«El Nuevo Paradigma: Educar para Sanar» dr. José Soto Luque.

La alegría es el estado natural de la infancia.
– George Leonard.

La educación que enferma

El sistema educacional imperante a lo largo de su historia sin duda que ha tenido éxitos, pero ha ido quedando progresivamente en deuda con la infancia, al no planificar una educación de acuerdo a lo que es el niño y lo que realmente se necesita en esta etapa de la vida. Cada día vemos con mucha preocupación cómo se pone el acento casi exclusivamente en la entrega de contenidos, conceptos y en el logro de habilidades. Se entregan de manera unilateral conceptos, generando una sobrecarga académica, una intelectualización precoz y estrés emocional crónico, a través de instaurar un aprendizaje en edades muy tempranas del desarrollo (lecto escritura y procesos de abstracción, antes de los 6-7 años), como de fomentar la competencia y el “éxito”, pretendiendo formar seres humanos aptos laboralmente. En el camino no se ve la esencia de quién es y qué necesita realmente el niño, como tampoco los problemas que todo esto provoca en su salud.

«Una educación armónica generará salud, en cambio una educación que no respete los ritmos físicos y emocionales, generará tarde o temprano enfermedad, como lo estamos viendo en la educación actual.»

Desde la neurobiología de las emociones sabemos que el ser humano está delicadamente diseñado para recibir los efectos del amor, la belleza y todo lo que alimenta el alma. Es el amor el que modela y modula el cerebro infantil y muchas funciones psicoinmunoendocrinas. Estamos hechos para la armonía y la felicidad, como dice Claudio Naranjo, llama la atención, que la educación sea tan solemne y aburrida, a veces hasta agresiva, con respecto a la alegría espontanea de la infancia. Es curioso que no existan postulados en educación para educar para la alegría o la felicidad, estados fundamentales para tener buena salud. Éste debiera ser el punto de partida de cualquier tipo de educación.

Por otra parte, el niño está unido a los sentidos, por ello hay que poner atención a lo que lo rodea, ya que es la naturaleza y las bellas artes, finalmente, las verdaderas fuentes nutricias de la vida anímica, del sentirnos vivos y en definitiva, del desarrollo neurológico, lo que hacen a través de estimular sanamente nuestros sentidos. Una estimulación excesiva y no natural de estos, como exponer tempranamente a las pantallas (computador o videojuego) y/o una educación que priorice sólo la entrega de contenidos intelectuales, generará precozmente un pensar abstracto-lineal, separando al infante, de su propia naturaleza, dañando esta conexión delicada y necesaria con sus sentidos y con este pensar vivo, un pensar que le permite, sin prejuicios, estar de lleno en cada experiencia sensorial que nos regala la vida. La sobre estimulación sensorial o intelectual, en etapas tempranas de la vida, dificulta la posibilidad de experimentar emociones positivas frente a experiencias simples y cotidianas. La estimulación sensorial inadecuada o artificial, provoca una intensa ansiedad y desencadena una búsqueda a veces compulsiva, de fuentes artificiales de goce que logren reactivar el sistema neuronal de gratificación (base de las adicciones). Una exposición prematura al pensamiento abstracto generará intelectualización precoz, lo que abre las puertas al estrés crónico, la ansiedad y una serie de enfermedades tanto físicas como emocionales, siendo la más conocida el Déficit atencional, que no es otra cosa, sino producto de una educación que no se centra realmente en la infancia y desconoce las verdaderas necesidades tanto del neurodesarrollo como del alma infantil.

Educación y salud

Esta realidad nos obliga a entender que todo nuestro quehacer con respecto a la infancia es de profunda trascendencia y es determinante para el desarrollo de la persona que hoy es cada niño con el cual tenemos alguna relación y por supuesto que con nuestro mundo presente y futuro. La visión Antroposófica (ciencia espiritual desarrollada por Rudolf Steiner a principios del siglo XX) entiende que la infancia es responsabilidad de todos y que es fundamental, que educación y salud vayan de la mano, en el acompañamiento de esta etapa tan crucial, en el destino de un ser humano. La Antroposofía nos dice que el niño que viene a este mundo va desarrollando su vida, de acuerdo a etapas de siete años cada una, llamadas septenios, llegando a la madurez física del adulto, al cumplir tres de estas etapas o sea a los 21 años aproximadamente. Los septenios son etapas secuenciales con hitos claramente definidos, en que el ser humano va desplegando y madurando en lo que llamamos crecimiento, la estrecha relación entre alma y cuerpo. Existe una forma específica en que todo individuo va creciendo, conquistando su cuerpo, desarrollándose y adquiriendo las competencias y habilidades necesarias, para ir tras la epopeya que significa convertirse en un adulto, de ser llamado ser humano y de poder moverse en la “frecuencia” de la humanidad.

