Descubren, accidentalmente, el interruptor de la conciencia humana

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La conciencia es uno de los conceptos o fenómenos más complejos de definir. Y es que solo la conciencia puede hablar de si misma, su auto-referencialidad es ubicua, y por lo tanto su sustancia es esencialmente elusiva –o en todo caso ourobórica, lo cual termina confundiendo su aproximación racional. En todo caso, y a pesar de lo vaga que es esta pista, sabemos que la conciencia es eso que nos permite darnos cuenta que existimos frente a ese cúmulo de información que, traducida en estímulos interpretables, conforma nuestra realidad. Algo así como la frontera entre la nada y la realidad.

Dejando a un lado las metáforas y concentrándonos en un plano neuronal, el cual por cierto ha padecido las mismas dificultades para terminar de entender y explicar la conciencia, recién ocurrió un avance significativo en este campo. Luego de que hace una década los neurocientíficos Francis Crick y Christof Koch propusieran que la conciencia requiere de una especie de director de orquesta, ubicado en un punto específico de nuestro funcionamiento cerebral, que organice e hilvane las percepciones externas e internas y termine dando vida a la narrativa auto-conciente.

De acuerdo con la teoría de Crick y Koch este actor decisivo en el existir de la conciencia, se ubica en un punto denominado claustro o claustrum, que corresponde a una estructura similar a una fina capa, híper delgada, que habita en la profundidad del órgano cerebral.  Y la función de esta especie de axis de la conciencia es fundamental en la autoconciencia: por ejemplo, si yo escucho la primera sinfonía de Brahms, debe existir algo que orqueste la información sonora que llega a mi oído, en relación al mapa cultural de referencias alrededor de la música clásica y del compositor alemán, sin dejar de considerar las particularidades anímicas que me abrazan en ese instante, todo lo cual resulta en la generación de experiencia precisa, el estar escuchando, ‘experienciando’, esta determinada pieza.

Hace unos días fue publicado un estudio encabezado por Mohamad Koubeissi, de la Universidad George Washington, que describe cómo los investigadores fueron capaces de activar y desactivar la conciencia de una persona, en este caso una mujer epiléptica, al estimular su claustro con impulsos eléctricos de alta frecuencia. Tratando de descubrir la zona de origen de sus ataques de epilepsia, mediante electrodos, accidentalmente estimularon un punto junto al claustro, algo que nunca se había llevado a cabo, y notaron que ella súbitamente perdía la conciencia. Al detener el estímulo la mujer se recobraba de forma instantánea, sin recordar nada de lo que sucedió durante la estimulación, y este mismo proceso fue repetido varias ocasiones, arrojando el mismo resultado.

Screen Shot 2014-07-06 at 7.36.19 PMDe acuerdo con Koubeissi, lo anterior refuerza la hipótesis de Crick, en el sentido de que el claustro tiene un papel fundamental en la construcción de una experiencia consiente:

Yo lo compararía a un automóvil. Un auto en el camino cuenta con múltiples partes que facilitan su movimiento –la gasolina, la transmisión, el motor–, pero solo hay un punto en el que puedes insertar y girar la llave, permitiendo que todo funcione en conjunto. Así que mientras que la conciencia es un proceso complicado, generado a partir de múltiples estructuras y redes, tal vez hemos encontrado la llave a la conciencia.

A pesar de que el hallazgo no ha sido replicado, y que solo ocurrió con una persona, la neurociencia parece mostrarse altamente estimulada por este. Incluso el propio Koch se ha mostrado emocionado: “A fin de cuentas, si sabemos como se crea la conciencia y que zonas del cerebro se involucran en este proceso, entonces podemos comprender quién la tiene y quién no. ¿Tienen conciencia los robots? ¿los fetos? ¿los perros, los gatos o las lombrices? Este estudio es increíblemente intrigante, pero es solo un ladrillo del edificio de conciencia que estamos tratando de construir”, afirmó el investigador del Allen Institute for Brain Science.

Más allá de lo que resulté de este estudio, observar el proceso, por cierto milenario, en el que la conciencia intenta autodefinirse y ubicarse más allá de la abstracción o la analogía, es en sí una de las coreografías ‘existenciales’ más hermosas a las que tenemos acceso –algo así como un espejo acechándose a si mismo envuelto en un trance de rítmica trascendencia. Así que la próxima vez que te entregues a escuchar la primera sinfonía de Brahms, tal vez sería bueno jugar con la idea de que hay más de una orquesta organizando tu experiencia –y que la realidad es la más sublime sinfonía.

 Twitter del autor: @ParadoxeParadis
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