La predestinación del rey

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Durante el Antiguo Régimen, debido a una tradición anclada en la superstición, era frecuente la práctica de anticipar el futuro de las cosas visibles e invisibles, estudiando con atención la posición de los astros, o la índole de algunos “signos” tenidos por extraordinarios, como las estrellas fugaces, los meteoros o los cometas y los eclipses, que eran considerados, por lo general, señales de mal agüero.
Desde tiempos pretéritos, los cometas habían sido considerados como anunciadores de grandes catástrofes: inundaciones, guerras, plagas, epidemias… Existía la convicción, escasamente científica, según apunta el especialista Javier Várela, de que el fenómeno era un resultado de las exhalaciones calientes y secas, e>¡traídas de la tierra por el Sol, que luego se encendían en las regiones celestes; “el aire caliente provocaba abundancia de cólera y, por tanto, iracundia y ánimo belicoso. La sequedad originaba años estériles y enfermedades agudas”.
Puesto que el rey era considerado un personaje por encima del común de los mortales, elegido por la Providencia para desempeñar su función, se le relacionaba comúnmente con el orbe celeste. Así rezaba una oda en tiempos de Felipe IV, oficialmente conocido como “El Rey Planeta”: “sol es su majestad católica que alumbra los distantes hemisferios”. Algunos astrólogos eran especialistas en relacionar su predicción con el signo en el que se encontrara dicho cometa al ser avistado: si se hallaba en Géminis, por ejemplo, era símbolo de que habría un abatimiento de la religión; si estaba en Aries, simbolizaba guerra y estragos en el ganado; si por el contrario se hallaba en el ámbito de influencia de Cáncer, indicaba que tendrían lugar muertes súbitas. Muertes que por lo general se vinculaban con las personas regias y principescas. Los cometas presagiaban para la gran mayoría muertes de personajes ¡lustres relacionados con la Corona o el papado.
Y la causa residía en que, según la creencia de siglos anteriores, los cometas, mediante hálitos de “materia sutil”, sometían a todas las personas a su nefasto influjo, pero principalmente a los soberanos debido a su “humor templado”, patrimonio de la estirpe regia, unido a la delicadeza de su cuerpo, que recibía un cuidado especial, lo que hacía que fuesen más fáciles de alterar que el resto de los mortales. La superstición en torno a la figura del monarca se retrotraía a muchos siglos atrás y estaba inexorablemente ligada a su destino a ojos de un pueblo que lo veneraba cual semidiós. Desde tiempos antiguos, los cometas y las novas eran considerados malosaugurios para los gobernantes porque un rey o príncipe se suponía que debía tener todo bajo su control en sus dominios, en los que se incluía la tierra, el mar y también el cielo.
Junto con la alquimia y la astronomía, la astralogía gozaría de un enorme interés durante los últimos siglos medievales y más tarde en el Renacimiento. Para el hombre del medievo, esta disciplina era el instrumento más adecuado para proporcionar una visión más amplia y completa del ser humano, ya que permitía comprender las interacciones entre el macrocosmos -el Universo, que simbolizaba el rey- y el microcosmos o vida en la Tierra.
Una astralogía cuya utilización más elemental fue el trazado de horóscopos, principalmente de personajes de renombre, que indicaban según la creencia la influencia de los astros y planetas de una persona en el momento del nacimiento o en cualquier otro momento clave de la vida de esta.
Desde la Edad Media no había prácticamente Corte que no contara con los servicios de un astrólogo, que en algunos casos era también físico o médico y en otros una especie de mago al servicio del rey. No es raro, pues la astrología estaba también entonces estrechamente ligada a la medicina y sus “augurios” se utilizaban para sanar enfermedades -o para confirmar el fatal desenlace de un enfermo-. No obstante, el hecho de que esta tuviera tanta influencia entre las clases nobles -y también el pueblo- no era sino una herencia de la antigüedad.
