Archivo de la categoría: frases y reflexiones

«El mundo de la armonía» Omraam Mikhaël Aïvanhov.

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«Con el pretexto de que hay que conservar el sentido de las realidades, los humanos tienen tendencia a huir del mundo de la belleza, de la imaginación poética. Y esta tendencia se impone incluso entre los artistas: los pintores, los poetas, los cineastas, los dramaturgos se empeñan en presentar en sus obras la realidad más prosaica y no sólo prosaica, sino a veces incluso grosera, repugnante. ¡Cómo si no conociésemos ya suficientemente estos aspectos de la realidad! ¿Por qué tienen que recopiarlos, reproducirlos y exponerlos por todas partes en sus obras?
Para su equilibrio y su expansión, es infinitamente preferible que los humanos tengan acceso al mundo de la armonía, de la poesía, de lo maravilloso y que se esfuercen por vivir en él lo más a menudo y el mayor tiempo posible. Diréis que este mundo es una ilusión, porque es irreal. Pues no, precisamente, este mundo que dicen irreal es, al contrario, el más real. En él sentimos que vivimos por fin en la pureza, en la luz. La verdadera realidad se encuentra en lo alto, en los vastos espacios del alma y del espíritu«

«Cerrad los ojos» Omraam Mikhaël Aïvanhov.

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«De vez en cuando deteneos, cerrad los ojos, entrad en vosotros mismos y tratad de volver a encontrar el centro divino que es la fuente pura de la vida. Cuando los abráis de nuevo, os sentiréis sosegados.
Abrir y cerrar los ojos, ni siquiera podríamos contar cuántas veces por día hacemos estos movimientos, pero los hacemos inconscientemente y por eso no nos producen ningún beneficio. Así pues, ahí tenéis ahora un ejercicio que os será muy benéficioso si aprendéis a hacerlo conscientemente. Cerrad los ojos lentamente y mantenedlos cerrados durante un momento… Después abridlos de nuevo lentamente y estudiad los cambios que se producen en vosotros… Poco a poco, llegaréis a comprender cómo esta alternancia de abrir y cerrar los ojos tiene su correspondencia en la vida psíquica: abrir los ojos, es ir hacia el mundo exterior, la animación, la acción; cerrarlos, es volver hacia el centro de vuestro ser, que es paz y silencio. Cuando hayáis logrado alcanzar este centro en vosotros, sentiréis afluir unas corrientes que os aportarán el equilibrio, la armonía y la luz

«Elevarse con el pensamiento» Omraam Mikhaël Aïvanhov.

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«Siempre tenéis tendencia a considerar las dificultades como impedimentos. En realidad, es a menudo en las condiciones más difíciles cuando tenemos las mayores posibilidades de crecimiento y ello precisamente porque estamos comprimidos. Observad cómo resuelve este problema el árbol del bosque. En un bosque, todos los árboles están tan apretados que si uno de ellos quiere extenderse, los otros se lo impiden. Entonces el árbol se dice: «Estas condiciones no son buenas para mi desarrollo, pero voy a encontrar una solución…», y se eleva hacia arriba. En esta dirección el espacio está libre y no encuentra obstáculos.
Lo mismo sucede con el ser humano. Cuando ya no puede ir ni hacia adelante ni hacia atrás ni hacia los lados, sólo le queda dirigirse hacia arriba, es decir, elevarse con el pensamiento hacia el mundo espiritual, porque en esta dirección nada puede oponerse a sus aspiraciones.»

«Define azar»

Paco Bou – planosinfin.com

Alejandro Jodorowsky: En la vida que es un milagro continuo, ¿cómo podemos hablar de azar? El mundo es una trama de líneas infinitas. Todo resuena, como en una orquesta. Es lo que llamo sincronicidad, algo que está por debajo de la lógica y une las cosas.

Albert Einstein: No existe el azar. Nunca creeré que Dios juega a los dados con el mundo.

Aristóteles: En las obras de la naturaleza se encuentran el más alto grado de ausencia de azar y la dirección de todo hacia un fin.

