¿Quién te conoce mejor? Tú o los demás

Conócete a ti mismo. Ese era el consejo de Sócrates, y lo que de forma convencional se entiende como sabiduría. «La tendencia natural es pensar que nos conocemos mejor a nosotros mismos que los demás», dice Simine Vazirel, profesora adjunta de la Universidad de Washington en St. Louis.

Sin embargo, en el nuevo artículo de Vazire y su colega Erika N. Carlson, revisando la investigación, proponen un añadido al edicto filosófico: Pregunte a un amigo.

«There are aspects of personality that others know about us that we don’t know ourselves, and vice-versa,» says Vazire. «Hay aspectos de nuestra personalidad que los demás saben de nosotros que nosotros no conocemos, y viceversa», apunta Vazire.
«Para obtener una imagen completa de la personalidad, necesita de ambas perspectivas.» El documento se publica en Current Directions de Psychological Science.

No es que no sepamos nada acerca de nosotros mismos. Según la investigación, nuestro entendimiento se ve obstruido por puntos ciegos, creados por nuestros deseos, miedos y motivaciones inconscientes, de los cuales, el más grande es la necesidad de mantener una alta imagen de nosotros mismos (o si somos neuróticos, baja). Incluso el vernos a nosotros mismos en un vídeo no altera sustancialmente nuestras percepciones, mientras que tras la observación por otros del mismo vídeo les resulta fácil señalar los rasgos que nos pasan desapercibidos.

No sorprende nada que nuestros amigos íntimos y los que pasan más tiempo con nosotros nos conozcan mejor. Pero incluso los extraños observan señales múltiples de lo que somos: ropa, gustos musicales o publicaciones en Facebook (es decir, nuestra conducta). Al mismo tiempo, el más cercano de nuestros seres queridos tiene motivos para distorsionar su punto de vista. Después de todo, la zafiedad conyugal o la intimidación a un niño, algo dice al otro cónyuge o progenitor. «Estábamos acostumbrados a asumir las calificaciones de los progenitores, pero de nada sirven, porque son inútiles», señala Vazire. “Esto datos siempre mostraban que el hijo propio de cada uno es brillante, hermoso y encantador.”

Curiosamente, la gente no suelen ver las mismas cosas sobre sí mismos que ven los demás. Los rasgos relacionados con la ansiedad, como el miedo escénico, son evidentes para nosotros, pero no siempre lo son para los demás. Por otro lado, la creatividad, la inteligencia o la grosería, son a menudo mejor percibidos por los demás. Y no sólo porque se manifiestan claramente en público, sino porque también conllevan un juicio de valor, algo que suele afectar a nuestro propio juicio. Sin embargo, el mundo no siempre es el crítico más severo. hay otros que tienden a darnos mejores notas de nuestros puntos más fuertes, que el propio crédito que nos damos nosotros mismos.

¿Por qué no se añade toda esta información a una mejor comprensión mutua y personal? Según muestran los estudios, la gente es compleja, las señas sociales son muchas, y las percepciones de los demás se ven empañadas por nuestras propias necesidades y prejuicios. Además, la información no tiene fácil acceso. «Es increíble lo difícil que resulta obtener información directa», apunta Vazire, añadiendo que ella no está precisamente abogando por una franqueza brutal a toda costa. Existen buenas razones para la reticencia.

El desafío, entonces, es usar estos conocimientos para el bien. «Ahora, ¿cómo podemos dar información a la gente y de qué forma podemos usarlo para mejorar el auto-conocimiento?» inquiere Vazire. «¿Y cómo se puede utilizar el auto-conocimiento para ayudar a la gente a que sean más felices y tengan mejores relaciones?»

La primera respuesta a estas preguntas puede ser la más obvia, pero su práctica no parece la más fácil: Escuchar a los demás. Ellos pueden saber más que tú, incluso sobre ti mismo.

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