Apuntó su pequeño arco y disparó la flecha. Al instante salió corriendo y, unos pocos metros más allá, una gacela comenzó a agonizar entre espasmos. El disparo había sido certero. Esa noche habría fiesta en el poblado de los bosquimanos al que había llegado para conocer de cerca al pueblo más antiguo de la Tierra, un pueblo que a duras penas puede mantener sus costumbres, pero que se resiste a desaparecer.
por Miguel Blanco.
En ningún sitio del planeta se puede sentir la vida tan viva y cercana como en África. Una tierra donde caminan de la mano la luz y las sombras, la vida y la muerte, la alegría y la desgracia. Una tierra en la que esperaba encontrar al pueblo más antiguo del planeta.
Trece kilómetros -¡tan sólo trece kilómetros!- separan a la vieja Europa de la mágica y sorprendente África. Un pequeño salto que cada año se cobra cientos de vidas de infelices que, atraídos por el brillo de nuestras luces, quieren compartir un poco de nuestra riqueza.
África me embrujó hace ya años. Lo desconocido habita en sus infinitas entrañas, que fueron la ultima frontera para el hombre blanco, hasta que, en las postrimerías del siglo XVIII y XIX, se lanzaron en tropel todos los aventureros del Viejo Continente a descubrirla, a colonizarla y… a destruirla.
Recuerdo que, en una ocasión, mientras preparaba una investigación sobre el tema del sida en África, leí un informe secreto de uno de esos clubes de mandatarios del mundo civilizado en el que se decía que, desde entonces -eran los años ochenta del pasado siglo- hasta el año 2000, se hacía necesaria para el sistema la muerte de 100 millones de negros, ya que se trataba de un continente que había que «reservar» en caso de guerra nuclear y protegerlo de industrias pesadas, contaminación y exceso de población. Bajo este prisma puede entenderse algo más sobre las causas de la epidemia que diezma a sus habitantes, también asolados por guerras, hambrunas y sequías.
La puerta de África: Dar es Salam
Fue uno de los primeros países del mundo que visité cuando me lancé al abismo de la vida en este planeta. Recuerdo el insoportable calor húmedo que me abrasó al bajar del destartalado avión que me había llevado hasta allí. Y recuerdo también cómo los animales pacían en las mismas pistas de aterrizaje, mientras que los adueneros, hombres que parecían sacados de la escena de una película de Bogart, se extrañaban de cómo un blanco podía sentir interés por visitar su país, Tanzania, en el mismo corazón del África negra.
Allí fue donde escuché, por primera vez, el sonido profundo de los tambores, algunos tan grandes que llegaban a medir dos metros de diámetro. Los utilizaban como medio de comunicación a distancia entre las diferentes tribus. También los hacen sonar para invocar a los dioses. Y es que la magia, la más pura magia, ha nacido allí, a la sombra de marabús, brujos y sacerdotes que me enseñaron que todo es posible, que existe un mundo más allá de los sentidos, al cual puede accederse si se posee la llave precisa.
Así era el continente negro: un mundo in-comprendido por el blanco dominante. Pero pocos saben que este continente mágico aún sigue conservando sorpresas para la humanidad.
Los Himba
África es un mosaico de pueblos, razas, culturas y tradiciones. Un lugar perfecto para encontrarse con lo mágico y misterioso… y para mantener una cita con los nimba.
Habíamos parado a repostar al lado de un pequeño mercado en la carretera cuando comenzaron a aparecer. Mientras llenaban el vehículo de gasolina vi cómo una mezcla de razas se arremolinaba en torno a los puestos que ofrecían su mercancía: lánzanos, masáis, hotentotes, negros a la occidental, blancos despistados…
Y, en medio del bullicio, aparecieron las mujeres himba, ataviadas con sus vestidos tradicionales. Quedé tan fascinado que inmediatamente busqué un intermediario que me llevara a conocer una sus tribus. A cambio de sal, un poco de harina, tabaco, azúcar y algunas chucherías para los niños, me aseguraron que el jefe de la tribu accedería a mi petición de visita.
Aunque están muy repartidos, cerca del río Kunene se extiende un territorio semiárido donde se asienta esta tribu ganadera que, pese a vivir casi anclada en la prehistoria, ha desarrollado extraordinariamente el gusto por la estética. Cuidan mucho su piel, a la que tintan con frecuencia para que detente un color rojizo. Lo logran gracias a unas rocas de hierro oxidadas que machacan hasta conseguir un fino polvo ocre que mezclan con manteca animal y plantas aromáticas.Tampoco olvidan nunca ponerse sus adornos y peinarse con estilos de lo más sofisticado.
