Archivo por días: julio 20, 2010

Los dogones de Mali y el enigma de Sirio

Uno de los fenómenos más inquietantes con que se enfrentan los investigadores de otras culturas, de esas que no pertenecen a nuestra «concepción occidental del mundo», es la vertiginosa rapidez con que van desapareciendo las fuentes en que se nutre la tradición. Los antropólogos se ven ahora más que nunca en la necesidad de registrar con urgencia lo que va quedando de las viejas cosmogonías, de las antiguas epopeyas y leyendas que cuentan el origen de tal o cual cultura. La muerte de un viejo chamán puede equivaler a que toda una historia, milenaria a veces, se silencie para siempre. O como ocurrió con la lengua del Antiguo Egipto durante casi mil quinientos años, que no haya nadie capaz de interpretar lo que se encuentra grabado en las piedras; paradójicamente, a la vista de todos.
Pero esta circunstancia no se da igual en todos los ámbitos. El proceso de retroceso de una cultura depende de diversos factores: el número de personas que forma la comunidad, que las tradiciones se basen sólo en la transmisión oral o que tengan un componente literario que las haga más perdurables, el asentamiento de esos pueblos en áreas próximas o alejadas de los focos de difusión de la cultura predominante, etc.
Los dogon no se distinguirían de otros muchos pueblos africanos, cuyas culturas se encuentran en proceso de repliegue, merced a la influencia de los hábitos de vida occidentales, de no ser por una característica de su religión que los singulariza de manera especial: el inexplicable conocimiento, evidenciado en una ceremonia religiosa que celebran cada cincuenta años, de una estrella denominada Sirio B por los astrónomos, que resulta invisible al ojo humano.
Hasta pasado el primer cuarto de siglo XX, los contactos entre el hombre blanco y los dogon fueron casi inexistentes. No había razones económicas que lo propiciaran, dado que la región que habitan es un tanto inhóspita y relativamente estéril. África se hallaba aún en plena época colonial y la explotación de los recursos naturales del continente era el objetivo primordial de las fuerzas colonizadoras. Por esta causa, los dogon pudieron continuar como lo habían hecho durante cientos de años: cultivando arroz, cebollas y cereales, guardando sus rebaños de cabras y produciendo unas expresivas y misteriosas tallas votivas.
Poco se sabía de los dogones en Europa hasta los años treinta del pasado siglo.
Los primeros antropólogos que dedicaron su atención al estudio de los dogon y sus costumbres fueron, a comienzos de los años treinta, Griaule (fotografía) y Dieterlen.
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Este matrimonio dedicó muchos lustros al análisis de las rasgos étnicos y culturales de dicho pueblo, y en especial a la función que desempeñan los diferentes tipos de máscaras; las cuales constituyen uno de los rasgos más singulares y enigmáticos de su ritual religioso. Asimismo fueron los primeros en constatar la importancia que para los dogon tiene Sirio y el extraordinario conocimiento de los chamanes con respecto a esta estrella y, lo que resulta todavía más asombroso, sobre su compañera invisible, Sirio B. Los cincuenta años que tarda dicha estrella en describir una órbita alrededor de Sirio es un evento que hacen coincidir con la ceremonia mayor de su religión: el Sigui.

Pero antes de adentrarnos en este misterio estelar, veamos quienes son sus artífices.
Según la tradición, los dogon provienen de algún lugar situado en la orilla occidental del río Niger. Su existencia se remonta a cinco mil quinientos años atrás. Se sabe que descienden de los garamantes, que son los abuelos culturales de los actuales tuaregs. Durante cientos de años fue un pueblo condenado al éxodo permanente, pero hace un milenio llegó a las veredas del río Níger. Hoy, esta cultura tradicional todavía sobrevive allí. Lo hace a 400 kilómetros al sur de Tumbuctú. Su población está estimada en unas 300.000 personas.
Por motivos no aclarados, emigraron hacia el noroeste, actual Burkina Faso, y más tarde hacia el reino de Yatenga. De ahí tuvieron que huir ante la permanente amenaza de los guerreros Mossi, estableciéndose finalmente en la zona de los Montes Bandiagara (sudeste de Mali), que es donde viven en el presente. Los primitivos habitantes de esta región, con quienes convivieron pacíficamente, sin mezclarse, los llamaban «Babe», que significa «pagano» o «extranjero».

