La guerra política sobre la ciencia

Referencia: Scientific.American.com .

Por Michael Shermer, 21 enero 2013

De cómo la política distorsiona la ciencia en ambos extremos del espectro. Lo creas o no, y sospecho que la mayoría de lectores no lo creerá, se libra una guerra sobre la ciencia.

Somos muy conscientes de la lucha republicana sobre la ciencia desde el libro de Chris Mooney en 2006 del mismo nombre (Basic Books), y yo mismo he respondido a los conservadores con mi libro de 2006 “Why Darwin Matters” (Henry Holt), por su errónea creencia de que la teoría de la evolución conduce a la ruptura de la moral.

Una encuesta de 2012 de Gallup encontró que, el 58 por ciento de los republicanos cree que Dios creó a los humanos en su forma actual hace unos 10.000 años”, comparado con el 41 por ciento de los demócratas. Una encuesta de 2011 porPublic Religion Research Institute encontró que el 81 por ciento de los demócratas, y sólo el 49 por ciento de los republicanos, creen que la Tierra se está calentando. Muchos conservadores parecen conceder una posición moral más alta a los embriones en etapa temprana que el que los adultos sufran potenciales enfermedades debilitantes, curables a través de las células madre. Más recientemente, el candidato senatorial republicano de Missouri, Todd Akin, metió la pata sobre la capacidad de los cuerpos de las mujeres para evitar el embarazo en el caso de una “violación legítima”. Eso lo pone peor.

La guerra por la ciencia comienza con las estadísticas citadas anteriormente: el 41 por ciento de los demócratas son los creacionistas de la tierra, y el 19 por ciento duda de que la Tierra se esté calentando. Estos números no refuerzan precisamente la creencia común de que los demócratas son gente de libros de ciencia. Además, teniendo en cuenta que haya “creacionistas cognitivos”, esos que yo defino como los que aceptan la teoría de la evolución para el cuerpo humano, pero no para el cerebro. Steven Pinker, psicólogo de la Universidad de Harvard, documentó en su libro de 2002 “The Blank Slate” (Viking), la creencia en la mente como una tabla rasa formada casi totalmente por la cultura, ha sido principalmente el mantra de los intelectuales demócratas, que en los años de 1980 y 1990 condujo a un asalto total contra la psicología evolutiva, a través de esos grupos de extrema izquierda, denominados orwellianos, enarbolando la Ciencia para el Pueblo, y profiriendo la idea, ahora incontrovertida, de que el pensamiento y el comportamiento humano son, por lo menos parcialmente, el resultado de nuestro pasado evolutivo.

Es más, recientemente, el coste anticiencia de la extrema izquierda progresista, documentó en el libro de 2012 “Science Left Behind” (PublicAffairs), por los periodistas de ciencia Alex B. Berezow y Hank Campbell, quienes señalaban que “si bien es cierto que los conservadores han declarado la guerra a la ciencia, los progresistas han declarado el Armagedón. “En materia de energía, por ejemplo, los autores sostienen que los demócratas progresistas tienden a ser antinucleares debido al problema de eliminación de residuos, contra los combustibles fósiles debido al calentamiento global, anti-hidroeléctricas porque interrumpen el ecosistema de los ríos y anti energía eólica a causa de las muertes de aves. Lo que subyace a todo esto es que “todo lo natural es bueno” y “todo lo antinatural es malo”.

Mientras que los conservadores se obsesionan por la pureza y la santidad del sexo, los valores sagrados de la izquierda parecen obsesionados con el medio ambiente, dando lugar a un fervor casi religioso por la pureza y la santidad del aire, el agua y los alimentos en particular. Trate de tener una conversación con algún demócrata progresista sobre los GMO (organismos genéticamente modificados) donde las palabras “Monsanto” y “rentabilidad” no caigan como bombas silogísticas. El caso es que hemos estado modificando genéticamente organismos durante los últimos 10.000 años mediante la cría y la selección. Y es la única manera de alimentar a miles de millones de personas.

Las encuestas muestran que los demócratas y conservadores  moderados abrazan la ciencia más o menos igual, y es por eso que los científicos como E.O. Wilson y organizaciones como el Centro Nacional de Educación científica, están procurando llegar a los moderados de ambos partidos, para poder controlar a los extremistas de la evolución y del cambio climático. Extremarse en la defensa de la libertad no es ningún vicio, sino una defensa de la ciencia, donde los hechos son más importantes que la fe, ya sea con forma religiosa o secular, y donde la moderación en la búsqueda de la verdad sea una virtud.


Michael Shermer es editor de Skeptic magazine (www.skeptic.com). Su libro: “The Believing Brain”.
Artículo original “The Left’s War on Science”.
Imagen: Doug Chayka

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