El pequeño poblado himba al que nos aproximamos estaba rodeado por una valla circular. En su interior se levantaban lugares sagrados y, un poco mas allá, las viviendas donde se desarrollaba la vida de las mujeres y los niños himba. Fuimos recibidos con cali-
dez y me hicieron entrar en una pequeña construcción.
Con mi guía y conductor al lado,nos sentamos en círculo y nos fuimos presentando. El jefe se interesaba principalmente por saber si estábamos casados y cuantos hijos teníamos. Tras este protocolo, nos levantamos y salimos afuera para saludar a todos los miembros de la tribu. Una vez cumplidas las cortesías pertienentes, algo fundamental en estas tierras, me dejaron fotografiarlos. Los niños se convirtieron en los protagonistas de la visita, especialmente alegres y cariñosos, demostrando curiosidad portadas las cosas que llevaba encima.
Me permitieron curiosear cuanto quise y hasta me di un baño con algunos niños del poblado. Mi guía me aseguró que este tipo de visitas son para los himbas como un circo: «Hoy, con vuestra visita, ha llegado el espectáculo, sólo que las atracciones no son ellos, sino tú, el blanco que se acerca a verlos.»
«En cuanto salgamos del poblado -prosiguió el guía-, al contrario de lo que ocurre en otros lugares de África, la vida seguirá igual para los himbas. Ellos continuarán de la misma manera que los viste. Seguirán siendo fieles a su cultura; no dejan que el hombre blanco los cambie.»
Salí del poblado sorprendido y alegre por lo que había encontrado en ese rincón del mundo: uno de esos pueblos que se resisten a la influencia del mundo «civilizado» y prefieren seguir con su-tradicional forma de vida.
Pese a que en algunos aspectos viven en la prehistoria, en lo social han logrado singulares avances, especialmente en aquello que concierne a libertad de la mujer.
El pueblo más antiguo de la Tierra
Mientras continuaba mi viaje por caminos asfaltados en mitad de la sabana y pistas de tierra, fui ordenando la información que tenía acerca del que llamaban el pueblo más antiguo de la Tierra.
Al contrario de lo que pudiera parecer, los primeros pobladores del continente africano no fueron negros, sino un pueblo al que se le conoce con diversos nombres, según el origen de quien hable de ellos. Por ejemplo, los tswana los llaman basarva -«pueblo que no tiene nada»-, los khoi los nombran san -«extraños» o «vagabundos-«, mientras que los europeos colonizadores los conocemos como bosquima-nos, un pueblo que, según los estudios genéticos efectuados, es el que más se parece a la primera población de homo sapiens que existió.
Se encuentran en un lugar conocido como Hadzaland, situado a las orillas del lago Eyasi, al sur de las laderas del cráter del Ngorongoro (Tanzania).
La comunidad de bosquimanos had-zabe que iba a visitar está integrada por entre 1.500 y 2.000 individuos repartidos en pequeños grupos familiares.
Una de las características más des-tacables de los bosquimanos hadzabe es que pertenecen al grupo de los ca-zadores-recolectores: viven de la poca caza que queda y de la recolección de frutos y raíces silvestres. El hombre se dizado. Muchos de estos cazadores bosquimanos, por ejemplo, son capaces de oler el rastro de sus presas a varios kilómetros de distancia, saber si el animal es macho o hembra, su edad, estado e, incluso, el numero de crías que ha parido», me continúan explicando.
Después de escuchar atentamente, Mojü, uno de los ancianos bosquimanos, trabó más confianza conmigo y se acercó para interesarse por mi atuendo. Miraba mi camisa, la linterna que llevaba colgando y mi machete. Pero no hablaba. Tan solo emitía una especie de chasquido gutural: «Los bosquimanos, aunque parecen poseer una lengua propia, se comunican mediante el lenguaje del chasquido: sonidos y ruidos generados por la lengua», me informó el guía.
En ese momento, una jauría de niños se lanzó contra nosotros. Querían jugar a esos juegos que para ellos no son sino un adoctrinamiento para la caza, algo que centraliza su vida. De hecho, entre los 4 a los 12 años su ocupación favorita es desafiarse para ver quién es el más diestro en el uso del arco, haciendo ejercicios de puntería contra troncos de madera.
