Transforma la actividad de genes relacionados con el desarrollo del sistema nervioso y con la regulación del sistema inmune, revela un estudio
Los resultados de un estudio realizado en Estados Unidos y Alemania sugieren que la impronta genética puede verse alterada por las experiencias vitales de la infancia. En concreto, los científicos detectaron que el abuso infantil puede modificar la actividad de los genes relacionados con el desarrollo del sistema nervioso y con la regulación del sistema inmunológico. Por Yaiza Martínez.
Científicos de Atlanta (EEUU) y Munich (Alemania) tomaron muestras de sangre de 169 participantes del llamado Grady Trauma Project, un estudio que abarca a más de 5.000 residentes en Atlanta con altos niveles de exposición a la violencia, al abuso físico y sexual y con alto riesgo de TEPT. Los resultados de los análisis de estas muestras han sido publicados en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS).
Uno de los autores de la investigación, Kerry Ressler, profesor de psiquiatría de la Universidad de Emory, ha explicado en un comunicado de dicha Universidad que el estudio demuestra que diversas vías biológicas pueden describir diferentes subtipos de trastornos psiquiátricos con síntomas aparentemente similares pero, en realidad, “muy distintos a nivel de su biología subyacente”.
La importancia de definir estas diferencias biológicas radica en que a medida que se entiendan mejor podrían ayudar a tratar de manera más efectiva el TEPT, en función de que haya o no antecedentes de abusos en la infancia, afirman los autores del estudio.
La primera autora de artículo publicado por PNAS ha sido Elisabeth Binder, profesora de psiquiatría de la Universidad de Emory y directora del grupo de investigación del Instituto Max-Planck de Psiquiatría de Munich que también participó en el estudio.
Características del estudio
Los científicos examinaron los cambios en patrones que determinan la activación o no-activación de los genes en las células sanguíneas. También analizaron patrones de metilación del ADN, una modificación del código genético que puede anular el silenciamiento génico o proceso que permite la regulación de la expresión genética para evitar daños celulares.
Los participantes fueron divididos en tres grupos: personas que habían experimentado traumas pero que no habían desarrollado el TEPT, personas con trastorno por estrés postraumático que habían sufrido abusos en su infancia, y personas con TEPT no expuestas a abuso infantil.
Los investigadores se sorprendieron al descubrir que, a pesar de que el TEPT había provocado cambios significativos en la actividad de cientos de genes –tanto en el grupo de individuos que habían padecido abuso infantil como en el grupo que no-, había muy poca coincidencia en los patrones genéticos de ambos grupos.
Lo que sí compartían estos dos grupos eran los síntomas propios del TEPT, como tener pensamientos intrusivos (pesadillas, recuerdos), la tendencia a evitar la rememoración de sus traumas o la hiperexcitación y la hipervigilancia.
Pero en aquellas personas con TEPT que además habían padecido abuso infantil se hallaron más cambios en genes relacionados con el desarrollo del sistema nervioso y con la regulación del sistema inmunológico.
Por el contrario, en aquellos individuos con TEPT que no habían sufrido maltrato infantil, se descubrieron más cambios en genes relacionados con la apoptosis (muerte celular) y con la regulación de la tasa de crecimiento.
Además, se constató que los cambios en la metilación del ADN eran más frecuentes en las personas con TEPT del grupo con historial de abuso infantil que en el otro grupo.
Los científicos creen que estos procesos biológicos distintivos pueden dar lugar a diferentes mecanismos de formación de síntomas del TEPT en el cerebro.
El estudio se basó en la actividad de los genes en células de la sangre, en lugar de en el tejido cerebral. De este modo, lo que se ha constatado es que “los eventos traumáticos que se padecen en la infancia quedan grabados en las células durante mucho tiempo”, explica Binder, que concluye que “no sólo la enfermedad en sí, sino también la experiencia vital de cada individuo, resulta importante para la biología subyacente del TEPT, y esto debería tener consecuencias en la manera en que tratamos este trastorno”.
La biología del sufrimiento
Esta no es la primera investigación que profundiza en los efectos del sufrimiento temprano en la biología humana. Un estudio previo, publicado a principios de este mismo año por investigadores de la Escuela Politécnica Federal de Lausana (EPFL) en Suiza demostró por vez primera que existe una correlación entre el trauma psicológico y cambios concretos y perdurables en el cerebro, unos cambios que, además, estarían vinculados con el comportamiento agresivo.
Por otra parte, una investigación de finales de 2012, llevada a cabo por especialistas del Centro de Estudios sobre el Estrés Humano (CSHS) del Hospital Louis-H. Lafontaine de Canadá, constató que el acoso escolar deja secuelas a nivel físico porque puede modificar la expresión de un gen relacionado con el estado de ánimo y la depresión, provocando que las víctimas se vuelvan más vulnerables a los problemas mentales a medida que envejecen.
Pero también sucede a la inversa, ya que se ha demostrado que el bienestar en la infancia puede propiciar cambios genéticos, en este caso positivos. Según una investigación realizada con ratas de laboratorio por científicos de la Universidad de McGill de Montreal, en Canadá, las crías de estos animales modifican ciertos genes en función de la cantidad de cuidados maternales que reciban.
Así, a mayor cantidad de atenciones, más capacidad de respuesta al estrés desarrollan. Este cambio en el ADN, que se debe a una alteración de la expresión de un gen que dirige la respuesta del cerebro al estrés, se mantiene además a largo plazo, llegando a pasarse a generaciones posteriores de ratas.
Todos estos estudios inciden en la idea de que la impronta genética no es determinista, sino que puede verse alterada por las experiencias vitales posteriores al nacimiento.
D. Mehta, T. Klengel, K. N. Conneely, A. K. Smith, A. Altmann, T. W. Pace, M. Rex-Haffner, A. Loeschner, M. Gonik, K. B. Mercer, B. Bradley, B. Muller-Myhsok, K. J. Ressler, E. B. Binder. Childhood maltreatment is associated with distinct genomic and epigenetic profiles in posttraumatic stress disorder. Proceedings of the National Academy of Sciences (2013) DOI:10.1073/pnas.1217750110.