El tema de los calendarios mesoamericanos es uno de los más importantes dentro del campo de las culturas precolombinas. Traduce la manera de concebir el tiempo de los antiguos americanos, en relación con el espacio, las deidades, el paso de los astros y estrellas, los estados de la materia, los colores y los demás símbolos y elementos asociados que constituyen el universo indígena y que conforman su cosmogonía. El tiempo es «medida» -que siempre supone un espacio-, módulo y proporción que vincula las distintas partes del cosmos y por eso un elemento de unión entre ellas, pero sobre todo es la ley, que al cumplirse indefectiblemente hace posible todo esto, en cuanto se advierte que su presencia -manifestada por el movimiento- obedece a pautas y ritmos periódicos que ligan a los seres, los fenómenos y las cosas entre sí, estableciendo parámetros, analogías y prototipos que inmediatamente llevan a la idea de un mismo y único modelo universal cuya manifestación es la totalidad de lo posible y su expresión más evidente la vida universal y la naturaleza como símbolo de ésta.1 Por lo que el tiempo siempre es actual; no es algo generado en los comienzos y que subsiste como un componente abstracto de la realidad psicofísica, sino que expresa esa misma realidad ahora pues él es una de sus condiciones, es decir, un elemento siempre presente sin el que la vida no sería posible. Su cualidad es entonces parte constitutiva del cosmos y su forma de manifestarse -que puede ser medida cuantitativamente en el espacio- la manera en que éste se expresa, y por lo tanto una clave para la comprensión de su esencia, un módulo válido para el conjunto de la creación. En esta perspectiva han de cobrar particular importancia las revoluciones de los astros y las estrellas en el firmamento, que por estables con respecto a la rapidez del movimiento de la tierra han de servir como guías y puntos de referencia para establecer las pautas generales del conjunto -la armonía de lo que Pitágoras llamaba la «música de las esferas»-, la que se logra por la interacción de todos los movimientos individuales, incluido el de la tierra y los hombres.2 Éstos, en las culturas precolombinas según lo que llevamos dicho, no se vivieron a sí mismos como separados del cosmos pues la vida para las culturas tradicionales es una sola a pesar de sus múltiples manifestaciones de distinto orden. En ese fluir, en esa navegación de la cual es protagonista el ser humano, los objetos cambian de forma y los fenómenos se suceden constantemente como lo hacen los estados de ánimo de los dioses, en particular los vinculados a los fenómenos atmosféricos y la tierra, los que son los más veloces y cambiantes con referencia a la casi impasibilidad de las deidades más altas, que mucho más lentas y antiguas surcan el cielo con majestuosa imponencia. Si todo esto se da en el tiempo y éste constituye parte de la vida, asimismo se expresa en el hombre cuyo ser no es sin el tiempo. Es decir, que las pautas que establecen las estrellas y los astros en el firmamento son equivalentes a las de la tierra y los seres humanos, y los períodos y ciclos que los caracterizan no son de ninguna manera arbitrarios sino que corresponden a un plan universal que cada una de sus partes refleja a su manera, siendo el total el conjunto arquetípico, el modelo que se repite de modo invariable y que se expresa por «medidas», módulos simbólicos y números que se interrelacionan indefinidamente entre sí, creando de continuo el asombroso universo. De este mundo de analogías que conforman el cosmos, el tiempo, la vida, tratan los calendarios mesoamericanos, ya sean los burilados en piedra o los pintados en códices, tanto los que se refieren a las grandes eras -registradas también en el mito, el rito y el símbolo- cuanto los calendarios lunares o solares, o el complejísimo tonalámatl, (o el tzolkin maya), verdadera síntesis de relaciones, expresión plena de la cosmovisión mesoamericana y de su conocimiento de las leyes universales.3