En la Grecia clásica el destino era clave para comprender la vida de los hombres y el devenir histórico, algo que puede apreciarse en la mayoría de sus textos dramáticos. En Roma, la figura del augur practicaba oficialmente la adivinación, una práctica heredera de griegos y etruscos.
También en Súmer, donde es casi seguro que surgiera la astrología hace 5.000 años, los gobernantes mesopotámicos utilizaban esta, que era ejercida por los sacerdotes magos, con fines religiosos, políticos y militares. Lo mismo sucedía en China, donde se desarrolló a la vez -y donde quizá surgió de manera independiente-, algo que tendría gran peso en los siglos posteriores. La corte babilónica de Alejandro Magno gozó de la influencia de numerosos astrólogos que tuvieron un importante papel en su ascenso como conquistador y estadista, anunciando incluso, si hemos de creer a las polvorientas crónicas, su prematura muerte a los 33 años, volviendo a Roma, los emperadores, corno nías tarde los reyes del Medievo, creían a pies juntillas los vaticinios de astrólogos y adivinos -los citados augures-. El primera de los emperadores, Octavio Augusto, fue vaticinado con un futuro glorioso porel célebre Teógenes, cuando aún era un muchacho. Su hermano Tiberio trajo al parecer de Rodas al astrólogo Thrasyllus de Mendes y rnás tarde a su hijo Bablilius, que serviría como astrólogo oficial de los emperadores Claudio y Nerón. La astrología y la adivinación se ponían al servicio de la política, y Galba, Vespasiano, Tito y Domiciano, temiendo que pudieran descubrirse eventuales sucesores suyos, prohibieron las prácticas astrológicas. Cuentan que por ello, y por la importancia que seguían dando a los designios de las estrellas, emperadores como Tiberio o Adriano aprendieron a trazarsus propios horóscopos.
Los cristianos por su parte atacarían la astrología en los primeros tiempos corno una creencia de raíces paganas, entre ellos san Agustín, que tras practicarla en su juventud, acabaría arremetiendo contra sus practicante, a los que según él había que ignorar y silenciar, afirmando que “la idea de que las estrellas rigen nuestros actos o nuestros sentimientos, solo sirve para rechazar toda divinidad”. La predestinación entraba en conflicto con el libre albedrío y así, la utilización de los astros para predecir el futuro pasaba a ser una herejía.
Algo que cambiaría con el transcurso de los siglos, hasta el punto de que reyes considerados estandartes del catolicismo en la Edad Media, como Alfonso X el Sabio, se dedicaran a proteger a los astrólogos y a traducir obras de la antigüedad basadas en los movimientos celestes gracias a las recopilaciones hebreas y árabes anteriores. También protegió a los astrólogos Juan I el Cazador. Fuera de nuestras fronteras, Carlos Martel mantuvo de por vida al astrólogo y médico Guillermo de Estemples, que había “predicho” su victoria sobre los árabes en Poitiers, y el mismísimo Carlornagno, aunque expulsó a algunos de sus territorios, protegió a Pedro de Pisa, al que consideraba como su maestro y a Alcuino, a quien hizo venir deYork para fundar una academia en la que se enseñasen las siete artes liberales.
Ni qué decir tiene durante el Renacimiento, cuando la mayoría de príncipes, reyes y papas tenían en sus cortes astrólogosy magos cuyos consejos seguían sin cuestionarlos, sobre todo a la hora de comenzar una batalla o elegir el momento más propicio para su coronación. Algo que ya hiciera Guillermo el conquistador en el 1066 y que se convertiría en tradición en todas las cortes europeas: John Dee elegiría el momento de la coronación de Isabel I de Inglaterra, Felipe II puso la primera piedra de El Escorial e iniciaba las batallas previa consulta a sus astrólogos, Catalina de Mediéis tuvo en Nostradamus su mago y astrólogo particular, hasta el punto de que tanto este como Lúea Gaurico, el célebre astrólogo renacentista, autor del Tractatus Astrológicas, parece que profetizaron la muerte en un torneo de su esposo, Enrique IldeValois.
