El espíritu del valle nunca muere.
Tao Te King
El corazón señala la ruta del caminante, nada busca en su camino y así encuentra las huellas más verdaderas de sí mismo. Nada hay que conseguir o que ganar… el camino está para emprenderse, confiando en el destino que nos guía tan puntual y claro como el amanecer del sol en la mañana.
El destino, el Tao, el gran camino, no puede dejar nunca de brillar, de ser lo que es, de funcionar tal y como lo hace. Y el hombre del Tao se integra con su proseguir, con su rumbo natural y sigue su estela como nuestra mirada se fija y se detiene inevitable cuando vislumbra la belleza, una melodía nacida del alma o un riachuelo rebosando frescura y trasparente esplendor de agua y pájaros cantores.
El hombre del Tao no tiene un destino, su destino es estar siempre abierto a la verdad natural del ser, al punto donde todo nace antes de todo nacimiento, al centro que comprende todos los centros. El gran camino del Tao nada guarda para sí, solamente ofrece lo que es. Es completo dar…
El gran Tao nos entrega todo sin pedir nada y somos Uno en él… sin formas, sin nombres, sin espacios que limitar… El gran Tao está abierto como el cielo, como el universo… acogiéndolo todo, desde un aparente vacío que es amor total lleno de sí mismo.
El gran Tao es eterno y puede contemplarse desde todos los lugares, puesto que no hay lugar que no esté inundado de él. El hombre del Tao ni siquiera pertenece al Tao, y vacío de pertenencia vive el completo y continuo encuentro de su ser real.
Una batalla se ha librado y se ha ganado… Pero la paz siempre estuvo ahí… más allá del movimiento de los opuestos. El Tao parece oculto, como el latido del corazón que apenas se percibe. Pero es por él que todo late, que todo vive y que todo muere para volver a nacer.
Y sólo hay una cosa que no nace ni muere… el Tao. Lo que absolutamente Es.
El hombre del Tao es Uno con esta Verdad Eterna.
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