El sabio del bosque

Extractos – Miguel Amez Alonso

El sabio del bosque

Por Miguel Amez Alonso

El swami era de estatura media, tenía los ojos oscuros y una poblada barba morena y canosa.
Llevaba un pañuelo anaranjado que le cubría la cabeza y vestía una vieja túnica de color amarillo. Era enjuto y de mirada enérgica y misteriosa, potenciada por el bindi (1) en su entrecejo. Portaba un bastón pero se movía hábilmente a pesar de su edad. Se sentó en el suelo sobre una esterilla. Javier hizo lo propio. Ambos estaban frente a frente, apenas separados un metro. La mirada de Harshananda echizaba.

―Eres bienvenido. ¿Por qué has venido hasta aquí? ―preguntó el jnani.
―Un amigo decidió traerme.
―Tu curiosidad te ha traído hasta aquí. Esa curiosidad exterior tiene que ser transmutada en curiosidad interior.

Javier frunció el ceño. El sabio prosiguió:
―Toda tu curiosidad debe estar enfocada en la consciencia y nada más que en la consciencia, en esa sensación de existencia que te asalta cuando despiertas después de dormir y te acompaña a lo largo del día. Debes permanecer todo el tiempo en esa consciencia. La curiosidad exterior impedirá cualquier progreso en tu camino hacia la autorrealización. Ya tienes todos los ingredientes necesarios para conocer tu verdadera naturaleza. Ese que llamas amigo es tu gurú. No lo abandones. Mi enseñanza no es distinta de la suya. Visitar a diferentes yoguis o ermitaños o peregrinar a lugares sagrados es solo entretenimiento, curiosidad exterior. No te engañes a ti mismo. Tu gurú te ha indicado cómo debes proceder. Sigue sus consejos.

―¿Conoce usted a Pal? ¿Ha sido discípulo suyo?

El anciano apuró una taza de té antes de contestar:
―Yo no hago discípulos. Hago gurús. Él estuvo tres meses viniendo a esta ermita, venía de un ashram en el que había estado algunos años. Después de su estancia aquí dejó el ashram.
―¿Es Pal un jnani? ―preguntó Javier.
―Él y yo somos uno y lo mismo. Mañana volverás con él.
―¿Son suficientes tres meses para establecerse en la propia naturaleza de uno?
―Tú ya eres Eso. Tú eres sin tiempo. Es anecdótico el tiempo que tu gurú estuvo aquí. Pudo haberse fundido con lo Absoluto en su primer día aquí, o en el último. ¿Qué importancia tiene eso? El tiempo y el espacio están aquí debido a la consciencia. Todo lo que tu gurú te dice es que trasciendas la consciencia. El tiempo y el espacio se vendrán abajo. Esta misma noche puedes soñar que estás en un país desconocido durante varios días. ¿Dónde está ese país del sueño y dónde está el tiempo de ese sueño cuando te despiertas?
―Practico día tras día, pero la mente sigue bullendo.
―Cuando algo está hirviendo no esperes que se enfríe instantáneamente. El proceso de enfriamiento de la mente ha comenzado. Tan solo no lo interrumpas. Sigue con la sadhana. Pero aún si continuasen proliferando pensamientos en el escenario de la consciencia, ¿qué importa? Esquívalos de la misma manera en la que esquivarías las balas en medio de un tiroteo.
―Mi pasado me atormenta.
―Quita el “mi”. No hay ni “yo” ni “mío”. Eso es auto identificación con el cuerpo. Quita también la palabra “pasado”. Te he dicho que no hay tiempo. Es una ilusión. Esa idea debe partir. Todos los conceptos deben partir. Tu sufrimiento es un concepto cimentado sobre otros conceptos.
Quién tú eres no sufre nunca. Deja de enfocarte en el cuerpo y en la mente, que es lo que estás haciendo cuando te hundes en el fango de tus recuerdos, algunos alegres y otros traumáticos.