Por su parte, las niñas del grupo suelen estar más cerca de las mujeres del poblado, acompañándolas en las labores de recolección de frutos y raíces de pequeños arbustos.
Según los estudios genéticos realizados, el pueblo más antiguo de la historia es el bosquimano. Desgraciadamente, está desapareciendo por la acción del hombre blanco.
La partida de caza
Al día siguiente, aprovechando las primeras luces de la mañana, salimos con cuatro cazadores del grupo, acompañados por dos perros delgados y nerviosos.
Ir de cacería con los hadzabe es toda una experiencia. Son capaces de recorrer grandes distancias a pie sin mostrar el más mínimo indicio de fatiga. Suelen ir descalzos, a pesar de que en el campamento usan toscas sandalias de cuero. La zona por donde nos llevaron, cerca del lago Eyasi, es tipo sabana, con árboles baobab, acacias y mucho matorral espinoso.
Tras una larga caminata, uno de los perros encontró la pista de lo que resultó ser una gacela… La persecución fue rápida; los los perros siguieron su rastro y los cazadores acosaron a la presa hasta acabar con ella de un certero flechazo.
Una vez que cobramos la pieza, la alegría se reflejó en los rostros de todo el grupo. Ese día habría fiesta en el poblado…
Y es que la caza es todo un arte para ellos. Por ejemplo, cuando el objetivo es un animal grande, como puede en el caso de un impala, un búfalo o una cebra, las puntas de las flechas se impregnan con un veneno vegetal elaborado a partir de la sabia de una planta llamada panjupe. Una vez cobrada la pieza, y para evitar que el veneno se extienda al resto de la carne, retiran la flecha con toda la rapidez posible y cortan la piel que rodea a la herida.
La lenta agonía de un pueblo
Un proverbio bosquimano dice lo siguiente: «Libraos de los amos negros y blancos. Os cogen para el trabajo. Disparan contra los ladrones de ganado. Cuando hacen ¡bum-bum!, pueden acertar hasta a una distancia de muchos tiros de piedra». Es un aviso para los jóvenes, una llamada a mantenerse lejos de las tentaciones occidentales, en un tiempo en que los bosquimanos se hallan en situación de riesgo. Muchos de ellos, empujados por los ganaderos y los granjeros, han sido obligados a abandonar sus poblados para trabajar como mano de obra barata en gasolineras, restaurantes, haciendas o, simplemente, como un atracción turística.
Los bosquimanos constituyen el único pueblo que hoy puede hablarnos de nuestro pasado más remoto. En ellos, los antropólogos reconocen a la cultura viva más antigua conocida.
A pesar de este reconocimiento mundial, han sido perseguidos, acosados por fuertes intereses económicos para que abandonen sus territorios; se les ha llegado a interrumpir el suministro de agua, se les limita la caza, su único medio de supervivencia, y se les discrimina por considerarlos una raza inferior. Han sido expulsados de sus territorios a la fuerza, llegándoles incluso a matar.
Los que son desalojados bajo la promesa de que les entregarán nuevas tierras acaban en «reservas», donde la desidia, el alcoholismo y la desesperación acaban por empujarles a una existencia miserable. Tanto es así que los bosquimanos conocen estos lugares como «el lugar de la muerte». Fueron los primeros y ahora son exterminados…
Cuando marché de allí, lo hice sabiendo que había sido testigo de la silenciosa y discreta agonía del pueblo vivo más antiguo del planeta.También fui consciente de que mi mundo -el mundo «civilizado»- aún no ha entendido que matar los orígenes es cavar nuestra propia tumba.
http://ccoo-chilecomparte.blogspot.com/2012/03/los-bosquimanos-de-tanzania.html
Sin Palabras….. Y con lagrimas en las mejillas. POR DIOS , paren por favor y dejen que la naturaleza nos muestre el camino que tiene para nosotros, basta de chimeneas, contaminacion, y someter a nuestros antepasados en toda la faz de la tierra. Somos visitantes(turistas) y de los malos, en nuestra preciada TIERRA
Estimada Ale:
Son las mismas multinacionales de siempre las que mandan a los gobiernos para conseguir los permisos y el control de los recursos.
El respeto al hombre, su cultura o su existencia no existe.
Todo depende del valor de lo guardado en el territorio.
Las naciones Unidas permanecen impasibles en un mar de burrocracia intencionado.
Se repite la humillación de los pobres e indefensos por los poderosos.
Nosotros ayudamos también con nuestra indiferencia y olvido estas situaciones.
Un saludo