El calendario «solar» y civil llamado xihuitl por los aztecas y haab por los mayas, consta de 18 meses de 20 días, lo que da un total de 360 días a los que agregaban periódicamente otros cinco, considerados nefastos y que en náhuatl llamaban nemontemi.4 Trescientos sesenta es el número de la circunferencia y el ciclo (360 = 3 + 6 + 0 = 9) y vincula -según lo que hemos visto de las cualidades numéricas- al cielo con la tierra o al círculo con el cuadrado (9 x 4 = 36) en un módulo de división cuaternaria que se caracteriza por el regreso a su punto inicial, en el que comienza el nuevo año.5 Ese ciclo es recorrido de acuerdo a la velocidad angular del astro, a saber: un día por cada grado de arco de la circunferencia. Con él se organizaba la vida civil y las fiestas religiosas. El cómputo maya es aún más perfecto que el gregoriano, pues en este último el año dura 365,2425 días, mientras que en el maya 365,242308, y en el año trópico dura promedio 365,242199 días medios.6
Los nombres de los veinte días en el calendario azteca son los siguientes, y se identifica a cada uno de ellos con un símbolo, signo o glifo7:
1 |
cipactli |
= |
cocodrilo |
2 |
ehécatl |
= |
viento |
3 |
calli |
= |
casa |
4 |
cuetzpalin |
= |
lagartija |
5 |
cóatl |
= |
serpiente |
6 |
miquiztli |
= |
muerte |
7 |
mazatl |
= |
venado |
8 |
tochtli |
= |
conejo |
9 |
atl |
= |
agua |
10 |
itzcuintli |
= |
perro |
11 |
ozomatli |
= |
mono |
12 |
malinalli |
= |
hierba |
13 |
acátl |
= |
caña |
14 |
ocelotl |
= |
jaguar |
15 |
quauhtli |
= |
águila |
16 |
cozcaquauhtli |
= |
zopilote |
17 |
ollin |
= |
movimiento |
18 |
tecpatl |
= |
pedernal |
19 |
quiahuitl |
= |
lluvia |
20 |
xóchitl |
= |
flor |
|
|
|
|
Estos 20 días se dividen en cuatro grupos de 5 días (asignados a 4 rumbos espaciales: sur, oriente, norte y poniente), que se alternan de modo retrógrado (de derecha a izquierda) comenzando invariablemente por 1 cipactli.
Signos de los 20 días |
Los dieciocho meses se llaman: 1: Acahualco, 2: Tlacaxipehualiztli, 3:Tozoztontli, 4: Hueytozoztli,5: Toxcatl, 6: Etzacualiztli, 7:Tecuilhuitontli,8: Hueytecuilhuitontli, 9: Tlaxochimaco, 10: Xocohuetzi,11: Ochpaniztli, 12: Teoteclo,13: Tepeilhuitl, 14: Quecholli, 15:Panquetzaliztli,16: Atemoztli, 17: Tititl, y 18: Itzcalli,aunque no hay certeza acerca de la traducción exacta de algunos de estos nombres. Para nuestros efectos hemos de tomar especialmente en cuenta los signos de los veinte días, pues son idénticos a los del tonalámatl, columna vertebral de las altas civilizaciones precolombinas, verdadero calendario adivinatorio -en el sentido etimológico del término-, no sin antes indicar que estos veinte días en el calendario solar engranaban con los dieciocho meses de una manera rotatoria. Sin embargo, este calendario no es estrictamente solar en el sentido de que no sigue el movimiento aparente del sol, que va del norte al mediodía, sino que su transcurrir es retrógrado (inversamente a las manecillas del reloj) como ya lo hemos indicado. Eso hace que vaya del mediodía al amanecer, de éste a la medianoche, y de ella al poniente, para retornar al sur (e igualmente en las estaciones del año solar: verano, primavera, invierno y otoño), lo cual se encuentra invertido respecto a las modalidades aparentes del movimiento solar. Lo creemos referido a un módulo relacionado con las grandes eras puesto que la precesión equinoccial lleva también ese mismo movimiento retrógrado. Lo que hace a este calendario también simbólico como el tonalámatl. Fundamentalmente es numérico-mágico, por ello es que tiene una función social y civil y marca las conmemoraciones religiosas y fiestas rituales.El Tonalámatl
