“Por esto dejará el hombre a su padre
y a su madre y se unirá a su mujer,
y los dos serán una sola carne”
(Génesis 2,24)
Un rápido vistazo a la Biblia nos permite observar cómo Dios se ha servido de algunos aspectos de la experiencia matrimonial para manifestar su voluntad de salvación. La Sagrada Escritura se abre con la creación del hombre y la mujer a imagen y semejanza de Dios (Gén 1,26-27) y se cierra en el Apocalipsis con la visión de “las bodas del Cordero” (Ap 19,17.19).
De principio a fin la Escritura habla del matrimonio y de su “misterio”, de su institución y del sentido que Dios le ha dado, de su origen y de su fin, de sus diversas realizaciones a lo largo de toda la historia de la salvación, de sus dificultades derivadas del pecado y de su renovación “en el Señor” (1Cor 7,39) en la Nueva Alianza de Cristo y de la Iglesia (Ef 5,25-32).
1. En el Antiguo Testamento
La experiencia amorosa en la Antigua Alianza
Al hojear las páginas de la primera parte de la Biblia no es raro encontrarse con relatos en los cuales se narran las vicisitudes amorosas entre un hombre y una mujer. Sin embargo impresiona que con frecuencia el comportamiento de esas parejas bíblicas no sea precisamente el que se esperaría de ellas. Pensemos en la facilidad con la que Abraham acepta la sugerencia de su mujer de unirse a Agar, esclava de Sara, para aumentar la probabilidad de tener una descendencia; o también la desenvoltura con la que Abraham, para no poner en riesgo su propia integridad, presenta a su esposa Sara como su hermana, abandonándola a los deseos del faraón, primero (Gén 12,10-20), y después a los de Abimelec (cfr. Gén 20). No menos problemático nos parece el comportamiento de Jacob, que tiene hijos de cuatro mujeres (Gén 25-32). ¿Y qué decir del harem, con las mujeres y concubinas del rey David, y las de su hijo Salomón?
Pero junto con estos ejemplos también encontramos relatos matrimoniales ejemplares, atestiguados en los libros de Tobías, Ester, Rut y el poema de la relación amorosa entre un hombre y una mujer contenido en el Cantar de los Cantares, que presenta al matrimonio como el arribo lógico y seguro para el deseo de estar con la persona amada.
El amor conyugal en Génesis 1
Las primeras indicaciones relativas al verdadero ideal de Dios acerca del Matrimonio, con toda su sorprendente belleza, se encuentran precisamente al comienzo del primer libro de la Sagrada Escritura y completan el relato de la creación.
a) Dios como destino del modelo
Los versículos que se refieren a nuestro tema en Génesis 1 no son muchos, pero poseen una riqueza inagotable acerca de la comprensión bíblica de la relación entre hombre y mujer: “Dijo Dios: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza’” (Gén 1,26). El uso de la palabra “imagen”, da a entender cómo el hombre y la mujer son los aliados excepcionales de Dios, al grado de manifestar su gloria en el mundo. Usando el concepto de imagen de Dios el autor de Génesis 1 quiere expresar la desmesurada dignidad del hombre y de la mujer, colocándolos por encima de todos los otros seres vivientes. En Génesis 1, entonces, el amor humano es presentado en toda su grandeza y dignidad, es “imagen” de Dios.
b) “Hombre y mujer los creó”
En Génesis 1,27 el autor afirma que la diversidad sexual, creada y por tanto querida por Dios mismo, no es un dato accidental de la realidad humana, sino un aspecto fundamental de los seres humanos hechos a imagen de Dios: “Y Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó” (Gén 1,27). Con esta precisión el relato bíblico subraya que la persona expresa la plenitud de la propia humanidad en la comunión del hombre y la mujer. El hombre y la mujer alcanzan el verdadero gozo existencial en la conciencia de tener necesidad el uno del otro, en la peculiaridad de la propia identidad sexual. Así se afirma una radical e indiscutible igualdad de dignidad entre el hombre y la mujer.
