Se cuenta que en una ocasión el esclavo Epicteto pidió a su maestro Musonio Rufo que intercediera ante su amo para que dejara de maltratarlo. Musonio le respondió con una pregunta: «¿Se lo voy a pedir a él si de ti puedo conseguir lo mismo? Porque es de inútiles esperar de otro lo que uno tiene por sí mismo». Epicteto, que siempre se refería a su maestro como el «querido Rufo», recordaba esta lección como un paso decisivo en su camino hacia la indiferencia, hacia el control de las emociones y pasiones. Que su amo lo maltratara no dependía del propio Epicteto, pero que ese maltrato no le afectara sí que dependía de él.
Para muchos, esta historia es un magnífico ejemplo del poder del estoicismo. Para otros, la anécdota muestra los problemas de un estoicismo dogmático llevado al extremo. Es difícil no pensar que Musonio Rufo, que en vez de ayudar a aliviar el dolor físico de su alumno se desentendió, se comportó de forma tan cruel como el amo de Epicteto. Un estoico nos responderá que no hemos entendido su filosofía y que conceptos como «crueldad» o «dolor físico» son solo emociones, y que quien solo se preocupa de lo suyo no está sometido a estos vaivenes emocionales.
Hoy en día, millones de personas se declaran estoicas: deportistas, políticos y empresarios como Jack Dorsey, fundador de Twitter, o el que ahora es dueño de esa red social, Elon Musk, junto a celebridades como Arnold Schwarzenegger o Angelina Jolie… Todos encuentran en el estoicismo del esclavo Epicteto, del emperador Marco Aurelio o de Séneca la respuesta a sus preguntas más inquietantes: ¿cómo debemos vivir?, ¿cómo sobrellevar la frustración y el dolor?, ¿cómo debemos relacionarnos con los demás?
No es sencillo descubrir las razones de la popularidad del estoicismo, que sobrevino de repente, tras décadas reposando en el trastero de la historia. […]
Su afirmación básica es que nuestra serenidad depende enteramente de nosotros y no del mundo exterior
Una de las razones fue, sin duda, la crisis de 2008 y la sensación de incertidumbre que empezó a apoderarse de millones de personas en todo el mundo. Eso provocó la multiplicación de los libros de autoayuda y la búsqueda de caminos individuales de salvación, al perderse la confianza en las instituciones. La inquietud aumentó con la pandemia, que cayó sobre la humanidad como un castigo incomprensible. Es una situación que podríamos comparar con la del Imperio Romano en la época de Séneca y Epicteto, e incluso durante el mandato del estoico Marco Aurelio, quien, a pesar de ser el último de los «emperadores buenos», vivía en una sociedad desengañada, en la que florecían religiones y filosofías que ofrecían no solo sabiduría, sino también, y por encima de todo, salvación.
Sean cuales sean las causas de su popularidad actual, el estoicismo es, al menos a primera vista, la filosofía clásica que ofrece las respuestas más rápidas y en cierto modo más convincentes. Tiene muchas frases brillantes, anécdotas sustanciosas en las que se mezclan emperadores y esclavos con multimillonarios condenados al suicidio, como Séneca, y algunas fórmulas casi mágicas para librarse de los problemas sin necesidad de herramientas, dinero o ayuda exterior, puesto que su afirmación básica es que nuestra serenidad y tranquilidad de ánimo depende enteramente de nosotros y no del mundo exterior.
El camino a la serenidad nos lo muestra Epicteto en los primeros capítulos del Manual: hay cosas que dependen de uno mismo y cosas que no dependen de uno mismo. No depende de nosotros lo que hagan o lo que piensen los demás. Aunque es obvio que podemos intentar influir en su comportamiento, el resultado final será lo que ellos decidan hacer o pensar. Tampoco depende de nosotros que llueva, que nieve o que haga un calor espantoso. No depende de nosotros, en fin, que si vamos a una fiesta un borracho nos moleste, que alguien nos tire una copa encima o que nos pisen o empujen.
Todo eso no depende de nosotros. Pero lo que sí depende de nosotros es la manera en la que reaccionamos ante cualquiera de esas circunstancias. Lo que está enteramente bajo nuestro control, en definitiva, son nuestras emociones. Por eso, cuando su amo le aplicaba una máquina de tortura en la pierna, Epicteto, tal vez recordando el consejo de Musonio Rufo, sencillamente le advertía: «Me la vas a romper». Hasta que un día, efectivamente, su amo le rompió la pierna, y Epicteto dijo tranquilamente: «Ya te dije que me la romperías».
Según como lo presentemos, el estoicismo puede parecer una filosofía sabia y sensata o cruel y resignada. […]
Este texto es un fragmento de ‘Manual estoico de vida‘ de Epicteto, reinterpretado por Daniel Tubau (Editorial Rosamerón, 2024).
https://ethic.es/2024/10/epicteto-estoicismo-lo-bueno-lo-malo-y-lo-indiferente/