La sociedad digital y nuestro futuro

“Quiero que pienses en el correo por un momento. Deja de darlo por hecho, como si fueses una oveja complaciente que va por ahí sonámbula y piensa en él en serio. Te prometo que te darás cuenta de que el correo estadounidense es algo digno de tu atención. Un trozo de papel puede cruzar un continente como quien se pasa notitas en clase. Yo puedo mandarte galletas desde la otra punta del mundo. Y basta con escribir tu nombre en una caja, ponerle unos sellos y enviarla. De hecho, solo funciona porque todos los eslabones de la cadena se portan como autómatas descerebrados. Yo escribo una dirección y ellos sencillamente obedecen. Sin hacer preguntas, ni hacer cambios. Sin pararse a contemplar la eternidad, ni la belleza. Ni la muerte. Incluso tú que tanto hablas del libre albedrío, si te llega un paquete a tu nombre estoy convencido de que no harás otra cosa que obedecer. Tranquilo, no es culpa tuya. La sociedad te ha hecho así. Eres una oveja y vives en un mundo de ovejas y como todos sois ovejas, como no sabéis hacer nada más que obedecer, yo puedo decidir y tocar a quien sea, donde sea. Puedo decidir y tocarte a ti ahora mismo…”

 

Ted Kaczynski – UNABOMBER.

UNABOMBER es un criminal conocido por enviar cartas-bomba en la década de los 80 y 90 del siglo pasado, motivado por su análisis crítico de la sociedad contemporánea y las consecuencias del desarrollo tecnológico posterior a la Revolución Industrial. Recogió su análisis en el manifiesto conocido como La sociedad industrial y su futuro. La razón de empezar haciendo alusión a él es porque, a su modo, cuestionaba y criticaba las formas de control social establecidas y la deriva de la sociedad al someterse a cualquier norma.

El control social aparece en todas las sociedades como un medio de fortalecimiento y supervivencia del grupo y sus normas. El análisis histórico social acerca del control social arranca a finales del siglo XVIII con las sociedades disciplinarias, en las cuales el castigo y el control estaba íntimamente relacionado con el dolor físico y con el espectáculo social que se hacía de esto. Me refiero a decapitaciones públicas, trabajos forzados, etc. Paulatinamente, esta dinámica se va transformando y se desliga de la parte física, del dolor. Esto ocurre porque se produce un cambio social el cual deja de lado la crueldad del castigo físico. De esto modo, se comienzan a implementar penas que no se ven y que no implican necesariamente dolor, sino que conllevan la vigilancia de las conductas que van a registrarse e intervenir con la finalidad, en principio, de marcar y apuntar a la normalización de los comportamientos. Sin embargo, bajo este paraguas se esconden formas de manipulación y adoctrinamiento. Ideologías y sistemas relacionales que hacen del control social sus mecanismos para conocer y controlar conductas que se encuentran fuera de lo aceptado socialmente, de lo establecido como norma o de lo políticamente correcto. Todo con la finalidad de conocer y predecir las conductas y, poder así, controlar los posibles desvíos del comportamiento.

¿Es malo el control social?

Comenzaba indicando que aparece en todas las sociedades como un medio de fortalecimiento y supervivencia del grupo y sus normas. Fue el sociólogo Edward A. Ross en 1890 quien dio una primera noción de este concepto, como una especie de mecanismo que posibilita la autorregulación del orden social, a través de mecanismo informales que surgen del propio seno social. Visto así podríamos decir que es la piedra angular de cualquier sociedad y, en definitiva, lo que nos posibilita y caracteriza como seres sociales. Posteriormente, según la escuela o pensamiento criminológico de la época, se han dado sucesivas definiciones que se suman a esa idea vaga de Ross. Sin embargo, una de las más extendidas es la que comprende el control social como el conjunto de instituciones, estrategias y sanciones sociales que pretenden garantizar el sometimiento del individuo a las normas sociales o leyes imperantes. Entendiéndose como el sometimiento del criminal, del “desviado”, pero también se podría comprender como el sometimiento de cualquiera que cuestione el estatus quo.

¿Hasta dónde estamos dispuestos a ceder el control de nuestras vidas, de nuestra intimidad, por una supuesta seguridad?

Ese sometimiento se lleva a cabo de una forma no consciente y a través del proceso de socialización. Primeramente, durante la infancia, se aprende e interioriza lo que en sociedad se considera o no apropiado y según los contextos. Situaciones cotidianas como decirle a un niño “no se puede hacer pis en la calle”, “da las gracias” o “se pide por favor”, son ejemplo de ese proceso de aprendizaje e interiorización. Posteriormente, se va aprendiendo qué comportamientos son considerados delictivos y penados y cuáles no. Podría decirse que, el control social, tiene una doble connotación: por un lado, es una estrategia de administración del orden y, por otro, es un instrumento de dominación, legitimado por la base social.

