Era 1992 y Chernóbil seguía contaminado por el peor accidente nuclear de la historia. Grupos de investigadores de todo el mundo se habían trasladado a Ucrania para emprender los trabajos de descontaminación. A unos dos kilómetros del reactor nuclear reventado, en una zona agrícola contaminada, una bióloga ambiental española enfundada en un traje de plástico blanco se disponía a hacer uno de los experimentos más importantes de su vida. A su lado había varios tapices de vegetación enrollados, no muy distintos de los que hoy se usan para tapizar los campos de fútbol. En este caso la vegetación era una mezcla de plantas idónea destinada a chupar todos los componentes radiactivos que pudiera. Tras varios experimentos, aquella investigadora se convenció de que su experimento era un éxito.
“En algunos casos llegamos a limpiar el 90% de la contaminación de los campos”, relata Rocío Millán, aquella bióloga ambiental que estuvo en Chernóbil. Hoy Millán se enfrenta a una zona contaminada no menos colosal que la de Ucrania: la mina de mercurio más grande del mundo. Para llegar a ella no ha tenido que moverse demasiado: la explotación está en Ciudad Real, pegada al pueblo de Almadén, en el que viven unas 6.000 personas.
De las minas de Almadén ha salido un tercio de todo el mercurio que se ha consumido en los 200.000 años que lleva el Homo sapiens sobre la Tierra. La historia del mercurio está pegada a la de los hombres y Almadén ha sido su principal fuente desde los albores de la historia. Los romanos lo usaban para hacer fuentes plateadas o pintarse los labios, los alquimistas medievales para intentar transformar el plomo en oro y los niños de los 80 lo llevaban en sus heridas como una inconfundible mancha roja de mercromina.
Los ríos contienen hasta 800 veces mas mercurio del recomendado para la fauna
Dos mil años de minería han convertido a Almadén en “el lugar más afectado por mercurio de España”, resume Millán, que dirige el grupo de Conservación y Recuperación de Suelos del Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (Ciemat). Los suelos superan “casi de forma sistemática” los niveles aceptables de contaminación y algunos ríos contienen 800 veces más metal del aconsejable para la vida acuática, según algunos estudios. Todo esto hace aún más sorprendente el empeño que Millán mantiene desde hace más de una década: demostrar que estas tierras abrasadas por la minería pueden transformarse en un feraz campo de cultivo.
Almadén en Madrid
Todo comenzó en 1999, cuando el mercurio ya no era el que era. Los niños ya no llevaban las rodillas rojas de mercromina, los termómetros eléctricos ganaban terreno y los boxeadores ya no metían este metal dentro de sus guantes para aumentar el impacto de su pegada (un tongo habitual en otros tiempos). Para colmo, la Unión Europea comenzaría en unos años a trazar el plan para prohibir la exportación de mercurio. En otras palabras, la mina de mercurio más grande del mundo debía cerrar. Los propietarios de la explotación, Mayasa, una empresa pública, contactaron a Millán para que explorase formas de darle valor al suelo minero. Millán comenzó entonces un largo proyecto de investigación que le llevó a reproducir, en un invernadero de Madrid, un pequeño Almadén.
Una leyenda dice que Abderramán tenía una fuente de mercurio. Este metal es tan denso que hace flotar las cosas más pesadas. Con sorna, el emir de Córdoba les decía a los acusados de un crimen que tirasen una piedra a la fuente. “Si se hunde eres inocente y si flota, eres culpable”, les decía Abderramán según la leyenda, recuerda Millán, una experta en la larga historia de las minas de Ciudad Real. Durante siglos la explotación estuvo ligada a la corona española. En Almadén se extraía el mercurio en grandes hornos donde se calentaba el cinabrio, el mineral que lo contiene. A algo más de 30º el mercurio se evapora y luego vuelve a condensarse formando el característico líquido azogado que al expandirse marca la temperatura en un termómetro. De los hornos salía un torrente de mercurio que era temido por los presos de la época. “Había un túnel que unía la cárcel con las minas, así que decían que el que entraba en Almadén no volvía a ver al luz del sol”, relata Millán.
El mercurio ha servido para casi todo, desde curar heridas a hacer tongo en el boxeo
No es sorprendente que fuese aquí donde se tuvieran las primeras noticias de los potentes efectos neurotóxicos del mercurio en las personas. En el siglo XVI, Mateo Alemán, enviado especial de Felipe II, describió la intoxicación por mercurio, que provoca entre otras cosas los temblores y movimientos espasmódicos conocidos como el baile de San Vito. “Es como un dolor de muelas en todo el cuerpo”, resume Millán
La volatilidad del mercurio lo hace un enemigo temible. Una vez vaporizado viaja por la atmósfera y vuelve a posarse en las plantas y el suelo. Un cambio químico lo hace asimilable por los organismos y especialmente afín a todo lo vivo. El metal se acumula en los organismo a lo largo de la cadena alimentaria por lo que el mayor riesgo lo tienen los depredadores de mayor tamaño. En el mar, los atunes y los tiburones son los que más mercurio pueden acumular. En Tierra, el ser humano tiene todas las papeletas para intoxicarse. El metal es especialmente nocivo para los fetos, lo que contribuyó a que en 2005 la UE lanzase su estrategia para limitar su uso.
24 platos de lentejas al día
El trabajo de Millán era analizar si la enorme finca de 9.000 hectáreas en la que estaban las minas y en la que presumiblemente se habían depositado grandes cantidades de mercurio (en Almadén se alcanzan los 40 grados en verano) era apta para el cultivo. En su invernadero de Madrid, una gran caseta de cristales traslúcidos en la que cabrían tres todoterrenos aparcados uno detrás de otro, Millán lo ha demostrado. A la izquierda hay cinco cubos de metal que contienen una tonelada de suelo de Almadén cada uno. El grupo de investigación que dirige Millán lleva plantando en ellos desde hace años, rotando los cultivos y analizando las hortalizas que crecen en este Almadén en miniatura.
