Una guerra no sólo necesita armas y carne de cañón, sino también pretextos y justificaciones, que proceden de los “expertos” y equipos de análisis (“think tanks”) que financian las industrias de la guerra. Unos venden armas y otros relatos. Además, en el mundo contemporáneo las guerras hay que explicarlas en tiempo real. Las imágenes de la televisión tienen que ir acompañas de voces “autorizadas”.
Los relatos también cuestan dinero. El año pasado los fabricantes de armas donaron al menos 7,8 millones de dólares a los cincuenta mayores equipos de análisis de Estados Unidos, que a su vez publican informes pidiendo más guerras y más gastos militares, lo que aumenta significativamente los beneficios de sus patrocinadores. El único perdedor de este sistema circular y cerrado es la población estadounidense, agobiada por impuestos más altos, y las decenas de millones de personas en todo el mundo que son víctimas de la maquinaria de guerra estadounidense.
Los equipos de análisis que recibieron más dinero corrupto fueron, por orden, el Consejo Atlántico, CSIS, CNAS, el Instituto Hudson y el Consejo de Relaciones Internacionales, mientras que los fabricantes de armas más activos en los pasillos de Washington fueron Northrop Grumman, Lockheed Martin y General Atomics.
Estos expertos tienen una influencia directa en las guerras de todo el mundo. El CSIS, por ejemplo, es uno de los más firmes defensores de armar a Ucrania, Taiwán e Israel, incluso aunque esté cometiendo un genocidio en Palestina. Un informe enumera las armas estadounidenses que podrían ayudar al ejército israelí, incluidos los proyectiles de artillería Excalibur, los sistemas de guiado de bombas JDAM y los misiles Javelin. Estas armas son fabricadas por Raytheon, Boeing y Lockheed Martin respectivamente, los cuales se encuentran entre los principales financieros del CSIS.
Las armas estadounidenses se utilizan a diario para llevar a cabo ataques ilegales y mortales contra poblaciones civiles en Palestina, Líbano y Siria, lo que convierte a los fabricantes de armas en cómplices directos de crímenes de guerra.
Un ejemplo de esto es la reciente Guerra de Gaza. Israel arrojó tres bombas MK-84 de una tonelada sobre el campo, matando al menos a 19 personas. Decenas más siguen desaparecidas. Según la ONU, las explosiones de las bombas MK-84 rompen los pulmones, arrancan extremidades y cabezas de los cuerpos y revientan los senos nasales hasta a cientos de metros de distancia.
Las bombas MK-84 fueron producidas en Estados Unidos por General Dynamics y enviadas a Israel con la bendición de Washington. General Dynamics obtuvo enormes beneficios con la masacre. La cotización de las acciones del fabricante de armas con sede en Washington ha subido un 42 por cien desde el 7 de octubre.
La norma son los conflictos de intereses
Los equipos de análisis son una parte vital de los cabilderos, asociaciones comerciales y otras organizaciones que intentan orientar la política gubernamental. Son grupos de intelectuales que se reúnen para discutir y defender políticas con la esperanza de influir en la Casa Blanca y en el debate público. Realizan y publican investigaciones en profundidad sobre políticas gubernamentales, ayudan a redactar leyes y sirven como expertos de referencia para los medios. Muchos colaboradores de canales de noticias de 24 horas o editores invitados que escriben editoriales en periódicos trabajan en grupos de expertos. Como tales, son un impulsor clave del discurso político en todo el país.
También sirven como fuente para las instituciones públicas que buscan cubrir puestos administrativos. Cuando un partido pierde el poder, los antiguos altos funcionarios del gobierno a menudo toman posiciones en centros de estudios para ayudarles a resistir hasta que su bando recupere la Casa Blanca. Como tales, existen como una especie de gobierno privado a la espera, que emite recomendaciones políticas que esperan implementar algún día por sí mismos.
Pero todos esos funcionarios y sus elegantes oficinas en Nueva York o Washington no son baratos y, por lo general, sólo hay dos fuentes de financiación: contratos gubernamentales o empresas estadounidenses. El dinero llega con condiciones. Las empresas estadounidenses que financian los equipos de análisis esperan que defiendan sus intereses. Los cabildos empresariales pagan a los equipos de análisis que abogan por impuestos más bajos y menos regulaciones, mientras que la industria de defensa da dinero a los halcones que abogan por la guerra y un aumento del gasto militar.
Algunos han argumentado que los equipos de análisis no son árbitros neutrales de buenas ideas, sino actores capitalistas respaldados por el gobierno que promueven planes mientras intentan mantener un barniz de objetividad y respetabilidad.
