BASORA, Iraq, ene (IPS) – «Diría que quedamos alrededor de 5.000 en todo el país, pero si me lo pregunta la semana que viene, puede que no lleguemos ni a 3.000», afirmó con palpable angustia un dirigente de la comunidad mandea en esta ciudad de Iraq.«Tras 20 siglos de historia en Mesopotamia, estamos a punto de desaparecer», testimonió a IPS el presidente del consejo mandeo de Basora, Saad Majid Atiah.
El centro de la comunidad en la sureña ciudad petrolera de Basora, donde se realiza la entrevista, tiene las paredes cubiertas de fotos de fieles con túnicas de color blanco celebrando bautismos colectivos en el río.
Apodados «los cristianos de San Juan» por los portugueses que llegaron a Basora en el siglo XVII, los mandeos reconocen a San Juan Bautista como la figura central de su culto, cuyo rito principal es el bautismo, que llevan casi 2.000 años celebrando a orillas de los ríos Tigris y Éufrates.
Los mandeos (conocimiento en arameo), al contrario del apodo recibido, consideran a Jesucristo como un traidor y falso mesías, y sus ritos están muy unidos al agua, símbolo de purificación, por lo que también se les conoce como «pueblo del agua» y se han asentado milenariamente en las riberas fluviales.
«Los tiempos de Saddam (Hussein, 1979-2003) también fueron duros para nosotros, pero nuestra gente emigraba entonces por motivos principalmente económicos», contó Atiah.
«Pero después de 2003, y tras el brutal acoso de los islamistas radicales, nuestra gente empezó a huir en masa a Kurdistán, a Siria, a Europa», se lamentó. A su espalda, un trozo de tela blanca y una rama de olivo cuelgan de una cruz. Es la «drabsa», una suerte de «bandera» religiosa mandea, símbolo del mundo de la luz.
Según un informe de febrero de 2011 de Human Rights Watch, 90 por ciento de los mandeos ha muerto o abandonado Iraq desde la invasión en 2003 por Estados Unidos en alianza con Gran Bretaña.
El drama alcanzó tal dimensión que los mandeos han pedido repetidamente la evacuación al completo de su pueblo. Sin ir más lejos, el cabeza del culto, el jeque Sattar Jabbar al-Hulu, reside actualmente en Australia.
Por el momento, Mazin Naif Rahim, quien sin llegar a los 30 años ya es el líder espiritual local de los mandeos, reside todavía en su Basora natal.
«Hasta 1991 conducíamos nuestro rito en el río, pero la falta de seguridad y la contaminación nos han obligado a improvisar nuestro culto en estos pequeños pozos dentro de nuestros templos», explicó Rahim, con una sonrisa entre la vergüenza y la autocompasión.
Según dice, el gobierno de Basora sigue negándoles un terreno junto al río, algo que pesa aún más ante la inminente celebración de un importante evento religioso mandeo.
«El 17 de marzo celebramos durante cinco días la ‘pronaya’, la creación del mundo de la luz. ¿Le parece este un lugar apropiado para ello?», preguntó Rahim, antes de enseñar a IPS el «tesoro de Dios». Se trata de su libro sagrado, escrito en la variante mandea del arameo y en su propio alfabeto.
«Lo traducimos al árabe porque entre los musulmanes corría el rumor de que incitaba a la apostasía», explicó Rahim. «De esta forma queríamos mostrar que nosotros también creemos en un único Dios, que rezamos y practicamos el zakat (la caridad)», acotó.
Pero todo esfuerzo parece ser insuficiente ante una discriminación que se extiende prácticamente a todos los ámbitos.
«Con su expediente académico, mi hijo podría optar a un buen puesto de ingeniero en la industria petroquímica local, pero está sin empleo desde que se graduó hace tres años», se quejó Tahseen, un mandeo basorí.
«Los mejores puestos se reservan para aquellas familias que perdieron algún miembro en la guerra contra Irán (1980-1988) o durante la represión de Saddam. Los privilegios son para aquellos que tienen ‘mártires’, y los nuestros no cuentan según sus preceptos», denunció.
A orillas del Tigris
Son cinco horas en automóvil para llegar desde Basora a Bagdad, distantes 548 kilómetros. Se trata de un recorrido que remonta el curso del Tigris y el Éufrates, por una rectilínea carretera en la que se encadenan camiones cargados de petróleo y vehículos con ataúdes en el techo, rumbo a Najaf.
Esa localidad, a unos 160 kilómetros al sur de la capital, es el lugar en el que sueña ser enterrado todo chiita.
Ya en Bgadad, los puntos de control se multiplican a medida que nos acercamos al centro principal de los mandeos en el barrio de Qadisiyah, en la orilla occidental del Tigris.
Se trata de un auténtico cuartel general protegido por efectivos del Ministerio del Interior y rodeado de muros de cemento. Desde ahí, Toma Zekhi, presidente del consejo bagdadí, aporta más claves sobre la persecución endémica que sufre su pueblo.
«No se trata de persecución por motivos únicamente religiosos», explicó este hombre de espeso pelo blanco y bigote recortado.
«Tradicionalmente, los mandeos hemos sido artesanos del oro y la plata, algo que se ha convertido en una pesadilla dado los niveles de delincuencia durante los últimos años. Un informe de la organización humanitaria Amnistía Internacional de abril de 2010 corrobora las palabras de Zekhi respecto de lo peligroso que resulta ser joyero en el Iraq post Saddam.
Zekhi decidió quedarse, pero la mayoría huyó tras recibir misivas del tipo «conviértete o muere», algo igualmente recurrente entre la diezmada población cristiana local. Si bien es cierto que los ataques han disminuido en los últimos tres años, el camino hacia la convivencia entre los pueblos de Iraq sigue sin despejarse.
«Religión y etnia van de la mano en Iraq y, desgraciadamente, así se recoge en la Constitución», explicó a IPS el profesor universitario Saad Salloum, editor jefe de Masarat, la única revista de Iraq especializada en minorías.
«A los mandeos se les incluye a menudo en el subgrupo de ‘cristianos y otras etnias’, con lo cual pierden privilegios como son las cuotas de representación tanto en el parlamento como en las administraciones locales», matizó Salloum en su despacho en el centro de Bagdad.
A 20 minutos de allí, y desde su pequeña tienda-taller en el barrio de Karrada, en el sureste capitalino, Hassam Sapty Zaroon graba con esmero en un medallón de plata una abeja, un león y un escorpión a los que rodea una serpiente. Se trata de un amuleto que, según la tradición mandea, protege del mal.
«La nuestra es una tradición familiar que se remonta 400 años atrás. Todos hemos trabajado el oro y la plata con nuestras propias manos», dijo el último de una ilustre saga de orfebres.
Si bien el artesano sigue usando exactamente los mismos instrumentos que su abuelo, Hassam Sapty dejó de mirar al Tigris con nostalgia desde que se convirtió al Islam hace algunos años.
Aun en el improbable caso de que se apliquen medidas urgentes, puede que estos motivos mandeos grabados en plata negra sean algunos de los últimos vestigios de una cultura milenaria a punto de diluirse para siempre
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