La Tierra entera le decía a la humanidad ¡Vive, vive! Ese es el sentimiento religioso, la religiosidad de los sentidos, algo de lo que no hemos dejado de hablar en la cotidianidad contemporánea. La gratuidad en el sentido del mundo, es decir, en tanto somos reales; la gratuidad que es en sí misma solo necesidad fánica.
En el Vedanta hallamos el término Dharma, polivalente, pero que puede aceptarse como el orden de las cosas: mi atención … la armonía … las cosas.
El orden de las cosas es concebirlas y el concepto de concebir es el dharma de la existencia. Concebir también es imaginar lo que es el mundo y donde termina. El borde del ser es el ser. Los místicos lo definen como voluptuosidad y todos llamamos a esto el deseo. Ese es el trasiego de la voluptuosidad de las cosas vívidas como alma, en tanto la empatía no se desarrolla, implica encuentro.
Eso queremos decir por libertad: nada, salvo que nos cautivan los detalles. La expresión no es libre; pero, ni detrás ni antes ni primero ni después ni siguiéndonos, anticipando la expresión está la libertad. Hallazgo que los místicos de la India denominan “Moksha”, “Mokṣa” o “Mukti”, que puede traducirse como emancipación, despertar o salvación, Ananda. Una mención tradicional de Moksha sería que se muestre la liberación del hombre de las ataduras del karma, es decir, trascender el conjuro de Maya, descreer el ciclo de nacimiento y muerte, el eterno retorno en el devenir de las formas, reconocer la tautofanía como el Brahman, la realidad impersonal, la divinidad transfánica… Esa es la búsqueda irrenunciable del Vedanta.
No debe confundirse con asumir que hay algo distinto del mundo; tampoco decimos que el mundo sea todo lo que hay. La impresión de las cosas es que haya una impresión. No hay nada en el mundo, la realidad de las cosas es como se imaginan, como es imaginar. Todo lo que hay es la impresión de un encuentro, es decir, una atracción. Si decimos el mundo es permanente, nos referimos a que tal atracción nos deja claro qué es permanecer, permanecer mostrando la atracción.
Por emplear una imagen más fina: Es hermoso ver cómo nos cautivan las gotas de lluvia que resbalan por el cristal de la ventana. ¿Qué es está atracción? Donde la presencia deviene, ¿acontece la atracción? Hablar de presencia también es de disolución; hablar debe ser disolver, adentrarse al presente.
Tampoco hablamos del mundo en tanto unidad; hablamos de unirnos. De hecho, no hablamos del mundo: hablamos, acaecen los vínculos; se trata de mostrar lo que solo podría ser, es decir, lo que necesita ser. Acabamos de hablar de atracción, pero bien podríamos emplear en el mismo sentido la palabra sufrimiento, el encuentro de los seres sintientes, de los sentidos con el ser, siendo, necesitando ser, sentir. Eso queremos decir por mundo. Mundo es querer decir.
Por ello, en favor de la inteligibilidad posible, y no reducidos a ella, no presento a ustedes una doctrina, sino una duda; una duda imperturbable, aquella que pone al alma frente a su propia vulnerabilidad; vulnera su debilidad desnudando las formas, es decir, las emancipa al matizarlas, tal y como la estabilidad es sencillamente pertenecer, hacer de la mente atención, comprometernos con la radicalidad de ver al mundo como alma. Y, en tanto que el mundo desde nuestra vida solo puede ser expresar: debemos así consentir en nosotros lo que implica que el alma solo pueda ser real; que ella misma en su vida de sueños e imaginación sea estar despierta, la receptividad como mundo.
Hacer de la mente atención es hacer de la atención mente, cuerpo, persona, mas nunca identidad, ejercicio imposible. ¿Cómo expresar aquello que distingue a la actualidad? No podría ser por medio del tiempo, sino por cada detalle en tanto real, personal, íntimo, como solo puede serlo lo actual, lo inmediatamente distinguible. No tiene sentido distinguir entre identidad y distinción; no tiene sentido algo que no sea actual, fanía de la transfanía, algo que no se actúe. Propongo que ensayemos la siguiente frase como un Kōan:
La energía de la raíz es la flor que concibe a la raíz profunda;
y toda hondura es veta de profundidad.