Aunque cueste imaginarlo, los pontífices romanos tampoco fueron ajenos a la influencia astrológica por aquellos siglos, y Julio II de Mediéis fijó el momento más favorable para su coronación como sucesor de San Pedro basándose única y exclusivamente en razones astrológicas. El propio Lúea Gaurico gozó de la protección de este Papa,y de otros como Clemente Vil, León Xy Pablo III, a quien según las crónicas predijo que sena vicario de Cristo y también el año de su muerte. Aquello le valió a Gaurico ser nombrado obispo.
Los pronósticos relativos a papas y reyes, sobre todo si eran funestos, no era algo que gustase siempre a los sujetos afectados, corno era de esperar, algo que además podía utilizarse con una intencionalidad política. Por ejemplo, el pontífice Pablo II mandó encarcelar a uno de sus astrólogos cuando este se atrevió a anunciarle la fecha exacta de su muerte. No era positivo para el que ostentaba el cetro que otros supieran el momento en el que las estrellas anunciaban su final.
La predestinación en la Edad Media
Durante la primera mitad del siglo XIV, en la Corona de Aragón, con Pedro IV (1336-1387), se inició, como apunta Femando Serrano Larráyoz en el riguroso trabajo Astrólogos y astrología al servido de la monarquía, una política de protección a los astrólogos y de traducción al catalán de obras de astrología y el impulso de otras de nuevo cuño sobre la materia. Una política que continuaría bajo el cetro de Juan I (1387-1396); este tipo de traducciones ya eran habituales en el reino de Castilla, principalmente a manos de la comunidad judía, en tiempos de Alfonso X el Sabio, cuando se editaron las célebres Tablas alfonsíes o los Libros del saber de astronomía, en los que tenía una importante influencia la astrología, que entonces iba inexorablemente ligada a la primera.
En aquellos tiempos se hacía referencia a los astrólogos en la zona aragonesa como “sol”, cuya presencia curiosamente coincide con los momentos en que los monarcas ascienden al trono. En 1350 una crónica hace referencia a un tal “sol de cornte de Foix”, que recibiría 50 sueldos del rey Carlos II (1349-1387), y a un tal “maestre Pierres,tornantsol del Papa”,que recibe en diciembre de 1387 12 libras de dono de manos del monarca Carlos III (1387-1425).
A comienzos de diciembre de 1389 es recogida la presencia de otro de estos “astrólogos” justo en el momento en que se va a celebrar la coronación de Carlos III, el 13 de febrero de 1390, un tal “maestre Johan, la sol del duc de Boroyna”, quien recibiría por sus servicios un pequeño rocín. Años más tarde se tiene noticia de un tal maestre Reymar,”astrologuo”, alemán de origen y de reconocido prestigio, en la corte de Juan I de Aragón, quien en 1396 es recompensado con 26 libras y 10 sueldos, trazando a su vez horóscopos tras el nacimiento de la infanta Isabel y en la boda de Juana, hermana bastarda del rey.
En 1410 se aludirá a otro astrólogo en la Corte, en este caso de origen judío, un tal RabíGento, quien recibirá 58 sueldos por su trabajo. Seis años después, aparece en palacio un “maestre de astralabio”, que recibe del Hostal del rey un cuarto de camero y cinco gallinas para su provisión, según recoge Larráyoz en el trabajo citado.
Durante los primeros años del reinado de los monarcas Blanca I y Juan II, estuvo al servicio de estos García Arnaldo de Suescun, al que se alude en las crónicas como “estorlogo del rey et de la reyna”, que en 1430 recibina de los soberanos 6 libras “para en ayuda de quitar el estrelario”que tenía empeñado. También el Príncipe de Viana, muerto prematuramente en extrañas circunstancias -probablemente envenenado-, tenía a su servicio a varios astrólogos, con los que contó a partir del fallecimiento de su madre.
