Todo el mundo conoce o se ha relacionado con gente que solo sabe criticar.
Son esas personas que siempre te dicen que la última película que fuiste a ver al cine no hay por dónde cogerla, que la serie de televisión que estás viendo es una pérdida de tiempo, que el libro que estás leyendo ni siquiera debían haberlo impreso o que tu destino de vacaciones era lo peor.
También critican las relaciones.
Su pareja es insufrible. Los amigos son más falsos que Judas. Los padres se equivocan religiosamente en la educación de sus hijos. Y los hijos también se equivocan religiosamente en la relación con sus padres…
Algunas de esas personas han refinado sus habilidades criticando, de manera que lo hacen con gran dominio del lenguaje, recurriendo a elegantes referencias culturales y con un derroche de cinismo apreciable. Otras critican simple, directa y agresivamente. La diferencia solo es formal, en la base se esconde la misma hiel.
La crítica como expresión de una profunda incapacidad
Hay críticas y críticas.
Los criticones compulsivos critican para destruir. No corrigen, solo destrozan. Destruyen sin reconstruir. Destilan veneno y pesimismo.
En general, cuanto más inteligente es una crítica, menos probable es que se encuentre contaminada por el objeto criticado. O sea, intenta ir más allá de lo que se juzga. Sin embargo, las personas criticonas opinan para evitar que se cree algo positivo a partir del objeto juzgado.
Después de leer un libro o ver una película, por ejemplo, podemos criticarlo. Pero si lo hacemos trizas, simplemente no lograremos sacar nada ventajoso del tiempo que le hemos dedicado. En cambio, si lo analizamos asumiendo cierta distancia psicológica, es probable que logremos ver tanto los aspectos positivos como negativos – o que al menos podamos aprender algo de la experiencia.
En el plano de las relaciones, la gente que solo sabe criticar se enfoca en destrozar a quien estuvo a su lado. De esa forma transforma el tiempo que duró la relación en una nada absoluta, una pérdida de tiempo de la que no saca ningún provecho. En contraposición, si valorase las cualidades y experiencias positivas podría darle un sentido más constructivo a lo vivido.
A fin de cuentas, como escribiera el filósofo Henry F. Amiel “la crítica convertida en sistema es la negación del conocimiento y de la verdadera estimación de las cosas”. La persona que solo sabe criticar se enfoca en lo negativo – única y exclusivamente.
Una vez destruido el objeto de su odio, sonríe con satisfacción. Sin embargo, la satisfacción narcisista de haber destruido al “enemigo” nubla su juicio, no comprende que antes de derribarlo – metafóricamente hablando – podría haber aprendido algo de él.
Los comentarios de las personas que solo critican son destructivos. No enriquecen y no se puede aprender de sus palabras puesto que no ofrecen argumentos válidos e inteligentes que permitan reflexionar o sirvan como palanca del cambio.
No aportan. No construyen. Su crítica es un gesto efímero que, una vez agotada la satisfacción del ego, no deja nada a su paso. No proporciona crecimiento personal ni social. NADA.
De la crítica destructiva a la crítica constructiva
El objetivo no es desterrar la crítica de nuestra vida. Pero como decía William Penn, “solo tienen derecho a criticar quienes tienen corazón para ayudar”. La crítica es necesaria, pero como acto constructivo.
Por tanto, no puede ser el resultado de la “fermentación” que proviene de una visión pesimista y egocéntrica. Debe comenzar por reconocer el bien y, una vez identificado, hacerlo nuestro para poder usarlo de otras maneras, quizá muy alejadas del objeto criticado, pero mucho más edificantes y desarrolladoras.
El problema de las personas que solo critican – y de la sociedad de los últimos tiempos en general – es que miran la vida a través del prisma erróneo. Parafraseando al dramaturgo Valeriu Butulescu, debemos asegurarnos de no convertirnos en esos críticos que “ven la música y oyen la pintura”.
La pregunta no es por qué detestas un libro o por qué tu historia de amor se está desmoronando a ojos vistas. La pregunta más bien sería: qué podría convertir ese libro en una obra maestra o qué deberías hacer para que tu relación funcione.
Quizá combinar lo bueno de muchos libros malos pueda gestar una gran novela. O quizá para construir una bonita historia de amor sea suficiente con extrapolar los gestos positivos de todas esas relaciones que salieron mal en el pasado. Criticar por criticar no sirve de nada.
Las cosas no son ni buenas ni malas en sí mismas, son únicas. Basta comprenderlas mejor y aceptar que no son perfectas. Así podríamos aprender algo útil para mejorar nuestra vida y el mundo que nos rodea.