La escucha depende de los ritmos cerebrales

Referencia: Max-Planck-Gesellschaft.de, 14 de noviembre 2012


De forma natural, nuestra actividad cerebral crece y se desvanece. Cuando escuchamos, esta oscilación se sincroniza con los sonidos que oímos. Los investigadores del Instituto Max Planck Institute for Human Cognitive and Brain Sciences han descubierto que esto influye en la forma que escuchamos. La habilidad de audición también oscila y depende del momento exacto de los ritmos cerebrales de la persona. Este descubrimiento de que el sonido, el cerebro y el comportamiento están tan íntimamente unidos nos ayudará a aprender más acerca de las habilidades de escucha en la pérdida de audición.

Nuestro mundo está lleno de fenómenos cíclicos: Por ejemplo, muchas personas experimentan su capacidad de atención cambia en el transcurso de un día. Tal vez usted está más alerta por la mañana, otros más por la tarde. Las funciones corporales cambiar u «oscilan» cíclicamente con ritmos ambientales, como la luz y la oscuridad, y esto a su vez, parece regir nuestra percepción y comportamiento. Se podría concluir que somos esclavos de nuestros propios ritmos circadianos, los cuales también son esclavos de los ciclos de luz-oscuridad del medio ambiente.

Una idea difícil de probar en la neurociencia es que estos acoplamientos entre los ritmos del medio ambiente, los ritmos del cerebro, y nuestros comportamientos, también están presentes en escalas de tiempo mucho más finas. Molly Henry y Jonas Obleser de Max Planck Research Group la “Auditory Cognition”, siguen ahora esta recurrente idea en su investigación sobre la escucha del cerebro.

Esta idea conserva fascinantes implicaciones en cuanto al proceso discursivo humano y de la música: Imagine el contorno melódico de la voz humana o de su pieza favorita músical oscilando arriba y abajo. Si su cerebro se acopla a, o se ve «arrastrado» por estos cambios melódicos, razonan Henry y Obleser, entonces usted también puede estar mejor preparado para esperar sonidos breves, aunque importantes, que suceden en la voz del hablante, por ejemplo, una «d» frente a una «t».

El simple «sonido fugaz» del experimento de los científicos era espacio de silencio muy corto y difícil de detectar (de una centésima de segundo) incrustado en una versión simplificada de un entorno melódico, que lenta y cíclicamente cambiaba su paso a una velocidad de tres ciclos por segundo (3 Hz).

Para poder rastrear la actividad cerebral de cada oyente al milisegundo, Henry y Obleser grabaron la señal electroencefalográfica del cuero cabelludo del oyente. En primer lugar, los autores demostraron que el cerebro de cada oyente era «arrastrado o acarreado» (esto es lo que significa, literalmente, la palabra francesa ‘entraînement’) por los lentos cambios cíclicos de la melodía, la actividad neuronal de los oyentes subía y bajaba. En segundo lugar, la capacidad de los oyentes para descubrir las brechas fugaces ocultas en los cambios melódicos no eran por ser constantes en el tiempo. En vez de eso, dicha capacidad también «oscilaba» y se rigía por los altibajos del cerebro. Los investigadores pudieron predecir dada una onda cerebral lenta de un oyente si detectó o no el silencio corto o se escapó de su radar.

¿Por qué pasaba eso? «Las lentas subidas y bajadas de la actividad cerebral se llaman oscilaciones neuronales. Ellas regulan nuestra capacidad de procesar la información entrante», explica Henry Molly. Jonas Obleser añade que «a partir de estos resultados, se desprende una conclusión importante: Todas las variaciones acústicas que encontramos, parecen marcar la actividad de nuestro cerebro. Al parecer, nuestro cerebro utiliza estas fluctuaciones rítmicas que prepararse mejor respecto al procesamiento de la siguiente información de importancia.”

Los investigadores esperan poder utilizar este acoplamiento del cerebro con el entorno acústico, como una nueva medida para estudiar los problemas de los oyentes con pérdida de audición o personas que tartamudean.


– Imagen: Los ritmos cerebrales de los oyentes se sincronizan con el estímulo acústico, lo que hace que la capacidad auditiva «oscile». © Sebastian Willnow

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