La práctica de la meditación no es lo que normalmente se entiende por práctica, en el sentido de repeticiones o preparaciones para alguna futura representación. Puede parecer extraño e ilógico decir que meditación en forma de yoga, dhyana o zazen, tal y como suelen hacer hindúes y budistas, es una práctica sin propósito ―en algún tiempo futuro―, porque es el arte de estar completamente centrado en el aquí y ahora. «No tengo sueño y no hay ningún sitio al que tenga que llegar.»
Vivimos en una cultura enteramente hipnotizada por la ilusión del tiempo, en que lo que llamamos momento presente se siente como una infinitesimal parte entre un todopoderoso pasado causal y un absorbentemente importante futuro. No tenemos presente. Nuestra conciencia está casi por completo preocupada con la memoria y la expectación. No nos damos cuenta que nunca hubo, hay, ni habrá ninguna otra experiencia que la presente.
Por lo tanto estamos fuera de contacto con la realidad. Confundimos el mundo tal como algo de lo que hablamos, describimos y medirnos, con el mundo que en realidad es. Padecemos una fascinación por las útiles herramientas de los nombres y números, de los símbolos, signos, conceptos e ideas. Meditar es, pues, el arte de suspender el pensamiento verbal y simbólico durante un cierto tiempo, como cuando un auditorio cortés deja de hablar cuando está a punto de iniciarse un concierto.
Todo lo que hay que hacer es sentarse; cierre los ojos y escuche todos los sonidos que aparezcan, sin tratar de nombrarlos o identificarlos. Escuche como si escuchase música. Si el pensamiento verbal no desaparece, no trate de detenerlo por la fuerza o con la voluntad. Mantenga la lengua relajada, flotando con facilidad sobre la mandíbula inferior, y escuche sus pensamientos como si fuesen pájaros canturreando fuera ―un puro sonido en el cerebro― y entonces puede que desaparezcan por sí mismos, al igual que una charca turbulenta y llena de fango puede transformarse en calma y clara si se la deja en paz.
Tome también consciencia de su respiración y permita a sus pulmones operar con el ritmo que más les apetezca. Y durante un rato permanezca sentado escuchando y sintiendo la respiración. Pero, si es posible, no la llame así. Simplemente experimente el suceso no verbal. Podría objetar que ésta no es una meditación «espiritual» sino una mera atención al mundo «físico», pero debe entenderse que lo espiritual y lo físico sólo son ideas, conceptos filosóficos, y que la realidad de la que usted ahora es consciente no es una idea. Además, no existe ningún «usted» consciente de ello. Eso también era una idea. ¿Puede oírse escuchando?
Y entonces empiece a dejar «caer» su respiración, lenta y fácilmente. No fuerce ni tire de sus pulmones, sino que deje que la respiración aparezca de la misma forma que se deja usted caer en una cómoda cama. Simplemente déjela ir, ir, ir. Tan pronto como aparezca el mínimo esfuerzo, déjelo aparecer como en un reflejo; no trate de apartarlo. Olvídese del reloj. Sólo continúe durante el tiempo que sienta la maravilla que representa.
Usando la respiración de esta manera descubrirá cómo generar energía sin esfuerzo. Por ejemplo, uno de los trucos (upaya en sánscrito) utilizados para calmar el pensamiento y su charla compulsiva es conocido como mantra; el canto de sonidos por el sonido más que por el significado. Empiece a dejar «aflorar» una nota simple con cada larga espiración, en cualquier tono que le resulte cómodo. Los hindúes y budistas utilizan en su práctica sílabas como OM, AH, HUM, mientras que los cristianos prefieren AMÉN o ALELUYA, los musulmanes ALA y los judíos ADONAI; no hay diferencia, ya que lo importante es únicamente el sonido. Tal y como hacen los budistas zen, puede utilizar la sílaba MU. Profundice en ello, y deje hundirse su consciencia más y más en el sonido durante tanto tiempo como pueda permitirse hacerlo sin esfuerzo.
Por encima de todo, no busque un resultado, algún maravilloso cambio de conciencia o satori: la esencia de la práctica de la meditación es centrarse en lo que ES, no en lo que podría o debería ser. La cuestión no es aplanar la mente o concentrarse mucho, digamos, sobre un único punto de luz, aunque eso también puede ser estupendo cuando no se pone demasiada intensidad en conseguirlo.
¿Cuánto tiempo debe durar? Mi propia y tal vez poco ortodoxa opinión es que puede continuar durante todo el tiempo en que no exista sensación de estarse esforzando, y ello puede ser de 30 a 40 minutos cada sentada, tras lo cual puede que desee regresar a su estado normal de intranquilidad y distracción.
Al sentarse para meditar, lo mejor es utilizar un cojín sobre el suelo, para mantener la columna vertebral recta pero no tensa, tener las manos en el regazo ―palmas hacia arriba―, descansando una sobre la otra, y sentarse con las piernas cruzadas como una figura de Buda, tanto en la postura de medio loto como de loto entero, o bien arrodillarse y sentarse sobre los talones. «Loto» significa colocar uno o ambos pies con las suelas hacia arriba sobre el muslo opuesto. Estas posturas resultan algo incómodas, pero tienen la ventaja de mantenerle despierto.
En el curso de la meditación puede que tenga visiones asombrosas, ideas pasmosas y fascinantes fantasías. También puede que sienta que se hace clarividente o que es capaz de abandonar el cuerpo y viajar a voluntad. Pero todo eso no es sino distracción. No haga caso y observe lo que ocurre AHORA. No debe meditarse para adquirir poderes extraordinarios, porque si resultase que se convirtiese en omnipotente y omnisciente, ¿a qué se dedicaría? Ya no habría nada que le sorprendiera, y su vida sería como hacerle el amor a una muñeca de plástico. Vaya con cuidado, pues, con todos esos gurus que prometen «maravillosos resultados» y otros futuros beneficios acerca de sus disciplinas. El asunto está en comprender que no hay futuro, y que el sentido real de la vida es una exploración del ahora eterno. ¡DETÉNGASE, MIRE y ESCUCHE! ¿O deberíamos decir, «enciende, conecta y déjate ir»?
Se cuenta una historia sobre un hombre que llegó ante Buda con ofrendas de flores en ambas manos. Buda le dijo: «¡Déjalas caer!» Dejó caer las flores en su mano derecha. Y Buda dijo: «¡Deja caer eso que no está en tu mano derecha ni en la izquierda, sino en el medio!» Y el hombre alcanzó la iluminación instantáneamente.
Resulta maravilloso tener la sensación de que todo lo vivo y en movimiento se cae o sigue la gravedad. Después de todo, la tierra cae alrededor del sol, y a su vez, el sol cae alrededor de alguna otra estrella. Pues la energía es precisamente una toma de la línea de menor resistencia. Energía es masa. El poder del agua está en seguir su propio peso. Todo le llega a aquél que pondera.
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