Voltaire: Azar es una palabra vacía de sentido, nada puede existir sin causa.

Zancolli destaca que si tomamos conciencia de que las coincidencias con significado son una clara evidencia de que no estamos solos en el universo y de que hay un proceso espiritual que influye en nuestras vidas, tal vez logremos recuperar la confianza en nosotros mismos y en los demás.

«Vivir cada día como si fuese el último» Omraam Mikhaël Aïvanhov.

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«Para ser conscientes de la importancia del día de hoy, debemos hacer como si fuese el último. Algunos dirán que es horrible tener así continuamente en la cabeza el pensamiento de la muerte, pero se equivocan. En realidad, vivir cada día como si fuese el último no nos empuja hacia la muerte, sino hacia la vida. Cuando alguien se comporta con despreocupación, con descaro, como si no le pasaran los años, entonces sí, camina hacia la muerte porque despilfarra la vida.
Si los sabios han aconsejado vivir cada día como si fuese el último, es para que tratásemos de hacer del día de hoy algo más útil, más bello, más valioso… ¡algo único! No se trata de creer verdaderamente que el de día de hoy vaya a ser nuestro último día, sólo es un método pedagógico para incitarnos a darle más sentido y belleza y a preparar los días siguientes

«Soy un verdadero escéptico»

www.asociacionconciencia.org – Publicado en Athanor

punto de vista

Un escéptico es la persona que no cree. Sin embargo, es preciso creer en algo para sustentar el juego de la vida y encontrar un motivo para salir de la cama por la mañana. Por lo menos, es preciso creer que existe un suelo que te va a sostener. Realmente, la experiencia de la vida exige que depositemos confianza en un sinfín de cuestiones, nos demos cuenta o no de que lo estamos haciendo. Tenemos que creer en que cuando hemos abierto los ojos por la mañana existe una coherencia entre nuestras comprensiones acumuladas en la memoria y la realidad que ahí fuera nos aguarda. Y aún más, confiamos en poder pensar, hablar, comunicarnos con los demás e, independientemente de lo que pensemos, hablemos u opinemos, depositamos automáticamente nuestra confianza en una enorme base de creencias irrenunciables si queremos compartir la realidad con los demás. De modo que, como vemos, escéptico estrictamente hablando no es posible ser, ya que la experiencia depende de la creencia.

El falso escéptico

Habitualmente, se suele asociar el término escéptico a aquella persona que tan sólo cree en lo palpable, lo verificable por los sentidos y en aquellas creencias e ideas tradicional o científicamente aceptadas como ciertas. En mi opinión, no es adecuado llamar escéptico a este tipo de persona, aunque esté tan extendido este uso, ya que más bien es una persona que cree profundamente en sus sentidos y que cree inconscientemente en ‘lo de siempre’. Puede tratarse de una persona con un tremendo miedo a resultar ingenua, engañada o dañada; también puede ser alguien atrapado en el temor al rechazo, personas que quieren encajar y por ello asumen las creencias ‘socialmente verificadas y demostradas’, las menos extravagantes. La mayor parte de las veces son personas que emplean esta sobriedad científica y escéptica para justificar su estrechez de miras y su miedo a la apertura mental (siempre perturbadora).

Muy familiar nos resulta considerar que lo verdaderamente cierto –o evidente– es tan sólo lo que nos muestran los sentidos [¡el temido empirismo!]. Se trata de una de las claves del materialismo imperante. Sin embargo, los sentidos alcanzan tan sólo a una finísima capa de la realidad: un conjunto de frecuencias bastante escaso para la visión, un espectro de vibraciones sonoras verdaderamente limitado, y ya no hablemos de las limitaciones experienciales del resto de los sentidos tradicionales. De hecho, las investigaciones con microscopio y desintegradores de partículas nos hacen ver lo radicalmente distinta que se muestra la realidad según el ‘aparato’ que se emplea para observarla. Es una primera noción de que los sentidos sólo nos dan acceso a un muy limitado nivel de la verdad.
La experiencia depende de la creencia.