La belleza insiste en que nos resulte insoluble lo oscuro; en la claridad y en su necesidad; entre distinguir luz de iluminarse, uno de lo distinto, identidad de personificación, karma y acontecimiento. Ya en el siglo II de nuestra era, el maestro Nagarjuna decía con una agudeza afortunada para la mentalidad moderna:
No hay ninguna distinción entre Moksha y apariencia. No hay ninguna distinción entre apariencia y Moksha. El límite del Moksha es el límite de la apariencia, no existe nada entre ellos, ni siquiera algo muy sutil.
Un sueño revela la vanidad de quienes nos creemos despiertos. Soñar que se despierta es abrir los ojos en la oscuridad. Se da entonces una confianza tal como si los hubiéramos cerrado, tal y como si pudiéramos distinguir que los hemos abierto cuando abrirlos es distinguir. El límite de lo que somos es el límite de lo distinto; no existe nada entre ellos, salvo lo distinto, la identidad en la acción, necesidad de bien, necesidad de belleza. No existe nada entre ellos, ni siquiera algo tan sutil como lo bello y lo bueno. Nos hacemos sutiles, nos hacemos actuales, indistinguibles de toda distinción. Dicho de otra manera, insisto en que un acto metafísico no es personal, no participa el yo. Vamos a personificar.
Una llama hace llama a un tronco; hace y no hace nada del tronco; el tronco es el hacedor de llamas. No existe nada entre ellos, no existe nada en ellos propiamente mostrable. Su energía no es una existencia sutil: es una expresión, no de lo que son, no de sus límites, sino expresión real, una expresión de lo real.
Desde esta aproximación, el Moksha es la emancipación de todo medio como fin. El medio es eterno, la libertad es aparecer ante, como y en la Madre Dios; aparecer vívidamente. Nos libera nuestro mismo anhelo de libertad. Rompemos con la angustia, con nuestra mortalidad, con la misma energía impasible, y la conciencia de la muerte es morir, vida de la eternidad. Pero en el Moksha se disuelve la ilusión de aparecer. La presencia es toda exterior. ¿Cómo aparecer libre de ilusión?
Moksha es presencia si nos hace aparecer, y si Dios siempre ha estado ahí. La aparición es el resplandor de quien es libre de tomar forma, libre de perderla. No hay otro hallazgo en la eternidad que la misma posibilidad del hallazgo, un resplandecer como el de la creatividad. La claridad y la flama son indistinguibles; la falta de conciencia como un ardor apartado, y la conciencia creciente, reventando como una ola quemante. Solo ve quien llamea y ver es solo la renuncia voluptuosa, resuelta vorágine ardiente. Eso es yoga, eso es creatividad.
El Moksha no se basa en salir a respirar al lugar donde la vida sea auténtica, el paraíso perdido, Jerusalén celestial, Shangri-La, la Tierra pura. No hay nada más allá de la emancipación. ¿Quién podría no aceptar disolverse si ha sido tanto como respirar? El Moksha es hacer de quien medita en su propio aliento disolución, tanto como el niño encantado se pierde en su vivacidad. Viene a mi memoria como lector la experiencia infantil de Sri Ramakrishna: Caminando sobre un lomo de tierra mientras comía arroz, karma de los agricultores; hecho testigo de la pantalla nebulosa de los cúmulos negros, sus lomos azules, karma de los climas, vio una bandada de grullas, blancos albos; pasmado por una histeria feliz o un éxtasis.
Todo está en hacer de la respiración algo vital. La duda que se resuelve exhalando dice con plena confianza: ¿Qué es lo real, de qué me libera? Sencillamente, quizá dicho de la mejor manera: lo real es libre respirar.
Desnudarse por la respiración nos permite experimentar cómo uno se desnuda cuando inhala. Es todo del mundo, la vida pende de un hilo tan fino como lo real, el milagro. Respirar es sentir y sentir es flotar. Un hálito tiende al vacío en tanto el vacío inhale invitando que se toquen sus orillas. Vibrar es despertar de esa pausa eterna encantado por el eco del silencio. Cantar es extravío.
Lo real no es la suma infinita de estas voces innecesarias, en intercambio, negocio del ser. Es la necesidad de todas ellas. Una voz es un mundo: No hay nada más que lo real, la necesidad de esas voces. Toda conciencia de algo, es de una necesidad. Toda conciencia es intuición vívida, un éxtasis inevitable.