Cada uno de los diferentes clanes que componen la sociedad dogon, reclama para sí el privilegio de ser descendiente de alguno de los cuatro patriarcas que, en torno al siglo X de nuestra era, condujeron a este pueblo en el éxodo hasta su actual emplazamiento. Domno, Ono, Aron y Dijon son los nombres de estos antepasados cuasi míticos, sujetos de veneración y verdadero patrón que marca la unidad étnica de los dogon, ya que cada comunidad lleva una existencia particular e incluso hablan distintos dialectos.
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Los poblados se agrupan en torno a los pozos de agua potable. La gina es la unidad familiar, compuesta por el padre, sus esposas y sus hijas e hijos solteros. Una aldea la forman una serie de ginas, regidas por el gina bana, que es el varón más anciano de la comunidad. La principal responsabilidad del gina bana es dirigir las ceremonias litúrgicas, aunque también preside un consejo de ancianos donde se dirimen las disputas familiares y se administra la propiedad. No obstante, la máxima figura política y religiosa está encarnada por el hogon, que es algo parecido a un gobernador bajo cuya autoridad se encuentra todo un distrito. Los gina banas están sujetos a su control, pero ellos a su vez deben obediencia al Gran Hogon. Este último es el jefe espiritual de toda la tribu, descendiente directo de alguno de los Cuatro Fundadores, y gobierna con el auxilio de los hogon. De él depende la seguridad del estado, la tasación de impuestos y la administración de justicia, pero su papel más importante lo desempeña como sumo sacerdote del ceremonial de las máscaras.

La sociedad dogon mantiene un rígido sistema de castas, basado -como ocurre en otras culturas- en los diversos oficios: herreros, carpinteros, curtidores, alfareros… Existe asimismo una casta especial formada por músicos, poetas y chamanes, que, entre otros cometidos, tiene el de salvaguardar la pureza del linaje por vía patrilineal, y preparar a los que serán iniciados en el secreto de las máscaras.

LA CEREMONIA SIGUI Y EL ENIGMA DE SIRIO

En una comunidad donde los hombres tienen una esperanza de vida de poco más de cincuenta años (y algo menos en las mujeres), muchos no podrán ser testigos de la ceremonia que constituye el clímax de su religión. La causa no es arbitraria ni paradójica, sino que viene marcada por un compás sin sonido, por la danza silenciosa de los astros. El sigui se celebra cada cincuenta años, cuando Sirio, la estrella más brillante del firmamento, aparece en un punto central, situado entre los picos de dos montañas que simbolizan a los dos embriones primordiales.
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Hasta aquí, y dejando aparte lo único de la ceremonia, sin parangón en ninguna otra cultura africana, el sigui podría ser clasificado por los especialistas como un ritual estelar donde intervienen factores animistas y elementos del culto a los antepasados. Sin embargo, lo que pone las cosas más difíciles a los investigadores es el hecho de que el sigui tiene un protagonista propio, un personaje representado por una máscara, al que los dogon denominan Nommo.

NOMMO

¿Quién ese misterioso Nommo? ¿A quién simboliza su máscara?
Nommo -según los estudios de Griaule, Dieterlen, Paule y otros- es quien preside realmente el sigui; es decir, el verdadero destinatario del homenaje. Representado en la Gran Máscara; la que nadie lleva puesta, sino que es colocada por el Gran Hogon sobre una especie de altar. Cada cincuenta años, una vez concluida la ceremonia, es destruida. Y una nueva máscara ocupará el sitial cuando se celebre el siguiente sigui… Lo sorprendente es que Nommo fue, conforme a las descripciones dogon, una criatura anfibia procedente de Sirio, que visitó a este pueblo hace incontables generaciones.