Mas allá de las vibraciones que recogen y traducen en electricidad nuestros sentidos, nuestra mente organiza la percepción. Ahora sí que podemos olvidarnos de la evidencia que los mal llamados ‘escépticos’ atribuyen a los sentidos. Las creencias profundas de cada persona, criadas durante toda su experiencia vital, afectan poderosamente a la percepción, y, lo que es más importante, a la experiencia de lo percibido, aunque nuestros transductores –los sentidos– sean mecánicamente similares.

Además, y por si fuera poco, nuestro sistema perceptivo automáticamente ‘modifica’ lo que recogen nuestros sentidos con el fin de simplificar y facilitar la comprensión de lo percibido –como está ampliamente demostrado por la Gestalt– y dedicar menos energía a la interpretación de la realidad. Esta economía interpretativa con la que está dotada nuestra percepción da como resultado que, en gran medida se podría decir, nuestros sentidos nos engañan. Existen un sinfín de dibujos y ejercicios visuales que demuestran tales anomalías.

Para no profundizar más en este asunto, basta preguntarte: si realmente sólo crees en los sentidos, ¿cómo puedes saber que piensas, sientes o te emocionas? ¿Niegas tu realidad más humana?

Escepticismo y verdad

La genuina corriente filosófica del escepticismo, lejos de conformarse con los paradigmas sociales y muy lejos de la habitual adoración a los sentidos propia de la era materialista, pretendía precisamente una revolución en la comprensión de la realidad humana. Desde el siglo IV a. de C., se enfrentaron a la religión y sus conceptos de un dios creado a imagen y semejanza de las debilidades humanas, se enfrentaron a las supersticiones, a la moral –la existencia de lo bueno y lo malo– y se enfrentaron a todo discurso que tuviera como bandera ‘verdad’ alguna. Estimularon el relativismo y el subjetivismo que hoy tanta relevancia tienen en el nuevo pensamiento. El escepticismo profundiza en las raíces de la humildad, el reconocimiento de que todo saber humano es parcial, y se enfrenta radicalmente a las ideas establecidas.

Bajo un punto de vista más profundo y, por supuesto, sencillo, el verdadero campo de creencias al que se limita un escéptico es lo que podríamos llamar el ‘sentir de la evidencia’, aquello que se siente como evidente. Como vemos, se trata de un sentimiento, algo intangible, claramente personal e intransferible, lo que define lo auténticamente evidente. Son nuestros sentimientos y no nuestros sentidos, los que nos conectan con ‘la verdad’ –o mejor dicho, nuestra verdad accesible en el ahora–, seamos o no conscientes de ello.

El escepticismo nos invita a profundizar en una sincera y revolucionaria búsqueda personal más allá de nuestros sentidos y más allá de la conciencia social.

Soy un escéptico

Yo creía que era un creyente, una persona de fe. Ya no lo creo. Al profundizar, me he dado cuenta de que soy un terrible escéptico. Un verdadero escéptico. Alguien que no cree en lo aparente, en lo creado artificialmente, en lo tradicionalmente evidente. He cotejado mi ‘sentir de la evidencia’ y he descubierto mi profundo escepticismo.

No creo que haya nadie bueno ni malo, lo cual implicaría que hubiera alguien mejor que otro y no creo en el elitismo. No creo que nadie sea egoísta o altruista. Es un juego en el que se juega de diferentes maneras. No creo ni siquiera que nadie sea nada que se pueda definir. Lo que hagas o lo que dejes de hacer no te hará mejor ni peor. No creo que nadie se merezca nada, tampoco creo que merezcamos todo; más bien no creo en la existencia del merecimiento. No creo en el éxito ni en el fracaso; siempre son puntos de vista limitados y fragmentados.

