Si ustedes buscan la definición de ingeniería social se encontrarán con la clásica, desarrollada por varios autores, que propone que es un método de influir en las actitudes y relaciones sociales de una población o de implementar programas de modificación dentro de esa sociedad con diversos fines.
Así, Karl Popper abogaba por la figura de la ingeniería social gradual frente a otros métodos para conseguir unos fines que todos consideraríamos beneficiosos para la sociedad: la reducción de la pobreza, las desigualdades e injusticias, el sufrimiento, etc.
Cabe decir que desde la humanidad se articula en sociedades complejas, siempre se han llevado a cabo ejercicios de ingeniería social por parte de aquellos que ostentan el poder político y económico. En algunos casos con motivos bienintencionados y en otros, no tanto. Por supuesto los resultados, dependiendo del fin buscado y de los métodos empleados para conseguirlo, varían desde lo absurdo a lo exitoso, llegando a lo trágico.
En el siglo XVII el zar Pedro I -El Grande- se dedicó a la ingeniería social aplicada: Tras un viaje de incógnito por diversos países europeos, decidió que había que cambiar la tradicional y cerrada sociedad rusa de la época y modernizarla mediante la aplicación de diversas medidas. Reorganizó el Estado, fortificó el ejército y la marina, aplicó un nuevo sistema de tributos y favoreció la educación pública creando además, academias e institutos de estudios superiores.
De entre todas las medidas de reforma social tomó dos que implicaban grandes cambios en las costumbres de los rusos. Una, liberar del uso del velo a las mujeres y permitirles participar en la vida social. La otra, liberar de sus barbas a los miembros de la corte y oficiales, rapándolos él mismo.
Esta segunda medida fue tan impopular que al final se decantó por imponer un tributo a las barbas, de tal forma que o pagabas o te la rasurabas. Por descontado, todas las acciones que llevó a cabo para modelar a su gusto la sociedad rusa fueron impuestas sin importar el coste económico o humano de las mismas, sofocando a sangre y fuego todas las rebeliones y conspiraciones que se produjeron contra él.
La manipulación de las personas mediante elementos psicológicos, propagandísticos y de alteración de la realidad de las mismas no sólo se han pergeñado desde regímenes totalitarios, aunque son los más conocidos
Mas recientemente, los ejemplos de ingeniería social ejecutados por y desde el estado tienen características similares en sus ejecuciones y resultados. Suelen partir de las élites intelectuales y económicas que revolotean alrededor del poder político, y sus intentos de moldear las sociedades acaban en nefastos resultados. La manipulación de las personas mediante elementos psicológicos, propagandísticos y de alteración de la realidad no sólo se han pergeñado desde regímenes totalitarios, aunque son los más conocidos y por supuesto, repudiados.
El auge y triunfo del régimen nazi no puede explicarse sin el perverso papel de los ingenieros sociales. Años dedicados a la construcción de un ideal social en el que los judíos, los desviados y los débiles no tenían cabida. Años en los cuales se impregnó a una sociedad rota tras la I guerra mundial, de una conciencia de superioridad frente a los demás pueblos y de un ideal de familia perfecta, siempre bajo la perspectiva del estado y de las élites intelectuales nazis. Nada de ello hubiera sido posible sin un conjunto de teorías raciales y de programas de bienestar social y crecimiento económico meticulosamente planeados y llevados a cabo de forma sistemática y eficaz. La propaganda de masas y la represión brutal de la disidencia lograron en muy pocos años que el objetivo nazi se lograra con éxito, atrocidades masivas incluidas.
Tras la derrota del régimen, fue necesaria la aplicación de otro proceso de ingeniería social, a la inversa, para intentar eliminar en lo posible en la sociedad alemana las consecuencias de los largos años de la gleichschaltung.
Las élites intelectuales también serían los artífices del aterrador régimen de los jemeres rojos, como muy bien explica Javier Benegas aquí. Desde la revolución rusa y su anhelo del triunfo del Homo Sovieticus, a la revolución cultural de Mao, pasando por los regímenes coreanos o iranís, se podría pensar que la ingeniería social perversa es propia de totalitarismos surgidos tras revoluciones sangrientas o guerras devastadoras, pero… ¿Es eso así realmente? ¿Las democracias y las sociedades cultas llevan un anticuerpo específico en su interior que las protege de ella?