Pedro I, apodado el Cruel, también se guió por los consejos de estos personajes. La leyenda cuenta que cuando llegó a la fortaleza de Montiel, el monarca vio escrito en letras góticas en una piedra que estaba en la torre del homenaje una inscripción que decía: “esta es la torre de la Estrella”. Pedro empalideció de repente, puesto que “muchas veces le habían dicho grandes astrólogos que en la torre de la Estrella había de morir”. Efectivamente moriría a manos de su hermano Enrique deTrastámara, a las puertas de dicha fortaleza al acudir a la tienda de este, engañado por Bertrand du Guesclín, el protagonista de la célebre frase: “Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor”.
Mucho tiempo antes de que fuera conocido por el nombre de su descubridor moderno, el cometa Hattey se consideraba que influía en el curso de los acontecimientos históricos, por ejemplo, presidiendo la conquista de los normandos de Inglaterra en 1066, al provocar terror en el rey inglés Harold el Sajón durante la batalla y contribuyendo a su derrota, sentándose en el trono inglés Guillermo el conquistador. De hecho, en el conocido como Tapiz de Bayeux aparecen representadas diversas escenas de la citada batalla y en una de ellas puede verse pintado el citado cometa.
El mismo cuerpo celeste apareció en 1402, y fue visible durante siete largos días. Según las crónicas, fue el culpable de la muerte del principe de Milán Galeas Visconti.Tiempo antes, este había preguntado a sus astrólogos si tenía algo que temer y estos le contestaron, al menos eso asegura la leyenda, que viviría plácidamente siempre que no hiciera su aparición en los cielos un cometa. Y mala suerte, así sucedió. Cuando el mismo fue visible, Visconti, ante su presencia, fue víctima de algún tipo de ataque y falleció.
Presagios funestos durante el Renacimiento
A diferencia de los primeros tiempos del cristianismo, en siglos posteriores los movimientos y fenómenos celestes fueron muy tenidos en cuenta por el orbe católico. Fray Pedro de Figueroa escribía que porseñales, sueños, espectros y vaticinios podía manifestatse la divina Providencia, “único hado de los humanos”. Porsu parte, el jesuíta y teólogo español Juan Eusebio Nieremberg, apuntaba que los cometas eran una manifestación del “enojo divino”, una advertencia a los hombres si no cambiaban su comportamiento y concretamente a los reyes como pastores supremos de su pueblo.
En agosto de 1506, según varios cronistas, fue avistado en el cielo “un cometa grande”, y un mes después mona Felipe el Hermoso. Fray Prudencio de Sandoval, cronista de Carlos V, apuntó cómo un cometa, “puesto del lado de Portugal”, vaticinó la muerte de la emperatriz Isabel, esposa del cesar, el 1 de mayo de 1539. Según recogerían testigos de la credibilidad del padre Sigüenza o fray Juan de San Jerónimo, aquel acontecimiento volvió a repetirse en 1558,1577 y 1580 sucesivamente, y a todos ellos sucedió la muerte primero de Carlos V, y después de don Juan de Austria y de la reina Ana, cuarto esposa de Felipe II. Nuevos cometas fueron avistados a finales de 1664 y en enero de 1679, según el juicio de varios astrólogos, corno lúgubre anticipo de la desaparición de Felipe IV y su hijo bastardo Juan José de Austria.
A finales de 1680, desde distintos puntos de Europa, fue avistado un cometa que provocó numerosa agitación. En España, fue objeto de muchos sermones y rogativas, en las que se pedía al Todopoderoso que el peligro no se cerniese sobre la población. Incluso el rey Carlos II, gran devoto y supersticioso, solicitó a varios teólogos y astrólogos que tratasen sobre la materia, probablemente por el temor de sus antecedentes paternos -era hijo de Felipe IV-.
Al igual que los cometas, siguiendo el trabajo de Javier Várela, también los eclipses, como fenómeno que interrumpía el curso habitual de los cielos, solían interpretarse como agüeros de tipo funesto; a decir de quienes los interpretaban, ocasionaban tempestades y enfermedades, “esterilidad en los frutos y alteraciones en el aire”. Según polvorientas crónicas, a la muerte de Felipe II y de la emperatriz Isabel antecedieron eclipses de sol y de luna; otro, se supone que de luna -este era el astro femenino, vinculado y mas sensible a la figura de la reina-, “pronosticó” dos meses antes el fallecimiento de la infanta sor Margarita de la Cruz.