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Aseguraban que antiguamente sus dioses, los «amos del agua» y «proveedores de la lluvia», bajaron del cielo y les legaron sus conocimientos.
Estos dioses explicaron a los dogones que su estrella era en realidad un sistema formado por tres soles. Les ofrecieron todos los detalles de su órbita, su tamaño, su elíptica y el resto de datos astronómicos relativos al cúmulo estelar de Sirio.
Los dogones ya habían pintado sobre piedra lo que sabían sobre esta estrella y sus acompañantes hace cientos de años. Sin embargo, sólo la ciencia del siglo xx pudo confirmar que los dogones estaban en lo cierto. Además, ellos sabían, ya hace cientos de años, infinidad de cosas sobre el Universo. Conocían, mucho antes de que lo descubriera Galileo, que Júpiter estaba rodeado por cuatro satélites de gran tamaño y que Saturno disponía a su alrededor de numerosos y bellos anillos.
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Los dogones nunca tuvieron telescopios ni desarrollo técnico o científico alguno. Sin embargo, sabían cosas sobre las estrellas que la astronomía ha ido confirmando poco a poco, sólo que cientos de años después de que este primitivo pueblo lo supiera.

OTROS RELATOS DE CRIATURAS ANFIBIAS

Existen repartidas por todo el planeta, algunos relatos de seres anfibios que, según los mitos, instruyeron a la humanidad en una época remota, en diversas disciplinas : agricultura, astronomía, medicina, arquitectura, etc.
El arqueólogo Arthur Posnansky en su libro «Tiahuanaco, cuna de la civilización americana» cita a las «deidades del lago», llamadas Chullua y Umantua,.
Estos seres, mitad hombres, mitad peces, podrían estar representados en dos estatuas levantadas en el edificio denominado Kalasasaya, dentro del recinto arqueológico de Tiahuanaco (Bolivia). Dicha idea ha sido sugerida, con bastante verosimilitud, por Graham Hancock, en su obra «Las huellas de los dioses».
No obstante, el testimonio más interesante y detallado lo proporciona un personaje caldeo del siglo III a. C.: Berosus. Este sacerdote e historiador redactó en griego una obra en tres volúmenes acerca de la historia de Babilonia. Su contenido ha sobrevivido en fragmentos transmitidos por los historiadores Flavio Josefo y Eusebio de Cesarea.
En la primera parte de su Historia, Berosus cuenta que «Oannes era el más sabio entre los Annedoti, criaturas míticas, anfibias, abundantemente representadas en los relieves babilónicos con cabeza y parte anterior del cuerpo humanos, y espalda de pez.
Oannes -según el relato de Berosus- surgía de las aguas del Golfo Pérsico cada mañana e instruía a los hombres en las artes y las ciencias. A pesar de su aspecto repulsivo («annedoti» significa, precisamente, «repugnante» o «repulsivo») era un ser bondadoso. Además era el emisario de Ea, dios que presidía el ritual de purificación de las aguas, suprema divinidad de la hechicería, patrón de las artes y padre de Marduk, cabeza del panteón babilónico.
Por otra parte Dagon , antiguo dios de la fertilidad, adorado en Siria y en la región más occidental de Mesopotamia, se convirtió en el dios principal de los filisteos, un pueblo guerrero que habitaba en la franja sudoriental del Mediterráneo, entre la actual Jaffa y el noreste de Egipto. Su nombre parece derivar de un antiguo vocablo semítico, cuyo significado es «cereal». Tenía sus templos principales en Gaza y Ashod, y era, como en el caso anterior, una divinidad anfibia.

