Los petroglifos prehistóricos más grandes documentados en Sudamérica empiezan a desvelar sus secretos tras una década de estudios
Un equipo de arqueólogos anglocolombiano ha estudiado durante más de una década los enormes petroglifos diseminados a lo largo de 90 Km. en el río Orinoco, entre Colombia y Venezuela.
Se trata de los grabados más grandes y enigmáticos del mundo, que incluyen serpientes que superan los 40 metros de longitud y que evocan a la mítica Yacumama, un término quechua que significa «Madre del Agua» . Haría referencia a un ofidio mitológico, de características acuáticas que habitaría en la desembocadura del Amazonas.
Las serpientes gigantes son el motivo monumental más extendido y muestran patrones iconográficos consistentes en su representación. Estos grabados, a menudo de más de 10 metros de longitud, se encuentran en prominentes afloramientos de granito a lo largo del Orinoco. Las serpientes se representan con características distintivas como cuernos, colas en espiral y zigzags bien definidos.
Aunque estos petroglifos ya se conocían por las expediciones al río Orinoco durante el siglo XVIII, o en el periodo colonial o, incluso, por las expediciones de Humboldt y Bonpland en 1821, es ahora cuando se ha cuestionado y profundizado sobre su significado.
Desde 2015 un equipo dirigido por la antropóloga colombiana Natalia Lozada ha catalogado y estudiando estos gigantescos petroglifos y ha sumado nuevos descubrimientos. Un total de 157 enclaves y -13 monumentales- que conforman un reciente estudio publicado en la revista Antiquity.
El equipo de arqueólogos conformado por Natalia Lozada, profesora del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de los Andes (Colombia); Phil Riris, profesor del Institute for the Modelling of Socio-Environmental Transitions de Bournemouth University (Reino Unido) y José Oliver del Institute of Archaeology de la University College London (Reino Unido) cree que los abrigos rocosos con depósitos arqueológicos como los de las regiones de La Lindosa y Chiribiquete (Colombia) y Cerro Gavilán (Venezuela) han arrojado evidencia de ocupación humana asociada con arte rupestre que data del Holoceno más temprano.
Las conexiones entre el arte rupestre y los mitos ancestrales también están muy extendidas entre las sociedades indígenas del norte de América del Sur, con mayor frecuencia entre los pueblos de habla arahuaca.
Los grabados son extremadamente superficiales, pero visibles desde una distancia de varios cientos de metros debido a su tamaño, ubicación prominente y el contraste entre las superficies de granito más claras y desgastadas y la biopelícula negra. «Creemos que los grabados podrían haber sido utilizados por grupos prehistóricos como una forma de marcar el territorio, hacer saber a la gente que allí es donde viven y que se espera un comportamiento adecuado. […] Las serpientes -agrega Phil Riris- generalmente se interpretan como bastante amenazantes, por lo que el lugar donde se encuentra el arte rupestre podría ser una señal de que estos son lugares que demandan respeto»
Se sabe que a lo largo de este tramo del río Orinoco se llevaba a cabo un importante tránsito comercial y de viajes prehistóricos. Y curiosamente, en los rápidos las embarcaciones debían detenerse, lo que lo convertía en un punto de intercambio entre pobladores y navegantes.
Los investigadores sugieren, en referencia a las peligrosas connotaciones de las serpientes gigantes enfatizadas, por ejemplo, en los mitos de Piaroa y Warekena, que los pueblos precolombinos percibían las serpientes gigantes como un recordatorio siempre presente de antiguos conflictos y negociaciones entre seres sobrenaturales y humanos. «Nuestro análisis del arte rupestre monumental sugiere que los paneles probablemente actuaron como marcadores en los bordes de los límites del grupo y como un agente protector dentro de los espacios domésticos. La visibilidad y prominencia de gigantescos afloramientos de serpientes en el río y sus orillas enfatiza esta noción.»
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