De otro lado, este tonalámatl lo llevaban ajustado con el ciclo de Venus y del Sol, como ya veremos. Y seguramente también con otros planetas y estrellas -como es evidente con las Pléyades, la Polar y la Vía Láctea, llamada serpiente de nubes o camino de Santiago-, pero sobre todo estaba estrechamente relacionado con la precesión de los equinoccios, que es el tercer movimiento de la tierra (como se sabe el primero es el diario o de rotación y el segundo el anual o de traslación), como de bamboleo, o de trompo, movimiento retrógrado inverso a las revoluciones diarias de los planetas, que hace que los signos zodiacales aparezcan cada 2.160 años corridos treinta grados de arco y completen el ciclo en 25.920 años en forma total, ya que se divide el cielo entre doce signos zodiacales en nuestra astronomía actual, heredera de las concepciones de caldeos y persas.8 No cabe duda de que los mesoamericanos estaban familiarizados con este gran ciclo y no podrían haberlo dejado de observar y calcular de acuerdo al conocimiento que tenían de los otros cuerpos celestes y sus revoluciones. Por otra parte, todas las astronomías tradicionales lo han conocido y lo han considerado como uno de los ciclos máximos: el gran año de la tierra. Nosotros pensamos que es la clave íntima del tonalámatl. Se lo ha calculado en 26.000 años, es decir, en números «redondos», como lo han hecho otros pueblos que lo han tomado como base de sus especulaciones astronómicas. O dicho de otra manera: para comprender los ritmos y leyes cósmicas que estos números y este ciclo reflejan. Sin embargo, el «gran año» ha solido considerarse en la mitad de este ciclo, o sea: 13.000 años. Tal es el caso de persas y griegos.
En el tonalámatl o calendario ritual se combinan los veinte signos o símbolos de los días con los primeros trece numerales. Estos signos de los días comienzan por cipactli o cocodrilo (día primero) y a cada uno de los días subsiguientes corresponde uno de los signos en el orden apuntado hasta llegar a xóchitl o flor (día vigésimo). Al día siguiente (vigésimo primero) toca al signo cipactli encabezar nuevamente la lista, repitiéndose el ciclo completo cada veinte días de manera idéntica y en forma indefinida.
Códice Borbónico, pág V |
A su vez, al primer glifo o signo del día corresponde el numeral uno y estos numerales se suceden acompañados de los signos de los días correspondientes (uno cocodrilo, dos viento, tres casa, etc.) hasta el numeral trece. El día catorce llevará el signo del día décimo cuarto (ocelotl) pero se repetirá otra vez el número uno seguido del conjunto de los trece primeros numerales que son los que únicamente se consideran (uno ocelotl, dos cuautli, tres cozcacuautli, etc.), y así los números retornarán cada trece días y los signos cada veinte, permitiendo esta combinación de números y signos (por ser el trece un número «primo») que no se repita ningún número con el mismo signo hasta que hayan transcurrido los 260 días que constituyen su ciclo completo. El día 261 llevará nuevamente el carácter ce cipactli (uno cocodrilo), con lo que vuelve a comenzar la rueda del tonalámatl, repitiéndose pues el mismo número con el mismo signo cada 260 días en forma también idéntica e indefinida.9 Según Alfonso Caso, este tonalámatl se interrelaciona a su vez con el calendario de 365 días y es precisamente esta combinación numérica la que determina la «atadura» o período de 52 años -correspondiente también a la culminación de las Pléyades-, al final de cada uno de los cuales se celebraba la fiesta del «fuego nuevo» o toxiuhmolpilia. En este ciclo de 52 años, llamado xiuhmolpilli, transcurren 18.980 días (365 x 52 = 18.980), número que además es el mínimo común múltiplo de 365 y 260. Cada 52 años, por lo tanto, la rueda del calendario solar habrá girado 52 veces, al mismo tiempo que la deltonalámatl habrá dado 73 vueltas (18.980 = 73 x 260), encontrándose ambos calendarios al término de este lapso en el mismo punto, lo cual no ocurrirá nuevamente sino hasta que hayan transcurrido los 18.980 días del xiuhmolpilli, período que a su vez los antiguos mexicanos