Es evidente que existe un enorme conflicto de intereses si los grupos que asesoran al gobierno estadounidense sobre política militar están inundados de dinero de la industria armamentista. Un estudio ha analizado los 50 equipos de análisis de política exterior más influyentes de Estados Unidos y realizó un seguimiento de su financiación para determinar cuánto dinero recibieron de cada una de la empresas armamentistas.
En total, la industria armamentística ha donado al menos 7,8 millones de dólares a estos equipos. Es una subestimación significativa por varias razones. En primer lugar, los equipos no están obligados a revelar sus fuentes de financiación, lo que significa que el conjunto de datos está incompleto. Además, quienes lo hacen suelen ser muy vagos respecto de las cantidades exactas que se les pagan. Por ejemplo, el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS) señala que grupos como Leonard SpA, Lockheed Martin, Huntington Ingalls Industries y Northrop Grumman les donaron al menos 250.000 dólares en el último año fiscal. Sin embargo, el CSIS no ha establecido un límite superior para sus donaciones, lo que significa que “251.000 dólares o más” podría significar 1.100 millones o 250.000 millones de dólares.
Una financiación oculta
Los gigantescos fabricantes de armas financian silenciosamente a muchos de los grupos más grandes e influyentes que asesoran al gobierno de Estados Unidos sobre su política exterior. Sólo el Consejo Atlántico está financiado por 22 empresas armamentistas, por un total de al menos 2,69 millones de dólares el año pasado. Incluso un grupo como el Carnegie Endowment for Peace, establecido en 1910 como una organización dedicada a reducir los conflictos mundiales, está patrocinado por empresas que fabrican armas de guerra, incluidas Boeing y Leonardo, que donan decenas de miles de dólares cada año.
Los cinco equipos que recibieron más dinero de la industria armamentística son: el Consejo Atlántico, 2,69 millones de dólares; el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS), 2,46 millones de dólares; el Centro para una Nueva Seguridad Estadounidense (CNAS), 950.000 dólares; el Instituto Hudson, 300.000 dólares; y el Consejo de Relaciones Internacionales, 10.000 dólares.
Al menos 36 fabricantes de armas han brindado apoyo financiero a importantes equipos estadounidenses de análisis. Los más generosos son Northrop Grumman, con 1,07 millones de dólares; Lockheed Martin, con 838.000 dólares; General Atomics, con 485.000 dólares; Leonardo SpA, con 10.000 dólares; y Mitsubishi, con otros 10.000 dólares.
El papel de los equipos de análisis financiados por la industria armamentista consiste en construir, a través de interminables repeticiones y debates que permanezcan dentro de sus extraños parámetros, la idea de que las guerras se ganan, que las guerras son defensivas, que las armas nucleares disuaden las guerras, que no podemos hablar con los enemigos, que el gasto en armas es un servicio público que los países deberían ampliar en la medida de lo posible, privando al mismo tiempo de fondos destinados a los gastos sociales.
¿Quién paga el precio?
No es casualidad que los grupos que reciben la mayor cantidad de dinero de la industria armamentista sean el hogar de algunas de las voces más duras del mundo. La industria armamentista, como todas las empresas, no dona por la bondad de su corazón, sino que busca un retorno de la inversión.
Influyentes equipos como el CSIS están dando a sus benefactores un retorno de la inversión, pidiendo constantemente más gasto militar y más guerras en todo el mundo, cualesquiera que sean las consecuencias.
En 2022 el CSIS argumentó que la Guerra de Ucrania presentaba una oportunidad única para transformar y racionalizar la defensa europea, es decir, imponer enormes aumentos del gasto militar. Advirtió que eso debe hacerse rápidamente, ya que el tiempo para hacerlo puede ser efímero, que Europa debe evitar un enfoque fragmentado de su ejército y no debe seguir dependiendo de Estados Unidos para su defensa. El objetivo del 2 por cien del PIB que los países de la OTAN deben dedicar a sus fuerzas armadas es demasiado bajo y recomienda duplicar el gasto militar en Europa al 4 por cien. Lo que no se menciona es que eso sería una gran aportación para las empresas armamentistas que los financian.
Los países europeos, insistió también el CSIS, deben hacer todo lo posible dentro de la OTAN, militarizando sus sociedades, como la de Estados Unidos, en nombre de la “democracia mundial”.
En un artículo publicado en The Atlantic, Eliot A. Cohen, presidente Arleigh A. Burke de Estrategia en el CSIS, exigió una escalada de la participación occidental en Ucrania. “Necesitamos ver masas de rusos huyendo, desertando, disparando a sus oficiales, siendo hechos prisioneros o asesinados. La derrota rusa debe ser un desastre enorme y sangriento”, escribió, añadiendo que “para este fin, Occidente debe dar urgentemente todo lo que Ucrania pueda necesitar”. Eso incluye misiles de largo alcance y aviones de combate F-16 y F-35.
