Hoy convivimos con una nueva generación que se siente con derecho a todo. Creen que merecen, inherentemente, un trato especial o ciertos privilegios por encima de los demás. Los deberes, obviamente, ya son harina de otro costal.
Cada vez más jóvenes dan por sentado que se les pueden aplicar exenciones y asumen que los demás deben ser más permisivos y comprensivos con ellos, estirando los límites hasta lo indecible solo para adaptarlos a sus exigencias. Esperan que los plazos, los requisitos y los deberes sean completamente negociables, como si creyesen “que merecen recompensas antes de esforzarse por ganarlas”, como expresara Calvina Ellerbe, psicóloga y profesora universitaria que ha constatado esta tendencia en su aula.
Las raíces de esa sensación de derecho
En los últimos años, las generaciones mayores han criticado a los Millennials y a la Generación Z por tener un sentido inmerecido de derecho. Sin embargo, es muy fácil apuntar el dedo acusador sobre los demás liberándose de toda culpa. No se trata de condenar o criticar a los jóvenes ya que, a fin de cuentas, su cosmovisión a menudo solo es un reflejo del mundo en el que viven y, sobre todo, de la crianza que han recibido.
Cuando los padres los tratan como “objetos frágiles” e intentan protegerlos a toda costa colocándolos en el centro de sus vidas, no solo les impiden desarrollar las habilidades para enfrentar el mundo real sino que desarrollan expectativas poco realistas y una sensación de derecho que acaba vulnerando los derechos de los demás.
El estilo educativo ha cambiado – con resultados buenos y malos. Muchos padres se han acostumbrado a dar, dar y dar aún más, de manera que sus hijos prácticamente los ven como «máquinas expendedoras personales» y esperan que el resto de las personas se comporten de la misma forma. Muchos niños, adolescentes y jóvenes tienen demasiadas expectativas, pero aprecian poco. Exigen derechos, pero no quieren cumplir deberes.
En gran parte, muchos de esos jóvenes han crecido en la era de Mr. Wonderful, escuchando que pueden comerse el mundo. Pero más allá de las frases positivas y motivadoras, no los han preparado para todo el esfuerzo, la disciplina y los reveses con los que está asfaltado el camino al éxito.
Como resultado, muchos esperan que la vida se los ponga fácil. Y se creen con derecho a ello. No solo esperan que los demás se adapten a sus necesidades, sino que lo exigen. Esta generación ha crecido con unos padres preocupados por no dañar su autoestima, olvidando que más vale desarrollar la autoeficacia que una autoestima inflada a base de elogios exagerados que a menudo solo conducen a una visión distorsionada de sus capacidades reales.
Por otra parte, las redes sociales – que es donde pasan gran parte del tiempo – tampoco han ayudado. Al contrario, dan la impresión de que se puede conseguir fama y fortuna con facilidad y rapidez, de manera que cada vez más jóvenes buscan ese tipo de gratificación instantánea, olvidándose del esfuerzo, el sacrificio y la perseverancia que hay detrás.
¿Y ahora qué?
Las nuevas generaciones también tienen cosas geniales y sin duda su visión puede producir cambios positivos en la manera de relacionarnos y estar en el mundo, pero sentirse con más derechos que los demás no es una de esas cosas positivas. Por tanto, es hora de hacer un alto en el camino y reflexionar para corregir el rumbo en las generaciones futuras.
Nuestro trabajo como padres o educadores no es simplemente criar a los niños ahorrándoles todos los problemas posibles, sino educar a adultos independientes que sepan convivir en el respeto hacia los demás, adultos que defiendan sus derechos, pero que también estén dispuestos a asumir sus deberes.
Debemos hacer responsables a nuestros hijos. Debemos dejarlos caer para que aprendan a levantarse. Debemos dejar que consigan algunas cosas con su propio esfuerzo. Pero, sobre todo, debemos educarlos con una mentalidad de gratitud. Criar a los niños para que sean agradecidos puede contrarrestar esa sensación de derecho, inculcándoles la importancia del aprecio y la humildad.
Obviamente, criar hijos agradecidos y responsables en un mundo que parece que va en contra, requiere un esfuerzo intencional extra. Sin embargo, cuando evitamos la acomodación excesiva y los elogios vanos para involucrar a los niños en actividades que fomenten la disciplina y el aprecio de las pequeñas cosas vamos por el buen camino.
El agradecimiento es un poderoso antídoto para no educar a personas que se crean con derecho a todo, ya que no solo prepara a los niños para que aprecien mejor la vida, sino también para que sean más resilientes, conscientes de sí mismos y de las necesidades de los demás, así como capaces de enfrentar los desafíos con gracia y humildad.
Cuando una generación se siente con derecho a todo lo que no ha ganado