«Europa necesita desarrollar su propia defensa y que sea compatible con la Alianza Atlántica»

La guerra de Ucrania ha puesto de manifiesto la enorme dependencia que tiene Europa de Estados Unidos en temas de seguridad y defensa. También la de Gaza ha constatado la necesidad que tiene de hablar con una sola voz para alcanzar cierto liderazgo. Para José María de Areilza (Madrid, 1966), secretario general de Aspen Institute España, director de la revista ‘Política Exterior’ y profesor en Esade Business School, «a la UE se le pide que cambie y se adapte a un mundo para el cual no está preparada: el de la seguridad». Repasamos con él las claves para conseguirlo, la primera de las cuales pasa por «más integración europea».


Las guerras de Gaza y Ucrania han puesto de manifiesto la dificultad que tenemos los europeos para hablar con una sola voz y tomar decisiones. Así parece difícil alcanzar autonomía y capacidad de liderazgo. ¿Cómo podemos revertir esta situación?

La Unión Europea es un proyecto muy exitoso desde un punto de vista histórico: nunca ha habido tanta seguridad, democracia y libertad en nuestro continente. Pero a los setenta y tres años, es difícil reinventarse. A la UE se le pide que cambie y se adapte a un mundo para el cual no está preparada, que es el de la seguridad. Alrededor del año 2000, alcanza sus objetivos fundacionales –paz, prosperidad compartida, libre circulación de personas y mercancías, políticas comunes–, después, hasta el 2010, se produce la ampliación al Este o la fallida Constitución Europea y no consigue reinventarse. Y luego atraviesa una sucesión de crisis existenciales: la del euro, la avalancha de refugiados, la ola populista (en primer lugar, el Brexit), la pandemia y la guerra de Ucrania. Ante estas cinco crisis, la UE reacciona y aprende, siempre con el horizonte de más integración. En la última, se han dado pasos importantes en seguridad y defensa, pero la pregunta es si la UE va a ser un actor eficaz en este terreno, capaz de proyectar sus valores e intereses.

¿No seríamos más eficaces si alcanzásemos una voz única?

Sí, el problema es cómo conseguirlo y [hacerlo] a la velocidad suficiente. El mejor horizonte es más integración europea, que no tiene que llevarse por delante las identidades nacionales, regionales y locales. El proyecto de integración es cosmopolita, basado en la compatibilidad entre identidades, renueva los Estados-nación despojándolos del nacionalismo y el proteccionismo, convirtiéndolos en Estados miembro. Y eso es un gran paso civilizatorio. Pero ahora la UE es más diversa y compleja y ya no es suficiente que aporte solo prosperidad y paz a los Estados miembro; hay que hablar de identidad europea, de valores, de principios. No se puede ignorar al 80% de los votantes moderados en Europea y pensar que la identidad es algo para los extremos, porque en momentos de incertidumbre hay una búsqueda de raíces, sentido de pertenencia, identidad local y eso es muy bueno, siempre que se desarrolle a través de discursos y opciones moderadas.

«Estados Unidos quiere que los europeos seamos una fuente de estabilidad global y que le ayudemos a resolver problemas globales, especialmente en el Pacífico»

El actual escenario internacional también ha mostrado la enorme dependencia que tenemos de Estados Unidos, especialmente en temas de seguridad y defensa. En un momento de cambio del orden mundial, ¿Europa no corre el riesgo de debilitarse? ¿Deberíamos formar nuestro propio ejército europeo?

