Golondrinas y vencejos sobre los trigales. Los pájaros son los primeros en darme la bienvenida en los aledaños de la Sierra de Atapuerca, ese espacio que recoge la memoria del tiempo y en el que, a medida que me acerco, voy distinguiendo la Cueva Mayor en la ladera, la entrada en la que Susana Sarmiento me pertrecha de un casco, los andamios que jalonan la Trinchera del Ferrocarril y, claro, ese tajo en un queso gruyère en el que, como roedores, los miembros del equipo de Atapuerca van horadando sus paredes año tras año, sacando a la luz miles de huesos.
Al fondo, justo a los pies del yacimiento de la Gran Dolina, me encuentro con Eudald Carbonell y José María Bermúdez de Castro, de barro hasta las cejas y con picos entre las manos. Son dos de los tres codirectores de un proyecto que este verano ha movilizado a 150 personas (aunque necesitaría el doble) y andan estos días localizando la base de los sedimentos para confirmar la cronología más antigua de la sierra, el llamado subcron Olduvai, de hace casi dos millones de años. «Mira las manos, llenas de callos. No parecen de catedrático», me dice Carbonell al saludarme.
Dentro de la Sima del Elefante, el yacimiento más antiguo de Europa. 1,4 millones de años. |R.M.T.
El trabajo de Carbonell y Bermúdez de Castro estos dos días es de los más duros de toda la excavación. En las dos jornadas que les visito, la pareja ha sacado más de tres toneladas de sedimentos.Y no hay nada, ni un diminuto fósil en el tremendo agujero donde están metidos. A más 20 metros de altura, sobre sus cabezas, en TD-10, una manta de huesos se distingue a simple vista. Son de hace casi medio millón de años, restos de sucesivos banquetes que nadie barrió. «Es bonita ¿verdad?» La arqueóloga Marina Mosquera es experta en desentrañar la evolución del conocimiento humano estudiando las herramientas de piedra. Hace unos minutos, su buril y su cepillo tropezaron con una mandíbula enterita. Diríase que el animal la perdió antes de ayer de lo bien que se conserva.
Mandíbula excavada por Marina Mosquera en TD-10 de Gran Dolina. |R.M.T.
Unos metros por debajo, entre el agujero de los codirectores y este legendario restaurante de los supuestos Homo heidelbergensis, Jordi Rosell y su grupo también sacan fósiles, pero mucho más antiguos. Es TD-4, el que fuera hogar del oso Ursus dolinenses hace en torno a un millón de años, pero donde se han encontrado también herramientas de humanos que iban a comer lo que encontraban. «Todos los días tenemos sorpresas», me asegura Rosell.
Horas después, en el laboratorio de la Residencia Gil de Siloé de la ciudad (tomada en verano por los investigadores) me enseñarán parte del cráneo de un pequeño osezno rescatado en ese mismo nivel, mientras la restauradora Lucía López-Polin, experta en los puzzles más complejos, lo va limpiando con infinita paciencia.
Pequeña muestra de fósiles de una jornada en la Trinchera. |R.M.T.
«No todos entienden lo que estamos haciendo aquí, porque es verdad que no hay fósiles, pero llegar al fondo de la Gran Dolina es fundamental para entender hasta donde se remonta Atapuerca, quizá a los dos millones de años. Así sabremos si seguir buscando restos más antiguos de los 1,4 millones de años que tenemos en Sima del Elefante. Podríamos excavar en la cueva de Los Fantasmas si encontramos niveles como el subcrón de paleomagnetismo de Olduvai», me cuentan mientras comemos en el único restaurante del pequeño pueblo de Urrez, donde me invitan a comer y donde, antes de entrar, se explayan en explicarme el origen geológico de cada una de las piedras de los muros de las casas. Con ellos, nunca se deja de aprender.
La autora en La Galería, cortesía de Isabel Cáceres.