Los niños pequeños entienden esto en su hambre de todo. El deseo tiene hambre de nosotros, de infinitos niños donde crezca un deseo infinito, un hambre que es la impresión del tiempo, crecer. Sin embargo, de niño las noches son más largas; cualquier cosa puede hundirse en las penumbras. El tiempo es entonces la ilusión del extravío, el deseo que se hace ente, objeto para desaparecer. Dicho de otra manera y por meditación: El tiempo es todo menos continuidad.
Hablamos de vislumbrar la saciedad eternamente. Así surge la ilusión de nacer. Nacer es surgir; es desde siempre muerte fánica, el cese, la disolución. ¿Qué se dice con estas palabras? Imaginar qué es dejar de imaginar. Está ahí la serenidad de Dios y es, solo ahí, toda posibilidad creativa, toda hambre única.
Imaginar es buscar el fondo. El instante es un destello visible al mirar la oscuridad de lo que se ve, cambiando entre comprender e incomprensión. Aun sin ver nada se produce el encanto. ¿Cómo resistirse? El milagro es que el entregarse a ese misterio sea lo que nos calme. Una caricia de las tinieblas, esa es la capacidad de la luz: Se deja abarcar tocando, se deja tocar como espacio, realidad que se abre a lo real, noche sin fin de los seres, filos del amanecer.
La luz es conciencia y el desconcierto es quien queda anonadado. Uno puede llamarse a sí mismo sentimientos. Invocamos un misterio: Decir mis sentimientos es sentir esa apropiación, una sensación como lo es el mundo. Compartir, abandonarse, la liberación, el Moksha, es que se hable de una sensibilidad insoluble. Pero definir solo es extender el misterio, contribuir.
Toda forma bajo el sol. El astro borra, crece y se pierde en la oscuridad con la que hizo sombras, los seres, su visión y su eternidad visible. Se trata incesantemente de su sensibilidad. Dicho esto como un Kōan:
… estrellas estrelleras en las estrellas …
Imagen de portada: río Ganges, Britannica.
La Tierra entera le decía a la humanidad ¡Vive, vive! Ese es el sentimiento religioso, la religiosidad de los sentidos, algo de lo que no hemos dejado de hablar en la cotidianidad contemporánea. La gratuidad en el sentido del mundo, es decir, en tanto somos reales; la gratuidad que es en sí misma solo necesidad fánica.
En el Vedanta hallamos el término Dharma, polivalente, pero que puede aceptarse como el orden de las cosas: mi atención … la armonía … las cosas.
El orden de las cosas es concebirlas y el concepto de concebir es el dharma de la existencia. Concebir también es imaginar lo que es el mundo y donde termina. El borde del ser es el ser. Los místicos lo definen como voluptuosidad y todos llamamos a esto el deseo. Ese es el trasiego de la voluptuosidad de las cosas vívidas como alma, en tanto la empatía no se desarrolla, implica encuentro.
Eso queremos decir por libertad: nada, salvo que nos cautivan los detalles. La expresión no es libre; pero, ni detrás ni antes ni primero ni después ni siguiéndonos, anticipando la expresión está la libertad. Hallazgo que los místicos de la India denominan “Moksha”, “Mokṣa” o “Mukti”, que puede traducirse como emancipación, despertar o salvación, Ananda. Una mención tradicional de Moksha sería que se muestre la liberación del hombre de las ataduras del karma, es decir, trascender el conjuro de Maya, descreer el ciclo de nacimiento y muerte, el eterno retorno en el devenir de las formas, reconocer la tautofanía como el Brahman, la realidad impersonal, la divinidad transfánica… Esa es la búsqueda irrenunciable del Vedanta.
No debe confundirse con asumir que hay algo distinto del mundo; tampoco decimos que el mundo sea todo lo que hay. La impresión de las cosas es que haya una impresión. No hay nada en el mundo, la realidad de las cosas es como se imaginan, como es imaginar. Todo lo que hay es la impresión de un encuentro, es decir, una atracción. Si decimos el mundo es permanente, nos referimos a que tal atracción nos deja claro qué es permanecer, permanecer mostrando la atracción.
