El enigma de la conciencia sigue siendo uno de los desafíos más desconcertantes tanto en la ciencia como en la filosofía. Lo que los filósofos llaman «conciencia fenoménica» o «qualia» elude una explicación científica completa.
Según el modelo estándar de la física, el universo está compuesto por 61 partículas elementales. Estas partículas constituyen todo, desde estrellas y planetas hasta rocas y relojes, e incluso seres humanos, cuando estas partículas se organizan para formar objetos inanimados, como rocas o relojes, el resultado es simplemente un objeto con propiedades físicas como forma y peso. Sin embargo, como explica el filósofo de la Universidad de Oxford, Ralph Weir, cuando se organizan para formar un ser humano, el resultado es muy diferente: no solo obtenemos un organismo biológico, sino también una mente que experimenta el mundo desde una perspectiva en primera persona, llena de colores, sonidos, sensaciones y emociones. La mente no sólo es el más grande misterio del universo, toda tarea de conocer el universo depende de la mente.
Este mundo interno de experiencia es lo que los filósofos llaman «conciencia fenoménica.» Incluye la rica vida interior que experimentamos cuando disfrutamos una taza de café, observamos el brillo del sol sobre un lago o reflexionamos sobre eventos históricos. Tanto científicos como filósofos se han desconcertado sobre cómo una disposición de partículas inconscientes puede producir un mundo interno tan vívido y subjetivo.
Para comprender el desafío de explicar la conciencia, es crucial distinguir entre «conciencia funcional» y «conciencia fenoménica.» La conciencia funcional se refiere a la capacidad de un organismo para comportarse de ciertas maneras, como responder a su entorno o a estados internos. Este tipo de conciencia puede entenderse en términos puramente físicos, ya que implica comportamiento observable y respuestas a estímulos.
La conciencia funcional, aunque compleja, es relativamente más fácil de explicar porque puede reducirse al movimiento e interacción de partículas en respuesta a estímulos externos. En contraste, la conciencia fenoménica abarca los aspectos cualitativos de nuestras experiencias, el «cómo se siente» ser consciente. Esta dimensión cualitativa es la que plantea el verdadero desafío para la explicación científica.
Muchos no filósofos creen que explicar la conciencia es cuestión de resolver un complejo rompecabezas cerebral. Suponen que con suficiente investigación y datos, los científicos eventualmente descubrirán la base física de la conciencia. Sin embargo, los expertos en el campo reconocen que el problema es mucho más intrincado.
Existen varias teorías influyentes sobre los correlatos físicos de la conciencia. Por ejemplo, la «teoría del espacio de trabajo global» sugiere que la conciencia surge de procesos específicos en el cerebro que intercambian información a través de varias regiones. Otra teoría postula que la conciencia emerge en sistemas que exhiben un alto grado de «información integrada.» Aunque estas teorías proporcionan valiosas ideas sobre el funcionamiento del cerebro, no logran explicar por qué estos procesos físicos van acompañados de experiencia consciente.
Explicar por qué existe la conciencia requiere más que identificar correlatos físicos; demanda una conexión conceptual entre procesos físicos y experiencia subjetiva. En las ciencias físicas, las explicaciones a menudo implican tales conexiones conceptuales. Por ejemplo, las propiedades del agua como líquido pueden explicarse por la fuerza de los enlaces de hidrógeno entre las moléculas de H2O, que explican su fluidez y otras propiedades macroscópicas.
En contraste, no existe una conexión conceptual análoga que pueda explicar cómo los procesos físicos dan lugar a la conciencia fenoménica. Cualquier disposición de partículas podría, en principio, ocurrir sin ninguna experiencia consciente acompañante. Esto es evidente en el funcionamiento de puertas automáticas, plantas o computadoras, que responden a estímulos sin experimentar nada.
La dificultad de explicar la conciencia plantea un desafío significativo al materialismo, la visión de que todo sobre la mente puede reducirse a procesos físicos. Si la conciencia no puede explicarse completamente por la ciencia física, sugiere que nuestra comprensión actual del universo es incompleta.
Esta realización ha llevado a algunos investigadores a explorar perspectivas alternativas, como el idealismo, que postula que la realidad es fundamentalmente mental. Otra idea intrigante es el panpsiquismo, que sugiere que la conciencia es un aspecto fundamental del universo, presente en todas las cosas en diversos grados.
La brecha conceptual entre procesos físicos y conciencia fenoménica tiene profundas implicaciones. Nos obliga a reconsiderar nuestra comprensión de la mente y su lugar en el universo. A medida que la tecnología avanza, preguntas sobre la inteligencia artificial y la transferencia de la mente se vuelven más urgentes. ¿Puede una IA ser realmente consciente? ¿Es posible transferir la conciencia humana a un medio digital?
Reconocer las limitaciones de una explicación puramente física de la conciencia es el primer paso para abordar estas preguntas. Abre la puerta a nuevas vías de investigación y nos obliga a replantear nuestras suposiciones fundamentales sobre la naturaleza de la realidad.
https://pijamasurf.com/2024/08/por_que_la_ciencia_nunca_podra_explicar_la_conciencia/
Solo la ciencia puede explicar la conciencia, ya que solo ella aporta datos, pruebas y experimentos. Los demás ámbitos del conocimiento se basan en suposiciones y teorías que son, por definición, especulativas y no decisorias.
Si la ciencia no puede, nada podrá.
Si en vez de llamar a éstos programas informáticos nuevos » inteligencia artificial » los llamáramos » programas de alta potencia computacional «, que es lo que son, nos evitaríamos mucha fantasía y bobadas. Pero nos gustan los nombres pomposos y ampulosos y acabamos víctimas de ellos.