La medicina y la educación antroposófica (educación Waldorf), en conjunto, se preocupan de acompañar la infancia de la manera más armoniosa y amorosa posible, respetando a este legítimo otro que es el niño, que dista mucho de ser un adulto pequeño o una potencial mano de obra calificada. Ellas intentan rescatar lo sagrado y mágico de la infancia y, a través de una cuidadosa observación, han construido un cuerpo de conocimientos que permiten garantizar una educación a escala infantil. Así, al pensar en la educación, ambas disciplinas nos dicen que debemos respetar los ritmos físicos, emocionales y biológicos, para que a través de la entrega de experiencias sensoriales y amorosas y de contenidos adecuados, también vayamos generando salud. Es necesario entender en qué etapa y qué necesidades fisiológicas y anímicas tiene el niño, a la hora de diseñar un plan de estudios y para ello se observa lo que ocurre en cada septenio. Sabemos que desde el neurodesarrollo, gran parte de la madurez neurológica y de los sentidos, se alcanzan después del primer septenio y el pleno desarrollo de los ritmos biológicos se logra alrededor de los 15 años. También los hitos fundamentales del alma infantil como son el desarrollo del pensar, del sentir y la voluntad (capacidad de ser y hacer), maduran en los tres primero septenios. Todo ello ocurre de manera secuencial, en que una etapa trae la otra y es por eso que no se debe pretender adelantar una etapa, ya que si el niño no está preparado, traerá un desequilibrio y eventualmente problemas que complicaran su desarrollo. De ahí que sean tan importantes todas estas consideraciones, ya que una educación armónica generará salud, en cambio una educación que no respete los ritmos físicos y emocionales y entienda lo que ocurre en cada septenio, generará tarde o temprano enfermedad, como lo estamos viendo en la educación actual.

¿Qué necesita un niño, en estos tres primeros septenios?

En el primer septenio:

«Una exposición prematura al pensamiento abstracto generará intelectualización precoz, lo que abre las puertas al estrés crónico, la ansiedad y una serie de enfermedades tanto físicas como emocionales, siendo la más conocida el Déficit atencional, que no es otra cosa, sino producto de una educación que no se centra realmente en la infancia.»

Necesita un hogar que vaya generando apego seguro y las cualidades de nido (calor físico y emocional, cobijo y protección). También una alimentación basada ojalá en el pecho materno y después en alimentos naturales, no industriales. El mundo afectivo y el neurodesarrollo, evolucionarán en relación con los sentidos y el despliegue natural del movimiento.

El primer año conquistará el caminar, el segundo el habla y el tercero, al decirse a si mismo Yo, indicará que está comenzando el complejo proceso de pensar y de tener memoria autobiográfica. Con el juego y la imitación, irá madurando e integrando su corporalidad, su mundo interno y externo. A través del asombro irá preparando el espíritu, para rozar el misterio.

En el segundo septenio:

El niño ya será maestro del movimiento y del juego, prueba de ello es que ya podrá estar quieto a voluntad, como también jugar juegos con reglas. Podrá lograr estados de calma interior, tan necesarios para la autoreflexión. El gran desafío de este septenio es el desarrollo del sentimiento. Para ello necesitará un pensar vivo, lejos de sobrecarga de conceptos y abstracciones que coarten y limiten la vivencia de la realidad y de una sana vinculación con los sentidos, rodeándose de estímulos externos verdaderos, todo lo que aporta la naturaleza, como la vida cotidiana a escala humana, evitando las sobrecargas de la gran ciudad, el uso precoz de las pantallas (TV, computador y el aparentemente inocente celular).

En el tercer septenio:

Ocurre el despertar de la razón. Ahora sí que es posible el despliegue del pensamiento abstracto, de la lógica, de la matemática más compleja, de la literatura y la historia y través de ella, comienza a conocer e identificarse con los grandes ideales. También es tiempo de ir ejercitando su individualidad. Sin duda que habrá que prepáralo, para cumplir las tareas que la realidad cotidiana nos exige, pero también para que despliegue sus ideales de amor y de libertad.

El médico en la escuela

El médico tiene un rol de apoyo al maestro en la forma de educar a un niño. Observar la salud física, la calidad de sus vínculos emocionales, el grado de madurez escolar, su desarrollo psicomotor, la capacidad de expresarse, la relación que hay entre el desarrollo artístico y el pensamiento racional. Y sobre todo la empatía, la motivación y el desarrollo de la voluntad. Sabemos que la forma en que se lleve a cabo todo el desarrollo durante la infancia y la juventud y el equilibrio de lo afectivo con lo intelectual, será determinante para la salud y calidad de vida del adulto, para así poder entregar a la sociedad individuos sanamente desarrollados en todos los ámbitos del ser humano.

En la infancia sucede lo mismo que con una semilla que sembramos, debemos dar las mejores condiciones e ir dando poco a poco, sin apuros y con mucho amor, lo que va necesitando cada uno de estos seres humanos en ciernes, para prepararlo para la vida y para ello debemos saber cómo es este proceso madurativo y es precisamente una mirada holística de la salud y educación, como son la Medicina Antroposófica y la Educación Waldorf, las que nos recuerdan que somos mucho más que un cuerpo y que debemos estar atentos no tan sólo al desarrollo físico, neurológico, sino que también emocional y espiritual del ser humano. Sólo así, podremos lograr en nuestra compleja sociedad, una nueva forma de educar, una que eduque en salud y que sane al educar.


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