¿Y si todo fuera un sueño? La ciencia no puede garantizar que vivamos en una realidad científica. Hoy todo apunta a la imposibilidad de separar lo real de lo virtual. Por otro lado, el cerebro interpreta como real la experiencia de lo que se siente: su función es interpretar y producir una alucinación que se vive como real. ¿Qué pasaría si toda la realidad fuera solo una ilusión? Por Manuel Béjar.
¿Cuánto pesa una alucinación?
Los neurocientíficos piensan que la conciencia es un producto emergente de la capacidad de la materia física para generar actividad psíquica. Las nuevas investigaciones sobre la conciencia han dejado de lado los antiguos dualismos filosóficos que defendían una naturaleza dual e independiente de la realidad en términos de materia-forma o cuerpo-alma.
La actual hipótesis científica defiende que el psiquismo emerge evolutivamente de la materia, por tanto, la plausibilidad de estudiar la naturaleza física de la conciencia.
Jugar a plantear tentativos modelos físicos de la conciencia es divertido. Y complejo, porque se necesita conocer conceptos difíciles de la física y saberlos combinar elegantemente con las recientes observaciones neurocientíficas.
Si se peca más del lado de la física se acaba perdiendo la conexión con la realidad del estudio. Sin el rigor de la física todo parece una ilusión neurológica. El término medio es un equilibrio inestable que fácilmente sirve de lanzadera hacia nuevos espiritualismos.
Por ejemplo, si alguien pregunta cuánto pesa un pensamiento es mucho más fácil –y a veces también más creíble– reconducir epistemológicamente la pregunta y hacer ver que no se pueden atribuir cualidades físicas de los cuerpos a los atributos del alma. El alma es ingrávida y los pensamientos también. En ocasiones los dualismos son un buen recurso. Pero solo a veces.
¿Se puede clonar el alma?
Al igual que ya se clonan ovejas o embriones humanos, podríamos preguntarnos por la posibilidad de clonar el alma. A fin de que no decaiga el ánimo del juego vamos a reformular la pregunta dejando al margen las procelosas aguas de la bioética.
Si un embrión humano, sintetizado a lo clásico y provisto de su alma correspondiente, se divide naturalmente en dos embriones con la misma carga genética; entonces, es de recibo preguntarse qué habrá pasado con su alma.
De nuevo, la solución más seria y profesional es saber distinguir epistemológicamente lo científico de lo teológico. No se puede atribuir propiedades biofísicas a entidades espirituales. Y, por consiguiente, la pregunta carece de sentido. Pero resulta mucho más divertido jugar a responderla.
El alma del embrión originario tendría que abandonar el cuerpo primordial para dejar a dos nuevas almas que se unieran a los nuevos embriones. Esto parece razonable. Pero en realidad es una paradoja.
Las dos personas que en cuerpo y alma nacerán al mundo serán hijos directos de la primera persona que los engendró tras su efímera existencia. Luego, en realidad, los dos hijos gemelos serán los nietos de sus padres y descendientes directos de una ilusión.
Por reducción al absurdo quizás esta paradoja sea la consecuencia lógica de hacer realidad la ilusión dualista del alma. Es la nueva paradoja del abuelo.
Intuyo que el argumento no es convincente. ¡Mejor! Qué siga el juego. Si el alma se pudiera clonar, sería muy fácil lucrarse vendiéndosela al diablo… Dejemos de soñar y hablemos de la materia de los sueños.
Dicen que soñar es producir imágenes a partir de una selección más o menos arbitraria de la información registrada en el cerebro. La realidad onírica es la ilusión generada con códigos cerebrales. El cerebro funciona con la materia de los sueños. Y lo hace bastante bien, pues los personajes oníricos perciben su propia conciencia.
Durante el sueño uno cree que su conciencia está en su yo onírico. Es más, el yo onírico es consciente de las conciencias de otros personajes del sueño. Y los demás personajes son conscientes de la conciencia del sujeto que sueña. Luego son también sujetos conscientes que constituyen la realidad de la ilusión onírica.