LA HERMANA MENOR DE SIRIO

En el año de 1862, el astrónomo norteamericano Alvin Clark descubrió, empleando un potente telescopio, el astro al que la ciencia ha denominado Sirio B, estrella situada a 8,7 años luz de la Tierra en la constelación de Can Mayor e invisible desde nuestro planeta a simple vista. Los astrónomos llevaban años intentándolo, pues habían descubierto ciertas fluctuaciones de luz que indicaban que la estrella Sirio formaba parte de un sistema binario.
Se trata de un cuerpo estelar de gran densidad, una enana blanca, que completa su órbita alrededor de Sirio en el plazo de cincuenta años.
Las primeras fotografías de esta desconocida compañera de Sirio fueron obtenidas en 1970. El hallazgo -sin duda importante para la astronomía- tuvo asimismo repercusión en otros campos alejados, en principio, de esta disciplina: ahora era posible sostener la hipótesis, desde el campo de la egiptología, de que la «nueva estrella» podía muy bien ser la que los egipcios habían identificado con Horus. Pero, de ser así ¿cómo conocían su existencia?
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El terreno de la especulación es siempre resbaladizo. Griaule y Dieterlen no trataron de interpretar; simplemente dieron noticia de lo que habían aprendido de la cultura y las creencias del pueblo dogon, tras muchos años de análisis. Y los factores descritos eran en sí mismos sorprendentes. No es de extrañar que este material fuera utilizado por otros autores que sí trataron de interpretarlo, con mayor o menor fortuna.
El filólogo y orientalista Robert Temple publicó hacia los años setenta una obra «El misterio de Sirio» que daría pié a una larga y viva polémica, en la que participó como antagonista principal el eminente astrofísico -ya fallecido- Carl Sagan.
Temple sostenía el origen egipcio de los conocimientos astronómicos de los dogon. Sus argumentos no se fundaban sobre pruebas muy sólidas, aunque distaban de ser descabellados. Después de muchos debates en la prensa y muchas horas de televisión empleadas en réplicas y contra réplicas, la autoridad académica de Sagan, que por aquel entonces se encontraba en pleno proceso de elaboración de su famosa serie de divulgación «Cosmos», pareció imponerse: Afirmó que los dogon habían asimilado una información moderna, aportada probablemente por misioneros, con respecto a estos precisos datos astronómicos, que les habría llevado a introducir conocimientos astronómicos modernos entre sus milenarios mitos.
Para abonar su tesis, recordó el aluvión de artículos y reportajes sobre temas científicos y arqueológicos que aparecieron en la prensa durante la década de los años veinte (especialmente a partir de la apertura de la tumba de Tutankhamon, en 1922) No era, pues, preciso buscar la clave a miles de kilómetros, y mucho menos remontarse a un pasado remoto.
De poco sirvieron las protestas de Griaule y Dieterlen, quienes finalmente se decidieron a terciar en la polémica, cuando declararon que la interpretación de Sagan era absurda, ya que les constaba que los dogon no habían tenido contacto directo con el hombre blanco antes de 1931, año en el que el matrimonio de antropólogos visitó por primera vez aquella zona del sudeste de Mali.
Habrían de transcurrir aún varios hasta ver cuál de las hipótesis debía ser definitivamente rechazada. En 1988 se efectuó la datación por medio del Carbono-14 de una estatuilla que representaba el carácter dual de Sirio, y que resultó tener una antigüedad no inferior a quinientos años. Y, como colofón, apareció el testimonio aportado en 1990 por el prior de la misión en Mali de los Padres Blancos, según el cual no se había enviado ningún misionero a la región de los Montes de Bandiagara, antes del otoño de 1949.
Otro ejemplo muy significativo de esto es la Sociedad National Geographic, a la que pertenezco desde hace más de una década. Entre sus más recientes documentales tiene uno dedicado al tema, y en el que defiende esta teoría de la influencia europea.
Yo no estoy de acuerdo…
Es sorprendente contemplar como ciertos escepticismos dentro de la Ciencia quieren obstinadamente hacer prevalecer, dentro de la aulas y en la sociedad, criterios sobre temas que se han mostrado rebatibles, por el hecho de tener una respuesta que no encaja dentro de unos términos ortodoxos, o de sus propios credos más dogmáticos.
Pero aún hay más…
Concretamente en 1995, dos astrónomos franceses llamados Daniel Benest y J. L. Duvent descubrieron que junto a Sirio A y Sirio B existía otra estrella aún menor. La llamaron Sirio C.
Los dogones, no obstante, ya hablaban sobre ella en sus relatos míticos y la representaron sobre piedra hace cientos de años. ¿Cómo sabían de su existencia? Dicen que seres de otro mundo –sus dioses– bajaron en sus naves desde el cielo para contarlo.