Pero no siempre los eclipses anunciaban hechos luctuosos o funestos. En ocasiones, o al menos así quisieron interpretarlos sus contemporáneos, tenían la propiedad de anunciar nada menos que la felicidad del alma del difunto. Como ejemplo,el 16de mayo de 1696,a las doce menos cuarto de la noche, momento en el que pasaba a mejor vida Mariana de Austria, tuvo lugar un eclipse de luna que los exégetas señalaron corno indicio de que hasta los planetas se ocultaban para expresar algo parecido a un luto cósmico. De aquí no es difícil extrapolar la importancia que la figura regia tenía para su pueblo. El rey aparecía, en la doble articulación entre Dios y los hombres, como intermediario esencial, mitad humano, mitad sagrado, próximo a la figura del santo o del taumaturgo -ver recuadro-. El monarca encamaba en ocasiones a Cristo en la Tierra y su deceso se asemejaba a una expiación por la cual su comunidad purgaba sus culpas, a modo de redención. Así, el escritor y humanista español del siglo XVI Juan López de Hoyos, en su Historia y relación verdadera de la enfermedad, felicísimo tránsito y suntuosas exequias de ia Serenísima Reina de España Doña Isabel deValois, nuestra señora… publicado con motivo de la muerte de la tercera esposa de Felipe II, en 1569, escribía: “que llevarse Dios los buenos reyes en agraz es un castigo tan ordinario en la escritura sagrada que no hay ninguno medianamente leído que no lo conozca”.
Otras señales sobre el destino regio
Además de cometas y eclipses, existen otros “signos”, en este caso no celestes, que según la tradición anuncian la inminente muerte de personajes egregios. Uno de los más célebres es la llamada “Campana de Velilla”, en Zaragoza, también conocida como la “Campana del milagro”, que según la tradición toca sola,sin intervención humana alguna. Entre 1515 y 1686, al parecer casi todos los fallecimientos regios fueron anunciados por el lúgubre eco del artilugio. Algunos achacaban tal portento al influjo de los astros -de nuevo la influencia de los celeste-; otros afirmaban que la razón se hallaba en que en el forjado de la campana se utilizó una de las monedas de Judas, lo que era aún más increíble. El portento lo atribuía a la intervención divina el mismísimo padre Feijoo, escéptico en muchas materias, quien en Disertación sóbrela campana de Velilla, otorgaba una “gran probabilidad a la existencia del prodigio”.
En ocasiones, los fenómenos meteorológicos y los acontecimientos celestes, incluidos otros sucesos considerados prodigiosos, simbolizaban para los cronistas el destino del alma regia, cual si brindaran su particular homenaje o luto a tan insigne personaje: un “globo maravilloso de luz” se posó el 26 de febrero de 1603 sobre el convento de las Descalzas Reales de Madrid, a la misma hora en la que fallecía la emperatriz María, y otra luz impresionante, según recogió Juan de la Palma en su Vida de la serenísima infanta…, “una estrella, de rara diferencia a las otras”, volvió a posarse sobre el mismo lugar en el momento de la muerte de su hija Sor Margarita.
No fueron los únicos casos documentados; a la muerte de Garios II se vio brillar “la estrella de Venus opuesta a la del Sol”, lo que se interpretó como que el difunto monarca tendría eterna felicidad al otro lado.Y en la de María Luisa Gabriela de Saboya, primera esposa de Felipe V, muerta de forma prematura el 14 de febrero de 1714, después de una racha de lluvia torrencial, surgió en el firmamento otra estrella, “tan hermosa que su resplandor competía con el del Sol”.