“Hemos demostrado que si plantas garbanzos o lentejas en esta zona, su contenido de mercurio es tan bajo que alguien tendrías que comerte 26 platos al día para notar un efecto a lo largo de tu vida”, resume Millán. En el caso de las berenjenas habría que comer 200 gramos al día y en el de la cebada, beberse 12 litros de cerveza al día, según los estudios del equipo. Parte de estos cálculos salen ahora publicados en la revista Environmental Research bajo el título “¿Puede una mina abandonada de mercurio ser cultivada?”.
La población de almadén tiene uno de los niveles de mercurio más altos de España
La respuesta es que en los terrenos analizados, todos dentro del recinto de Mayasa en Almadén, se puede plantar forraje e incluso verduras para consumo humano. De hecho las semillas y los frutos como la berenjena parecen tener menos cantidad de mercurio que los tallos de las plantas, según el trabajo de Millán. Sus estudios, señala, podrían servir tal vez para reconvertir el uso actual de terrenos en las fincas de Almadén, una zona de dehesas de gran belleza que actualmente está rodeada por un panorama humano más sombrío.
En 2004, el parón total de la actividad minera en Almadén aumentó la tasa de paro hasta el 60%. La zona perdió el 30% de su población y, de más de 1.000 trabajadores de las minas, sólo quedaron 119, entre los que están los actuales guías del actual Parque Minero de Almadén. En reconocimiento a su importancia histórica, este enclave fue nombrado Patrimonio de la Humanidad en 2012.
Faltan datos
Millán cree que el cultivo en las zonas mineras podría reavivar la economía de la zona. Sin embargo la decisión no es suya, sino de la empresa pública Mayasa, que ha pasado de ser un emporio minero a una explotación agrícola y ganadera que también saca algo de beneficio haciendo quesos y organizando monterías. “Por ahora solo plantamos veza, avena y maíz como forraje para la ovejas y las vacas de la finca en unas 300 hectáreas”, explica Javier Carrasco, uno de los responsables de Mayasa, y añade que “tal vez en un futuro podría cultivarse otras cosas”.
“Es un estudio muy necesario, que da seguridad”, opina Pablo Higueras, catedrático en la Escuela Universitaria Politécnica de Almadén, perteneciente a la Universidad de Castilla-La Mancha. Higueras no ha participado en el trabajo, pero lleva tiempo analizando la contaminación por mercurio en la zona y sus efectos en la salud de los almadenses. Aunque los habitantes de este municipio tienen niveles de mercurio acumulado más alto que en el resto de la Comunidad y “uno de los más altos de España”, por ahora no se ha podido demostrar que esto tenga efectos en su salud, comenta Higueras. El investigador reclama que se haga un gran estudio sobre Almadén, sus niveles de contaminación y los registros de la salud de sus habitantes para estar completamente seguros de que las personas que viven en esta zona no corren más riesgos de sufrir ciertas enfermedades.
Es algo muy parecido a lo que reclama Millán desde el Ciemat, que lleva años empalmando pequeños proyectos de investigación para costear sus estudios en la zona. “Este sitio es como un gran laboratorio natural”, opina Millán. “Se tendría que estudiar mucho más, coordinar desde el Ministerio de Sanidad y el de Medio Ambiente un plan de monitorización ambiental, porque solo hay estudios puntuales de la población y nos hace falta algo más organizado y eficaz”, añade. Pero Almadén no es Chernóbil. “Cuando voy a congresos y hablo de ese lugar, muchos españoles no saben ni dónde está”, reconoce Millán.
El consumo de cangrejos de río y los niveles de mercurio
En 2011 salió a la luz el estudio más reciente sobre cuánto mercurio acumulan en su cuerpo los habitantes de Almadén. El trabajo midió la concentración de mercurio en el cabello de los almadenses. Los resultados mostraron que estos castellano manchegos tenían niveles más altos que el resto de habitantes de su comunidad y que estaban ligeramente “por encima de los niveles fijados por la OMS [Organización Mundial de la Salud] como seguros”, explica Pablo Higueras, uno de los autores de aquel trabajo. “Los límites de la OMS son muy conservadores y no implican riesgo real, de hecho mucha gente, entre el 10% y el 20% de la población en algunos casos, supera esos límites”, explica el experto. “En zonas de minas de mercurio de China o el Amazonas la población acumula más mercurio y en Almadén esperábamos encontrar niveles superiores”, explica Sergi Díez, coautor del trabajo e investigador del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua, del CSIC. El principal factor para sus niveles de mercurio era el consumo de pescado, como en el resto de españoles, pero en Almadén había una aportación extra que se debía a las minas y su cercanía, asegura el trabajo.Por ahora no hay datos que permitan relacionar ese exceso de mercurio y alguna enfermedad, algo que “sí está demostrado”con los antiguos trabajadores de la mina, que sufrían más riesgo de enfermedades cardiovasculares y renales, explica Higueras. En estudios anteriores su equipo había apuntado a los cangrejos de río y los espárragos de la zona, que contenían niveles de mercurio altos. Según el experto estos dos alimentos, sobre todo el primero, podrían explicar el exceso de mercurio que registran los almadenses. “Son valores no preocupantes, pero habría que confirmar que no se traducen en un impacto en la salud”, opina Higue.
REFERENCIA
‘Could an abandoned mercury mine area be cropped?’ doi:10.1016/j.envres.2012.12.012