No creo en el miedo; es un experimento. No creo en la muerte, ni siquiera en la muerte del cuerpo. Ni siquiera creo en la enfermedad. No creo que una corriente produzca un resfriado ni que un despiste produzca un accidente. No creo en las causas que conocemos. No creo en la virtud del esfuerzo. No creo que esforzarse sirva para nada, si no es para reforzar otras falsas creencias hijas del sacrificio, en el cual no creo. No creo en el premio ni en el castigo (es el juego de manipular las consecuencias según nuestras infantiles exigencias). No creo en la educación: los niños crecen sanos si son libres, sin interferencia, sin más, ellos mismos. No creo en el compromiso, aunque haga sentir seguras a las personas; no creo en la seguridad, tan famosa hoy; no creo en limitación cualquiera de la libertad.

No creo en la manipulación encadenada de las estructuras sociales. No creo en las instituciones ni en las leyes, aunque en nuestro juego se multiplican como una plaga. No creo en el trabajo. El hombre se ha hecho esclavo de sí mismo, sin importar su condición financiera o social, en la cual no creo. No creo en la justicia (actuar en nombre de ella es arrogancia; sólo tiene sentido para el que no puede verla en todas las cosas). Y si la ves en todas las cosas, entonces no existe justicia ni injusticia. No creo en los fuertes y débiles, en los ricos y pobres, en las víctimas y los verdugos, en los buenos y malos, en las diferencias que contemplamos y fabricamos. No creo que nadie sea más importante que nadie. Ni siquiera creo en la ‘importancia’ que conocemos. No creo en la propiedad de ningún tipo. No creo que poseamos nada nunca; jugamos muchos juegos basados en la creencia del miedo y la carencia.

No creo que el amor de madre sea incondicional, condicionado a su hijo en exclusiva. No creo en la familia como algo más importante que otra cosa cualquiera (otro grupo en el que nos resguardamos marcando el ‘nosotros’ y el ‘ellos’). No creo en la inocencia de los niños más allá de la inocencia de cualquier adulto, ya esté encarcelado, acusado de terrorismo o nombrado presidente de los Estados Unidos. Porque no creo en la inocencia ni en la culpa. No creo en las naciones, por supuesto, unidas o sin unir, desarrolladas o en ‘vías de desarrollo’; no creo que existan. No creo en las banderas ni en los cargos ni en las posiciones. No creo en los papeles que representamos.

No creo en lo que veo ni en lo que oigo. No creo en tus ideas. No creo en las cosas que las personas me cuentan. No creo en mis pensamientos, juguetones, caprichosos y limitados. ¡Esto es verdaderamente ser escéptico!

No creo ni siquiera en mi escepticismo. Por ello vivo cada día empapándome de una realidad en la que no creo, cabalgando en la ilusión, arrojado a la aventura del misterio. Sintiendo cada una de estas cosas que no creo como si fueran las más reales partes de mí. Estoy entregado, rendido a mi papel en el juego. Todo me afecta, me hace reír y llorar. Y cuando llego al fondo de mi corazón, recuerdo que no creo. Entonces despierto, me libero y estoy en paz.

Sobre todo, no creas en lo que te digo.

«El alma» Omraam Mikhaël Aïvanhov.

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«El alma del hombre es una ínfima parte del Alma universal y se siente tan limitada, tan constreñida en su cuerpo físico que su mayor deseo es extenderse en el infinito para fundirse con ella. Es un error creer, como sucede generalmente, que el alma se encuentra completamente en el hombre. En realidad, sólo una pequeña parte de su alma se encuentra en él; la casi totalidad lleva una vida independiente en el océano cósmico.
Es importante tener nociones exactas sobre la naturaleza de ese principio espiritual que llamamos el alma y sobre sus actividades. No solamente no permanece encerrada en el cuerpo físico, sino que le sobrepasa ampliamente y aunque continúa animándolo siempre, ella viaja para visitar las regiones más lejanas del espacio y las entidades que los habitan. Decíos pues que vuestra alma supera con creces lo que podéis imaginar de ella. Porque es una parte del Alma universal, trata de desplegarse en el espacio, tiende hacia la inmensidad, hacia el infinito

«Dar» Omraam Mikhaël Aïvanhov.

