Una tarde de 1957 o 1958 Manuel Rodríguez Quintero (1897-1971) deambulaba, con su inseparable cámara fotográfica, por las Martelas de Arriba, cerca de Triana en Los Llanos de Aridane. En las represas-estanques propiedad de Gregorio Camacho Gómez estaban bañándose tres niños, entre ellos Arístides Sánchez y Evaristo Pérez Barreto. Era un día de horizonte y cielo limpio. De repente una isla se dibujó mar afuera, apareció de repente. No era El Hierro, la isla llamada del meridiano estaría más al sur a la altura de Fuencaliente. Era la isla encantada de San Borondón. No podía ser otra.
Rodríguez Quintero tomó conciencia de la importancia de aquella visión y disparó su cámara fotográfica dirección oeste, sobre Las Martelas de Abajo y en la costa próximo al barrio de San Borondón en Tazacorte. El fotógrafo se debió dar cuenta de que difícilmente cuando mostrara la foto a los convecinos le iban admitir que hubiera obtenido una fotografía a la «encantada», «errante», «encubierta» y mítica isla de San Borondón.
A gritos llamó a los niños, que se daban un remojón veraniego en la represa de agua, y les hizo mirar hacía abajo. Allí estaba, se apreciaba perfectamente la silueta de San Borondón. Los niños se convirtieron junto al fotógrafo en testigos de aquella visión única de la antigua leyenda y años más tarde los entrevistábamos y así lo confirmaban.
Evaristo [a. Lepanto] en 1982 nos decía: «Cuando eso yo tenía 11 años, pero lo recuerdo perfectamente. Yo no se si era una isla, forma de eso tenía. La vimos durante más de veinte minutos hasta que desapareció. Quintero nos dijo que miráramos aquello que quizás no lo íbamos a ver nunca más» […] «Era la silueta de una isla, muy alta; luces no había». Por su parte Arístides también lo corroboraba: «Recuerdo que estábamos bañándonos en la represa junto a dos compañeros más. De repente, don Manuel nos llamó, para que viéramos algo. Salimos y nos dijo que aquello era San Borondón, nosotros no le creímos y nos echamos a reír. Cuando miramos era verdad, allí en el mar había una isla. Quintero se fue a la carretera y paraba a todos los coches y camiones que pasaban para Puerto Naos, otras personas, la vieron, como nosotros, pero no sé quienes fueron». La copia de la entrevista se encuentra en el Archivo General de La Palma, del Cabildo Insular.
Quintero no conforme con el testimonio verbal que pudieran los niños bañistas los capta con su cámara, vistiendo los tres bañador. El fotógrafo disparó dos instantáneas a la misteriosa isla y una, la tercera, a los niños. Correlativamente se conservan en el cliché que hoy guarda su familia, los también fotógrafos Lonque y Ángeles Rodríguez Castro (Foto Helénica) en Los Llanos de Aridane.
La constancia de esa «aparición» de la isla «errante» fue visionada por numerosos vecinos de Tazacorte, que aún hoy lo recuerdan y dan detalles del hecho. Debió ser por esos años una gran novelería en el Valle de Aridane.
La fotografía debió ser entregada o remitida al recordado arqueólogo catalán, afincado en Tenerife, Luis Diego Cuscoy (1907-1987). Cuscoy preparó un documentado artículo que se publica en el periódico de Madrid, ABC [10-08-1958 pg. 6 y 7]. Un gran reportaje en dos páginas con las ilustraciones de la foto de San Borondón, otra de la costa occidental de La Palma en que se que aprecia Tazacorte y su barrio de San Borondón, ambas de Quintero, y un dibujo geográfico de Canarias con marcas de las últimas apariciones de la Isla errante. Hasta ese momento la cartografía de la isla errante abarcaba siglos en mapas y portulanos.
El referido artículo de ABC se publica bajo el título: «La Isla Errante de San Borondón. Ha sido fotografiada por primera vez». En el desarrollo del texto Cuscoy refiere: «Hace unos días, a los cinco años de su última aparición, la islita ha surgido a sotavento de La Palma, como antes como siempre. El último dibujo de la silueta de San Borondón fue trazado en el siglo XVII. Y, lo que son los tiempos: tres siglos después, San Borondón ha sido fotografiado. Al atardecer, quebrado de luces el poniente, en colisión el fiel alisio con vientos que, ya cálidos, ya fríos, mejor es no saber de dónde vienen, frente a un pueblecito del occidente de La Palma, San Borondón ha surgido con una silueta muy semejante a la se trazó en el siglo XVII. Y ha surgido -tal es la fidelidad- frente a un caserío que lleva el nombre de San Borondón, entre Tazacorte y Los Llanos de Aridane. La geografía no inventa y la toponimia es memoria vigilante. Los habitantes de San Borondón, desde las ventanas tocadas dulcemente por la luz del atardecer, han podido contemplar cómo la islita errante dejaba que el crepúsculo se disolviese en el mar para sumirse ella de nuevo en el misterio. El afortunado fotógrafo, verdadero testigo excepción, ha dejado fiel constancia del hecho. Uno más que ha creído, hasta última hora, en la realidad de esa tierra fluctuante».