También los terremotos, las tempestades y la alternancia de estaciones eran considerados símbolos de la predestinación regia o “quejas” de las alturas por el fallecimiento de un insigne personaje: el Viernes Santo de 1504, la tierra tembló con violencia tras la desaparición de Isabel la Católica, como mostrando un sentimiento particular ante su deceso, según creía sin titubeos -en un tiempo, no lo olvidemos, de fuerte religiosidad e imperante superstición- el cronista Andrés Bernáldez. En sentido similar fue interpretada la fuerte lluvia que empezó a caerso-bre Zaragoza durante los funerales por Felipe II, hasta el punto de que Fray Diego Murillo, en un sermón porel alma del prestigioso difunto, afirmaba al ver caer el líquido elemento: “¿no veis cómo acompañan con sus lágrimas a las nuestras, para que sea más grave y más universal el llanto?”.
También lo que hoy conocemos como numerología tenía gran importancia para los astrólogos a la hora de interpretar en los horóscopos la suerte del rey o porque la fecha de la muerte se relacionaba con las principales efemérides de la vida del soberano. Asi’, María Luisa de Orleans había nacido un 27 de marzo y vivió solo 27 años; su desposorio con Carlos II fue en 1679, y su deceso tuvo lugar el 12 de febrero de 1689; reinando un total de nueve años. Siguiendo estos datos, Juan de Vera Tassis, cronista de sus exequias madrileñas, apuntaba una razón mística de las cifras citadas, ya que “tuvo 2 y 7 para nacer, 2 y 7 para desposarse, 2 y 7 para vivir, 2 y 7 para reinar y 2 y 7 para fallecer”. Más retorcido, imposible.
El biógrafo de Margarita de Austria apunta que feneció un 3 de octubre, entre las nueve y las diez de la mañana, “a la misma hora en que nació”; por su parte, Carlos II llegó al mundo un 6 de noviembre en el Real Alcázar madrileño, que quedaría reducido a cenizas durante un incendio en 1734, y el rey hechizado fallecía también en la misma fortaleza regia en noviembre, siendo enterrado otro 6 de noviembre, haciendo coincidir “los dos extremos del nacery el morir”, según recogía en la Oración Fúnebre del cenotafio Pedro Scotti de Agoiz.
Los ejemplos son innumerables, aunque evidentemente subjetivos y circunscritos a una época, creencias y circunstancias muy concretas. Por otro lado, el aura de santidad portentosa siguió al fallecimiento de varios de nuestros monarcas. Por ejemplo, si los meteoros o cometas eran signo de mal agüero, en ocasiones la aparición de una paloma durante las exequias o la misa era interpretada como una “buena y feliz” muerte del soberano. No era raro teniendo en cuenta la fuerte tradición vinculada a esta ave: en el mito griego de Semíramis, esta fue transportada al cielo en forma de paloma; al morir Cristo tras el calvario, rasgándose el velo del Templo, salía de dentro una de ellas, representación cristiana del Espíritu Santo. De acuerdo con el folclore, el alma de los difuntos solía representarse en la forma de este animal.
En relación a ello, la paloma era un célebre pájaro de buen agüero real; uno de estas características se coló en la cámara real nada más producirse la muerte del cuarto Felipe y cuando el cuerpo de Mariana de Austria era sacado de su casa “una paloma estuvo revoloteando un buen rato”, y acompañó al cortejo fúnebre un largo trecho.
Praga. La corte del saber
También el emperador Rodolfo II de Habsburgo, sobrino de Felipe II, tuvo a su servicio al astrónomoTycho Brahe, que nos interesa a la sazón porque actuó, a pesar de ser un hombre de ciencia, como su mago y astrólogo personal. Rodolfo II hizo de la corte de Praga en el siglo XVI centro neurálgico del saber, y también del heterodoxo. Se reunió de magos, alquimistasyocul-tistas, entre ellos el célebre mago inglés John Dee.
