Los excesos se han convertido en pan cotidiano, en gran parte porque vivimos en una sociedad de las apariencias en las que el éxito se mide por el número de seguidores en las redes sociales, los metros de la casa en la que habitamos o el precio de las cosas que compramos. En ese contexto, los excesos se perfilan como una manera de alcanzar esos estándares y demostrar la propia valía.
Sin embargo, detrás de esas exageraciones a menudo se esconde un profundo sentimiento de vacío existencial, una búsqueda desesperada de algo más profundo: un sentido de pertenencia, una necesidad de amor, de validación o de propósito.
Los caminos del exceso, una ruta hacia la nada interior
Desde la comida y el alcohol hasta el trabajo, las compras compulsivas, el gimnasio, los atracones de series o las redes sociales, los excesos en cualquier ámbito, lejos de ser simples hábitos, suelen reflejar profundos vacíos existenciales que intentamos llenar de manera errónea.
El vacío interior genera una sensación latente de insatisfacción, algo nos recuerda constantemente que tenemos un espacio que llenar, lo cual nos genera frustración. En ese estado, los excesos nos parecen una solución viable para completarnos o, al menos, olvidarnos de esa sensación de vacuidad durante un tiempo.
Pero lo cierto es que los excesos no exorcizarán la desesperanza o la falta de propósito. De hecho, a menudo el vacío aumenta cuando ha pasado el subidón de adrenalina que produce la compra, los me gusta en las redes o el entrenamiento en el gimnasio.
En realidad, esos excesos solo conducen a una vida más desequilibrada. En un intento por cubrir nuestras carencias, ignoramos nuestras necesidades emocionales más profundas. Entonces llega un punto en el cual controlan nuestra conducta, sumiéndonos en un círculo vicioso en el que los excesos profundizan el vacío y se convierten en una auténtica “droga” con la que evitamos afrontar el problema de la falta de propósito vital.
El coraje de reconocer lo que nos falta
Jean-Paul Sartre argumentaba que la vida carece de un significado intrínseco, somos nosotros quienes debemos crear ese sentido. Sin embargo, la libertad y la responsabilidad de dar forma a nuestra vida pueden llegar a ser abrumadoras. En ese vacío de significado predefinido, los excesos se convierten en un refugio temporal, una ilusión de propósito y satisfacción.
Muchas de las personas que experimentan ese vacío existencial, caen en los excesos es porque se conocen muy poco. Es probable que lleven mucho tiempo sin actualizar la versión de sí mismos, movidos por las prisas del día a día, las obligaciones cotidianas y las rutinas, se han desconectado de sus necesidades y deseos más profundos, se han desvinculado de su «yo».
Por eso, el primer paso para acabar con esos vacíos consiste en reconocer su existencia, en vez de ocultarlos a golpe de excesos. La autoexploración y la reflexión también son pasos cruciales para entender qué es lo que realmente nos falta para sentirnos plenos y en paz con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea.
Simone de Beauvoir, por ejemplo, subrayaba que la autenticidad requiere la aceptación de nuestra libertad, pero también de la responsabilidad que conlleva. Los excesos, en cambio, son actos de autoalienación, una manera de rehuir la libertad por medio de la sumisión a los impulsos y deseos inmediatos. En este sentido, los excesos no son solo un síntoma de vacío existencial, sino también una renuncia a la autonomía y la autenticidad.
Reconocer lo que nos falta, demanda una reflexión profunda sobre nuestras necesidades emocionales, más allá de lo trivial, lo material o lo que los demás esperan de nosotros. Hay que tener mucho coraje para reconocer que estamos lejos de llevar la vida que queremos o la que en su momento deseábamos.
La lucha contra el vacío emocional no es fácil. Superar una crisis existencial no es fácil. Pero los excesos no son la solución. Volver la mirada hacia nuestro interior para encontrar la fuente de nuestras angustias nos ayudará a encontrar un nuevo equilibrio en el que no sintamos la necesidad de llenar nada con desvaríos superficiales.
Ese proceso de introspección nos guiará hacia una vida más auténtica, con verdadero propósito, sustentado en una comprensión mucho más profunda de nuestra existencia y nuestro lugar en el mundo.