El país que dirige Dilma Rousseff se convirtió en solo cuatro años en la nación más rica de toda América Latina
Corrían los años 70 y Brasil, como buena parte de América Latina vivía el espejismo de una economía próspera. A golpe de crédito creció una industria pagada por acreedores internacionales. Créditos que algún día habría que devolver. En los 80 se rompió la burbuja y poco a poco el país amenazó con entrar en bancarrota. Bajo el disfraz de un gran salvador, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial ofrecieron sendos préstamos a Brasil y a otras economías latinoamericanas. Esas líneas de crédito se convirtieron en deuda pública a unos intereses desorbitados, engordados poco a poco por la especulación de los mercados. En esas condiciones el endeudamiento no desapareció sino que se aplazó y fue creciendo.
«En ese periodo Brasil dejó de crecer y se convirtió en un ejemplo de desigualdad social», recordaba la presidenta Dilma Rousseff en la XXII Cumbre Iberoamericana. Las cifras negativas continuaron en Brasil durante dos décadas, retomando el bache en la crisis de los tigres asiáticos solo 10 años más tarde. El debilitamiento de estas economías supuso la disminución de los recursos externos para financiar el déficit del país. Se utilizaron unos 10.000 millones de dólares para financiar la economía y se adoptaron duras medidas de política monetaria. De nuevo se volvió a pedir dinero al FMI y al Banco Mundial.
En esta ocasión el plan de ayuda financiera sumaría 41.000 millones de dólares, que deberían ser utilizados en dos años. Como condición de este préstamo, Brasil debía mantener la política cambiaria y aplicar un nuevo paquete con 51 medidas fiscales a su población. «La consolidación fiscal exagerada y simultánea no es la mejor respuesta a la crisis mundial. Puede incluso agravarla llevando a una gran recesión», recordó la presidenta de Brasil en la Cumbre. Hablaba por experiencia, pues en el año 1998, bajo la presidencia de Henrique Cardoso, el déficit fiscal de Brasil se elevó hasta el 7%. La cura casi mata al enfermo.
El Brasil de Lula
«Cuando empecé mi gobierno, el 10% de la población más rica cogía la mitad del dinero del país y le dejaban a los más pobres apenas el 10%», relató el exmandatario Lula da Silva en una entrevista concedida a la revista colombiana «Semana» al final de su mandato presidencial.
Lula da Silva llegó al poder en el año 2003 y seguiría allí hasta el 2011, exactamente los años en que Brasil llevó a cabo su milagro económico. Durante su mandato, Lula se opuso a continuar con la senda de austeridad que le dejó Cardoso. Al contrario, aumentó el salario mínimo en un 62%, acabó con la desnutrición infantil y escolarizó a las clases humildes. Impulsó la creación de cuentas bancarias para los pobres, Hasta 45 millones de brasileños recibieron depósitos por valor de 200.000 millones de dólares. Se dieron «préstamos» con tasas muy reducidas que se devolvían en 30 días gracias a a los cuales se reactivó el consumo: «Creció siete veces más, sobre todo en los sectores populares», afirmó Da Silva. Un mecanismo que se aseguró de llevar a cabo sin intermediarios. «No creo que deba existir la figura del intermediario, porque la mitad de la plata se queda con él.
En Brasil las personas que reciben beneficios del Gobierno reciben una tarjeta magnética con la que pueden ir al banco y sacar el dinero. «Eso es sagrado», recalcó el expresidente.
Brasil logró reducir en más de un 70% la desnutrición de su población gracias a políticas de fomento de la agricultura familiar, distribución de alimentos a las clases más desfavorecidas y programas de ayuda a la lactancia materna. Se crearon escuelas, universidades y sobre todo, se creó empleo y se devolvió el préstamo con creces.
«Hasta le pagamos la deuda el Fondo Monetario Internacional. Después de dos años de gobierno, le devolvimos 16.000 millones de dólares que le debíamos. Hoy el FMI nos debe 14.000 millones de dólares que les prestamos para ayudar a la crisis de los países ricos», dijo Lula.
Algo parecido apuntaba Dilma Rousseff en la Cumbre Iberoamericana: «Es necesaria la adopción de una estrategia que obtenga resultados concretos para las personas y presente un horizonte de esperanza, no sólo la perspectiva de más años de sufrimiento».
Es cierto que Brasil sigue siendo hoy una de las economías más desigualitarias, que existen problemas de corrupción y que deja mucho que desear en cuestiones de seguridad ciudadana, pero también que en 2010, en plena crisis financiera mundial, logró crecer un 7,5% y a día de hoy es la nación más próspera de toda América Latina y la sexta más rica del mundo.
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Buenas tardes, si algo aprendí en todos estos años es que hay que mantenerse lo más alejados posible del FMI,