Europa necesita desarrollar su propia defensa y que sea compatible con la Alianza Atlántica, porque la prioridad estratégica de Estados Unidos no es Europa, sino China. Además, atraviesan una ola aislacionista, muy bien ilustrada por el America First de Trump, que es posible que vuelva a la Casa Blanca en noviembre, pero también por el propio Biden, que ha desarrollado una política económica muy proteccionista, que revisa el comercio multilateral y las inversiones y que, a través de subsidios y distintas normas que ha sabido aprobar con los republicanos, ha convertido a Estados Unidos otra vez en un sitio muy atractivo para la inversión, fragmentando el sistema multilateral. Ese neoproteccionismo nos tiene que hacer reaccionar a los europeos. Estados Unidos es nuestro mejor aliado; compartimos muchos valores e intereses, pero ya no son los Estados Unidos de la Guerra Fría. La integración europea existe porque Estados Unidos ayuda a ponerla en marcha: la Declaración Schuman (documento fundacional con el que empieza la integración europea) se consulta con el Gobierno de Washington antes que con el de París. Estados Unidos estaba detrás, porque tenía que cohesionar a Europa occidental al principio de una Guerra Fría que nadie sabía cómo podía terminar. Ahora, quiere que los europeos seamos una fuente de estabilidad global y que le ayudemos a resolver problemas globales, especialmente en el Pacífico, pero también que nos ocupemos del norte de África o que ayudemos a aportar estabilidad al Mediterráneo.

«Europa es vulnerable respecto a China en industria, respecto a Rusia en energía y somos dependientes de Estados Unidos en seguridad y tecnología»

Ardua tarea…

Y también quiere algo muy difícil: que la relación transatlántica se extienda al Pacífico. Igual que Japón, Corea del Sur, Australia, Filipinas y Vietnam están convirtiéndose en los aliados estrechos de Estados Unidos en esta región, espera que los europeos estemos ahí si hay un conflicto en el mar de China Meridional o en Taiwán. No solo eso, quiere que la industria europea salga de China. Las propias industrias estadounidenses ya no invierten tanto [ahí], sobre todo empresas en sectores tecnológicos, por razones de seguridad. Lo que antes eran interdependencias, que las celebrábamos desde la globalización económica, ahora son vulnerabilidades. Europa es vulnerable respecto a China en industria, respecto a Rusia en energía y somos dependientes de Estados Unidos en seguridad y tecnología. No es un escenario fácil para Europa. La mentalidad dominante en la sociedad [europea] es pacifista y ahora hay que verlo todo desde el prisma de la seguridad.

Y en todo esto, el gran motor de la Unión Europea ha sido siempre el eje franco-alemán. ¿Está perdiendo fuelle? ¿Con qué liderazgo contamos?

La integración europea es más compleja que el eje franco-alemán, aunque este ha sido muy importante. Hoy en día, es una asociación que no funciona, entre otras cosas, por las diferencias de poder entre Berlín y París y porque Macron y Scholz son personas muy distintas. Alemania es el hegemón europeo y muchas veces, en lugar de liderar la UE, lo que quiere es que le dejen en paz. Esto empieza con el final de Helmut Kohl, cuando Alemania se protege de sus socios europeos, por ejemplo, para que no tener que financiar el 25% de todas las políticas o proteger las competencias de sus regiones. Y Francia es un país con problemas sociales y políticos inmensos. En los últimos años ha tenido un presidente moderado que ha querido reformar el país a favor del sistema, utilizando la ola populista para presentarse contra las élites; una jugada muy difícil, pero que hasta ahora ha tenido éxito, a pesar de la crisis de los chalecos amarillos o del choque en la reforma de las pensiones. Desde un punto de vista de liderazgo, Macron quiere ser un líder transformador, pero su país no le sigue. Y Scholz es más pragmático, de corto plazo. Pertenece a una tradición (la de Merkel) de no grandes estrategias y apoyo en las instituciones que en Alemania, y sobre todo en Bruselas, ha funcionado muy bien. Pero Scholz ha tenido un tripartito imposible que le ha impedido convertirse no ya en un líder europeo, sino un líder alemán. En asuntos de liderazgo, Europea estaba pensada para que las instituciones funcionasen sin depender tanto de un líder; veníamos del híper-nacionalismo, los totalitarismos, el culto al líder, el horror y las instituciones europeas han funcionado como un sistema político de pesos y contrapesos.

