Ahu, las moradas de los dioses


El último paraíso terrenal se halla en medio del océano Pacífico. Cuando en 1400 a. de C. intrépidos navegantes se armaron de valor y se lanzaron en pequeños botes a cruzar el gran desierto marino, ni siquiera sospechaban que sus descendientes tardarían 2.500 años en alcanzar los últimos objetivos del gran viaje de descubrimiento. Como en un inmenso triángulo se alinean las islas Polinesias como brillantes esquirlas de tierra, desde Nueva Zelanda a lo largo de 5.820 kilómetros hasta las islas Marquesas en el nordeste. Los ancestros de los polinesios tuvieron que recorrer otros 3.880 kilómetros de mar bravía para colonizar finalmente Hawai en el noroeste. Dejaron enigmáticas estructuras de piedra y antiquísimos templos, que nos permiten intuir en nuestro siglo los misterios de tiempos remotos.

PIRÁMIDES DE CULTO
El Marae Arahurahu, el «templo de la ceniza», se halla oculto en el interior de Tahití, rodeado de espigadas montañas de hasta 2.000 metros de altura. Sobre un terreno aplanado, un murete rodea el recinto sagrado, y mediante tablas con signos grabados, de las que antes colgaban banderines de corteza de árbol, indican a los visitantes que se hallan en un lugar tabú: en la amplia terraza se levantaban antiguamente los túmulos de los jefes tribales. La entrada sigue estando vigilada en nuestros días por figuras de madera desnudas de aspecto diabólico.
En el extremo del lugar de ceremonias se halla el santuario propiamente dicho de los isleños, el ahu, un altar de más de 3 metros de altura formado por una pirámide escalonada de bloques de basalto. Este es el místico lugar de descenso de los dioses de Tahití. En este recinto sólo podían permanecer ellos y sus sacerdotes, y una única vez en su vida el jefe de la tribu con motivo de su investidura.

ORIGEN ENIGMÁTICO
Las tradiciones y construcciones incitan a la fantasía: ¿proceden los polinesios de América? El etnólogo noruego Thor Heyerdahl (1914 – 2002) halló sorprendentes paralelismos con las obras arquitectónicas consagradas a los dioses sudamericanos. Especialmente le fascinó una pirámide ahu de diez escalones que en su día debió de medir 100 metros de longitud, 30 de anchura y 120 de altura y era muy parecida a las pirámides mexicanas. En 1947, este investigador demostró con su balsa de vela construida con madera de Sudamérica, Kon-tiki, que el contacto entre América y la Polinesia era perfectamente plausible, aunque todavía no existe ninguna prueba definitiva.

PASADO DESCOMPUESTO
Durante el dominio colonial francés comenzó la decadencia de los lugares sagrados: los maraes se utilizaron de canteras para construir los cimientos de casas y carreteras. De este modo, hoy en día numerosos testimonios de un pasado mítico de la Polinesia están esparcidos por los diques de los puertos, o los caminos por los que transitan todos los años miles de turistas para ver los últimos restos de una historia ancestral y para experimentar el encanto del paisaje paradisíaco de Tahití, la «perla de los mares del Sur».

LITORALES DE LOS DIOSES
Los ídolos divinos de la Polinesia suscitan muchas preguntas: ¿cuál era su supuesto efecto mágico? Los «vikingos de los mares del Sur» cincelaron seres monstruosos de grandes ojos sobre sus altares: ¿eran dioses? ¿Demonios? ¿Seres de otro mundo?
Los poetas polinesios conjuraban en sus cantos un pasado legendario que ellos llamaban «la noche de las tradiciones». Creían en el creador Taaroa y en seres divinos que fundaron su cultura y que venían de «más allá de la tierra», desde donde los mensajeros de los dioses visitaron sus islas. Para ellos, la cuna de la humanidad se hallaba en las «islas andantes» o gigantescas conchas que iban a la deriva delante de las costas o flotaban en el cielo.
Tane, el señor de la selva y de la luz, llegó de este modo a la isla Huahine, que se encuentra a unos 170 kilómetros al noroeste de Tahití. A él estaba consagrado el lugar más sagrado, el marae mata’ire’a-rahi: 28 plataformas artificiales con superestructuras alargadas forman el centro de culto más grande de todos los mares del Sur. De creer a los antiguos mitos, los dioses se hallaban a gusto en esta isla, y los indígenas muestran a los visitantes el «lecho de Tane», donde el dios dormía sobre una plataforma de piedra cuando visitaba a su pueblo.
EL PODER DE LOS DIOSES TIKIS
Las islas Marquesas se hallan a 10 grados al sur del Ecuador. En su tupida jungla existen lugares de culto ante cuyas murallas acechan los tikis, monstruos de piedra y guardianes de los santuarios. Todo aquel que los profanara era castigado por su poder mágico, el mana.
Cuando en 1966 se pretendió transportar un tiki de 2,74 metros de altura de Raivavae (archipiélago austral) a Tahití, los trabajadores portuarios se negaron a ejecutar el encargo. Finalmente, cuatro hombres se mostraron dispuestos, pero al proceder al embarque de la figura, uno de ellos cayó al agua y se ahogó. Al término de su viaje, según cuentan los lugareños, el tiki se vengó también de los otros: todos murieron al cabo de muy poco tiempo.
ENIGMAS DE LOS MARES DEL SUR
En Bora Bora (Filipinas) aterrizó, procedente directamente del cielo, el dios de la guerra, Oro. Se encontró con la bella Vairumati y se enamoró de ella. Cuando a finales del siglo XVIII arribaron navegantes europeos a las islas, los indígenas ofrecieron de regalo a estos falsos dioses, como algo natural, las mujeres más bellas. Un ofrecimiento seductor al que pocas veces podían resistirse. El centro de culto más importante de Oro tiene un extraño nombre: «Taputaputea», que significa «lo más sagrado del espacio aéreo». El escritor alemán Horst Dunkel formuló la hipótesis, en el congreso arqueológico sobre el origen de las civilizaciones celebrado en el año 2000 en San Marino, del origen extraterrestre de los dioses polinesios, remitiéndose a relatos que recuerdan a apariciones de ovnis. Los polinesios comparaban los vehículos de los dioses con tortugas marinas y los llamaban «sombras de los dioses que volaban por el cielo».
Pero no siempre eran dioses amables, pues Oro reclamaba sacrificios humanos. Cuando un día se derrumbó un árbol sobre el templo de Oro, los sacerdotes predijeron la llegada de conquistadores foráneos: poco tiempo después se confirmó la profecía.
Misioneros y aventureros saquearon y destruyeron a finales del siglo XIX sus santuarios, que quizá podrían haber aportado indicios sobre el origen de los terribles dioses de las islas del océano azul.


SACRIFICIOS PARA LOS DIOSES
Cuando el capitán James Cook llegó en 1776 a Tahití, tuvo que presenciar un espantoso ritual de sacrificio. Al son de los tambores y las matracas, dos indígenas cavaron una fosa destinada a albergar el cadáver de un hombre atado de pies y manos. Al fondo, Cook vio un muro de piedra decorado con numerosas calaveras. En algunos casos se ha informado de actos de canibalismo.
Con una fórmula oratoria, el sacerdote convocó a los dioses al festín de culto: «Gran Tangaroa, único origen ancestral, y tu gran familia divina, quédate aquí arriba en el aire, encima de este lugar sagrado para los hombres. Nosotros los mortales permanecemos en esta tierra».

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