Psicoanálisis, filosofía existencial y cábala: Erich Fromm sobre el amor

Para el psicólogo social y filósofo Erich Fromm, el amor es enigmático y a la vez la respuesta a un problema: la existencia humana es desde el nacimiento un estado de separación o separatividad. La completud o reconocer lo no delimitado, aunque desde la individualidad, eso es el amor como regreso no hacia el pasado antes de nacer, sino como actividad interior:

Si el amor fuera sólo un sentimiento, no habría base para la promesa de amarnos para siempre. Un sentimiento viene y puede irse. ¿Cómo puedo juzgar que permanecerá para siempre, cuando mi acto no implica juicio ni decisión?

Esta es la conclusión fundamental del libro de 1956 El arte de amar, obra de una de las principales figuras de la famosa escuela de Fráncfort, basada en utilizar las potencialidades analíticas del psicoanálisis, el marxismo y el giro filosófico hacia el lenguaje.

La respuesta madura al problema de la existencia es el amor.

Esta conclusión de Fromm no es una frase motivacional y debe comprenderse desde sus influencias. Para el padre del psicoanálisis Sigmund Freud, el amor es más que una pulsión. Se trata de lo más constitutivo y contradictorio porque, por un lado, es el estado del yo cuando se siente igual a la otra persona, y por el otro, el subjeto sitúa el yo mismo como objeto de amor y en el absoluto del mundo, siendo una idealización narcisista desarrollada sobre otro ser.

La idealización permite el placer o la felicidad erótica, aunque también una constante insatisfacción ante lo que es imposible para lo subjetivo. Es esta parte del amor la que opera desde el inconsciente e implica un padecimiento propio de nuestra condición humana: la dificultad del encuentro con el otro. En el libro de 1914 Introducción al narcisismo, Freud escribe:

Aquí, como siempre ocurre en el ámbito de la libido, el hombre se ha mostrado incapaz de renunciar a la satisfacción de que gozó una vez. No quiere privarse de la perfección narcisista de su infancia, y si no pudo mantenerla por estorbárselo las admoniciones que recibió en la época de su desarrollo y por el despertar de su juicio propio, procura recobrarla en la nueva forma del ideal del yo. Lo que él proyecta frente a sí como su ideal es el sustituto del narcisismo perdido de su infancia, en la que él fue su propio ideal.

Amar es la situación de mayor riesgo para la constitución narcisista del yo, porque el sujeto queda a merced de la voluntad, del goce, de la imperfección realista y de la mortalidad de otro. El amado se vuelve en angustia ante la posibilidad de perderlo y de perderse al yo idealizado. Esto no puede resolverse mientras se confine al amado en un estatuto de objeto, es decir, en el dominio imaginario del amante, programado para reforzar constantemente la identidad limitada del ego, el sentido de quiénes somos. Por eso el amor es neurótico, ya que implica un placer narcisista y una renuncia a este placer, una muerte del yo para permitir vivir a otra subjetividad.

Es curioso que la definición de “ego” para la Cábala o Qabbaláhקַבָּלָה, así como para otras formas de la hermenéutica del judaísmo, sea: deseo de recibir placer, identidad muy importante para la vida humana, pero sin el poder de amar. Esta noción pudo ser familiar para dos judíos culturales como lo fueron Freud y Fromm, lo mismo que aquella sobre el carácter enigmático, posibilitante y contradictorio del amor. Para la Cábala, el ego ciertamente goza en la medida en que otra persona lo hace sentir, pero se trata de una experiencia de necesidad.

El amor verdadero o la intimidad universal, sin embargo, no surgen del ego, sino que desarrollan algo más de la identidad. Para experimentar su poder, hace falta entrar en contacto con una parte diferente de uno mismo que es, a la vez, un más allá.