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«Se oye continuamente a la gente quejarse de que les han cogido esto, de que les deben aquello, de que no les aman, de que no piensan en ellos… Y no solamente se sientan pobres y solos, sino que siempre tienen miedo de perder algo; entonces se cierran, sin comprender que es justamente esta actitud cerrada la que les aísla y empobrece todavía más. Que se olviden un poco de lo que les falta, ¡que se alegren y aprendan a trabajar con lo que tienen! Cuando se tiene la posibilidad de abarcar el universo entero con el pensamiento, de comulgar con todas las criaturas luminosas que lo pueblan, ¿cómo pueden sentirse pobres y solos? ¿Qué necesitan aún para comprender que son ricos, que están colmados y que tienen incluso para dar a los demás?
Para enriquecerse hay que abrirse, dar. El que toma se empobrece y el que da se enriquece. Porque dar, es despertar dentro de uno mismo unas fuerzas desconocidas que dormitaban en alguna parte en las profundidades: empiezan a brotar, a circular y nos sentimos tan llenos que estamos asombrados. Nos decimos: «Pero, ¿qué es lo que pasa? He dado, he dado, y aún soy más rico…» Sí, ¡y esto es la nueva vida!»

«El progreso técnico» Omraam Mikhaël Aïvanhov.

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«Armas que favorecen el instinto de agresividad, pero también un confort que favorece el instinto de pereza… ¿tienen los investigadores, los inventores, razones para sentirse contentos y orgullosos cuando facilitan a los humanos tantos medios para destruirse? Cuando no se están aniquilando con las armas, pierden poco a poco su resistencia física y sus facultades psíquicas a causa de todos estos aparatos puestos a su disposición que les dispensan de hacer esfuerzos. En apariencia hay un progreso: sí, los aparatos progresan, ¡pero no los humanos! Los humanos, en cambio, se debilitan. Por eso, aquéllos que reflexionan, incluso los científicos, dudan cada vez más de que todo este progreso técnico contribuya al bien de la humanidad.
No se trata, evidentemente, de parar el progreso técnico; es la Inteligencia cósmica misma la que empuja a los humanos a investigar. No hay que dejar de investigar, de inventar, no hay que dejar de lado ninguna de las posibilidades que nos ofrece la materia; pero lo que hay que hacer es dar otra dirección a la investigación científica. Porque en realidad, cuando los humanos hayan aprendido a trabajar sobre su materia psíquica, serán entonces capaces de utilizar plenamente y benéficamente todas las riquezas de la materia física. El progreso técnico no será para ellos un verdadero progreso si no va acompañado de una búsqueda interior, poniendo sus esfuerzos bajo la autoridad del espíritu

«Al final de la jornada» Omraam Mikhaël Aïvanhov.

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«Habéis pasado un buen día. Pero he ahí que al final de la tarde se produce un incidente que os inspira tristeza y desánimo. No os acostéis antes de haber hecho un trabajo interior para liberaros de este estado. Si no, al día siguiente, cuando os despertéis, constataréis que todo lo que habíais vivido de bueno el día anterior, se ha borrado por el incidente que se produjo al final de la tarde y es esta sensación la que queda grabada en vosotros. Diréis: «Pero, ¿cómo es posible que ese momento desagradable haya sido capaz de borrar toda una jornada pasada en armonía y paz?» Pues sí, justamente, porque nada queda sin consecuencias y cualquier preocupación que hayáis experimentado al final de la jornada seguirá viva al día siguiente si no hacéis nada para neutralizarla.
Cada noche, en el momento de acostaros, esforzaos por expulsar todo lo que pueda oscurecer vuestra conciencia. Recurrid a los mejores pensamientos y a los mejores sentimientos para que os acompañen en este viaje que vais a hacer al otro mundo. Así empezaréis el día siguiente sintiéndoos libres y llenos de ánimo