c) Fecundidad como permanencia
Génesis 1,28 indica la fecundidad matrimonial: “Dios los bendijo y les dijo: ‘Sean fecundos y multiplíquense, llenen la tierra’”. Es sobre todo el testimonio del propio amor que vuelve a la pareja “imagen de Dios” en el mundo. Consiguientemente los hijos acogidos con responsabilidad y generosidad asegurarán la permanencia de la imagen de Dios en el mundo. El hombre y la mujer, brotados de la fecundidad de la Palabra de Dios, podrán a su vez convertirse en cooperadores conscientes de quien es el único que tiene el poder para dar la vida. Desde esta perspectiva es justo afirmar que el Génesis presenta el Matrimonio como ordenado a la creación.
El amor conyugal en Génesis 2
También Génesis 2-3, en el llamado relato del Edén, presenta a Dios como el autor del Matrimonio a favor de la humanidad.
a) “No está bien que el hombre esté solo”
En Génesis 2 Dios aparece particularmente atento al bien del hombre: “Y el Señor Dios dijo: ‘No es bueno que el hombre esté solo: quiero hacerle una ayuda que le corresponda’” (Gén 2,18). La palabra “ayuda” no tiene ninguna connotación de menosprecio que presente a la mujer como subordinada al hombre. En el Antiguo Testamento la palabra “ayuda” se aplica con frecuencia a Dios, cuando es invocado como escudo y defensor del pobre y del indefenso, ante la amenaza de los enemigos. Dios quiere proteger al hombre no tanto de la soledad en sí misma, como del aislamiento en una situación de peligro, y lo hace mediante la creación de la mujer en vistas al Matrimonio. La soledad del hombre en el peligro es considerada una mala nota en la gran sinfonía de la creación.
b) Igual dignidad entre el hombre y la mujer
Para demostrar que la ayuda corresponderá plenamente al hombre, el autor de Génesis 2 hace intervenir a Dios mismo en el hombre: “Entonces el Señor Dios hizo descender sobre el hombre un sopor y se durmió; le quitó una de las costillas y cerró la carne en su lugar. El Señor Dios formó con la costilla que había quitado al hombre, una mujer y la condujo al hombre” (Gén 2,21-22). El sueño profundo del cual habla el texto sirve para resaltar que el hombre no tiene la preferencia ni se le ofrece colaboración: también la mujer ha sido pensada y querida por Dios mismo y, en cuanto tal, no podrá ni deberá ser pretendida como posesión del hombre. A través de la imagen de la “costilla”, también en Génesis 2 es afirmada la misma dignidad entre el hombre y la mujer: la mujer ha sido extraída del mismo “material” del hombre. Con la bella descripción de un Dios que como un padre conduce a la mujer al hombre que será su marido, se subrayan las dimensiones de gratuidad y acogida recíproca: la mujer es regalo de Dios y sólo con esa conciencia se realizará la relación conyugal.
c) Estabilidad y comunión
“Entonces el hombre dijo: ‘Esta sí es hueso de mis huesos, carne de mi carne. Se llamará mujer, porque ha sido extraída del hombre’” (Gén 2,23). Para Génesis 2 en el Matrimonio el hombre y la mujer son llamados a realizar una relación estable y duradera, una verdadera y precisa alianza de vida, esto es subrayado con el uso de la frase “hueso de mis huesos y carne de mi carne”, que en otras partes de la Biblia indica la pertenencia definitiva a un clan familiar, a una ciudad o, también, a una tribu.
d) Prioridad del amor conyugal
“Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne” (Gén 2,24). En la institución matrimonial la alianza que se viene a formar entre el marido y la mujer –hecha de comunión física, espiritual y afectiva– es de tal manera nueva y apreciada a los ojos de Dios al grado de convertirse en prioritaria, incluso respecto al mismo ligamen de sangre con los respectivos progenitores. Se trata de una prioridad que los cónyuges deberán recordarse en el futuro, en relación con los propios hijos. El primer generado o el primer hijo al cual cuidar es la propia relación conyugal.