La materia de los sueños es información. El sueño es la manifestación psíquica de la información física contenida en el cerebro. El cerebro dispone de la información biofísica necesaria para procesar su propia información neurológica.
Igualmente, podemos ampliar el juego y proponer que el universo que creó el cerebro es originariamente la información física capaz de procesarse a sí misma para desplegar todo su contenido informativo psico-bio-físico, generando la ilusión de la realidad.
Antes de que el universo llegara a ser lo que hoy es, debería existir ya como información en un estado ontológico previo que aún no ha desvelado su actividad física ni psíquica.
Esta ontología posee la información para hacer un universo físico capaz de procesar por sí mismo las unidades de información psicobiofísicas que rigen el despliegue informativo que llamamos realidad. Lo que existe es una ontología metafísica con la información para generar la realidad física del universo.
El conocimiento del universo es posible porque el universo es una ontología física con la información suficiente para hacer sujetos de conocimiento que interpreten la información del propio universo al que pertenecen.
Nuestra representación científica del universo entiende que hay un sistema de información que genera el universo y lo contiene.
Supuesta la realidad como ilusión, la ontología última del universo podría entenderse como una máquina de Turing universal. Algo así como un gran ordenador con todos los posibles programas que existen en el universo. De esta manera todo estaría predeterminado desde antes del principio. Nuestra experiencia de libertad es solo parte de la ilusión universal. Y nuestros actos son pura necesidad determinista sin consecuencias morales.
La moral. Es curioso que exista este término en el gran teatro del mundo. Parece un error. Podría pensarse que es una ilusión creada por ilusiones conscientes que se creen libres. La idea de libertad es generada por el universo y el hombre construye la moral que, por ejemplo, le impele a tomar postura ante la borrosidad metafísica de la existencia.
Tanto la postura teísta de un Dios creador como la creencia en un puro mundo sin Dios son posturas verosímiles con la indistinguible verdad ontológica de la existencia.
En la consideración existencial podemos optar por la idea de que Dios es parte de la ilusión universal. Dios sería una manifestación de la información contenida en el fondo ontológico de la realidad. Una nueva ilusión. En caso contrario, Dios es el creador del mundo desde su propia ontología. Eso sí, debe ser un ilusionista para mantenerse oculto tras el mundo de fenómenos.
Antes de acabar. ¿Sabe el gran computador del mundo si acabará alguna vez de producir la ilusión del universo? ¿Se acabará el mundo? El universo debe decidir esta cuestión, pero sabemos que este problema es indecidible. Más le valdría no plantearselo, pero ya lo acaba de hacer.
Entonces, ¿viviremos eternamente? No si el universo asume la hipercomputación. Esto es, la facultad de funcionar realmente en un modo no computable. Por ejemplo, si desde antes del principio su ontología ya incluía información generadora de procesos no computables.
En un universo hipercomputacional tiene más sentido la existencia de la conciencia, la moral, la libertad y todos los fenómenos que no son computables. Las posibilidades se incrementan. De esta manera la libertad ya estaría determinada desde el principio, pero como información que crea una realidad abierta no computable. Esto es una explicación física de la libertad. Estamos condenados a ser libres.
Ahora bien, la vida en libertad de un ser consciente es siempre limitada en su percepción de la realidad. Si el mito de la hipercomputación llegase a ser cierto Dios podría ser Dios creador del mundo, al tiempo que se protegería de su propia creación para hacer posible la libertad. Y el juego. Si no, ¿de qué le valdría al puro mundo la hipercomputación? Quizás sea razón suficiente el desplegar completamente todo su potencial informacional.
Artículo elaborado por Manuel Béjar, Licenciado en Ciencias Físicas y Doctor en Filosofía, colaborador de la Cátedra CTR.
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