Por emplear una imagen más fina: Es hermoso ver cómo nos cautivan las gotas de lluvia que resbalan por el cristal de la ventana. ¿Qué es está atracción? Donde la presencia deviene, ¿acontece la atracción? Hablar de presencia también es de disolución; hablar debe ser disolver, adentrarse al presente.
Tampoco hablamos del mundo en tanto unidad; hablamos de unirnos. De hecho, no hablamos del mundo: hablamos, acaecen los vínculos; se trata de mostrar lo que solo podría ser, es decir, lo que necesita ser. Acabamos de hablar de atracción, pero bien podríamos emplear en el mismo sentido la palabra sufrimiento, el encuentro de los seres sintientes, de los sentidos con el ser, siendo, necesitando ser, sentir. Eso queremos decir por mundo. Mundo es querer decir.
Por ello, en favor de la inteligibilidad posible, y no reducidos a ella, no presento a ustedes una doctrina, sino una duda; una duda imperturbable, aquella que pone al alma frente a su propia vulnerabilidad; vulnera su debilidad desnudando las formas, es decir, las emancipa al matizarlas, tal y como la estabilidad es sencillamente pertenecer, hacer de la mente atención, comprometernos con la radicalidad de ver al mundo como alma. Y, en tanto que el mundo desde nuestra vida solo puede ser expresar: debemos así consentir en nosotros lo que implica que el alma solo pueda ser real; que ella misma en su vida de sueños e imaginación sea estar despierta, la receptividad como mundo.
Hacer de la mente atención es hacer de la atención mente, cuerpo, persona, mas nunca identidad, ejercicio imposible. ¿Cómo expresar aquello que distingue a la actualidad? No podría ser por medio del tiempo, sino por cada detalle en tanto real, personal, íntimo, como solo puede serlo lo actual, lo inmediatamente distinguible. No tiene sentido distinguir entre identidad y distinción; no tiene sentido algo que no sea actual, fanía de la transfanía, algo que no se actúe. Propongo que ensayemos la siguiente frase como un Kōan:
La energía de la raíz es la flor que concibe a la raíz profunda;
y toda hondura es veta de profundidad.
La belleza insiste en que nos resulte insoluble lo oscuro; en la claridad y en su necesidad; entre distinguir luz de iluminarse, uno de lo distinto, identidad de personificación, karma y acontecimiento. Ya en el siglo II de nuestra era, el maestro Nagarjuna decía con una agudeza afortunada para la mentalidad moderna:
No hay ninguna distinción entre Moksha y apariencia. No hay ninguna distinción entre apariencia y Moksha. El límite del Moksha es el límite de la apariencia, no existe nada entre ellos, ni siquiera algo muy sutil.
Un sueño revela la vanidad de quienes nos creemos despiertos. Soñar que se despierta es abrir los ojos en la oscuridad. Se da entonces una confianza tal como si los hubiéramos cerrado, tal y como si pudiéramos distinguir que los hemos abierto cuando abrirlos es distinguir. El límite de lo que somos es el límite de lo distinto; no existe nada entre ellos, salvo lo distinto, la identidad en la acción, necesidad de bien, necesidad de belleza. No existe nada entre ellos, ni siquiera algo tan sutil como lo bello y lo bueno. Nos hacemos sutiles, nos hacemos actuales, indistinguibles de toda distinción. Dicho de otra manera, insisto en que un acto metafísico no es personal, no participa el yo. Vamos a personificar.
Una llama hace llama a un tronco; hace y no hace nada del tronco; el tronco es el hacedor de llamas. No existe nada entre ellos, no existe nada en ellos propiamente mostrable. Su energía no es una existencia sutil: es una expresión, no de lo que son, no de sus límites, sino expresión real, una expresión de lo real.
Desde esta aproximación, el Moksha es la emancipación de todo medio como fin. El medio es eterno, la libertad es aparecer ante, como y en la Madre Dios; aparecer vívidamente. Nos libera nuestro mismo anhelo de libertad. Rompemos con la angustia, con nuestra mortalidad, con la misma energía impasible, y la conciencia de la muerte es morir, vida de la eternidad. Pero en el Moksha se disuelve la ilusión de aparecer. La presencia es toda exterior. ¿Cómo aparecer libre de ilusión?
