prestar atención. Mirar de cierta forma permite que un mundo nuevo se nos revele».
¿Y para qué prestar atención y conocer este nuevo mundo? Ella lo explica:
«Conocer la geometría fractal de cada copo de nieve hace que el paisaje invernal resulte aún más asombroso. Conocer los musgos enriquece nuestro conocimiento del mundo.»
Y yo añado, que quizás haya que hacer como el lobo, que aún en su carrera para sobrevivir, siempre se para, se para para mirar hacia atrás.
https://unaantropologaenlaluna.blogspot.com/2024/06/otzi-y-reserva-de-musgo-una-historia.html