Aunque el monarca checo promocionó los estudios ocultistas y alquímicos como pocos soberanos de su tiempo, algunos eruditos de renombre que sentarían los pilares de la ciencia y la astronomía modernas también tuvieran un lugar en la corte y gozaran del favor imperial, a pesar de que entonces no se podía hablar de astronomía y ciencia tal y como las conocemos hoy en día, pues los astros no habían perdido el carácter sagrado que les reconocían los pri meros cristianos, cual herencia del paganismo, y a la promulgación de las leyes físicas se unía, como ya hemos visto, la superstición, la providencia y la concepción aristotélica del Universo. Uno de las figuras más conocidas de este campo fue el citado Brahe. Durante años dicho personaje estuvo al servicio de Federico de Dinamarca, quien construyó para él un observatorio en Uranienborg, pero a la muerte del soberano sus trabajos fueron cuestionados, se congelaran sus ingresos yTycho huyó ante la amenaza de ser investigado por la Inquisición. Cuando llegó a Praga, en 1599, dicen los cronistas que era un vanidoso insoportable, pero fue el más brillante de los astrónomos pretelescópicos.
Gracias a sus vastos conocimientos y al afán de mecenazgo de Rodolfo, consiguió pronto convertirse en astrólogo y matemático imperial, obteniendo grandes riquezas y un observatorio en la casa del ex canciller Curtius; más tarde, se mudaría a un pabellón de caza que transformaría también en observatorio. Pera sin duda, lo que más llamó la atención del emperador fueron las supuestas capacidades proféticas de Brahe.
Nadie dudaba entonces en la Corte de que el astrónomo predecía el futura y era capaz de penetrar en los misterios celestes, al igual que tenía la capacidad de predecir enfermedades. De hecho, un elixir que lleva el nombre del astrónomo y que supuestamente tenía virtudes terapéuticas se vendía por aquel entonces en toda Praga y alrededores.Tycho preparó a su vez un brebaje para Rodolfo que contenía melaza, oro potable y tintura de coral, y el emperador atribuyó al bebed izo durante toda su vida facultades milagrosas.
El emperador se guió siempre por las predixiones de su consejero celeste; sin embargo, estas fueron por lo general de tipo funesto. Brahe predijo que Rodolfo moriría poco después que su león, su mascota imperial.y que sena asesinado por un hombre de la Iglesia, lo que provocó un auténtico delirio en el soberano, que siempre se creyó perseguido, y provocaría también consecuencias diplomáticas nefastas cuando expulsó a los capuchinos de Praga, al creer que tramaban un complot para asesinarlo.
Más relevante aún para la ciencia del futuro que la presencia de Brahe en la corte imperial, sena la llegada de Johannes Kepler, quien trabajaría mano a mano con el primero. Kepler, siguiendo la obra de Copérnico De revotutionibus orbium coe-lestíum libri VI, estaba convencido de que su sistema doctrinal era correcto. Afirmaba que la Tierra giraba en torno al Sol y que no era el centra del Universo, corriendo el peligro de ser quemado por hereje.
Nueve años después de la muerte de Brahe -que nunca aceptó los postulados de su pupilo, aun sabiendo que eran correctos, debido a sus convicciones religiosas-, Kepler, ya convertido en astrónomo y matemático imperial, publicó Astronomía Nova, enunciando las dos primeras leyes que permitirían más tarde a Newton postular el principio de atracción universal. Desolado, triste, prácticamente enajenado, Rodolfo II fue obligado por su hermano Matías a abdicar el 11 de noviembre de 1611. Como si los vaticinios de Tycho Brahe se hicieran realidad, Rodolfo mona destronado y abandonado por todos el 20 de enero de 1612, a las siete de la mañana, poco después que su león y sus dos águilas imperiales negras, aunque de muerte natural, no asesinado por ningún miembro del clero. Su existencia estuvo marcada por la influencia de los astros, por la creencia en la predestinación de su figura, como por otra parte le sucedió a prácticamente todos los reyes y príncipes occidentales.
El soberano actuaba como fuente a través de la que manaban los efluvios vitales; como corazón y cabeza del cuerpo político, la existencia se apagaba simbólicamente con él. En palabras de Luis de Rebolledo: “si el buen rey muere, todo su reino muere”.

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