La normativa de bienestar animal ha quedado obsoleta, mientras la reforma europea duerme en un cajón. Los ciudadanos exigen mayor protección para las gallinas, al mismo tiempo que el consumo de huevos bate récords.
“¡O morimos libres, o sólo morimos!”, grita Ginger, hasta los huevos de vivir en la cárcel a cielo abierto de la señora y el señor Tweedy. “¿Sólo hay dos opciones?”, responde otra gallina, y toda la sale ríe. La maravillosa película Chicken Run [Evasión en la granja] retrata una pequeña explotación avícola inglesa de los años 50 de la que las gallinas intentan escapar, una y otra vez, sin éxito. Y pese a ser sometidas a un implacable régimen de terror –recuento de huevos con estética Auschwitz, exterminio de las compañeras menos productivas y la solución final: convertirlas a todas en pastel de pollo– las gallinas de la granja de los Tweedy son, con muchas comillas, unas afortunadas.
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