El escritor alemán y Premio Nobel de literatura Günter Grass escribió una vez que la historia de su país es un baño que no funciona.
Era una metáfora provocativa.
El pasado simplemente no permitía que el presente lo limpiara.
Vagando por las calles de Dresde, la capital de Sajonia y la ciudad que intenta absorber miles de inmigrantes y refugiados, me descubrí a mí mismo pensando: ¿qué diría Grass de todo esto?
Siempre consciente de la lucha de su país con el pasado, el escritor seguramente habría presagiado el potencial peligro del ascenso de la extrema derecha.
«Tengo miedo»
La policía ha reportado varios ataques contra centros de recepción de migrantes.
Y en Freital, un suburbio de Dresde, conocí a un político local de izquierda a quien los neonazis le pusieron una bomba en su oficina y otra en el auto.
«Estoy asustado», me dijo Michael Richter. «Veo paralelismos con 1933 y Hitler. De nuevo tenemos un movimiento social que se está saliendo de control», explicó.
«Y estoy más preocupado por los alemanes que por los refugiados».
Richter dice que los políticos moderados no han sabido unirse contra la extrema derecha.
Y está preocupado por cómo las proclamas contra los refugiados y contra los migrantes han permeado el discurso político.
El que plantea es un tema que también ocupa a la izquierda estos días.
Un mundo cambiante
Cerca de allí, en uno de las enormes y anónimas urbanizaciones de la época comunista, Dirk Timmelmans estaba esperando al taxi que lo llevaría a la ciudad.
Timmelmans nació y creció en Freital en un tiempo en el que las fábricas de acero garantizaban el empleo y el socialismo de Estado era una certeza algo asfixiante.
Así que ahora siente que el mundo está cambiando a un ritmo desconcertante.
«¿Si tengo miedo de los refugiados?», pregunta.
«Es que es demasiado para Europa. Están llegando demasiados. No los podemos recibir», se contesta.
«Nuestro gobierno no entiende lo que está pasando. Lo que ocurrió en París también pasará aquí».
Escucho en Dresde lo que ya oí en tantos otros lugares en los que la xenofobia o el racismo están echando raíces: el convencimiento prevalente de que los políticos viven en un universo protegido y paralelo.
El abuso
A unos 10 minutos en auto, en el hotel Leonardo, una casa de huéspedes convertida en un centro para refugiados, me encontré con Saman Sherko, un kurdo que resultó gravemente herido por luchar contra el grupo autodenominado Estado Islámico en el norte de Irak.
Llegó a Freital hace cuatro meses y describe su ambiente como hostil.
«Usan malas palabras. Nos han golpeado con porras. Llegan en motocicletas y nos hablan de forma abusiva», me contó.
«Y eso ha aumentado después de los ataques de París» del 13 de noviembre y que dejaron 132 muertos.
Con una historia atestada de fantasmas, es fácil creer que en Dresde el pasado se puede repetir.
Pero es una noción errónea, incluso si así lo parece al escuchar cantar a miles durantes las protestas nocturnas, al oír los gritos de los furiosos hombres con la cabeza rapada.
Pero no, no es el nuevo Reich que espera nacer en el este de Alemania.
Ciertamente esas voces agitan el ambiente y el apoyo a la extrema derecha ha aumentado.
Pero hay que tener un sentido de la proporción.
La Alemania de Angela Merkel no es la atribulada y económicamente maltrecha República de Weimar, esa misma de la que emergió el Tercer Reich.
La democracia hoy es vibrante, y se cuenta con libertad de prensa e instituciones fuertes.
Además, la policía y el sistema de justicia protegen al más vulnerable.
El fundador del grupo antiinmigrante Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (Pegida, en alemán), Lutz Bachmann, vive en Freital.
Se está investigando si sus comentarios en la red social Facebook en los que describe a los inmigrantes como «animales» y «escoria», incitan al odio.
Pero además de las manifestaciones de Pegida, también ha habido numerosas contraprotestas en rechazo a la extrema derecha.
También existe una red de activistas muy bien organizada que ofrece ayuda práctica y asesoramiento a los recién llegados.
Amabilidad
Un hombre alemán escribió con pintura negra «asesino» en el Centro de Cultura Islámica cerca de Dresde.
Pero una vecina lo vio y lo reportó a la policía.
El centro Marwa el Sherbini le debe su nombre a una mujer egipcia asesinada en un ataque xenófobo en 2009.
Y eso hizo que mi encuentro allí fuera aún más llamativo.
En el cuarto de atrás, un arquitecto egipcio que lleva siete años en la ciudad estaba enseñando árabe a cuatro alemanes.
Magdi Khalil, el profesor, dijo que se habían reportado casos de musulmanes acosados en público tras los ataques de París.
«Pero he conocido a más gente que se comporta con amabilidad».
Uno de sus alumnos, Lucas Paeth, me dijo que conocía a jóvenes veinteañeros como él que se habían afiliado a la extrema derecha.
«Lucho por entenderlo. Crecieron de la misma manera que yo, y fuimos a la misma escuela», me explica.
Para Lucas es importante que Dresde no se convierta en el estereotipo de la extrema derecha.
«Es parte de la historia de nuestra ciudad y tenemos que enfrentarla. Pero no es la única historia».
http://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/12/151220_crisis_migrantes_refugiados_alemania_extrema_derecha_lv