La respuesta es no, evidentemente. Las sociedades democráticas liberales pueden disponer de herramientas en sí mismas para procurar que los individuos sean conscientes de esos intentos de manipulación social, pero es un esfuerzo diario y que requiere de la revisión constante de los contrapoderes del estado para que funcione.
En España, tenemos un ejemplo meridianamente claro de ingeniería social aplicada durante muchas décadas en una parte muy concreta de la sociedad
Aquí, en España, tenemos un ejemplo meridianamente claro de ingeniería social aplicada durante muchas décadas en una parte muy concreta de la sociedad. Un manual de manipulación y modificación de la población que, pese a ser conocido desde los años 90 del siglo pasado, apenas ha sido denunciado y mucho menos combatido. Bien al contrario, los distintos gobiernos españoles surgidos tras la instauración democrática de 1978, han sido cómplices de ese proceso, no sólo mirando hacia otro lado cuando les convenía sino siendo en numerosas ocasiones parte activa del proceso de transformación.
Estoy hablándoles del siniestro proyecto de política activa de nacionalización que sería conocido como el Programa 2000 de Jordi Pujol.
Publicado por primera vez en prensa en 1990, el documento es lo que ahora se ha dado en llamar una hoja de ruta para conseguir llegar a un modelo ideal de sociedad catalana mediante una política activa de nacionalización en todos los ámbitos.
En él se detallan los ejes, objetivos, ideas fuerza, canales, ámbitos de actuación, mensajes y sectores actuantes, incluyendo a las personas encargadas de llevarlos a la práctica, algunas de ellas muy conocidas y de plena actualidad.
El punto de partida del Programa es que la sociedad catalana no es lo suficientemente catalana para el gusto de Jordi Pujol y sus colaboradores. Una realidad fácilmente comprobable a partir de los diferentes estudios de opinión y encuestas que se llevan realizando desde inicios de los 80.
Aunque la fecha del Programa en sí, como documento de trabajo bien elaborado y desarrollado, es de 1990, en la documentación asociada al mismo ya queda claro que se venían poniendo en práctica desde mucho antes diversas iniciativas para transformar esa realidad social tan desagradable para el nacionalismo.
El objetivo es generar en la sociedad catalana un fuerte sentimiento de orgullo y superioridad por el sólo hecho de ser catalanes y a su vez, de desapego frente al resto de españoles
Sin hablar en ningún momento de una separación efectiva de Cataluña del resto de España, por el rechazo que entonces esa idea provocaba, el objetivo del manual es generar en la sociedad catalana un fuerte sentimiento de orgullo y superioridad por el sólo hecho de ser catalanes y a su vez, de desapego frente al resto de españoles.
Como se detalla en el punto primero, “es necesario redefinir el modelo de ciudadano catalán, esto es: ser catalán es ser más culto, es pertenecer a una sociedad más moderna, más avanzada, con un grado más alto de bienestar social, ambiental y cultural. Es ser más cívico, libre solidario y plural, es ser más europeo, más cercano a los modelos culturales sociales y económicos europeos…” todo ello en contraposición con la sociedad existente en la Cataluña de esos años que, como le pasaba a Pedro I con la rusa, encontraban necesitada de una profunda reforma para que dejara de ser lo que era y así convertirse en lo que debía ser.
Con todo el poder de la administración pública catalana, y la ingente oleada de transferencias de competencias y recursos por parte de la Administración General del Estado, los sucesivos gobiernos hegemónicos de Jordi Pujol y los que le sucedieron luego, tanto los tripartitos conformados por el Partit dels Socialistes Catalans, Esquerra Republicana de Catalunya e Iniciativa-Verds, los de la CiU de Artur Mas y por fin los formados por Carles Puigdemont y Torra (CdC, Junts X Si, PdCat, ERC), y los de Aragonés (ERC y Junts) y Erc en solitario, se dedicaron con denuedo a aplicar y mejorar el citado Programa 2000.
La injerencia en todas las facetas de la vida de los catalanes fue sistemática, contundente y muy bien relatada y justificada por los propagandistas dedicados a ello. Centraron sus esfuerzos sobre la “población infantil y juvenil, la población de origen inmigrado, con atención a la nueva inmigración y a los sectores de la administración del estado aún impermeables a la normalización lingüística y sectores de la población catalana con identidad aún vacilante”.
Y todo ello a través de doce ámbitos de actuación perfectamente desarrollados para empapar de la catalanidad anhelada a todos los sectores de la sociedad. Por supuesto, los métodos empleados no fueron únicamente el relato, la propaganda y el adoctrinamiento abrumadores.