Individuos “desviados” y teorías de control social

Desde múltiples disciplinas biopsicosociales se analiza cómo reacciona la sociedad ante “la oveja descarriada” y qué mecanismo formales e informales se establecen para recuperar el orden social. Destaca la teoría del criminólogo T. Hirschi sobre los vínculos sociales que unen a la sociedad y, por lo tanto, que si se debilitan surge entonces la delincuencia como alternativa viable de comportamiento. En su estudio observó que establecer vínculos sociales (apego), implicarse en actividades convencionales (participación), tener aspiraciones sociales (compromiso) e interiorizar un sistema de valores y normas comunes (creencias) posibilitan que la gente se sienta unida al orden social y, por ello, respete las leyes. Por su parte, Foucault y en su “Microfísica del poder” establece, a través de cinco postulados, la dinámica del poder en la contemporánea sociedad “carcelaria”, una sociedad similar a las sociedades disciplinarias del siglo XVIII. Viene a decir que el poder no es una sobreestructura del sistema, sino que es una estrategia, una dinámica, que ostentan diferentes individuos y grupos y que se produce a través de una transformación técnica de los individuos (normalización como forma moderna de servidumbre) y se gestiona por medio de la ley.

Merecen especial mención dos teorías/enfoques sobre el control social. Una, la teoría de las “ventanas rotas”, según la cual mantener los entornos urbanos en buenas condiciones disminuye la criminalidad. Con esta teoría ya se abre todo un debate: privacidad (intimidad) vs. seguridad. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a ceder el control de nuestras vidas, de nuestra intimidad, por una supuesta seguridad? Minority Report es una película interesante para reflexionar al respecto, pues aborda una situación ¿improbable? de un mundo sin libertad, pero seguro. La otra teoría, “tolerancia cero”, es un enfoque de política de seguridad ciudadana que consiste en una reacción punitiva de gran intensidad y ejemplar, invadiendo el Estado el dominio primario de la familia y ejerciendo un control y poder ante el que no cabe otra reacción que la sumisión al orden moral impuesto. ¿Les viene alguna campaña de tolerancia cero a la mente? Lo cierto es que, con ambos enfoques, se pone énfasis en los equivalentes humanos de “ventanas rotas”: adolescentes conflictivos, vagabundos, drogadictos, el hombre heterosexual, etc. En definitiva, aquellas personas o grupos que posibilitan/aumentan la criminalidad o eso se quiere hacer creer, generando un proceso de estigmatización y rechazo injusto.

Posiblemente, eso espero, se estén preguntando por qué hablo de nociones de criminología. Mi intención es poner el foco de atención en las formas mediante las cuales se manifiesta el control y la reacción social. Pues, aunque en origen no son perniciosas sino intrínsecamente humanas, hoy nos encontramos con formas sibilinas de adoctrinar, discriminar y manipular, justificadas como medidas de control social.

¿Cómo se despliega el control social?

Partiendo de la noción “aséptica” de control social, podemos hablar de un poder natural, por medio del cual la obediencia es motivada y hay nula o débil expresión de la violencia. Este poder sería propio de un Estado democrático, por ejemplo. Pero si cargamos negativamente el concepto de control, entonces surge un poder en el cual está condicionada la obediencia y surgen diferentes niveles de violencia. Propio de un Estado autoritario. Sin embargo, ninguna de las dos expresiones de poder es pura, sino que ambas se retroalimentan, estableciendo formas de control en las que se distribuye el poder. Control que se despliega a través de organizaciones institucionales, que para que sean legítimos se instauran normas morales, sociales y jurídicas, fundamentadas en la tradición, el carisma (la ejemplaridad) y la legalidad de lo estatuido. Normas como formas de control social, en definitiva, que establecen los comportamientos y conductas que son aceptadas y las sanciones cuando se incumplen. Tal y como explica R. Quinneysobre estas organizaciones recae el peso del proyecto social y no son otras que la política (distribuye el poder y la autoridad en la sociedad), la económica (rige la producción de bienes y servicios), la religiosa (rige la relación con lo sobrenatural), la de parentesco (rige las relaciones sexuales, estructuras familiares y procreación y crianza), la educacional (rige la capacitación formal) y la pública (rige la protección y mantenimiento de la comunidad y sus ciudadanos).

Nuestra era se caracteriza por una vigilancia que se encuentra tan implícita en los actos cotidianos que las personas olvidan que están siendo vigiladas

Pero sin duda alguna, más allá del poder institucional, los garantes y facilitadores de la motivación adecuada para una forma natural del poder son la familia, la policía y la escuela. La familia se convierte en el primer proveedor y manipulador de lo que es legítimo o no, consiguiendo óptimamente o no el control, en función del estilo de crianza desarrollado (democrático, autoritario o permisivo). La escuela es la primera institución formal con la que socializar, para la creación y formación de nuevos miembros para el proyecto social; pues instaura elementos claves, como la obediencia y la disciplina, para el control social. Sí, la escuela tiene un carácter formador y motivador, pero también obligatorio. Pues a partir de los 6 años de edad, en España, es imperativo llevar a los niños a la escuela, pasando a ser el Estado quien asume la responsabilidad de desarrollar las habilidades latentes en el niño. Por último y no menos importante, las Fuerzas de Seguridad del Estado son el órgano legitimado para utilizar casi cualquier medio (incluida la violencia) para restaurar el control social, justificando así el monopolio de la violencia.

