El tiempo, esa ilusión

En este artículo, Magdalena Reyes reflexiona sobre el tiempo y sobre cómo poder definirlo en nuestra sociedad actual. Imagen de Free-Photos en Pixabay.
En este artículo, Magdalena Reyes reflexiona sobre el tiempo y sobre cómo poder definirlo en nuestra sociedad actual. Imagen de Free-Photos en Pixabay.

Como decía San Agustín, yo sé perfectamente lo que es el tiempo, pero, si alguien me lo pregunta, es imposible explicarlo. Sabemos lo que es el tiempo, pero hablar de él es difícil. El tiempo tiene varias acepciones. Para mí, tiene mucho que ver con la vida, lo cual no se aleja demasiado de aquello que apuntaba Heidegger al decir que el ser humano es un ser hecho de tiempo. No es que la vida transcurra en el tiempo, como si fuera algo donde se contiene la vida, sino que la vida está hecha de tiempo.

El tiempo y la productividad

Otra concepción, muy propia de nuestra cultura, es la del tiempo productivo. En nuestra sociedad tendemos a darle una gran importancia a la necesidad de aprovechar el tiempo. Ser consciente de que tenemos una determinada cantidad de tiempo en la vida y que es limitada nos pone la presión de hacer algo útil y productivo con él. La contrapartida que esto provoca es que acabamos viendo el tiempo de ocio como algo inútil.

Las culturas que tienen una concepción circular del tiempo no tienen este problema. Esta visión suele estar sustentada en una observación de la naturaleza: el sol muere cada noche y al día siguiente vuelve a salir. Por eso es mucho menos angustiosa que la concepción lineal de Occidente, que está tan ligada a la tradición judeocristiana. Aquí, Dios te crea y, al final de tus días, mueres.

El tiempo no es algo que lleno, sino algo que poseo. De ahí que sea nuestra decisión a qué le dedicamos tiempo. Nietzsche, precisamente, dice que lo único que tenemos es presente. El pasado no está y el futuro tampoco. Tanto el pasado como el futuro están hechos de presente, porque en este vas construyendo parte de lo que vendrá.

También debemos tener en cuenta que no somos los arquitectos de nuestra vida, al menos no los únicos, puesto que hay elementos que no podemos controlar y, en ocasiones, nuestras decisiones no tienden hacia los caminos que deseábamos.

El tiempo tiene varias acepciones. Para mí, tiene mucho que ver con la vida, lo cual no se aleja demasiado de aquello que apuntaba Heidegger al decir que el ser humano es un ser hecho de tiempo

La vida y la muerte

Lo que sucede después de la muerte pertenece, como diría Kant, al conjunto de cosas que no podemos conocer. Si los seres humanos nos reencarnamos o no es algo que recae en el plano de la incertidumbre, no lo podemos probar a ciencia cierta. Por esta razón, solo podemos hablar de creencias: en la vida eterna después de la muerte, en la reencarnación, en la nada absoluta después de lo material etc. A pesar de que sea creencias, la cultura y la sociedad tienen mucho que ver en ellas, no son meros productos de nuestra imaginación.

El concepto de vida está anudado al de muerte. Son conceptos binarios, no podemos pensar la vida sin pensar la muerte. El tema, entonces, no es si pensamos la muerte; esto es inevitable porque ella misma es inevitable. El tema es qué significado le damos a la muerte, ahí está la cuestión.

Si miramos hacia tradiciones orientales, como el taoísmo, o, incluso, si miramos hacia nuestra propia cultura previa a la llegada de lo judeocristiano, todos ellos tenían una concepción circular y creían en la reencarnación. Para ellos, la muerte significa el nacimiento de una nueva vida. No una muerte como el fin de todo, sino la muerte de una vida para dar paso a otra. La muerte significa cambio y no el vacío.

El yo que hay en el tiempo

Los griegos tenían diferentes conceptos sobre el tiempo y los representaban con dioses en su mitología. Uno de ellos es Chrónos, quizá el más conocido, y representa el tiempo medible. Es el dios que devoraba a sus hijos, porque el tiempo todo lo agota, lo devora. Por otro lado, estaba también Kairós, que hace referencia al tiempo subjetivo, es decir, a nuestra manera de experimentar el tiempo.

Para explicar la relatividad Einstein tenía una frase muy famosa. Dice que, si estás un minuto sentado sobre brasas ardiendo, lo vives como si fuera una hora. Pero, en cambio, si pasas una hora hablando con una persona que te divierte, esa hora parece un minuto.

Fijémonos, por ejemplo, en la primera acepción que aparece en la RAE sobre el tiempo. El diccionario dice que el tiempo es la «duración de las cosas sujetas a mudanza». Esta definición es muy aristotélica debido a la comprensión del tiempo vinculado al cambio. El tiempo es eso a través de lo cual se produce el cambio.

También muy subjetiva es nuestra comprensión de «la vida plena». Aunque todos queramos tener felicidad y plenitud en nuestra vida, el equilibrio —la virtud, que diría Aristóteles, pasa por el equilibrio— entre el tiempo de ocio y el tiempo productivo lo buscamos de maneras diferentes. Es algo muy subjetivo, porque lo que puede ser una vida plena y feliz para mí puede no serlo para la persona que tengo al lado. La plenitud de la vida pasa por cómo tú vives tu tiempo.

El tema no es si pensamos la muerte; esto es inevitable porque ella misma es inevitable. El tema es qué significado le damos a la muerte, ahí está la cuestión

¿Qué hacemos con nuestro tiempo? La plenitud

Alcanzar la plenitud de la vida pasa por las decisiones que tomamos (siempre en el presente) respecto a qué decidimos hacer con el tiempo que tenemos y del que estamos hechos. Esas decisiones hacen la plenitud de la vida. Cuando eres un administrador soberano de tu propio tiempo tienes muchas más posibilidades de que tu propia vida sea plena para ti.

Pero también hay que tener en cuenta los límites de nuestra capacidad de acción. La decisión y la libertad para decidir están sujetas a determinadas limitaciones, como puede ser la jornada laboral. No puedo pasar todo mi tiempo disfrutando del ocio porque tengo que trabajar para vivir.

Es en este sentido que Ortega y Gasset sentenciaba «yo soy yo y mis circunstancias»Quiere decir que, dentro de las limitaciones en las que estamos inmersos y que no podemos cambiar por mucho que nos guste, se encuentra nuestra capacidad de decidir qué hacer con aquello que me viene dado, que no elijo.

En ese espacio se produce la administración de nuestro tiempo. Según mis valores y jerarquías de intereses decido qué hacer con mi tiempo limitado. En definitiva, qué hace uno con su tiempo es lo que hace uno con su vida. Como decíamos antes, no somos arquitectos absolutos de lo que somos y de lo que hacemos, pero gran parte de lo que somos y de lo que hacemos nace de nuestras decisiones.

Como decía Nietzsche, «el ser humano tiene que aprender a vivir afirmándose en el presente, que es lo que siempre tenemos». El presente es el lugar desde donde tomas decisiones, desde donde sientes, te enamoras y sufres. Todo lo que hace a tu vida se da en el presente. Todo lo que sucede, sucede en el presente.

Por último, despidámonos con unos versos del poema Explosión, de Delmira Agustini: «Si la vida es amor, ¡bendita sea! Quiero más vida para amar. Hoy siento que no valen mil años de la idea lo que un minuto de sentimiento».

El tiempo, esa ilusión

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