El azul ultramar, también conocido como azul ultramarino, es uno de los colores más venerados en la historia del arte. Este pigmento, que ha sido utilizado desde tiempos antiguos, proviene del lapislázuli, una piedra semipreciosa y una de las palabras más preciosas de la lengua española Su producción, uso y evolución a lo largo de los siglos han dejado una marca imborrable en la historia del arte.
El nombre del color azul ultramar deriva del latín medieval «ultramarinus,» que significa «de más allá del mar.» Esto se debe a que el pigmento natural del azul ultramar era importado de Asia a través de rutas marítimas. El lapislázuli es particularmente abundante en lo que hoy es Afganistán. El pigmento, también conocido como ultramarino verdadero, es un polvo azul transparente que se extrae de la lazurita, componente principal del lapislázuli . Sin embargo, el proceso para extraer el pigmento azul puro de la piedra era extremadamente complejo y costoso, lo que hacía que este color fuera tan valioso como el oro en la Europa renacentista. Particularmente este color era usado para representar a la Virgen María y por ello también tenía un gran valor. Este azul incluso era llamado «azul verdadero» y encumbrado sobre todos los otros azules, que de por sí eran ya caros y altamente apreciados, siendo el azul el color más sutil y divino. Kandinsky escribió:
Entre más profundo se vuelve el azul, más poderosamente llama al ser humano hacia el infinito, despertando en él un deseo por lo puro y finalmente por lo supernatural.
El pigmento azul ultramar natural se destaca por su brillo y estabilidad, resistiendo la luz del sol, el aceite y el agua dura. Sin embargo, es muy sensible a los ácidos, lo que limita su uso en ciertas aplicaciones. A pesar de estos desafíos, el azul ultramar fue altamente apreciado en el arte europeo durante los siglos XIV y XV. Su vibrante color complementaba perfectamente otros colores preciados como el bermellón y el oro, siendo utilizado en manuscritos iluminados y pinturas religiosas.
El proceso de extracción del pigmento azul del lapislázuli era arduo. Los artesanos debían triturar la piedra, mezclarla con cera, resinas y aceites derretidos, y luego amasarla con una solución de sosa cáustica. Este método era necesario porque simplemente moler la piedra y enjuagarla con agua producía un polvo gris que no era adecuado para el arte. Esta dificultad hizo que el azul ultramar fuera un lujo reservado para los artistas patrocinados por mecenas ricos, como los Medici. Artistas sin estos recursos, como Durero, a menudo se veían obligados a renunciar a su uso o a buscar formas de financiar su compra.
El azul ultramar ha sido una constante fuente de inspiración y admiración a lo largo de la historia del arte. Uno de los ejemplos más notables de su uso es la famosa pintura de Vermeer, «La joven de la perla» (ca. 1665). Vermeer no escatimó en la aplicación de este pigmento, lo que eventualmente llevó a su familia a la ruina económica. A diferencia de Rafael, que utilizaba azurita para las capas base y reservaba el ultramar para la capa final, Vermeer aplicaba el azul ultramar con generosidad, reflejando la profunda influencia y fascinación que este color ejercía sobre los artistas.
El costo prohibitivo del azul ultramar natural impulsó la búsqueda de una alternativa sintética. En 1824, la Societé d’Encouragement ofreció una recompensa a quien pudiera desarrollar un sustituto viable. Dos hombres, Jean-Baptiste Guimet y Christian Gmelin, presentaron sus fórmulas casi simultáneamente. Aunque ambos reclamaron haber descubierto el método primero, Guimet fue finalmente reconocido con el premio. Este hito permitió la producción de «ultramar francés,» democratizando el acceso a este preciado color y revolucionando la paleta de los artistas de todo el mundo.
Hoy en día, el azul ultramar sigue siendo un color muy valorado en el mundo del arte, si bien ya tiene un reemplazo sintético. Su rica historia y su profundo impacto en la cultura artística lo han convertido en un símbolo de lujo, perseverancia y creatividad. Desde las cuevas de Afganistán hasta los talleres de los maestros renacentistas, el azul ultramar ha dejado un legado duradero que continúa inspirando a los artistas contemporáneos.
Imagen: Madonna de Giovanni Bellini
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