El swami se incorporó lentamente. Cogió una silla y se sentó al lado de Javier, que permanecía en posición de loto. Extendió su brazo derecho y colocó la palma de su mano en la frente de su huésped, que paulatinamente empezó a entrar en un estado apacible, sosegado y a la vez radiante, hasta ahora desconocido para él. Pensamientos, sentimientos y emociones se habían ido de repente sin dejar rastro. Javier se había convertido en una nada rebosante, en la que no había necesidades de ningún tipo, era una nada completa. Pudieron pasar minutos o incluso horas, ¡qué importaba!, había perdido la noción espacio-tiempo y por fin había estado libre de todo aquello que le afligía en el día a día. Había entrado en un estado similar al sueño profundo dentro del estado de vigilia, aunque las palabras no llegan a describirlo. Más tarde el sabio hizo chocar dos crótalos tibetanos, cuya vibración sacó a Javier de su ensimismamiento. La quietud reinaba en la morada del swami, lejos de los agobios de la sociedad moderna. Javier, aún absorto, iba poco a poco perdiendo ese estado tan embriagador al que le había llevado el ermitaño:
―¡Cuánto tiempo he perdido en esta vida! ―pensó― ¡Tantos años viviendo en la ignorancia, en un sueño, en un mundo sin sentido! ¡Y aún no sé quién soy!
―Siempre has estado en casa. Recuérdalo. ―Dijo el swami como si pudiese escrutar la mente de su interlocutor―. No hay nadie que viva una vida. Es la consciencia la que está experimentando todos los aconteceres. Pero, tú, lo Absoluto, eres incluso antes de esa consciencia, eres el testigo de ella.
Así pues, ¿quién es ese que ha desperdiciado tiempo en la vida?

Javier se quedó helado. El gurú del bosque había penetrado su mente. ¿De verdad era eso posible? Siempre había sentido fascinación por los hacedores de milagros:
―¿Puede instruirme en la adquisición de poderes psíquicos?
―Olvida todo eso. No sirve para nada. Si tiene que acontecer un milagro, ocurrirá. ¿No es el mayor milagro la aparición de esta consciencia “yo soy” desde el estado de no conocimiento? ¿No es tremendamente milagroso que en lo Absoluto, que no sabe de su existencia, haya aparecido esta noticia “yo soy”? Ese es el mayor milagro, y descifrarlo es lo único que vale la pena. Por lo demás, todo lo que pueda parecerte sobrenatural o milagroso no merece la más mínima atención. ¡Buscar la adquisición de poderes no es de ninguna utilidad! Si está en tu destino, ellos vendrán a ti, pero no los busques. Tu misión es morar en lo Más Alto.
―Esta experiencia que he tenido después de que usted tocara mi frente, ¿cómo ha sido posible?
―Ninguna experiencia es real. La experiencia, el experimentador y lo experimentado deben fundirse en lo Eterno. He querido aliviar tu sufrimiento. Recuerda que puedes entrar en ese estado por ti mismo. Rompe tu apego con el cuerpo-mente. Dale vacaciones eternas a tus pensamientos.
―Lo intento ―respondió Javier.
―¿Quién lo intenta? Es la mente la que está respondiendo.
No estoy pidiendo que la mente haga algo concreto. Si la mente trata de poner fin a los pensamientos jamás lo conseguirá. Es como el ladrón que se disfraza de policía para atrapar al ladrón. Fracasará inevitablemente. Para romper ese bucle de pensamientos debes rendirte a la consciencia. Ella es tu gurú. Permanece en “yo soy”. La sensación de ser aparece y tras ella emergen los pensamientos. Establécete firmemente antes de ellos, en su fuente, en la consciencia.
Ése es el método. Aquí es donde puedes identificar a un pseudo-gurú a leguas. Ellos aconsejan a sus discípulos deshacerse de la mente a través de un sinfín de prácticas que se basan en la mente. Así es imposible.

¡Cuántos guías ciegos han llevado a buscadores genuinos a la perdición! El swami aconsejaba a Javier que estuviese alerta, porque sobre todo en la India había gran cantidad de falsos maestros espirituales, que habían convertido la espiritualidad en una forma de ganarse la vida. Muchos de ellos habían alcanzado una situación económica muy próspera, siendo éste el verdadero fin de su actividad, y habían cazado en sus redes a todo tipo de buscadores, sobre todo a los más inmaduros e ingenuos. Pero también había rastreadores de lo Inefable que habían tenido la fortuna de encontrar a maestros genuinos, algunos verdaderamente accesibles en algunas de las más bulliciosas calles de algunas ciudades indias, otros en algún ashram y los más inaccesibles en lugares más escondidos y apartados, como los que vivían en algunas cuevas recónditas del Himalaya. El swami prosiguió:

―Un buen consejero espiritual te lleva a indagar por ti mismo.
Te lleva a la emancipación, nunca a la dependencia. Él sabe que la verdadera guía está dentro de uno mismo.
―¿Tuvo usted un maestro? ―preguntó Javier.
―Sí. Lo tuve.
―¿Cómo supo usted que él era un maestro genuino?
―Al principio no lo supe. Ocurrió que confié en él y puse en práctica sus enseñanzas. El sufrimiento iba mitigándose y la consciencia expandiéndose. Resultó todo muy natural, sin artificios. Yo soy antes de la consciencia, ilimitado, eterno, intocado por el nacimiento y la muerte.
―Puede ocurrir que yo no confíe en ningún gurú. ¿Sería entonces posible la realización para mi?
―En quién confíes es asunto tuyo. Lo que debes tener claro es en quién no debes confiar. Es la mente la que no merece ninguna confianza en la senda que lleva hacia la autorrealización. Ella te hace bailar al son de la música que ella misma interpreta. No la escuches. Tú eres lo Absoluto.
Debes tener fe. No eres lo que la mente te dice que eres. Por lo demás, tú ya estás realizado. No hay ninguna diferencia entre tú y yo. De hecho, yo te veo como a mí mismo. Deja de volver una y otra vez a tus recuerdos. Tira por la borda tu nombre, tu edad, tu profesión, tu procedencia, tu fecha de nacimiento. Todo eso no dice absolutamente nada sobre quién eres en realidad. Abandónalo.

El jnani hizo sonar de nuevo los crótalos. Entornó los ojos y pronto Javier, como si hubiese sido hipnotizado por el swami, entró en un estado de beatitud que ya le iba resultando familiar. Al tiempo que recitaba dulcemente un mantra, el jnani seguía frotando los crótalos. La mezcla de vibraciones y el sosiego que allí se experimentaba convertían aquella ermita en un auténtico santuario. Swami Harshananda llevaba a cabo sus rituales cada día y, aunque ya no eran de ninguna utilidad para alguien que había trascendido lo limitado, los realizaba siempre con la máxima dedicación y entrega. Además, cuando algún buscador como Javier visitaba su morada, este tipo de rituales podrían ser útiles para ayudar al visitante a entrar en el estado meditativo. Tras la sesión de japa (2), el maestro y Javier salieron al bosque a buscar comida, encontrándose con algunos sadhus y yoguis durante el camino. Todos ellos saludaron a Harshananda con gran respeto.

El swami solía alimentarse de raíces, frutas y frutos secos. No era estrictamente vegetariano, y en ocasiones comía alguna liebre que él mismo cazaba. Una vez de vuelta en la modesta ermita, preparó la comida para su invitado. La frugalidad era habitual en la dieta del jnani. A media tarde, después de haber repuesto fuerzas, ambos salieron de la ermita. Después de media hora de caminata, llegaron a un paraje solitario. El Ganges volvía a aparecer en escena. El sabio solía hacer abluciones en el río sagrado, en aquel lugar, a pesar de que la temperatura de sus agua no invitaba ni a mojar los pies. Javier, tentado en un primer momento a imitar al jnani, pronto desistió al comprobar lo heladas que estaban las aguas. Apenas se mojó las rodillas y volvió raudo a la orilla. En el interior del río estaba el swami, absorto en sus abluciones, extático, con movimientos delicados a la vez que firmes, con su cuerpo erguido, que flexionaba periódicamente para sumergirlo por completo en el gran Ganges. Javier era el único testigo de aquel ritual que Harshananda hacía casi a diario en la más absoluta intimidad, fundiéndose en el río como se había fundido ya en lo Absoluto, desapareciendo en las aguas de la diosa Ganga por completo, de la misma manera en que cualquier atisbo de ego había desaparecido para siempre en lo Inefable. Javier seguía viendo a un hombre inmerso en el agua, pero todo ello no era más que una apariencia en la trama de Maya. No había ningún hombre. Había un cuerpo compuesto por los cinco elementos, una fuerza vital que lo animaba y una consciencia que ya había sido trascendida. La liberación ya había tenido lugar, y en aquel cuerpo no quedaba ninguna entidad individual. Sólo Javier, con su punto de vista aún enraizado en la entidad cuerpo-mente, veía en aquel cuerpo bañado por el río a un ser humano, tal y como que se veía aún a sí mismo debido a su identificación con el cuerpo. “Tú no eres el cuerpo”, le habían dicho en repetidas ocasiones desde que llegara a la India. Pero las cadenas de una auto-identificación falsa mantenida durante décadas estaban resultando difíciles de quebrar.

La noche caía sobre el bosque y, ya en la ermita, el sabio le hizo un recordatorio a su invitado:
―Como ya te dije, mañana te irás. Volverás con tu gurú.

