«Nada de lo que poseemos, ni ninguno de los seres a los que podamos querer, nos pertenece verdadera y definitivamente. En todo momento corremos el peligro de perderlos y en el momento en que los perdemos, nos vemos obligados a recurrir a todas las fuerzas que hay en nosotros y que nos ayudarán a soportar esta pérdida. Estas fuerzas se encuentran en la fe, en el amor desinteresado, la humildad y debemos despertarlas en nosotros conscientemente para el día en que tengamos necesidad de ellas verdaderamente.
Cuando todo les va bien, es difícil convencer a los humanos de que deberían concentrarse en lo esencial para poder permanecer firmes el día en que vengan las pruebas. Porque vendrán, esto es seguro, nadie en la Tierra puede escapar a ellas. Entonces, ¿por qué esperar a encontrarse en la miseria, las enfermedades o las desgracias para recurrir a las fuerzas del Espíritu? Si ya estáis bien armados, no sólo las superaréis, sino que saldréis de ellas reforzados. »
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