En estos dos días, también visito La Galería, el gran supermercado del Pleistoceno Medio en la sierra burgalesa, que después de décadas de trabajo sigue siendo una mina, y por supuesto la Sima del Elefante, un agujero cada vez más grande, por debajo del suelo de La Trinchera, en el que se siguen buscando restos de la misteriosa especie humana sp, de hace 1,3 o 1,4 millones de años.
Yacimiento neandertal de Fuente Mudarra, el de las chicas. |Rosa M. Tristán
En esta ocasión, por primera vez, conozco Fuente Mudarra, hogar esporádico de los escurridizos neandertales burgaleses al que me acerca Germán en un todoterreno y donde este verano excavan solo mujeres; y regreso muchos años después a la fascinante cueva de El Mirador, donde andan agobiados por la tardía aparición de ¡ocho cráneos!, el botín de un enterramiento de hace unos 5.000 años, en el Calcolítico, que han salido cuando pensaban ya en cerrar el yacimiento. «Queremos dejarlo todo bien excavado y preparado. Siempre lo hacemos, pero en septiembre, además, vendrán muchos colegas a visitarnos durante el Congreso Mundial de Arqueología y Protohistoria«, me cuentan los arqueólogos que trabajan allí, en jornada continua para aprovechar el tiempo. «Si es que somos pocos», me dicen.
Cráneos en El Mirador, que estaban escaneando antes de sacarlos. |R.M.T.
Al final, con tanto ir y venir en coche, no me da tiempo a visitar la Cueva Mayor donde trabaja el grupo de José Miguel Carretero, y sólo veré a los integrantes del equipo de la Sima de los Huesos por la tarde, en su laboratorio-sótano de la residencia. Allí, junto a Arsuaga, les veo clasificando los fósiles de la jornada, quién sabe si algún pedazo más de uno de los 17 cráneos publicados en Science este verano y que a lo mejor no son Homo heidelbergensis, como se pensaba hasta ahora.
¿Y a cuento de qué este cambio? Pues porque resulta que esa especie se definió hace más de 100 años por una sola mandíbula hallada en Mauer (Alemania), pero en la Sima, en estos últimos 30 años, se han encontrado una treintena de individuos y, tras su exhaustivo estudio, los investigadores han concluido que son tan distintos de ese patrón alemán y tan iguales entre sí que más bien se trata de otra especie. Sería la segunda de Atapuerca, tras el Homo antecessor definido en 1994 (con 900.000 años). «O a lo mejor la especie que sobra es el heidelbergensis», apuntan los codirectores.
María Martinón y Jordi Rosell, en TD4 de Gran Dolina, entre osos. |R.M.T.
Y así, aunque no es este un año de hallazgos espectaculares, de nuevo de marcho de Atapuerca llena de respuestas, pero a la vez con muchas más preguntas. Consciente de que en esta sierra nunca se sabe si al siguiente golpe de martillo aparecerá un nuevo enigma.
Pero mi visita, encaminada a recoger datos para el libro que tenemos en marcha Carbonell y la autora, toca a su fin…
Qué mejor colofón que la inauguración de la exposición La Cuna de la Humanidad en el Museo que ya triunfó en el Museo Arqueológico Regional de Madrid y que desde esta semana está abierta en el Museo de la Evolución Humana de Burgos. Mientras aparece o no el nivel Olduvai en la Trinchera, a golpe de pico y pala, hay cerca un lugar donde los humanos africanos y europeos de hace cientos de miles de años sí se reencuentran. Hace mucho tiempo que sus familias dejaron de tratarse por una inmigración que no se diferenciaba mucho de la que hoy (la falta de recursos). Ahora Atapuerca les ha unido.
José María Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell, en Urrez. |R.M.T.
Este artículo se publicó originalmente en el blog de la autora, Laboratorio para Sapiens.
http://www.huffingtonpost.es/rosa-m-tristan/encuentros-en-atapuerca_b_5617635.html?utm_hp_ref=spain
Que trabajo de esmero, dedicación y paciencia, espero que los conocimientos descubiertos lleguen al las personas con su verdadero significado, gracias domi.