Lo que ni Cohen ni The Atlantic advierten, sin embargo, es que las armas que exigió que se compraran y enviaran a Ucrania son fabricadas por General Dynamics y Lockheed Martin, grupos que financian directamente al CSIS.
Al igual que el Consejo Atlántico, el CSIS aboga por mantener las armas nucleares estadounidenses en Europa, para que no se utilicen rápidamente. Las voces conciliadoras dentro de los grupos de expertos son, en el mejor de los casos, pocas y dispersas. Entre los editoriales y citas del CSIS que aparecieron en el New York Times durante un año y fueron escritos por el grupo de vigilancia de los medios Fairness and Accuracy in Reporting, no se encontró ningún ejemplo de la organización que defienda la reducción o la cautela en la política militar estadounidense.
Pero las voces a favor de la guerra no se limitaron al CSIS. Todos los equipos de análisis que reciben una financiación importante de la industria armamentista han adoptado una postura claramente agresiva. El Consejo Atlántico, por ejemplo, supervisó el gasto de los países europeos dentro de la OTAN con el objetivo de obligarlos a comprar más armas. Abogó por que Estados Unidos cree una nueva “coalición de inteligencia del Indo-Pacífico” que aumentaría las tensiones con China. La CNAS, por su parte, afirmó que la respuesta supuestamente moderada de Estados Unidos a las “provocaciones chinas” había erosionado su “credibilidad” en el escenario internacional.
Hablando sobre lo que lograron los equipos de análisis, Swanson dice: “Normalizaron la idea de medir el gasto de guerra como porcentaje de una economía, y la idea de que no hay un consumo excesivo. Han normalizado la idea de que sólo hay una solución para todos los problemas, incluso los creados por esa única solución, y es la guerra. Y presentan constantemente a la OTAN como una alianza defensiva, sin que nadie se dé cuenta de que todas las guerras de la OTAN han sido abiertamente agresivas”.
La población estadounidense se muestra escéptica ante la guerra. Dos tercios del país quiere que Washington y Ucrania entablen relaciones diplomáticas directas con Rusia, incluso si eso significa ceder territorio ucraniano. La mayoría de los estadounidenses también se opone a enviar más tropas estadounidenses a Oriente Medio, aunque sea para “defender a Israel”.
Cuando se habla de Ucrania, el 85 por cien de los equipos de análisis citados en los principales medios de comunicación como el New York Times, el Washington Post y el Wall Street Journal recibieron financiación del complejo militar-industrial. Entre estos últimos, los más importantes fueron el CSIS y el Consejo Atlántico.
La guerra es siempre una buena noticia para los fabricantes de armas
La guerra es siempre una buena noticia para los fabricantes de armas. En los últimos cinco años, el precio de las acciones de General Dynamics ha subido un 103 por cien, el precio de las acciones de Lockheed Martin ha subido un 107 por cien y el precio de las acciones de Northrop Grumman ha subido un 110 por cien.
Los accionistas de la industria armamentística han visto sus inversiones dar buenos resultados gracias a un país adicto al conflicto. Estados Unidos ha estado en guerra durante 231 de sus 248 años de independencia. Según un informe del Servicio de Investigación del Congreso, una institución pública estadounidense, Estados Unidos ha iniciado 469 intervenciones militares extranjeras entre 1798 y 2022 y 251 solo desde 1991. Estos incluyen operaciones especiales, asesinatos selectivos de dirigentes extranjeros, golpes militares e invasiones y ocupaciones directas de otros países.
Más de la mitad del gasto discrecional del gobierno se destina al ejército, cuyo presupuesto se acerca al billón de dólares al año. El gasto militar estadounidense rivaliza con el de todos los demás países juntos, mantiene una red de aproximadamente 1.000 bases en todo el mundo, incluidas casi 400 en un anillo que rodea China.
Esto alimenta el apetito insaciable de los fabricantes de armas, que tienen aún más dinero para gastar en comprar enchufes y presionar al gobierno para que emprenda más guerras. Su estrategia es financiar equipos de análisis en Washington. Para empresas como Lockheed Martin y Raytheon, es una inversión empresarial inteligente. Unos cientos de miles de dólares al año gastados en financiar equipos de análisis como CSIS, CNAS o el Atlantic Council se traducen en miles de millones de dólares en pedidos adicionales de tanques, barcos y aviones.
El militarismo no ha hecho más que aumentar desde entonces. Actualmente Estados Unidos se está preparando para posibles guerras con Rusia y China, dos de los estados más grandes y poblados del planeta, ambos con grandes arsenales de armas nucleares.
Es una excelente noticia para el complejo militar-industrial, que está causando estragos.