Resulta muy llamativo que en las tradiciones budistas del Himalaya se crea en la capacidad de algunas personas fuera de lo común de seguir en meditación incluso después de la muerte.
El término para esta continuidad es “tukdam”, que hace referencia a alguien cuya mente está absorta en meditación, generalmente en referencia a un gran maestro que logra fundirse conscientemente con la luminosidad del bardo.
Sin embargo, ¿es posible el tukdam después de la muerte? En países como Mongolia, Birmania, Pakistán, India, Bután, Nepal y la región del Tíbet se piensa que ciertos monjes maestros continúan en un estado meditativo entre la vida y la muerte que evita algunos de los signos habituales de la muerte clínica de la persona y de la descomposición del cuerpo. Pero ¿qué es lo que sucede mientras morimos de acuerdo con las instrucciones acumuladas de los lamas?
En el budismo esotérico del Himalaya no se desvincula a la muerte a modo de un sesgo existencial, siendo considerada una intersección entre existencias kármicas que puede emplearse como una oportunidad única para trascender el ciclo de renacimientos y alcanzar la iluminación. Para este fin es importante analizar lo que pasa en el proceso que es “morir” o la “disolución psicosomática” dentro del budismo tibetano.
La descomposición de la unidad física, con la pérdida de funciones vitales, funciones motoras, percepción sensorial, capacidades cognitivas y emociones, se trata del derribo de una serie de neurocentros de energía vital o de la disfunción de los famosos cinco elementos, tierra, agua, fuego y aire, en tanto las bases de la vida psicofísica de la consciencia.
De acuerdo con Pénor Rinpoché, en el proceso de la muerte, el neurocentro del ombligo se descompone, lo que da lugar a síntomas físicos como la pérdida de fuerza y motricidad. Esta primera disolución es la del elemento tierra en agua, seguida de la del agua en fuego, la del fuego en aire, la del aire en espacio, provocando que los neurocentros del corazón, la garganta y los órganos reproductores cesen por completo. Con la descomposición de esta unidad fisiológico energética, el “lékyi lung” o la respiración empieza a desaparecer poco a poco.
Solo entonces, la quintaesencia del material genético de nuestro padre, un líquido blanco, baja de la parte superior de la cabeza, y la quintaesencia del material genético de nuestra madre, un líquido rojo, sube desde el centro del ombligo, ambos encontrándose en el corazón. Quien está muriendo pueden vislumbrar formas de luz diferentes y, una vez que los líquidos rojo y el blanco se fusionan, la persona queda completamente en blanco e inconsciente.
Puede ser terrible este oscurecimiento y derrumbe de la organización del cuerpo, la cual permitió la vida mental y emocional. Sin embargo, también es una oportunidad para la conciencia desnuda de identificarse con la naturaleza innata y adual de la existencia, siendo el proceso de morir también uno de desvanecimiento de una serie de impresiones, cuarenta de apego, treinta y tres de agresión y siete de estupidez. Esta perdida momentánea de principios de individualidad o contingentes es un estado de luminosidad fundamental conocido como “zhi ösel”. Se trata de una fracción de segundo en la que podría ser posible alinearse con todas las cosas tal y como son o siendo vacías, es decir, sin nuestras opiniones, prejuicios y emociones.
Esta “percepción de la vacuidad” o fuera de la fragmentación de las cosas como entidades, conceptos, esencias o “yoicidades” es el punto de mira de los Budas. Esta oportunidad en el proceso de morir no debe ser desperdiciada, por lo que es común que los lamas acompañen en las personas que agonizan para ayudarlas a que la aprovechen, permanezcan en tukdam y se fusionen con esta la luminosidad sin principio ni fin y cualquier otra delimitación.
Quienes no se iluminen en esta fase de descomposición, aún podrían tener la oportunidad de iluminación en otro momento del proceso de morir conocido como “chönyi bardo” o el bardo de dharmatā. Se trata de una “regresión” o “revisión” de lo más innato en la vida, visiones, sonidos y experiencias antes de volver a nacer, a veces pesadillescas. Ver estas formas como energías brillantes y conectarse con ellas bien podría permitir al fallecido seguir en tukdam y no individualizarse.
Lo más común es que las personas no sean capaces de seguir en tukdam mientras mueren y lograr la permanencia en esta luz fundamental. No tener éxito en las fases de descomposición, chikha, o de recomposición, chönyi, lleva a la conciencia a renacer una vez más en ciclo de la existencia, mientras el cuerpo se vuelve blando, pierde color, emite secreciones y hiede.
Sin embargo, aquel que permanece en tukdam en el bardo o muerte se convierte en un Buda y su cuerpo no sufre todo el proceso habitual de desintegración. Sus músculos permanecen tensos, su piel sigue brillante y su corazón conserva algo de calor como si mantuviera alguna función subliminal. Incluso se cree que esta transformación tiene signos externos, por ejemplo, luces inusuales, terremotos suaves, un arcoíris y una llovizna benéfica y generosa.
No hay que olvidar, sin embargo, que para el budismo esotérico de los Himalaya y en todas sus expresiones en el mundo, el tukdam después de la muerte no es la única oportunidad para la iluminación y esto no tiene como única evidencia las característica de las momias de los maestros no renacidos gracias a este método. Tampoco sería adecuado exagerar las afirmaciones sobre este fenómeno, aunque resulta conmovedora la conexión reverente de los fieles con los posibles casos genuinos de tukdam en el bardo o el gran momento de transformación.
Imagen: momia de un monje en supuesto tukdam permanente, Lama Lena.
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