Moksha es presencia si nos hace aparecer, y si Dios siempre ha estado ahí. La aparición es el resplandor de quien es libre de tomar forma, libre de perderla. No hay otro hallazgo en la eternidad que la misma posibilidad del hallazgo, un resplandecer como el de la creatividad. La claridad y la flama son indistinguibles; la falta de conciencia como un ardor apartado, y la conciencia creciente, reventando como una ola quemante. Solo ve quien llamea y ver es solo la renuncia voluptuosa, resuelta vorágine ardiente. Eso es yoga, eso es creatividad.
El Moksha no se basa en salir a respirar al lugar donde la vida sea auténtica, el paraíso perdido, Jerusalén celestial, Shangri-La, la Tierra pura. No hay nada más allá de la emancipación. ¿Quién podría no aceptar disolverse si ha sido tanto como respirar? El Moksha es hacer de quien medita en su propio aliento disolución, tanto como el niño encantado se pierde en su vivacidad. Viene a mi memoria como lector la experiencia infantil de Sri Ramakrishna: Caminando sobre un lomo de tierra mientras comía arroz, karma de los agricultores; hecho testigo de la pantalla nebulosa de los cúmulos negros, sus lomos azules, karma de los climas, vio una bandada de grullas, blancos albos; pasmado por una histeria feliz o un éxtasis.
Todo está en hacer de la respiración algo vital. La duda que se resuelve exhalando dice con plena confianza: ¿Qué es lo real, de qué me libera? Sencillamente, quizá dicho de la mejor manera: lo real es libre respirar.
Desnudarse por la respiración nos permite experimentar cómo uno se desnuda cuando inhala. Es todo del mundo, la vida pende de un hilo tan fino como lo real, el milagro. Respirar es sentir y sentir es flotar. Un hálito tiende al vacío en tanto el vacío inhale invitando que se toquen sus orillas. Vibrar es despertar de esa pausa eterna encantado por el eco del silencio. Cantar es extravío.
Lo real no es la suma infinita de estas voces innecesarias, en intercambio, negocio del ser. Es la necesidad de todas ellas. Una voz es un mundo: No hay nada más que lo real, la necesidad de esas voces. Toda conciencia de algo, es de una necesidad. Toda conciencia es intuición vívida, un éxtasis inevitable.
Los niños pequeños entienden esto en su hambre de todo. El deseo tiene hambre de nosotros, de infinitos niños donde crezca un deseo infinito, un hambre que es la impresión del tiempo, crecer. Sin embargo, de niño las noches son más largas; cualquier cosa puede hundirse en las penumbras. El tiempo es entonces la ilusión del extravío, el deseo que se hace ente, objeto para desaparecer. Dicho de otra manera y por meditación: El tiempo es todo menos continuidad.
Hablamos de vislumbrar la saciedad eternamente. Así surge la ilusión de nacer. Nacer es surgir; es desde siempre muerte fánica, el cese, la disolución. ¿Qué se dice con estas palabras? Imaginar qué es dejar de imaginar. Está ahí la serenidad de Dios y es, solo ahí, toda posibilidad creativa, toda hambre única.
Imaginar es buscar el fondo. El instante es un destello visible al mirar la oscuridad de lo que se ve, cambiando entre comprender e incomprensión. Aun sin ver nada se produce el encanto. ¿Cómo resistirse? El milagro es que el entregarse a ese misterio sea lo que nos calme. Una caricia de las tinieblas, esa es la capacidad de la luz: Se deja abarcar tocando, se deja tocar como espacio, realidad que se abre a lo real, noche sin fin de los seres, filos del amanecer.
La luz es conciencia y el desconcierto es quien queda anonadado. Uno puede llamarse a sí mismo sentimientos. Invocamos un misterio: Decir mis sentimientos es sentir esa apropiación, una sensación como lo es el mundo. Compartir, abandonarse, la liberación, el Moksha, es que se hable de una sensibilidad insoluble. Pero definir solo es extender el misterio, contribuir.
Toda forma bajo el sol. El astro borra, crece y se pierde en la oscuridad con la que hizo sombras, los seres, su visión y su eternidad visible. Se trata incesantemente de su sensibilidad. Dicho esto como un Kōan:
… estrellas estrelleras en las estrellas …