«La mentalidad dominante en la sociedad [europea] es pacifista y ahora hay que verlo todo desde el prisma de la seguridad»

Pero se ha demostrado que ya no funciona…

No funciona en el momento en el que los consensos de fondo se resquebrajan, llega la ola populista, tienes un vecino revanchista como Rusia con un híper-líder dispuesto a quedarse con territorios que no son suyos y en el continente hay más desigualdad económica. Parece que la única receta es económica y nadie habla de identidad, de raíces, de pertenencia, de valores y esta conversación se la apropian los extremos ideológicos. El liderazgo europeo que ha funcionado son cuatro grandes líderes de la integración: [Jean] Monnet, [Jaques] Delors, [Helmut] Kohl y [Angela] Merkel; dos franceses y dos alemanes, líderes bien distintos con algo en común: el pragmatismo, la visión no dramática del liderazgo, una idea muy incremental.

¿Qué tipo de líder necesita Europa ahora?

Alguien que se parezca a estos cuatro: a la tradición del pragmatismo, de liderazgo incremental, de la visión de resolver problemas. A mí me gusta Draghi, un tecnócrata, aunque se ha hecho bastante mayor; [Ursula] Von der Leyen, tal vez demasiado presidencialista; Antonio Costa, nombrado presidente del Consejo Europeo y que en Portugal ha demostrado ser un hombre con cualidades de liderazgo para situaciones difíciles… Frente a ese tipo de liderazgo, ha emergido [otro] muy preocupante: el de los llamados «hombres fuertes». Trump, Bolsonaro, Putin, Xi Jinping, Orban; líderes populistas con un híper-liderazgo que ofrece soluciones muy sencillas a problemas muy complejos y que, como no funcionan, culpan a un enemigo externo. Es un discurso muy preocupante, porque no quiere gestionar la complejidad del mundo, no quiere matices, escuchar a los expertos o tejer consensos; es decir, rechaza el trabajo duro de la política.

«Parece que la única receta es económica y nadie habla de identidad, de raíces, de pertenencia, de valores y esta conversación se la apropian los extremos ideológicos»

Nos dirigimos a un mundo donde China se ha convertido en una potencia clave en la reconfiguración del mapa geopolítico. ¿Cómo afecta esto al liderazgo de Estados Unidos?

China es una superpotencia que aspira a la hegemonía global y que entiende que su seguridad interior depende de una proyección global exitosa para adquirir materias primas, energía, minerales críticos. Hasta hace poco, tenía un sistema de pesos y contrapesos en el Partido Comunista para que el poder no estuviese concentrado en una persona, pero ahora es una dictadura vitalicia en la persona de Xi Jinping, que quiere pasar a la historia y se compara con Mao. Su proyecto es completar la unificación de China con Taiwán. La previsión es que China empiece a crecer cada vez menos; es una sociedad con un problema demográfico muy grande, donde faltan millones de mujeres por la política de hijo único, con una crisis en el sector inmobiliario, que es un tercio de la economía china: todos los chinos que han comprado un piso en los últimos diez años han perdido dinero y para ellos esta es la manera de tener una pensión. El intervencionismo excesivo y torpe de Xi Jinping en la economía, junto a la salida a Estados Unidos y su desinversión en China, está causando muchas disrupciones y efectos muy negativos. El descontento empieza a ser muy serio, especialmente entre los más jóvenes de clase media, y esto acelera la posibilidad de un conflicto con Estados Unidos en la región. El único gran consenso que hay en Estados Unidos entre republicanos y demócratas es frenar a China; por eso está creando alianzas con Japón, Filipinas, Vietnam, Corea del Sur, Australia. Incluso ha impulsado el concepto del Indo-Pacífico con Japón para incorporar India a esa coalición que contenga a China.

Mencionas India, la mayor democracia del mundo (que el año pasado superó a China en densidad de población) y quinta economía global que aspira a convertirse en la tercera, rebasando a Japón y Alemania. ¿Cuáles son las principales consecuencias de su rol cada vez más relevante?