En el libro de 1976 ¿Tener o ser?, Fromm parte precisamente de esta distinción psicológica y metafísica. Algunas experiencias cotidianas como aprender, recordar, hablar, conocer, creer o amar pueden basarse en la absorción constante y utilitaria de información. Esto es “tener”, sin embargo, “ser” responde a un interés genuino. Uno no puede “poseer” todo lo que es, pero uno puede ser todo si, paradójicamente, no acapara al bien como al ser. Esto reproduce la propuesta filosófica de Martin Heidegger sobre una distinción entre, formas de existencia inauténticas, basadas en una relación con entidades, y una existencia auténtica, basada en el ser.

Esto sigue siendo “uno mismo” porque es interior. Para Fromm, el amor no implica tener o una mera fijación en otra persona, sino la orientación de un individuo hacia el ser o hacia el mundo auténtico no traducido por las claves de la necesidad y la propiedad, aunque implica un sentimiento dentro de sí mismo. Esto permite que nuestro “interior” no solo “e-xista” o salga al mundo, “olam” en hebreo, que también quiere decir por igual “eterno”, “tiempo” e “indefinido”: dejamos también de poseernos y el interior individual vuelve a conocerse como un gran espacio.

Tiene sentido que Freud y la Cábala partan del problema de la separación y del amor maternal que, para el no nacido o no existente, fue “omniabarcante” alguna vez. Deseo e satisfacción no estaban disociados en el útero, como tampoco el olam que es uno estaba separado de “El-Olam”, el Dios eterno que era todo el ser hasta contraerse para hacernos espacio.

Fromm recuerda que una pareja, por ejemplo, es un ser autónomo y no solo una experiencia del yo, una idealización de la madre o del yo sin conflicto que advirtió Freud. Nuestra madre fue para nosotros todo lo que éramos y todo el universo, pero, desde nuestro nacimiento, se sitúa fuera de nuestro dominio, lo traumático de la necesidad para el inconsciente.

Sin embargo, la relación con el otro enseña a reconocer una actividad interior. La madre ofrece consuelo al nacido, la empatía y el cuidado compasivo que puede perdurar toda la vida. Para la Cábala, esto es la contracción de uno mismo con el poder que es nuestro interior y como el poder del mundo, algo que realiza el propio Dios en la y como la eternidad.

Y vuelve ser curioso que otro autor judío nos permita entender mejor el pensamiento sobre el amor de Fromm. El filósofo Martin Buber hizo su propia distinción entre las relaciones “yo-ello” y “tú-yo”, similares al contraste del psicólogo alemán entre tener y ser.

Yo-ello es una relación basada en la mencionada recolección de datos que uno puede analizar, clasificar y, después, reflexionar. El objeto de la experiencia o el “ello”, por ejemplo, cosas, animales, personas o el propio Dios, se utiliza, se conoce o sirve a un propósito. Esto se vive en términos de cantidades, puntos de referencia concretos en el espacio y el tiempo.

Toda vida real es encuentro.

Esto es lo que enfatiza Buber como ser o autenticidad, la posibilidad de “encuentro” que es la relación entre “tú” y “yo”. Aquí el “objeto” al que un sujeto se enfrenta permite participar a ambos en “algo más”. Yo y tú cambian a través de esta relación activa cara a cara, en el mismo nivel o corazón con corazón. El Tú es totalidad y no puede ser tratado en un tiempo y en un espacio concretos. El tú, una pareja o un amigo, es en última instancia el tú de lo infinito.

En cada encuentro tú y yo puede suceder ese algo más, una duración y una plenitud que son tales por ser inexactas y una relación absoluta que se remite a Dios, olam en, ante y como El-Olam según la Cábala. Para Buber, este tipo de relación no puede ser “buscada”, pero nos prepararnos para ella en la actividad de todos los aspectos de nosotros mismos:

El mundo no es comprensible, pero es abrazable: a través del abrazo de uno de sus seres.

Para Fromm y Buber, la clave para la responsabilidad y para el cariño hacia nuestro ambiente natural o social es esta caridad de y hacia todos los seres como tú. En la Cábala se trata de la Luz de Dios en cada uno de nosotros. No podemos robarnos la energía unos a otros, pero podemos compartir aquella que irradiamos a través de nuestro crecimiento existencial.

Imagen: Erich Fromm, PsicoActiva.

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