Al llegar a la nave de vigilancia el jardinero, ya con su forma y apariencia normal, informó al resto de razas y miembros de su propia tripulación de lo ocurrido. En aquellos momentos no sabían que hacer, ellos solo eran cuidadores de planetas, no se habían encontrado nunca una situación de ese estilo. Estaban desbordados por el escenario que se les planteaba en esos momentos.
El jardinero que había bajado en primer lugar, siendo comandante de una de las naves principales y responsable de la monitorización del planeta hasta entonces en crecimiento, no tuvo más remedio que pedir a todo su equipo que empezaran a bajar por múltiples puntos del mismo para recoger información y entender que estaba pasando. Así fue como cientos de seres de diferentes razas empezaron a encarnar en las primeras especies de homínidos de la Tierra, para traer tras cada encarnación el máximo de información posible.
Tras decenas de misiones, el propósito estuvo claro. Otros grupos habían modificado genéticamente a los homínidos para crear una nueva raza de seres que funcionaran como esclavos, mano de obra y alimento para los intrusos. El paraíso que los maestros arquitectos habían creado resultó ser no solo un lugar de disfrute, sino uno de los planetas de la galaxia donde los recursos minerales, de flora y de fauna, que habían sido implantados, terminaron siendo un reclamo más que apetitoso para grupos que deseaban aprovecharse de ellos, en exclusiva propiedad.
En aquellos momentos, los jardineros no podían hacer nada más que esperar. Pasaron miles de años, diferentes grupos de voluntarios iban bajando al planeta de forma regular, encarnando en las nuevas formas físicas alteradas para encontrar la manera de liberar a esos homínidos del yugo de esas razas y restaurar el curso de la evolución. Sin embargo, ya no podían hacer mucho. La manipulación genética rompió la conexión con el gran espíritu de los animales, los nuevos cuerpos físicos creados ya no tenían conciencia grupal sino individual y se veían separados los unos de los otros.
Había nacido un nuevo “ser” en el planeta, un nuevo nivel “evolutivo”, que no tendría que haber existido si las leyes evolutivas naturales hubieran seguido su curso. Había nacido un ser que tenia cuerpo homínido, pero parte de sus genes y de su mente presentaba rasgos de aquella otra raza invasora, e incorporaba el carácter, la concepción y la forma de entender la vida de la misma forma que sus maestros creadores la entendían, sin las capacidades, potencial y conocimiento para comprender porque eran así, o como podían ser de otra forma. Esto último, por supuesto, no había sido transferido desde los creadores a los creados.
El nuevo ser se llamó “humano”, y a partir de entonces la vida en la Tierra cambió por completo. El nuevo “ser humano” estaba desconectado de los árboles, estaba desconectado de los animales, no podía ver a los elfos ni jugar con las hadas. El espíritu del agua y del viento ya no podían susurrarle historias, y el ser humano se volvió contra su planeta. Empezó a excavarlo para extraer minerales, empezó a destruir bosques para construir palacios, empezó a matar animales para hacer sacrificios, y empezó a destruir a la naturaleza para arar sus campos y sembrar aquello que de forma natural no crecía en ellos. Aprendió de sus creadores extraterrestres el concepto del poder y la dominación de los unos sobre los otros, aprendió el concepto de la manipulación del entorno para su beneficio, y lo peor de todo, es que no se cuestionaba ni un ápice que estuviera haciendo algo incorrecto y contranatural, pues no era consciente que ese no era el camino evolutivo que los jardineros y arquitectos del planeta habían planificado para la vida en la Tierra.
Sin embargo, por otro lado, la creación de millones de vehículos orgánicos individualizados, sin conexión con una mente grupal, permitió que cientos de miles de seres y espíritus de otras partes de la Creación entraran y encarnaran en el recién creado ser humano para experimentar una nueva forma de vida. Esos espíritus, matrices de luz, porciones de la chispa divina nacidas del Logos Galáctico, o de otros Logos, o de otras Fuentes más allá de nuestro entendimiento, encontraron el recipiente perfecto para experimentar la vida cada uno a su manera y ritmo. Comprendían las condiciones en las cuales los vehículos que iban a ocupar habían sido creados, comprendían que el planeta había sufrido una manipulación y sabían que se había alterado el curso evolutivo planificado, pero la ley del libre albedrio obligaba a respetar el desarrollo de la situación, y la oportunidad de crecimiento y experiencia se volvía mas increíble que nunca con estos nuevos parámetros, que, de repente, habían aparecido en un pequeño sistema solar en los confines de la galaxia.