dividían en cuatro partes de 13 años cada una, llamada tlalpilli. Esta coincidencia adquiere todo su valor cuando se sabe, como se ha indicado, que conocían la culminación de las Pléyades por el cénit a medianoche, hecho que se produce cada 52 años.Además, estas civilizaciones tomaban en consideración para sus cálculos los ciclos de la revolución sinódica o aparente de Venus, que es en números «redondos» de 584 días. Así, observaron que cada 8 años solares (2.920 días; 365 x 8 = 2.920) transcurrían cinco ciclos de Venus (584 x 5 = 2.920); y como 52 no es múltiplo entero de 8, pero sí lo es su doble (104), sucede que cada 104 años se cumple un ciclo mayor determinado por el hecho de que en el primer día del mismo se encuentran los tres ciclos (tonalámatl, solar y venusino) en su punto de partida, circunstancia que no se vuelve a repetir hasta que transcurran nuevamente otros 104 años ó 37.960 días, ya que este número (37.960) es el mínimo común múltiplo de 260, 365 y 584. Esta doble «atadura de años», o ciclo mayor, era considerada por ellos una unidad de tiempo fundamental llamada huehuetiliztli o una «vejez» en la que Venus cumple 65 revoluciones sinódicas (37.960 = 584 x 65).10
Por otra parte, y siguiendo con las «coincidencias» y las relaciones -o puntos de coyuntura en lo espacio-temporal-«mágicas» entre las proporciones que los números expresan, podemos observar que 260 x 18 es igual a 360 x 13, lo cual vincula al tonalámatl con el perímetro de la circunferencia y su división en grados, ya que cada dieciocho11 períodos del tonalámatl corresponden a trece del xihuitl, sin agregar en este caso al calendario civil de 360 días -para facilitar ciertos cálculos- losnemontemi, o sea, los cinco días que le faltan para coincidir con el año solar, los que en números redondos en 13 años suman 65 días; lo cual equivale a 260 días -tiempo de la duración de un tonalámatl completo- en 52 años, lo que es igual a 130.000 días -ó 500 tonalámatlescompletos- en 26.000 años, que es el período cíclico máximo (el Gran Año de la Tierra o dos grandes años de 13.000 años), el de la precesión equinoccial, recordando que en este mismo ciclo las Pléyades han alcanzado también 500 veces su culminación. Esto, sin computar los 13 días bisiestos que corresponden a la corrección del año trópico en cada «atadura de años» y que en el período de la precesión equinoccial ascenderían a 6.500 (= 13 x 500) días.12 Pensamos que para ciertos cálculos se utilizaba el cómputo de bisiestos y para otros no. De otro lado parece haber diferencias entre aztecas y mayas al respecto -pues hacían distintas correcciones- y también en lo que se refiere a losnemontemi y la forma de agregar y computar estos días nefastos.
Multiplicar por cinco es lo mismo que dividir por dos si no se toman en cuenta los ceros que se agregan o se quitan en estas operaciones y se considera que constituyen elementos secundarios con respecto al simbolismo numérico central y a las propiedades de los números en juego. Esta particularidad de los números dos y cinco, antes señalada, se puede observar, por ejemplo, en la relación entre el ciclo de 52 años y su doble de 104 (una «vejez») (52 x 5 = 260 ; 52 : 2 = 26 ; 104 x 5 = 520 ; 104 : 2 = 52) lo que hace que ambos puedan ser tomados como análogos y equivalentes tal cual sucede en otros casos afines. Señalaremos otro ejemplo de lo dicho, vinculado con los números trece y su doble veintiséis (13 x 5 = 65 ; 13 : 2 = 6.5 ; 26 x 5 = 130 ; 26 : 2 = 13). Esta mención adquiere particular importancia cuando ya sabemos que 26.000 años (de los que 13.000 son la mitad) es el período de la precesión equinoccial y que para la tradición hindú un manvántara dura 65.000 años.13 Casi no es necesario agregar que las tradiciones precolombinas trabajaban con números proporcionales -como se acaba de ver- donde el agregado de ceros en nada altera la raíz numérica, clave de todos los cómputos.