No obstante, aun con estas formas mutables de control social, si el individuo “se desvía” aparecen formas de reacción social. Es decir, formas de control social sobre los desviados. Estas reacciones adquieren bien rasgos formales, por medio del Estado y sus medidas disuasorias y punitivas, bien rasgos informales (normas morales y sociales con las que categorizar y estigmatizar).

Sin embargo, tanto los garantes y facilitadores del control social como las formas de reacción social han entrado en cierto modo en crisis, algunos más que otros, y se ha establecido un nuevo orden social que adopta métodos de control imperceptibles y sofisticados: la era digital y, en concreto, las redes sociales. Una era que se caracteriza por una vigilancia que se encuentra tan implícita en los actos cotidianos que las personas olvidan que están siendo vigiladas.

Redes de control disfrazadas de difusión

Es innegable que, con el desarrollo científico-técnico, Internet es la herramienta que más revoluciona las formas de pensar y relacionarse. La intimidad y la privacidad se desfiguran, pues se perfecciona el panóptico virtual que consigue que quien entra voluntariamente no tenga presente que siempre hay alguien observándolo. Además, la inmediatez dada en redes sociales, junto con la comunicación directa que permiten, ha propiciado un mecanismo de participación ciudadana y, en definitiva, de control social, en el cual todos somos observadores de las conductas de todos y señalamos aquellas que se salen de lo aceptable o correcto. Pero no solo se señala al “desviado”, sino que también se reacciona y se aplican formas de control social, no nuevas sino adaptadas a los tiempos digitales: reportes masivos (censura), estigma, castigo virtual (“mutear” y “bloquear”), justicia social, linchamientos, etc. Toda una serie de reacciones digitales que tienen consecuencias mucho mayores por el alcance e inmediatez de las redes: un ostracismo social que adquiere una inmensidad sin igual.

Se ha pasado de usar como control social la violencia física a otras formas más sofisticadas y eficientes, que pasan por el control ideológico a partir de la colonización de nuestras mentes. Una suerte de gulag mental en el que no somos meras víctimas, sino corresponsables y partícipes. En definitiva, nuevas formas de vigilancia y control. El sociólogo Z. Bauman, en su obra Vigilancia líquida, explica cómo se ha dado el proceso de instauración de estos nuevos modelos, no visibles, “líquidos” e imperceptibles ante el ojo humano. Cuya funcionalidad es legitimar el acceso a la vida privada para obtener el control social. Toda una ventana abierta en la que el fetiche es evidenciar lo privado y convertirlo en público.

Influir, manipular y controlar

Explicaba en otra ocasión que la manipulación se ha ido adaptando a la era digital y juega un papel coercitivo en la comunicación, que tiene como objetivo principal que la gente crea y actúe en función del punto de vista del comunicador. Aquí surge un punto clave en la manipulación y control de masas: los arrastres persuasores de estos gran comunicadores que incitan a sus acólitos para que se ocupen de que el mensaje no decaiga en sus efectos.

Se pensaba que la tecnología iba a facilitar la cordialidad, el conocimiento y la comunicación, pero viendo la realidad dada se ha convertido en una herramienta que propicia litigios y combates, discordias y polarizaciones y, sin duda alguna, formas de control. No obstante, que el escenario que tenemos delante de nosotros no sea óptimo, no quita que se deba diseñar de manera global espacios y puntos de resistencia.

Posiblemente se pregunten si hay escapatoria al control social. La respuesta es evidente: no si queremos convivir en una sociedad. Sin embargo, tomando conciencia se puede contrarrestar estas formas sibilinas de control. El lingüista Noam Chomsky, describe las estrategias de manipulación, a partir del texto Stratégies de manipulation, de Sylvain Timsit. Diez estrategias que no dejan de ser formas de control social. Prestando atención a ellas, quizá, conseguiremos una sociedad más libre y, por ende, menos dependiente de un Estado – sistema que necesita, en definitiva, del control social para hacerse valer.

A todas vistas, parece que estas formas nuevas de control social nos dejan la ilusión de libertad, pero, las redes sociales no son neutrales, son un mecanismo de socialización, pero también de conformidad y represión social. Se ponen en juego valores sociales tan trascendentes como la justicia, los derechos humanos y las libertades civiles. Cuestiones olvidadas en el discurso imperativo de la seguridad y que nos obligan a revisar la manera en la que nos hemos construido. Debemos adquirir una perspectiva crítica sobre los hechos que nos construyen como seres humanos sociales.

Foto: Matthew Henry

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