Entre la realidad, nuestra visión de la realidad y nuestras expectativas sobre esa realidad a veces existe un trecho tan grande que amenaza con convertirse en un abismo. Y cuanto más grande sea esa distancia, más desadaptativas se volverán nuestras respuestas, menos metas lograremos y más frustrados nos sentiremos.
La tendencia a vivir en el mundo que imaginamos y/o deseamos puede convertirse en un arma de doble filo que juega en nuestra contra porque nos aparta peligrosamente de la realidad. Por eso, aunque sea muy tentador cerrar los ojos ante los hechos, necesitamos aceptar la vida como es.
La tensión entre el mundo ideal y la realidad
La mente humana posee una capacidad asombrosa para proyectarse al futuro, una habilidad que, si bien nos ha permitido adaptarnos y evolucionar a lo largo del tiempo, también tiene una contraparte negativa ya que puede generar una constante fricción con la realidad.
Todos tenemos la tendencia a soñar y comparar. Proyectamos escenarios ideales y contrastamos lo que es con lo que suponemos que debería ser. Esa continua tensión entre la realidad y el deseo, entre los hechos y nuestras expectativas, no solo modela nuestras experiencias, sino que también puede convertirse en una fuente de tensión psíquica si no sabemos gestionarla adecuadamente.
En ese sentido, cuando Freud analizó las pulsiones y su relación con la realidad, observó cómo el principio de placer que nos impulsa a buscar la satisfacción inmediata, debe ser moderado por el principio de realidad, que introduce la necesidad de postergar el placer en función de las condiciones externas. A lo largo de ese proceso se gesta la madurez psicológica, entendida como la capacidad para negociar las demandas internas y las imposiciones de la realidad.
Sin embargo, cuando vivimos en una sociedad que envía constantemente el mensaje de que debemos tenerlo todo y sin dilaciones, el equilibrio natural entre esos principios se rompe o jamás se alcanza, de manera que muchas personas se quedan atrapadas en un ciclo de frustración y fantasía, donde el “ideal” ejerce una presión constante sobre la realidad. ¿El resultado? No llegan a aceptar la vida como es.
Las mil trampas de la ilusión
De cierta forma, la creación de esas fantasías puede ser una forma de regresión, un retorno a formas de pensamiento y comportamiento más primitivos que nos sirve para evitar el dolor o la frustración del presente. Generalmente ese mundo ideal ofrece una sensación de control y perfección que la realidad no puede proporcionar, por lo que se convierte en una especie de “refugio”.
Sin embargo, negar lo que nos incomoda no hará que desaparezca, así como ignorar un problema no lo solucionará. Cuando estas fantasías se convierten en el centro de nuestra vida, la capacidad de afrontar y adaptarse a la realidad se ve seriamente comprometida. Ese desajuste entre lo que deseamos y la realidad acaba generando frustración, ansiedad, insatisfacción y sufrimiento, además de poner en marcha mecanismos de defensa como la negación.
Vivir en un mundo idealizado suele conducir a una creciente alienación de la realidad. Ese distanciamiento no es solo externo – respecto al mundo que nos rodea – sino también interno, de nuestro sentido del yo. Poco a poco, vamos experimentando una disonancia y la personalidad se va fragmentando ya que nos vemos obligados a “desdoblarnos” en diferentes versiones para habitar esos mundos tan diferentes. No obstante, antes o después esos universos colisionarán.
El presente, un regalo en sí mismo
Atarnos a nuestras expectativas sobre lo que debería ser solo nos conducirá a una lucha constante contra el presente, negando lo que es a favor de lo que imaginamos y deseamos que sea. Viktor Frankl, en cambo, subrayaba la importancia de encontrar significado incluso en las circunstancias más adversas. Decía que la vida cobra sentido precisamente en la confrontación con lo incontrolable.
Aceptar la vida tal como viene no implica resignarse sino poner en práctica una aceptación radical a partir de la cual podemos reconstruirnos y replantearnos nuestras metas. No podrás mejorar las cosas si primero no estás dispuesto a aceptar la vida tal como es. Aunque no te guste. Recuerda que…
- Antes de que podamos disculparnos, debemos aceptar que estamos equivocados.
- Antes de que podamos perdonar, debemos aceptar el dolor que sentimos.
- Antes de que podamos soltar, debemos reconocer aquello a lo que nos aferramos.
- Antes de que podamos encontrar la fuerza, debemos aceptar nuestra vulnerabilidad.
- Antes de que podamos sanar, debemos reconocer la herida emocional.
- Antes de que podamos crecer, debemos reconocer que estamos estancados.
- Antes de que podamos vivir lo que nos espera, debemos dejar ir lo que hemos planeado.
Necesitamos recordar que el presente es un regalo en sí mismo. Pero a menudo, estamos tan ocupados pensando en cómo nos gustaría que fueran las cosas que nos olvidamos de apreciar lo que tenemos aquí y ahora. Cada momento es único e irrepetible. Y si no lo vivimos plenamente, lo perdemos para siempre.
“La vida es una obra de teatro que no permite ensayos… Por eso canta, ríe, baila, llora y vive intensamente cada momento… antes de que el telón baje y la obra termine sin aplausos”, aconsejaba Charles Chaplin. Y no andaba nada desacertado.