El director de la CIA defendió la estrategia de EE.UU. tras el 11 de septiembre. Entre presos “brutalmente” torturados y privados del sueño por varios días, algunos alimentados forzosamente por vía rectal sin necesidad médica, detenciones ilegales y gobiernos engañados, el recuento de excesos cometidos por la Agencia Central de Inteligencia de Inteligencia de Estados Unidos reactiva el viejo debate de quién controla lo que hace la CIA.
El reporte realizado por los demócratas en el comité de inteligencia del Senado y presentado este martes, detalló cómo la CIA entregó información inadecuada e incompleta tanto a la Casa Blanca como al Congreso sobre sus técnicas de interrogación y detención que siguieron a los atentados del 11 de septiembre de 2001.
El informe indica cómo entre 2002 y 2007 la CIA mantuvo desinformado a su propio gobierno, entonces presidido por el republicano George W. Bush, y cómo de esa manera impidió la supervisión a la que está sometida por ley, una acusación que rechazó el director de la agencia John Brennan.
En una inusual conferencia de prensa el jueves, Brennan -quien representa a la CIA de hoy y no califica las llamadas “técnicas mejoradas” de interrogación, ni afirma si garantizaron la cooperación de los detenidos- asegura que la agencia obtuvo información «útil y valiosa» que dice que es imposible saber si pudo haber sido obtenida por otros métodos.
Para el exvicepresidente de Bush, Dick Cheney, la idea de que la agencia estuviera operando de manera suelta y el presidente no estuviera siendo informado era una «mentira completa».
La disputa pone sobre la mesa lo difícil que ha resultado saber a lo largo de su historia exactamente cuáles son los límites de poder de la agencia, cómo deben manejarse sus operaciones y a quién le rinde realmente cuentas.
«Fuera de control»
Es el último episodio de una historia de tensiones que han existido entre las ramas del gobierno y la comunidad de inteligencia, en especial su agencia más conocida, la CIA creada en 1947 para realizar operaciones encubiertas en el exterior.
La CIA es la única de los organismos de inteligencia establecida como «independiente» del gobierno federal, lo que significa que el poder ejecutivo ejerce un control limitado sobre la misma.
La agencia responde al director de Inteligencia Nacional, un puesto que a su vez está sujeto a la autoridad del presidente y que fue creado en 2004 como parte de la reestructuración de la comunidad de inteligencia tras los ataques del 11 de septiembre de 2001 precisamente para mejorar la coordinación. Pero estos cambios no significan que las entidades siempre estén en el mismo plano.
«Dianne Feinstein está en lo correcto: la CIA está fuera de control», escribió en marzo Tim Weiner, autor del libro Legacy of Ashes, un trabajo sobre la historia de la CIA que ganó el premio Nacional del Libro de 2007.
En diálogo con BBC Mundo, Weiner dice que la agencia se extralimitó y no tenía «ni el derecho ni las razones para llevar a cabo una guerra cibernética contra el senado de Estados Unidos».
En cuanto a las técnicas de interrogación y detención tras el 11 de septiembre, el escritor opina que la CIA «excedió sus autoridades legales aunque tenía lo que efectivamente era una carta blanca del presidente Bush».
Pero Weiner no cree que el problema sea sólo de la CIA y dice que, por lo menos en teoría, la agencia responde directamente a la Casa Blanca.
«La CIA está bajo el comando del presidente», dice. «El control del Congreso es una cosa ocasional. Pero el control presidencial de la CIA es en teoría 24 horas al día, siete días a la semana, 365 días al año». «Hay algunos ejemplos en este informe de que la CIA puede haber excedido las autoridades entregadas por el presidente, pero las autoridades entregadas a la CIA por la Casa Blanca de Bush fueron extraordinarias y casi ilimitadas», agrega.
«Elefante suelto»
Esto, sin embargo, contrasta con las opiniones que han surgido desde hace varias décadas y que sugieren que las diferencias entre la CIA y las entidades del gobierno estadounidense no son nuevas.
Es muy revelador que en los años 70 fuera calificada de un «elefante suelto», una cita atribuida al senador demócrata Frank Church, quien lideró una extensa investigación sobre las actividades de inteligencia del país.
Para algunos, uno de los episodios más ilustrativos de la descordinación entre la Casa Blanca y la CIA puede haber sido la fallida invasión a Bahía Cochinos, en 1961.
Según consta en el archivo digital de la CIA, el historiador Piero Gleijeses aseguró que la Casa Blanca y la CIA «asumieron que hablaban el mismo idioma en relación a Cuba, pero realmente estaban aprisionados por las confusiones mutuamente excluyentes sobre el resultado probable de la invasión».
Después del escándalo de Watergate (1972-74) -un caso de espionaje político que desembocó en la renuncia del presidente Richard Nixon y en el que estuvo involucrada la CIA junto con otras dependencias del gobierno- se trató de ponerle más controles a la agencia. Todo se vio afectado con los ajustes realizados a raíz del 11 de septiembre, cuando en 2004 pasó a convertirse en uno de los eslabones de la estrategia antiterrorista de Estados Unidos.
«El periodo de más control comenzó el día en que el presidente Obama asumió el poder y dijo que no habría más prisiones secretas ni más tortura», afirmó Weiner, para quien eso evidencia que a la hora del control sobre la CIA «importa mucho» quién está en la Casa Blanca.