Una colaboración de lalunagatuna
En la dialéctica andina, que es holística, los fenómenos naturales ejercen un rol social determinante y la historia tiene por demiurgos al sol, la lluvia, las semillas y los ríos.
La fecundidad y la fertilidad se rigen por el tipo de relación que establecen los seres humanos entre sí y con los demás eslabones del ciclo evolutivo, incluyendo diosas y dioses.
De ahí llega la definición de Pachacuti: “Una especie de renacer de las personas que se produce a partir de un fenómeno climático o un gran movimiento social que deriva en una transformación total de las conciencias”, según Sepúlveda.
Que caiga nieve en verano, que los inviernos sean calurosos, que el otoño tenga cálida brisa y sea útil abrigarse en primavera, que las estaciones estén mutando, es la base del caos.
Es tiempo de la anarquía, momento emergente, axial. Como en la tragedia griega, la contradicción hombre-mundo nos plantea el dilema de seguir siendo antropófagos, bestias, predadores, o dar un salto cualitativo hacia un estadio superior del espíritu en evolución, renacer en nosotros mismos.
Históricamente, el primer renacer se produjo en el periodo del Tiwanacu temprano, 1.500 años antes de Cristo aproximadamente, cuando un gran diluvio elevó el nivel de las aguas del lago Titicaca.
Tunupa, el dios que navegaba sobre en su manta convertida en balsa, abrió la tierra hacia el sur entre cerros y pampas mediante un serpenteante camino que dio origen al río Desaguadero, cause natural del Titicaca que desembocaría formando los lagos Uru Uru y Poopó, con sus primeras estribaciones en Pampa Aullagas. Este cataclismo formador de nuevas hidrografías unificó a las etnias que hicieron del Tiwanacu una esplendorosa civilización.
El segundo Pachacuti se registró en la última mitad del siglo XV post Cristo. Quechuas y aymaras, de común matriz tiwanacota, se enfrentaron porque los primeros emprendían un proceso civilizatorio pretendiendo imponer un culto monoteísta al dios sol de los incas; en tanto que los aymaras, aferrados al comunitarismo politeísta, oponían tenaz resistencia a esa expansión incaica planteando una guerra santa.
El inca Pachacutec inició la conquista quechua sobre el mundo aymara y fracasó militarmente, dejando a su hijo Tupac Yupanqui la tarea resolver el conflicto en el plano religioso, para lo cual este monarca quechua “negoció” con los dioses aymaras un pacto de respeto mutuo y se comprometió a ser “huacsa” (sacerdote devoto) de esa comunidad de deidades, desistiendo del original plan monoteísta.
El dios aymara Macahuisa aceptó la oferta del inca, y “comenzó, poco a poco, a caer bajo la forma de lluvia. Los hombres de las comunidades rebeldes empezaron a organizarse, preguntándose que podría significar este fenómeno. Atacándolos son sus rayos, Macahuisa aumentó la lluvia y así abrió quebradas por todas partes, y arrastró a los miembros de todas estas comunidades rebeldes con sus aguas torrenciales”.
Luego vino la paz entre aymaras y quechuas; y correspondió al inca Huayna Cápac ejercer la nueva hegemonía en el emergente Estado Comunitario, en un proceso que fue liquidado abruptamente por la irrupción del conquistador español.
Lo que sigue, es lo que seguirá.