Los profetas
Los profetas se sirven de la experiencia matrimonial para conducir a la comprensión del amor de Dios. Ellos proyectan el modelo de la alianza, establecida entre Dios e Israel, como un matrimonio, revelando en ella una dimensión mucho más profunda que la del solo “pacto”. Dios, escogiendo a Israel, se ha unido con su pueblo mediante el amor y la gracia. Se ha ligado con un vínculo particular, profundamente personal, y por eso Israel, aunque es un pueblo, es presentado en esta visión profética de la alianza como una “esposa” o “mujer”, por tanto, en cierto sentido, como persona: “Tu esposo es tu Creador […] Aún si los montes se cambiaran y las colinas vacilaran, no se alejaría de ti mi afecto, ni vacilaría mi alianza de paz” (Is 54,5-10); “Serás llamada Mi Gozo y tu tierra Desposada, porque el Señor encontrará en ti su delicia y tu tierra tendrá un esposo” (Is 62,4). Dios es el Señor de Israel, pero también se convierte en su esposo. Los libros del Antiguo Testamento refrendan la completa originalidad del “dominio” de Dios sobre su pueblo. A los otros aspectos del dominio de Dios, Señor de la alianza y Padre de Israel, se les añade uno nuevo dato revelado por los profetas: la dimensión conyugal.
2. En el Nuevo Testamento
El Matrimonio en el Antiguo Testamento emerge como una institución social, marcada por la fragilidad de la condición humana. Con Cristo se verifica una transformación profunda. Gracias a la redención, él permite no sólo a la unión entre el hombre y la mujer realizarse de acuerdo al proyecto del Creador, sino que en ello cumple la voluntad inicial, haciendo del Matrimonio la manifestación del amor de Dios por la humanidad.
Adulterio y divorcio
Los evangelios reportan la enseñanza de Jesús acerca del Matrimonio, y más específicamente, sobre su indisolubilidad. La declaración sobre el divorcio en Mateo 5,31-32 (“También fue dicho: ‘Quien repudia la propia mujer, le dé el acta de repudio’. Pero yo les digo: quien repudia a la propia mujer […] la expone al adulterio, y quien se casa con una repudiada, comete adulterio”) da seguimiento a la enseñanza sobre el adulterio.
Mateo cita a Deuteronomio 24,1, el cual permite repudiar a la mujer, acto que consiente a ésta última de ser liberada de su obligación con el marido y poder casarse otra vez.
Para Jesús, comportarse de esta manera equivale a ser corresponsables del adulterio que la mujer cometerá al volverse a casar. Igualmente, quien desposa a una mujer que se ha divorciado es considerado un adúltero. Lucas 16,18 (“Quien repudia a la propia mujer y se casa con otra, comete adulterio; quien desposa a una mujer repudiada por el marido, comete adulterio”) amplía la prohibición del adulterio. En el Antiguo Testamento sólo una mujer desposada podía cometer adulterio. El hombre sólo era adúltero cuando se unía con otra mujer casada. Así que él podía tener muchas mujeres. Jesús afirma en cambio, que el hombre está obligado a tener una sola mujer. Jesús ha condenado incluso el deseo de una mujer ajena: “Han oído que se dijo: no cometerás adulterio. Pero yo les digo: cualquiera que mira a una mujer para desearla, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón” (Mt 5,27).