Es evidente que el número cinco es obviamente la base central en todos estos cálculos que de él se derivan y que es también el módulo que intervendrá en la constitución del sistema vigesimal (y decimal) y en la cosmogonía precolombina. En ese sentido indicaremos que la estructura numeral del calendario adivinatorio, o sea, los diversos elementos que en distinto número o proporción actúan sobre él, son los siguientes: en primer lugar, los signos de los veinte días; en segundo término el número que corresponde a cada uno de esos signos o días, pues ya se ha dicho que al llegar a la trecena los números comienzan a contarse nuevamente desde la unidad, aunque los signos (o los días) sean veinte; tercero: además de la determinación con que los caracteriza el número cada uno de estos veinte signos de los días posee un numen que lo rige, un dueño o señor. Por otra parte entra a jugar el número nueve, ya que existen nueve «compañeros» de la noche (perfectamente identificados y pintados en los códices) que cortejan también a los signos -como las deidades anteriormente nombradas- aunque retornan al primero cada ciclo de nueve días. El tonalámatl se divide en cuatro grupos de cinco trecenas cada uno, lo que nos da un total de veinte trecenas. Cada una de estas trecenas se inicia con uno de los signos sucesivos y está presidida por la deidad que le corresponde. A esta división en trecenas corresponde también una orientación según los cuatro rumbos del universo, o los cuadrantes del espacio, la que se aplica también a los veinte signos de los días. Existen igualmente unas aves que acompañan a los días -y a los señores o dioses- las que constituyen elementos seguramente tan significativos como misteriosos. Como se verá, estos calendarios son el tipo de cosa cuya estructura es tan compleja en sí misma que es imposible de simplificar por la índole de las interrelaciones que promueve. La ciencia astronómica es la de la «medida» de los astros -que en la antigüedad constituyó siempre una sola disciplina con la astrología- y por lo tanto se refiere a las leyes del cielo y sus correspondencias, que se expresan de un modo ilimitado, pero en una procesión u orden constante, dado que sobre estructuras modulares se articulan ritmos siempre cambiantes que se interrelacionan y coinciden entre sí conteniéndose los unos en los otros. No pretendemos en este corto espacio tratar este tema exhaustivamente aunque fue nuestra intención dar una muestra del esquema calendárico estructurado de acuerdo a pautas numéricas, correspondencias analógico-simbólicas y conceptos astronómicos -y astrológicos-, los cuales se encuentran volcados en estas construcciones como expresión del pensamiento cosmogónico y mágico-teúrgico de los mesoamericanos.
De todas maneras, deseamos insistir, para terminar, en que el juego rotatorio de los símbolos-glifos, números, colores, rumbos, etc. y de las deidades, configuran una situación, un cuadro, una realidad única que se da para cada día, cada ser y cada evento espacio-temporal y que lo signa -y condiciona- con su nahual específico que marca su destino y su identidad pues tanto personas como acontecimientos históricos y aun personajes míticos llevan el nombre del día, la posición calendárica como sello determinante de su propio ser y marca del tipo de energías que lo constituyen. Esta denominación y las características derivadas de la conjunción o interacción de estos ciclos astronómicos con otros ritmos espacio-temporales constantes y precisos, aunque movibles y alternos, configuran el sistema rotativo calendárico mesoamericano, en donde los seres, las cosas y los fenómenos encuentran su identidad metafísica en su perpetuo retorno cíclico, lo que equivale decir que acceden a su Destino.14 |