Se crearon cientos de organismos y estructuras desde las cuales propagar e impulsar “el sentimiento nacional catalán”.
Se introdujeron nacionalistas en puestos clave de los medios de comunicación, se generó un ecosistema comunicativo propio, con televisiones y radios públicas y con difusión más allá del ámbito territorial de la comunidad autónoma: Los Países Catalanes, ese espacio vital expansionado compuesto por Valencia, Baleares, el Rosellón francés, parte de Aragón, de Murcia, de Cerdeña (Alguer), Andorra… un invento perfilado y definido por el valenciano Joan Fuster en 1962 y que engloba aquellos territorios donde se habla o se habló alguna vez el catalán, clave de bóveda de la ideología separatista.
No hubo ni un sólo ámbito, ni siquiera el familiar, que el Programa 2000 soslayara en su afán de generación de la sociedad catalana perfecta
Se catalanizaron todas las actividades deportivas y lúdicas, las asociaciones de voluntarios, el teatro, la música, los libros, las revistas, las fiestas populares. Las organizaciones patronales y sindicales, la banca (en especial las cajas de ahorros), las gestorías, el turismo… y especialmente, las administraciones y servicios públicos. El sistema educativo fue uno de los terrenos preferidos de actuación, por razones obvias. No hubo ni un sólo ámbito, ni siquiera el familiar, que el Programa 2000 soslayara en su afán de generación de la sociedad catalana perfecta. Y aquellos que se opusieron fueron diezmados mediante sistemas de expulsión masiva en la enseñanza o mediante la muerte civil y laboral.
Tal fue, y sigue siendo, la infiltración y potencia de su aparato actuante que muy pocos discuten los dogmas implantados no sólo en la sociedad catalana, sino también en buena parte de la española y del resto de Europa.
Conceptos como “lengua propia”, “singularidad catalana”, “inmersión, modelo educativo de éxito”, “derecho a vivir en catalán en Cataluña” o “derecho a decidir” son asumidos de forma acrítica por prácticamente todo el espectro político español. El éxito de las líneas maestras del Programa es de tal calibre que inventos ridículos como la Diada Nacional del 11 de septiembre o el Himno Nacional de Cataluña, Los Segadores, fueron solemnemente aprobados por unanimidad de los grupos parlamentarios existentes. Unanimidad.
El panorama no ha cambiado tras las largas décadas transcurridas desde la publicación del Programa. Ni el 155, ni la pérdida del gobierno por parte de los partidos más descaradamente separatistas han supuesto algún tímido intento de revertir la sórdida ingeniería social efectuada en Cataluña. Al contrario, aquellos partidos que en un inicio fueron combativos contra la ideología de construcción nacional catalana, han caído víctimas de sus propios errores y arrogancias. El resto asume ovinamente el marco mental instaurado. La lucha es mantenida por asociaciones voluntariosas, pero faltas de recursos. El silencio de la mayoría de lo que conocemos como prensa es clamoroso, y pocas, aunque valerosas voces, claman en Europa por las nefastas consecuencias del Programa: una sociedad quebrada, violenta contra los discrepantes del modelo oficial, sumisa y temerosa de ser estigmatizada si no concuerda con las premisas nacionalistas, depauperada económicamente y con unas instituciones hostiles a aquellos que nos rebelamos contra el dogma.
No es imposible devolverle a la sociedad catalana su capacidad de desarrollarse sin la dañina intervención de unas élites empeñadas en convertirla en lo que nunca fue
¿Significa eso que hay que abandonar toda esperanza?
No en mi opinión. Si algo nos han enseñado los ejemplos que he expuesto al inicio, es que hay posibilidades de reversión. Eso implica muchos esfuerzos, mucha pedagogía, mucho tiempo y mucha firmeza. No es imposible devolverle a la sociedad catalana su capacidad de desarrollarse sin la dañina intervención de unas élites empeñadas en convertirla en lo que nunca fue. El Programa 2000 es hijo de su tiempo, y circunstancias impensables para sus ideólogos han afectado de forma profunda a las sociedades en todo el mundo, incluida la catalana. Hay una ventana de oportunidad muy interesante para empezar a ponerse manos a la obra.
Claro que para eso tendrían que cambiar mucho las actuales fuerzas políticas o surgir nuevas, más sensatas y capacitadas para una tarea ingente, pero imprescindible y acuciante.
La esperanza es lo último que se pierde. No la perdamos.
Foto: Mike Hindle.