India por ahora no aporta mucho a la estabilidad global, pero hay que contar con este gran país. Es el rey de la triangulación, una vieja táctica de apoyo un día a unos y al día siguiente a sus rivales, para conseguir beneficios con ambos. Tiene una relación estrecha con Rusia en temas energéticos o de armamento, también con Estados Unidos para algunas cosas; menos con China, por temas de fronteras y de contenciosos pasados. Lo que India no tiene son capacidades globales, porque por ahora no las necesita, puesto que juega a la triangulación, igual que hacen potencias como Arabia Saudí, los Emiratos, Brasil o Sudáfrica. Además, está viviendo una evolución hacia un deterioro de su democracia: tiene un líder [Narendra Modi] que empezó siendo un liberal, pero que cada vez más responde al arquetipo de estos líderes fuertes, una deriva preocupante.

«Tenemos que ser capaces de hablar el idioma de una seguridad inspirada en valores democráticos»

¿Qué consecuencias tendrá en el tablero internacional el auge de actores como los países del Sur Global o los BRICS, bloque que empieza a tener un PIB superior al G7?

Yo creo que no son bloques, sino etiquetas que no responden a la realidad que intentan describir. En los BRICS hay muchísima heterogeneidad y en el llamado Sur Global todavía más –de tamaño, intereses, agenda exterior–. Desde un punto de vista occidental, no hay que aceptar la idea de bloques, sino de países no alineados con ninguno de los dos bloques (Occidental versus Sino-ruso). Lo que hay que hacer es atraerlos. Pero esa batalla la está ganando China, que se está aproximando mejor a países africanos, iberoamericanos y asiáticos en temas de financiación sin ponerles muchas condiciones ni preocupándose por cuestiones de Derechos Humanos. Occidente sufre de ensimismamiento, que en el caso de Estados Unidos se manifiesta en aislacionismo y populismo, y así se deja mucho espacio a países con una proyección global muy fuerte, como China. Tenemos que ser capaces de hablar el idioma de una seguridad inspirada en valores democráticos. La palabra seguridad engloba muchísimas cosas: defensa, pero también energía, tecnología, migraciones, salud –lo hemos visto con la pandemia–.

A finales de este año tendrán lugar elecciones presidenciales en Estados Unidos. ¿Está en juego el liderazgo de Estados Unidos? ¿Qué consecuencias tendría que Trump volviera a ocupar la Casa Blanca?

El sistema político americano está roto. El Partido Republicano ya no es ese partido conservador, sino un culto [a Trump] y el Partido Demócrata es [como] la corte de Versalles donde nadie se atreve a decirle al Rey Sol que está muy mayor y que debería irse a casa. El poder es adictivo, pero hay una responsabilidad de no haberte ido a tiempo y de no haber preparado tu sucesión. Biden no se fía de su partido, porque está muy polarizado: por un lado, una izquierda con unos postulados ideológicos muy agresivos y, por otro, una sensibilidad más centrista, que representaría el propio Biden. El gran problema de Estados Unidos sigue siendo la polarización, la gran mayoría de los republicanos piensa que los demócratas son peligrosos comunistas y la gran mayoría de los demócratas piensa que los republicanos son peligrosos racistas. Es una visión tribal de la política junto con un sistema electoral arcano, que favorece a los estados menos poblados –que son republicanos–. En noviembre es posible que el partido demócrata gane de nuevo el voto popular, pero lo determinante es el voto indirecto en el colegio electoral –en los siete estados llamados decisivos– donde hay más indecisión y puede ganar un candidato u otro. Las consecuencias para el mundo si gana Trump son [nefastas], porque es un Trump que sabe lo que quiere, que ha superado esa incompetencia inicial, que viene con un espíritu de venganza dispuesto a atacar a jueces, a medios de comunicación y con una visión del mundo muy peligrosa, porque solo hay jugadas en las que unos ganan y otros pierden. No admite el papel de las instituciones internacionales para hacer que todos puedan ganar –aunque unos lo hagan más que otros– y como proveedores de estabilidad.

«Europa necesita desarrollar su propia defensa y que sea compatible con la Alianza Atlántica»

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