Javier asintió con la cabeza. El swami continuó:
―El mayor obstáculo para la realización es la mente. Respecto a ella, debes estar vigilante y silente como un felino en busca de una presa. Sorpréndela cuando intente extraviarte y no permitas que vaya de aquí para allá. No te identifiques con ella. Si algo consigue atraer tu atención más que la realización de lo Último no tendrás éxito, estarás buscando en vano. Las tentaciones son numerosas y están por todas partes. Tu mayor anhelo debe ser tu verdadera naturaleza.
―Pero no puedo estar todo el día vigilando a la mente. Me canso, solo puedo practicar durante algunos períodos.
―El esfuerzo debe continuar hasta cierto punto. De ahí en adelante ningún esfuerzo será necesario, todo será espontáneo. En realidad todo es así, espontáneo, pero tu tendencia actual es creerte a ti mismo el hacedor: “yo hago esto” o “yo hago aquello”. Cuando esta idea es eliminada, uno permanece como el testigo inafectado de lo que ocurre. No hay nadie que haga nada. No hay individuos. La persona es una ilusión.
―Usted ha dicho que la mente es el principal obstáculo, pero también lo es la falsa identificación de uno mismo con el cuerpo.
―Si no hay mente, ¿puede haber falsa auto-identificación? Erradica tu mente y ve lo que ocurre. Permanece solo en la consciencia, no te dejes afectar por la mente. Pronto estarás en la presenciación pura, que es libre, a salvo de las garras de la mente y la consciencia.
―Pero el mundo sigue para usted. Quiero decir, usted tiene que pensar, tiene que moverse en el mundo, para eso usted necesita una mente ―dijo Javier.
―Mis pensamientos son naturales, libres, no egocéntricos. No surgen del deseo ni del temor. Una persona tiene un patrón de pensamientos. Yo no.
―Sus palabras encandilan, pero yo necesito ir más allá de las palabras.
―En efecto. Todas mis palabras apuntan a lo real, que es sin palabras. Presta atención a mis consejos, no a las limitaciones que tu mente quiere venderte. Tú eres ilimitado. Imagínate una casa en cuya planta baja se ubica el establo para el ganado. Puedes imaginarte el hedor y las condiciones insalubres que experimentarías si tuvieses que vivir ahí. Ese establo, esa planta baja de la casa es la mente. Debes subir a la primera planta. Ahí están los dormitorios, la cocina, los baños, la sala de estar, todo muy acogedor y limpio. Un buen hogar. Esa primera planta es la consciencia. Quédate ahí. ¿Qué necio preferiría vivir en el establo en lugar de establecerse en el primer piso de esa casa? Si vives en ese primer piso y te mantienes ahí, sin bajar al establo, llegará un momento en el que realizarás que no hay casa, no hay paredes, no hay hedor, ni ganado, ni puertas ni ventanas. No estarás limitado por nada, todo el universo será tu hogar.

El swami apuraba un bidi (3) ante la atenta mirada de Javier. Aquel hombre le había impactado profundamente, a pesar de haber compartido tan solo unas pocas horas con él. Deseaba quedarse más tiempo en su compañía, pero debía respetar la decisión de Harshananda, que había dejado claro que un buscador serio nunca debe abandonar a su gurú. Se dice que solo un jnani es capaz de reconocer a otro jnani, y el swami había reconocido en Pal a un gurú, a un jnani, no a un simple guía espiritual. No en vano había sido su discípulo y sabía que, más allá de las apariencias, Pal y él eran uno y lo mismo. Ambos habían rasgado los velos de lo ilusorio y moraban en la Realidad Suprema, inafectados por las miserias de lo mundano. Para ambos el sufrimiento, el dolor o la muerte eran solo palabras, conceptos huecos de significado y sin fundamento alguno. Ahora era Javier quien estaba transitando por la senda hacia lo Más Alto, siguiendo los consejos de dos titanes del Ser. Una senda por la que caminan desde la noche de los tiempos los más intrépidos guerreros del espíritu, inmunes al efecto anestésico de las banalidades del mundo que tantos estragos causa entre las masas.

―El mundo no puede darte lo que no tiene. Es dualidad, una lucha entre los pares de opuestos. La auténtica plenitud está en lo Absoluto, que es perfecto. Es la Nada: ningún deseo, ningún temor, ninguna dualidad, ninguna miseria tiene cabida ahí. Pero es una nada o un vacío muy especial, porque en ella no hay ninguna necesidad de ningún tipo. Es el vacío lleno hasta el borde.

Éstas serían las últimas palabras que el swami compartiría con su huésped. Después de pronunciarlas, indujo en Javier un estado extático, en esta ocasión sin necesidad de tocar su frente. Javier había entrado en un estado difícil de describir: ni consciente ni inconsciente, ni de sueño ni de vigilia. Estaba en la frontera entre el ser y el no ser, ese estado tan sutil al que apuntan las sagradas escrituras de las distintas escuelas místicas.

Notas:

  1. bindi: elemento decorativo que algunos hindúes lucen en la frente.
  2. japa: repetición de mantras.
  3. bidi: cigarrillo indio hecho a mano.

https://www.nodualidad.info/textos/el-sabio-del-bosque.html

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