No así lo veían los jardineros, pues, en todo momento, a lo largo de los miles de años que habían estado cuidando el planeta, consideraron este desarrollo como algo anormal, que había que solucionar. Pero, de nuevo, la ley del libre albedrio obligaba, y solo podían hacer una cosa. Entrar a restaurar el sistema desde dentro, tratar de volver a poner las cosas en su lugar, encarnando una y otra vez para que el nuevo ser humano recuperara su conexión con la naturaleza, la respetara, se diera cuenta de que había sido creado genéticamente y estaba siendo manipulado constantemente, como recurso, como mano de obra, como alimento.
Pero el problema es que para poder entrar tenían que usar los mismos cuerpos físicos genéticamente alterados, ya no podían encarnar en una especie homínida inferior y “limpia”, pues era del todo imposible hacer así el trabajo ya que en esos momentos el nuevo ser humano dominaba ya el resto del planeta. Había que usar los mismos cuerpos físicos que habían sido creados en laboratorios e implantados y cuyas características primordiales que lo hacían compatible y respetuoso con el entorno habían sido suprimidas, y tenían que jugar con las nuevas reglas. Así, cada jardinero que entraba en el planeta tenia que luchar terriblemente por romper los velos, las restricciones, y las limitaciones del vehículo físico que ocupaba para tratar de hacer su trabajo y corregir el curso de los acontecimientos.
Y era muy frustrante, porque la mayoría de las veces se iba una encarnación tras otra sin conseguir romper el velo del cuerpo físico y de la mente humana, sin poder hacer despertar a la personalidad en la que se convertían tras la entrada, y en las pocas ocasiones en las que un jardinero, que ya estaban entrando por millones a lo largo y ancho del planeta, conseguía despertarse a si mismo, se encontraba con que el resto de seres humanos eran imposibles de despertar y no eran capaces de ver lo que había sucedido.
La información que transmitían en algunos casos ya quedaba relegada a la categoría de mitos y leyendas, cuando no de pura imaginación, pues los creadores genéticos se habían apoderado del todo de la mente arquetípica de la nueva raza, el ser humano, e instaurado el sistema de control necesario para poder usarla. No así lo veían los arboles, los elfos, las hadas, el espíritu del agua o el espíritu del viento, que empezaban a sufrir las consecuencias de esta situación. Y cada vez empezaron a protegerse más y a distanciarse más de unos seres con los que antaño compartieron camino.
Además, ocurrió un suceso inesperado. Los jardineros empezaron a generar karma. El planeta tenia unas leyes evolutivas estrictas, y si deseabas entrar en él debías adherirte a las mismas. Por el mismo diseño de los maestros arquitectos y del Logos Solar, todo ser que quería encarnar debía usar un alma nativa, formada a partir de los campos energéticos y planos internos del planeta, que mantenían unida la materia del cuerpo físico y servían de recipiente a la chispa divina que quería usarlos. Y esas almas tenían sus propias reglas evolutivas, así que cuando se generaban situaciones y experiencias con otras almas tenían que compensarse, balancearse y cancelarse.
Para los jardineros se generó un doble problema. No solo la frustración era por no haber despertado y por no haber podido llevar a cabo la misión, sino por encima haberse liado más con el sistema de vida en la Tierra, y haberse echado a la espalda compromisos que a partir de entonces iban a tener que cumplir, retrasando su misión, dentro de una planeta ya totalmente manipulado y bajo control de las razas creadoras.
Durante miles de miles de años la situación siguió igual, sino peor. Los jardineros originales, los que primero entraron, pidieron ayuda, y millones de seres de otras partes respondieron y empezaron a llegar, y a medida que el tiempo pasaba empezaron a preparar un plan de choque que solucionaría el problema por completo, si es que salía bien….