Cuando aparecen en una misma frase las palabras Berlín y espías, la mente viaja a los años de la Guerra Fría. Sin embargo esas dos palabras han vuelto a ocupar titulares en pleno 2014 para disgusto de Barack Obama. El presidente de Estados Unidos ha visto como en menos de una semana ha quedado al descubierto que dos personas, una de ellas agente de los servicios secretos alemanes, pasaban información a Washington. Justo ahora que parecía que el escándalo por el espionaje telefónica a  la canciller alemana, Angela Merkel, parecía remitir y que Obama había prometido que no volvería a poner la oreja en conversaciones ajenas.

El inicio de este nuevo escándalo sobre espionaje saltó el viernes 4 de julio cuando se conoció que había sido detenido un alemán de 31 años acusado de pasar información a la CIA. Se da la circunstancia además de que eldetenido era un agente de los servicios secretos alemanes. La Fiscalía, que ordenó la detención, sospecha que el arrestado filtró 218 documentos, incluidas tres actas de la comisión del Bundestag que investiga las actividades de la NSA en Alemania. A cambio habría recibido 25.000 euros por parte de EEUU que le fueron entregados en un encuentro en Austria.

El periódico Der Spiegel ha publicado que el hombre confesó haber pasado información y que recibía las instrucciones a través de la diplomacia estadounidense.

Por si no fuera suficiente un espía descubierto para echar más leña al fuego y reavivar la crisis entre EEUU y Alemania por las escuchas, pocos días después transcendió que se estaba investigando a una segunda persona. La Fiscalía alemana se limitó a confirmar que se habían llevado a cabo registros  en un domicilio particular en Berlín y en unas oficinas sin ofrecer más detalles.

Los medios alemanes señalaron que el sospechoso pertenecía al Ministerio de Defensa e incluso apuntan a que se trata de un espía estadounidense que había logrado infiltrarse en el Ejército.

El descubrimiento de estos dos supuestos espías ha tenido rápidas consecuencias. Si al salir a la luz el primero el Gobierno de Angela Merkel se limitó a pedir explicaciones al embajador de EEUU en Berlín, la segunda relevación le ha llevado a tomar decisiones más contundentes. El Ejecutivo alemán instó el pasado jueves al máximo responsable de la CIA en la embajada de Berlín a abandonar el país en un corto espacio de tiempo.

El portavoz gubernamental, Steffen Seibert, confirmó la decisión ante la prensa y aseguró que se tomó la decisión “a la luz de la investigación que lleva a cabo el fiscal general” sobre los dos casos de supuesto espionaje. Se ha tenido en cuenta también, según las palabras de Seibert, que EEUU lleva meses sin dar respuesta sobre “las actividades de los servicios secretos estadounidenses en Alemania”.

Esta invitación a irse evita que se abra un proceso formal de expulsión que traería consigo la declaración de “persona non grata” del jefe de los espías en Berlín.

Este escándalo de los dos supuestos espías llega en un momento en el que las aguas de la relación entre EEUU y Alemania bajaban menos revueltas tras el episodio de las escuchas a Angela Merkel. Gracias a los documentos filtrados por el exanalista informático Edward Snowden se dio a conocer que la Agencia Nacional de Seguridad (NSA por sus siglas en inglés) espiaba el teléfono móvil de jefes de Estado y de Gobierno, entre ellos Merkel.

Este espionaje masivo están siendo investigado por una comisión del Parlamento, precisamente de donde supuestamente uno de los detenidos recopiló informes para pasárselos a la CIA.

Tras conocerse que su móvil estaba siendo espiado, Merkel pidió explicaciones a Barack Obama, quien prometió que mientras él fuera presidente de EEUU la situación no volvería a repetirse. Desde el incidente, Washington ha trabajado en recuperar la relación con Berlín, que vuelve a estar en tensión en estos días.

Un ejemplo de que las relaciones bilaterales no pasan por su mejor momento es que, según ha publicado el periódico Bild, Angela Merkel ha dado la orden a los servicios secretos alemanes de limitar al mínimo imprescindible su cooperación con Estados Unidos.
Se reducen de este modo los contactos a los temas que “estén directamente relacionados con los intereses de seguridad de Alemania”, según publica el periódico citando a fuentes de seguridad nacional.

Esto supone una congelación en una relación estrecha que se remonta a los años posteriores a la II Guerra Mundial cuando la CIA ayudó en la puesta en marcha de los servicios secretos de la República Federal.

Si hay algo que mosquea en Berlín en relación con el espionaje es que consideran que tienen  la suficiente buena relación, o al menos tenían, con Estados Unidos como para que ser espiados. Los alemanes creen, o creían, que su alianza tenía la suficiente confianza como para que la CIA y la NSA anduvieran metiendo las narices en sus asuntos.

Pero a juzgar por los últimos acontecimientos parece que EEUU no ve igual esa relación y no tiene a Alemania en la misma consideración que a los estados a los que no espía, al menos que se sepa, ya que tiene firmado un acuerdo con ellos de no agresión en esta materia. Los países que supuestamente están libres de espías estadounidenses son Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda.

La invitación a marcharse al jefe de la CIA en la Embajada de EEUU en Berlín tiene un precedente en 1997. En aquel momento un agente de los servicios secretos estadounidense con cobertura de diplomático tuvo que salir de manera discreta de Alemania tras ser descubierto intentando comprar a un alto funcionario del Ministerio de Economía para obtener así información sobre proyectos tecnológicos.

Al igual que en la actualidad, el espía cazado no fue expulsado formalmente y se ahorró el ser considerado “persona non grata”. Era   la primera vez que se conocía una expulsión de este tipo de un espía de EEUU.

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