En los últimos años la fotografía de San Borondón ha sido publicada en numerosas monografías de conocidos investigadores, entre ellos el profesor medievalista y Secretario de la Real Academia de la Historia, Eloy Benito Ruano. El último gran trabajo monográfico «La Isla perdida. Memorias de San Borodón desde La Palma», lo firma Manuel Poggio Capote y Luis Regueira Benítez, publicado por la editorial palmera Cartas Diferentes Ediciones, 2009. En este trabajo se fecha la fotografía de Quintero en el mes de septiembre de 1957. Ignoramos lo que debió suceder para que Diego Cuscoy, un año después, dijera 1958 en el periódico ABC: «Hace unos días, a los cinco años de su última aparición, la islita ha surgido a sotavento de La Palma». Es lo menos importante ante la constancia documental fotográfica de la isla de San Borondón.
Memoria de la Leyenda.
Mito, leyenda, tradición y misterio oceánico que deambula errante por los mares de La Palma.
En el año 480 de la Era del Señor nació Brandán en Irlanda. Desde muy joven entra en la orden benedictina. Cuentan que un día que navegaba en busca de tierras que evangelizar, cuando el crepúsculo se apoderaba de la noche, encontró una isla. Los navegantes saltaron, a esa supuesta tierra firme a descansar de jornadas en un mar tenebroso y desconocido. El silencio y la oscuridad atrajeron a los marineros que se entregaron al sueño, mientras, Brandán rezaba, observaba el cielo y el camino de los astros, hasta que se dio cuenta que lo que creía por tierra firme se movía hacia Oriente. Con el alba reunió a sus compañeros y les dijo: «no dejemos de dar gracias al Soberano y Dueño de todas las cosas, a este Dios cuya Providencia nos ha preparado en medio de los mares un nuevo bajel que no tiene necesidad ni de nuestras velas, ni de nuestros remos». Estaban navegando sobre el lomo de una gran ballena.
El viaje continuó lentamente durante 40 días, por mares abiertos y confiado en la Divina Providencia. Por fin la ballena, a la cual llamaban Jasconius, les arribó a una isla exuberante, altanera, con alegres cantos de mirlos y otros pájaros desconocidos, aguas de mar cristalinas donde los peces de mil colores jugaban con la espuma. Todo era quietud, paz, soledad en esa isla de limpias arenas negras, surcada por riachuelos, con extraños carneros, poblada de ricos frutos y de gratos aromas. ¿Sería el Paraíso?. Siete años la habitaron.
Y a ese paraíso de isla la leyenda le puso el nombre de San Barandán o San Borondón. Y el mito y el misterio siguió corriendo los siglos, hasta que el mismísimo Cristóbal Colón, en su diario de abordo, anotaba el 9 de agosto de 1492 que juraban muchos hombres honrados «que cada año veían tierra al Oeste de las Canarias, que es al Poniente; y otros de La Gomera afirmaban otro tanto con juramento». Y el almirante puso rumbo al poniente, por donde aparecía San Borondón, en busca de tierras firmes.
La isla aparece y desaparece llamando a navegantes y aventureros. Se hicieron expediciones en su busca que afirmaban haber estado en ella. Errante, viajera, inestable y misteriosa. Una veces la han visto por el poniente de La Palma, más al norte o al sur, entre El Hierro y La Palma, otras frente al Puerto de Tazacorte
Los palmeros continúan mirando al horizonte en busca de esa isla de aves y plantas exóticas, seres extraños, arroyos cristalinos, aromas dulces, tiempos aplacibles y frescos, nieve en el reino del aire, mar limpio repleto de peces de mil tonalidades, gigantescos dragos que parecen dragones, montañas de formas redondas, barrancos abismales. La toponimia insular quiso llamar a un lugar del municipio de Tazacorte San Borondón y ahora uno duda: ¿Será La Palma la misteriosa y mítica isla de San Borondón y la otra, que aparece y desaparece en el horizonte, un espejismo?. Leyenda o realidad. Dejémoslo en leyenda.
Otras Biografías de la autora
[Hernández Pérez, María Victoria], «Manuel Rodríguez Quintero: El fotógrafo de San Borondón», Día de Fiesta: suplemento dominical de «El Día» (Santa Cruz de Tenerife, 28 de marzo de 1982), p. i.
Hernández [Pérez], María Victoria, «La leyenda San Borondón y el fotógrafo Manuel Rodríguez Quintero», Diario de Avisos(Santa Cruz de Tenerife, 13 de mayo de 2001), p. 28.
http://elapuron.com/blogs/tendedera/586/la-foto-de-san-borondn/
¿Y porqué no se habla más de este fenómeno? Gracias Vania, la verdad es que a mi me resulta apasionante.
Pasa con todos los fenómenos, los ocultan para que se olviden y generalmente quien lo presencia terminan por callar por temor a que les traten de locos.
El por qué? ya sabes, quieren lograr a toda costa que tengamos una caja tonta de cerebro.
Apasionante. . .