La voluntad divina
En Mateo 19,1-19 y en Marcos 10,2-12 los fariseos buscan hacer caer a Jesús en el engaño, haciéndolo entrar en contradicción con la Ley. Ellos quieren hacerle decir que ningún motivo legitima el divorcio, contrariamente a Deuteronomio 24,1 el cual autoriza, en cambio, a proceder en tal sentido cuando el marido encuentra a la mujer “en semejante falta”. Jesús se remonta al relato de Génesis 1,27 y 2,24, recordando la voluntad de Dios. “El Creador ha hecho al hombre y a la mujer en vista de su unión en una sola carne. El divorcio se opone a tal voluntad”. Jesús no entra en contradicción con Moisés, quien de hecho había permitido el divorcio por la dureza de corazón de Israel, pero desea seguir plenamente la Ley, no puede recurrir a una concesión hecha por Moisés. Cristo viene para cumplir la Ley y en consecuencia, para favorecer la voluntad del Creador acerca del amor humano, tal y como es expresado en Génesis 1-2.
Las parábolas
Jesús, en varias parábolas remite a la imagen de las bodas como modelo de un gozoso compartir. La presencia del esposo es un elemento importante en estos relatos. Los discípulos, por ejemplo, no ayunan porque, como los invitados a una boda, comparten la alegría del esposo (“¿Pueden acaso los invitados a una boda estar de luto mientras el esposo está con ellos?” Mt 9,14-15). Las bodas recuerdan la comunión existente entre Jesús y sus discípulos. Las vírgenes sabias están preparadas al arribo del esposo (cfr. Mt 25,1-12), a Cristo, que llega para establecer el reino.
Cristo el esposo
Juan subraya la identificación entre Cristo y el esposo de Israel anunciado en Isaías 62,4. El Bautista, viendo a las muchedumbres que acuden para hacerse bautizar por Jesús, se alegra así como el amigo del esposo que goza cuando éste se une a su esposa (“El esposo es a quien pertenece la esposa; pero el amigo del esposo, que está presente y lo oye, exulta de gozo por la voz del esposo” Jn 3,29). Se toma aquí la imagen profética de las bodas entre el Señor y el pueblo (Is 62,4), con un cambio de acento: ahora el esposo es el Mesías. Y no es una casualidad que Cristo manifieste su gloria en el contexto de la boda de Caná, suscitando la fe de los discípulos (Jn 2,1-11). Caná es el lugar donde nace la nueva humanidad. Jesús es el Mesías que desposa a la nueva comunidad de Israel formada por los discípulos. La mujer samaritana, con sus cinco maridos, evoca la condición de Samaria y la historia de pecado que ella carga (Jn 4). Cristo, como verdadero esposo, le trae la salvación y le abre las puertas para adorar al Padre en espíritu y en verdad. La figura del esposo en el Antiguo Testamento caracterizaba la unión particular entre Dios y su pueblo. Cristo asume tal imagen y en ella expresa su unión al Padre.
La carta de san Pablo a los Efesios
Pablo subraya la santidad del Matrimonio y, dirigiéndose directamente a los cónyuges, los exhorta a plasmar su relación recíproca en el modelo conyugal de Cristo y de la Iglesia. Se puede afirmar que les ordena aprender nuevamente este sacramento de la unión conyugal de Cristo y de la Iglesia: “Y ustedes maridos, amen a sus mujeres, como también Cristo ha amado a la Iglesia y se ha dado a sí mismo por ella, para hacerla santa” (Ef 5,25-26). Esta invitación, dirigida a los cónyuges cristianos, tiene su motivación en que ellos, mediante el Matrimonio como sacramento, participan del amor salvador de Cristo, que se expresa al mismo tiempo como amor conyugal de él hacia la Iglesia.
Bajo la luz de la Carta a los Efesios –justo mediante la participación en este amor de Cristo que salva– es confirmado y al mismo tiempo renovado el Matrimonio como sacramento en el cual el hombre y la mujer, llamados a ser “una sola carne”, participan del amor creador de Dios mismo.
Fuente
La traducción del artículo en italiano con el mismo nombre, fue realizada por P. J. Antonio Hdz. Taboada, ssp. Derechos cedidos por la revista Credere la giogia della fede, no. 12, 23 de junio de 2013, publicación de San Paolo Italia, pp. 47-54.
http://www.vidapastoral.com/index.php?option=com_k2&view=item&id=311:el-matrimonio-en-la-biblia